febrero 01, 2025

La guerra de los grafitis: ¿la imposibilidad de la paz?

 

 

Por: Carlos Arturo Gamboa

Docente Universitario

 

La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa

Erasmo de Rotterdam

 

Si quieres la paz, no hables con tus amigos, sino con tus enemigos

Moshé Dayán

 

El año 2025 inició con una gran controversia nacional cuyo epicentro fue Medellín debido a la orden, por parte del alcalde Federico Gutiérrez, de borrar un grafiti construido con el fin de mantener viva la memoria de las atrocidades y violencias cometidas en la ciudad, en especial en la zona denominada La escombrera. El grafiti estaba ubicado en el sector del deprimido de la Terminal del Norte y la disculpa de la alcaldía era muy difusa, se alegaba que dicho trabajo artístico no contaba con permisos y no cumplía las normas de uso del espacio público.

 Vale recordar que el grafiti moderno nació en el mundo urbano por la época de los años sesenta y se convirtió en una forma de comunicación muy usada en los años ochenta, especialmente en las grandes ciudades de Estados Unidos, luego se difundió por todo el mundo. Este artefacto estético es definido por la RAE como: “Firma, texto o composición pictórica realizados generalmente sin autorización en lugares públicos, sobre una pared u otra superficie resistente”, y sus mensajes varían dependiendo del contexto y el momento histórico. En términos generales no hay nada que no pueda ser objeto de un grafiti.

 Así, la arbitrariedad de la alcaldía de Medellín generó múltiples reacciones, entre ellas que colectivos artísticos y políticos se dieran cita para repintar el mural. Del mismo modo, el expresidente Uribe, en una intervención al respecto, validó lo hecho en la Comuna 13 durante la denominada Operación Orión, operación que ha sido objeto de miles de denuncias y que es el símbolo central de la controversia del grafiti. Esto provocó mayor división entre las diversas opiniones, ya que una hoguera no se puede apagar con gasolina. Está claro que el proyecto de la oposición (que por vez primera en Colombia es la derecha), consiste a toda costa en recuperar el poder en el 2026 llamando a la confrontación y el resurgimiento de la desgastada “seguridad democrática”. Por lo tanto, se necesita un discurso de caos y hecatombe para poder posicionarla, algo que les funcionó durante todo el siglo XXI, hasta que las fuerzas progresistas llegaron al poder.

 En ese sentido, el tema central del grafiti refleja un momento de eclosión surgido del largo proceso de búsqueda de la verdad sobre la operación Orión, incluso sobre los denominados falsos positivos y las desapariciones de líderes sociales en todo el país, pero en especial en Antioquia, cuna de las estrategias paramilitares. Pintar el mural no fue una acción surgida de la espontaneidad, fue claramente una acción artística, y toda acción artística es política, así algunos nos quieren hacer creer que no.

 La controversia creció rápidamente gracias a los medios de comunicación alternativos y oficiales y, sobre todo, a las redes sociales que empezaron a replicar el debate. En diferentes ciudades surgieron colectivos quienes articularon acciones para replicar el mural “La cuchas tienen razón”, y a la par, colectivos de derecha empezaron a borrar los mismos. Mientras la pintura de los murales se hace de manera pública y en ambiente artístico y festivo, las borradas se hacen casi siempre en horas de la noche o madrugada y por sujetos incógnitos. Estas acciones se han venido dando en cada uno de los lugares en donde se replicó el mural y la controversia no parece terminar. Recientemente en Ibagué un grupo de exmilitares decidió borrar el grafiti y, a diferencia de otros casos, no se ocultaron ante el hecho, lo cual marca una nueva escalada del “debate/conflicto”.

 ¿Qué hay detrás de todo esto? Algunos afirman (la derecha y algunos de centro) que es una estrategia política montada por el petrismo para empezar la campaña política a la presidencia del año 2026. Pero si vemos con detenimiento fue un abierto contradictor del Petro, como lo es el alcalde de Medellín, quien empezó la polémica, lo cual inválida esta tesis. Más allá de los enfrentamientos, debates y señalamientos de lado y lado, lo que queda en claro es que una enorme zanja se abrió (o se hizo evidente porque ya estaba abierta) entre dos bandos; quienes luchan por mantener viva la memoria de las víctimas y quienes niegan que dichos actos atroces hayan sucedido.

 Entonces evidenciamos dos versiones distintas de país, y este el punto clave del debate. Para construir un escenario de paz los contrarios deben escucharse y acordar medidas conjuntas que permitan aceptar los errores, reparar las víctimas y construir un derrotero que conlleve a la transformación de esa realidad que alimentó la guerra. Lo que observamos hoy, en estas manifestaciones que acá denomino “la guerra de los grafitis”, hace evidente que aún no hemos podido establecer un acuerdo nacional para alcanzar la paz. Hay una gran fractura en el proyecto de país, fractura reiterada en la imposibilidad de “acordar una voluntad colectiva de paz”. Durante el plebiscito por la paz quedó en evidencia que no hemos podido entender, como sociedad, que la paz es un deseo necesario y seguimos usando la palabra PAZ para imaginarnos un país construido desde una única orilla, cuando la paz, como acción concreta, debe ser el barco que una nuestras posibilidades y les permita compartir espacios a nuestras diferencias.

 En contravía al proyecto de paz, la guerra de los grafitis es un síntoma preocupante de una sociedad que vuelve otra vez a insistir en el discurso de la guerra. Guerra que prospera en acciones cotidianas como el desconocimiento de la diferencia, la anulación del otro, el uso del lenguaje ofensivo en detrimento de la argumentación, el odio sin miramientos y la idea precaria de que para que unos puedan construir sus sueños, los otros deben ser eliminados.

 Ojalá pudiéramos, entre todos, pintar un gran muro en donde quepan todos nuestros sueños de país, pero eso parece ser poco probable a corto plazo. Lo que observamos actualmente es un intento de construir un muro de alegría, multicolor y que sirva de memoria para no cometer los mismos desafueros, mientras otros lo borran con el negro y gris de la imposibilidad de la paz y el accionar de las armas. La simbología en este caso es muy diciente.