diciembre 27, 2020

“Rompan todo”: la geografía rockera de un continente de líricas diversas

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Quiero gritar latino soy

desangrándome en mil guerras

rompo cadenas de opresión

un hombre nuevo tienes hoy

escúchame Latinoamérica

Nacimos hijos del sol

brotando sobre nuestra tierra

somos fruto que gime.

 

Kraken (Hijos del sur)

 

Al final de la miniserie “Rompan todo”, Charly García afirma “no se diga más”, pero detrás de esa afirmación queda un eco a manera de exigencia que nos lleva a pensar que aún falta mucho por decir sobre ese gran movimiento y acumulado cultural denominado «rock latinoamericano».

Esta miniserie es un estructurado homenaje a tantos años de buena música, elaborada desde varios rincones de este mundo tan diverso y multifacético llamado Latinoamérica, si algo con ese nombre puede ser caracterizado. Como era de esperarse deja muchos intersticios, pero en apenas seis capítulos era imposible atrapar más. 

Gustavo Santaolalla, como productor, se da a la tarea de evocar casi 70 años de rock en el idioma de Cervantes, como dice Alex Lora (El Tri), y a través de ese recorrido nos deja ver la variedad cultural de esa enorme mixtura latina, los problemas sociales que nos son comunes al continente y unos sonidos que evolucionan para dejar de ser simple imitación de Inglaterra y EE. UU., para convertirse en sonido auténtico, aunque diverso.

Música y sociedad, dos ejes que se van mezclando para dar cuenta de un sinnúmero de resonancias que dejan en evidencia las formas en qué amamos, vivimos, padecemos los males y exploramos los deseos. Con entrevistas de primera mano con los protagonistas vivos y auscultando los archivos sonoros y audiovisuales de los que ya partieron, se logra recrear un tiempo ido, evocado con la nostalgia de quienes tuvimos la fortuna de crecer al ritmo de los “/Hermosos ruidos que salen de las tiendas / Atraviesan a la gente y les mueven los pies / Baterías marchantes, guitarras afiladas / Voces escépticas que cantan de política/”; como vociferaban Los Prisioneros en aquel memorable tema que abrió la transmisión de MTV Latino (1993) y le dio una voz más amplía al continente.

El documental va y viene entre Argentina y México, pasando algunas veces por Chile, Uruguay y una que otra vez por Colombia. He ahí una de sus fallas, porque al pretender dar cuenta de la historia de este género en el continente, olvida más de la mitad del mismo, incluyendo a ese monstruo sonoro llamado Brasil.

Además, parece que hay otro filtro y es que muchas bandas insignes de este gran movimiento no quedan dentro del radar de Santaolalla y otros de gran calibre apenas son enunciadas, como Caifanes, agrupación cuyo álbum “El nervio del Volcán” (1994), generó un cisma en el sonido rocanrolero en español. 

Personalmente me pareció desacertado no encontrar en entre esos referentes a bandas y artistas como Los bunkers (Chile), Alcohol Etílico, La Sonora de Bruno Alberto, Rata Blanca y G.I.T (Argentina); Carlos Santana, Panteón Rococó, Elefante e Inspector (México); Kraken, Estados Alterados, Masacre y Doctor Krápula (Colombia); y mucho más no hallar indicios del rock peruano más allá de Los Saicos, cuando de tradición sabemos de los aportes de cantautores como Pedro Suárez-Vertiz y bandas como Autocontrol y Libido, por reducir la lista. Hablo acá desde gustos y líricas que hicieron parte de mi formación sonora, pero también de muchos rocanroleros de este continente.

Igual suerte corre Venezuela, la cual es olvidada en su riqueza musical tan conocida por toda Latinoamérica y que constituyó un aporte al género con agrupaciones como Sentimiento Muerto (punk), HAZ, Caramelos de Cianuro y Los Amigos Invisibles entre muchas más, y en cuya lista no dudaría en incluir a cantautores como Yordano y el mismo Franco de Vita, cuyos trabajos cercanos al rock generaron todo un ambiente armónico de nuevas exploraciones.

