Por: Carlos Arturo Gamboa
Docente Universitario
La paz más desventajosa es mejor que la
guerra más justa
Erasmo de Rotterdam
Si quieres la paz, no hables con tus amigos,
sino con tus enemigos
Moshé Dayán
El año 2025 inició con una gran controversia
nacional cuyo epicentro fue Medellín debido a la orden, por parte del alcalde
Federico Gutiérrez, de borrar un grafiti construido con el fin de mantener viva
la memoria de las atrocidades y violencias cometidas en la ciudad, en especial
en la zona denominada La escombrera. El grafiti estaba ubicado en el sector del
deprimido de la Terminal del Norte y la disculpa de la alcaldía era muy difusa,
se alegaba que dicho trabajo artístico no contaba con permisos y no cumplía las
normas de uso del espacio público.
Vale recordar que el grafiti moderno nació en
el mundo urbano por la época de los años sesenta y se convirtió en una forma de
comunicación muy usada en los años ochenta, especialmente en las grandes
ciudades de Estados Unidos, luego se difundió por todo el mundo. Este artefacto
estético es definido por la RAE como: “Firma, texto o composición pictórica realizados
generalmente sin autorización en lugares públicos, sobre una pared u otra
superficie resistente”, y sus mensajes varían dependiendo del contexto y el
momento histórico. En términos generales no hay nada que no pueda ser objeto de
un grafiti.
Así, la arbitrariedad de la alcaldía de
Medellín generó múltiples reacciones, entre ellas que colectivos artísticos y
políticos se dieran cita para repintar el mural. Del mismo modo, el
expresidente Uribe, en una intervención al respecto, validó lo hecho en la
Comuna 13 durante la denominada Operación Orión, operación que ha sido objeto
de miles de denuncias y que es el símbolo central de la controversia del
grafiti. Esto provocó mayor división entre las diversas opiniones, ya que una
hoguera no se puede apagar con gasolina. Está claro que el proyecto de la
oposición (que por vez primera en Colombia es la derecha), consiste a toda
costa en recuperar el poder en el 2026 llamando a la confrontación y el
resurgimiento de la desgastada “seguridad democrática”. Por lo tanto, se
necesita un discurso de caos y hecatombe para poder posicionarla, algo que les
funcionó durante todo el siglo XXI, hasta que las fuerzas progresistas llegaron
al poder.
En ese sentido, el tema central del grafiti refleja
un momento de eclosión surgido del largo proceso de búsqueda de la verdad sobre
la operación Orión, incluso sobre los denominados falsos positivos y las
desapariciones de líderes sociales en todo el país, pero en especial en
Antioquia, cuna de las estrategias paramilitares. Pintar el mural no fue una
acción surgida de la espontaneidad, fue claramente una acción artística, y toda
acción artística es política, así algunos nos quieren hacer creer que no.
La controversia creció rápidamente gracias a
los medios de comunicación alternativos y oficiales y, sobre todo, a las redes
sociales que empezaron a replicar el debate. En diferentes ciudades surgieron
colectivos quienes articularon acciones para replicar el mural “La cuchas
tienen razón”, y a la par, colectivos de derecha empezaron a borrar los mismos.
Mientras la pintura de los murales se hace de manera pública y en ambiente
artístico y festivo, las borradas se hacen casi siempre en horas de la noche o
madrugada y por sujetos incógnitos. Estas acciones se han venido dando en cada
uno de los lugares en donde se replicó el mural y la controversia no parece terminar.
Recientemente en Ibagué un grupo de exmilitares decidió borrar el grafiti y, a
diferencia de otros casos, no se ocultaron ante el hecho, lo cual marca una
nueva escalada del “debate/conflicto”.
¿Qué hay detrás de todo esto? Algunos afirman
(la derecha y algunos de centro) que es una estrategia política montada por el
petrismo para empezar la campaña política a la presidencia del año 2026. Pero
si vemos con detenimiento fue un abierto contradictor del Petro, como lo es el
alcalde de Medellín, quien empezó la polémica, lo cual inválida esta tesis. Más
allá de los enfrentamientos, debates y señalamientos de lado y lado, lo que
queda en claro es que una enorme zanja se abrió (o se hizo evidente porque ya
estaba abierta) entre dos bandos; quienes luchan por mantener viva la memoria
de las víctimas y quienes niegan que dichos actos atroces hayan sucedido.
Entonces evidenciamos dos versiones distintas
de país, y este el punto clave del debate. Para construir un escenario de paz
los contrarios deben escucharse y acordar medidas conjuntas que permitan
aceptar los errores, reparar las víctimas y construir un derrotero que conlleve
a la transformación de esa realidad que alimentó la guerra. Lo que observamos
hoy, en estas manifestaciones que acá denomino “la guerra de los grafitis”,
hace evidente que aún no hemos podido establecer un acuerdo nacional para
alcanzar la paz. Hay una gran fractura en el proyecto de país, fractura reiterada
en la imposibilidad de “acordar una voluntad colectiva de paz”. Durante el plebiscito
por la paz quedó en evidencia que no hemos podido entender, como sociedad, que
la paz es un deseo necesario y seguimos usando la palabra PAZ para imaginarnos
un país construido desde una única orilla, cuando la paz, como acción concreta,
debe ser el barco que una nuestras posibilidades y les permita compartir
espacios a nuestras diferencias.
En contravía al proyecto de paz, la guerra de
los grafitis es un síntoma preocupante de una sociedad que vuelve otra vez a
insistir en el discurso de la guerra. Guerra que prospera en acciones
cotidianas como el desconocimiento de la diferencia, la anulación del otro, el uso
del lenguaje ofensivo en detrimento de la argumentación, el odio sin miramientos
y la idea precaria de que para que unos puedan construir sus sueños, los otros
deben ser eliminados.
Ojalá pudiéramos, entre todos, pintar un gran
muro en donde quepan todos nuestros sueños de país, pero eso parece ser poco probable
a corto plazo. Lo que observamos actualmente es un intento de construir un muro
de alegría, multicolor y que sirva de memoria para no cometer los mismos
desafueros, mientras otros lo borran con el negro y gris de la imposibilidad de
la paz y el accionar de las armas. La simbología en este caso es muy diciente.