Igual pasa con Ecuador y Bolivia, países en donde también se engendraron y siguen creciendo semillas de este género que rápidamente se mixturó forjando esa hibridación tan propia de nuestros territorios. Semejante suerte corre varios países de Centroamérica en ese inventario de ausencias.

Al final, creo, no se trata de olvidos malintencionados, si no de apuestas y cada vez que se selecciona se excluye. Una de esas omisiones imperdonables me parece Robi “Draco” Rosa, cuyo álbum “Vagabundo” (1996) le dio un nuevo sonido y una nueva atmósfera al rock del continente, pero de nuevo insisto, son apuestas respetables y criticables.

Lo cierto es que “Rompan todo” es un trabajo bien elaborado, con una intención clara que al final se logra: rescatar del olvido entre la multiplicidad de los sonidos y las letras actuales, un género que marcó por lo menos cinco generaciones y cuyas líricas nos hicieron volcar la mirada sobre nosotros mismos, ingresando así a la modernidad musical, con todos sus bemoles. Algunos lo dan por muerto, yo creo que se sigue transformando y aparece cada vez con mayores mutaciones.

Quedan muchos espacios vacíos para llenar con nuevas apuestas, ojalá sirva este ejemplo para otros proyectos que deseen ahondar en esos bucles sonoros que contiene nuestras raíces. Recordando reconstruimos las hélices del aeroplano que nos permitirá elevarnos hacia el futuro, no sólo musical, porque contradiciendo a Miguel Mateos, no estamos solos en América, nos acompañan miles de voces que aun reclaman un lugar en el mundo y el «rock en nuestro idioma» es una de esas partituras que nos congregan a ser el gran continente unido en la diversidad.

diciembre 14, 2020

Crisis global, educación e incertidumbre: a propósito de una conversación con J.C Mèlich

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad de Tolima - IDEAD

 

Vivíamos en un mundo demasiado luminoso. Desmedidas verdades controlaban la existencia, el trabajo, el comercio, las relaciones humanas, las formas de habitar el planeta…

De un momento a otro “algo” (lo inesperado) alteró nuestro confort, modificó las cotidianidades, fuimos conscientes de que los seres morían, de que también nosotros podríamos morir.

Como no estábamos conscientes de la finitud de la existencia, vivíamos, o creíamos vivir, en una burbuja de inmortalidad, lo que equivale a decir que no vivíamos, estábamos atrapados en un sistema absoluto. Dice Mèlich:

Los humanos somos seres que conocemos nuestro propio fin pero también que rechazamos la idea de la muerte. Vamos a morir pero no sabemos cómo ni cuándo moriremos. Vivir consiste en enfrentarnos a lo que no somos capaces de afrontar. Por ello no tenemos más remedio que construir «máscaras», espacios para protegernos del tiempo. (Ética de la compasión)

Esa forma de vida ha sido reproducida por “La Escuela”, en cuyo seno las certezas están a la orden el día. “La Escuela” ama las respuestas, más si son las respuestas adecuadas, y por lo tanto rehúye las preguntas. Los profesores vamos por ahí sembrando verdades, abonando paradigmas, cosechando dogmas.

Me gusta pensar en la profesión docente desde esa vieja parábola del sembrador. Él riega semillas indiscriminadamente, algunas germinan otras no. Pero la culpa siempre es del terreno, no del sembrador ni de la semilla. En esa lectura instituida quedan por fuera preguntas como: ¿y si el sembrador escogió mal la semilla? ¿Y si no era tiempo de la siembra? ¿Y si la semilla no estaba buena? Los profesores, y las instituciones educativas, casi nunca formulan esas otras preguntas, siguen instalados en un relato inmodificable. Hay una fe ciega en lo que se sabe y por eso no se le hacen preguntas al oficio.

Occidente nos heredó una mirada dual del mundo y los fenómenos, con ello quiso suprimir el espacio para la incertidumbre, pero entre el bien y el mal, por ejemplo, concurren muchos grises, la existencia es claro-oscura.

Hemos leído el mundo y la existencia como se leen los textos sagrados, desde una visión dogmática y quizás, en clave de los que nos propone Mèlich, debemos leer el presente y atrever el futuro desde lo incierto, como se asume la lectura de un texto venerable, perdiéndonos en él para asumir un lugar real que genere mutación.

De manera global asistimos a un momento de transformación porque lo que estamos viviendo ocurrió de manera “inesperada”, aunque continuamos usando toda nuestra fuerza colectiva para volver a ese estado de total luminosidad, no queremos habitar la incertidumbre, deseamos que nos devuelvan nuestras certezas, no importa que sean falsedades.

¿Acaso sea necesario volver a la caverna platónica y degustar las sombras, sentir el vacío de no saberlo todo, ser conscientes de nuestra finitud y empezar a vivir realmente? Las certezas están en crisis y por ende lo humano.

noviembre 22, 2020

Del desencanto futbolero a la emoción ciclística

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Hace apenas unos días el país futbolero se lamentaba de las desastrosas presentaciones en las eliminatorias al mundial de Catar. Incluso muchos aficionados parecían más indignados por el papel de la Selección Colombia que por un país que marcha al garete por el desgobierno y la falta de un proyecto claro de nación.

Es que el fútbol, desde los años 80, cuando los carteles compraron varios equipos del rentado nacional, empezó a ser un proyecto de espectáculo que refleja en gran parte la colombianidad.  Los futbolistas se han endiosado, como en casi todo el planeta, y a esos dioses nuevos se le ha pedido que respondan por el destino de nuestra felicidad. Los equipos han permitido el lavado de dinero y la explotación de los mismos futbolistas, sin garantías laborales, pero deseosos de alcanzar el altar de la fama; luego de estar allí todo es ganancia.

Mientras el futbol produce innumerables ganancias por la venta de derechos de televisión, por las transferencias en un mercado que constantemente está al alza y por el marketing que rodea a los protagonistas, existe otro deporte en Colombia que parece habitar el lado oscuro de la luna deportiva: el ciclismo.

Este año se celebró la edición número 70 de la Vuelta a Colombia, un evento que ha estado a la altura de los mejores eventos ciclísticos europeos, pero que también ha tenido sus momentos de decadencia. Mientras al fútbol se le invierte millones y millones en patrocinios, el ciclismo vive del esfuerzo de las medianas empresas. Pocas veces ha tenido la fortuna de contar con el apoyo total y cuando lo ha tenido los resultados han sido históricos. Cómo no recordar el equipo Colombia Pilas Varta, el Café de Colombia o Postobón Ryalcao.

En términos concretos, los momentos de felicidad colectiva otorgados por el fútbol son breves chispazos en la historia deportiva del país comparado con las grandes gestas de los escarabajos colombianos en los cinco continentes. ¿Imaginemos que el ciclismo contara con el mismo apoyo estatal y empresarial? Seríamos algo así como el Brasil del ciclismo.

Como dijimos antes, la Vuelta a Colombia, una de las tantas carreras del país con una larga historia en la cual se han forjado atletas de dimensiones internacionales, este año celebró su edición 70, y cuando uno ve la premiación siente que está atrapado en la ficción de Macondo: ganador clasificación general: 31 millones de pesos; subcampeón general: 17 millones de pesos y tercero en la general: 11 millones de pesos.

Esto para 10 días de competencia, recorriendo medio país con los gastos que implica una carrera de este nivel. Pregunten cuánto gana un jugador de primer nivel en la liga colombiana por partido y hagan las cuentas. Ahora piensen en la inversión que se le hace a la Selección Colombiana de Fútbol. Nada qué decir. El ciclismo con menos da más, el futbol se ha vuelto la mejor muestra de nuestra parafernalia.

Y una vez más, este año el ganador de la Vuelta ha sido un joven humilde campesino, esta vez de Boyacá. Joven que tuvo la fortuna de contar con el apoyo del equipo Colombia Tierra de Atletas, un proyecto que busca consolidarse como semillero de deportistas, y a fe que con Diego Andrés Camargo ya está recibiendo excelentes resultados.

Diego Andrés Camargo - Campeón Vuelta a Colombia 2020-

Diego Andrés Camargo, con apenas 22 años, ha repetido por tercera vez la gesta del ser el ganador de la Vuelta a la Juventud y la Vuelta a Colombia en el mismo año. Un super talento que se ha hecho con el apoyo de mecenas de su región, las precarias ligas de ciclismo y pequeñas empresas que como tercos soñadores siguen impulsando el ciclismo en sus municipios. Ojalá este logro sirva para que se potencien los semilleros, se fortalezcan los equipos, las carreras ganen en dimensión y así retornen al lugar de la historia de los grandes hitos. De seguro Camargo podrá disfrutar el año entrante en contrato sólido en un equipo de Word Tour, pero miles de Diegos estarán montando hoy sus “caballitos de acero”, soñando tener al menos una posibilidad de mostrar sus talentos.

Ya es hora de dejar de sufrir colectivamente por los desencantos del fútbol, sus parafernalias y sus expectativas desmedidas. La cantera es el ciclismo, allí habitan los sueños y las emociones de un país de múltiples geografías.

octubre 25, 2020

POLÍTICA, VIRUS Y SIMULACIONES

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima


Colombia siempre ha sido un país de simulaciones. Hemos simulado ser el segundo país más feliz del mundo, a veces el primero. Creo que esa falacia aceptada por muchos demuestra cuánto nos gusta aparentar.

Somos la supuesta democracia más antigua del continente, cuando lo que hemos padecido son dictaduras edulcoradas que han dejado más miseria y víctimas que las dictaduras de frente que tuvieron, por ejemplo, Argentina y Chile.

También simulamos saber de música y catalogamos nuestro himno, repleto de mensajes anacrónicos, como el segundo mejor del mundo, sólo superado por la Marsellesa, que muy pocos han escuchado pero que fingen saber que es el mejor.

Y entre simulación y simulación engendramos el engaño como forma de vida. De esa manera creemos que es real lo que no es: Que las FARC eran el origen de todos los males, un engaño. Que la paz era un proyecto para entregarle el país a la izquierda, un engaño. Que los campesinos son flojos e incapaces de generar escenarios productivos, un engaño. Que los indígenas quieren todo gratis y son guerrilleros disfrazados, un engaño.

El mismo escudo nacional es la construcción simbólica de otro engaño, lleno de cóndores que se extinguen, canales que hace siglos no son nuestros y abundancia que escasea. En el país de los engaños, el mentiroso mayor es el rey y tiene un presidente, una clase política y un entramado económico bajo sus pies. Todos aman ser parte del gran engaño que favorece a unos pocos, mientras la masa, la mayoría de ella adicta a las simulaciones, creen que ese modelo de engaño de país, es válido… y claro que lo es, ese país es el que perpetúa la comodidad de nuestro engaño histórico y los actores de la treta.

Y mientras el poder con sus dobleces disfraza, engaña, y simula, los problemas afloran dejando ver la verdadera cara de la realidad. El virus letal del país no es el Coronavirus, es la ceguera heredada, anquilosada y muchas veces voluntaria de las mayorías, incluso de los mismos movimientos de oposición que innumerables veces han simulado ser propuestas serias y en miles de ocasiones han caído en la simulación.

Mientras el odio sea el síntoma que marca el derrotero para hacer política entre los que buscan-mos construir plataformas alternativas, estaremos supeditados a ser parte de la gran simulación. Se aproximan las elecciones y las falsedades saltan a la vista, parece que el proyecto no es transformar la realidad, sino ganar elecciones. La democracia se basa en la confianza en un proyecto, en unos líderes y en una masa que apoya ese plan, pero en Colombia rara vez asistimos a un escenario democrático alejado del engaño. Preferimos odiarnos que juntarnos.

El virus anda por todos lados, como los deseos de cambio, pero sólo incuba cuando encuentra el escenario que le permite desarrollarse. El virus invade el sistema, lo pone en jaque, lo lleva a cuidados intensivos, pero el sistema reacciona, ya sea de manera natural o de manera artificial por efectos de los medicamentos y, en la mayoría de los casos, sale victorioso. Eso mismo pasará si los movimientos vuelven, por enésima vez, a ser incapaces de crear alternativas de cambio, articulando un proyecto distanciado de los egos de los gamonales alternativos, que terminan imponiendo su personalidad y deseos particulares sobre la acción transformadora que requiere la realidad.

Para derrotar el engaño hay que invitar a la verdad a la fiesta, sólo así dejaremos de ser el país de las simulaciones de derecha, de izquierda, de centro o de cualquier lugar, para empezar a ser el país de todos, para todos. Un país en el cual el odio no sea el primer ingrediente de la política.

Posdata: Si quieren ver un ejemplo cotidiano de cómo nos gusta simular, observen la manera en que falseamos las reglas de cuidado ante el Covid-19. Toda una parodia de autocuidado… ni siquiera nos angustia engañarnos a nosotros mismos, sabiendo que simulando que nos cuidamos, nos puede sorprender la muerte.

julio 26, 2020

UT: VERSIÓN 2020


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima – IDEAD-

En Colombia las instituciones públicas padecen el karma de ser consideradas ineficientes. Son sinónimos de tramitomanía, procesos engorrosos, burocracia desaforada y corrupción.  De seguro el sector se ha ganado estos motes con creces, porque muchas de las instituciones públicas son focos diarios de noticias que las siguen ubicando como pioneras de esos males organizacionales.

No obstante, las instituciones no son entes abstractos, están conformadas por una serie de individuos quienes las direccionan, por unas regulaciones que las limitan (y ahogan) y por una cultura, la cual determina su transcurrir. Las instituciones públicas hacen parte del inventario de las organizaciones que se suponen están al servicio de la ciudadanía, en esencia prestan servicios sin ánimo de lucro y están articuladas al Estado. Si lo privado está destinado a la productividad, a lo público le compete dar respuesta positiva al contrato social.

La Universidad del Tolima, como parte del sistema estatal de educación superior, se mueve en ese mundo de lo denominado público. Está destinada a garantizar un derecho, el de la educación superior, aunque la economía del mercado ha hecho de éste, un servicio. El Estado, quien debe garantizar su funcionamiento en un 100 %, ha venido abandonado su responsabilidad frente al sistema y, como toda institución pública, ha tenido que realizar piruetas de subsistencia.

El Estado no sólo ha descuidado su deber de mantener la universidad pública, sino que, respondiendo a dinámica globales, ha contribuido a imponer metas difíciles de cumplir, conduciéndola a su lenta agonía. Muchas veces la ha estigmatizado, como solía hacerlo un mal recordado expresidente quien la consideraba como foco de terrorismo.  Y entre suma y suma, con dificultades financieras, con abultadas burocracias, sujeta a señalamientos y atafagadas por el cumplimiento de los indicadores, los entes educativos fueron perdiendo el rumbo.

Cuando una institución posee el rótulo de pública no significa que debe ser de calidad dudosa, o que el producto o servicio ofertado no deba tener las mejores cualidades para quienes son los directamente beneficiados. Al contrario, lo público debe mostrar que se construye como opción de beneficio general, comunitario y productivo en términos de impacto social. De no ser así, no tendría razón de ser. Y para lograrlo debe responder a las necesidades de la sociedad, en este caso, a la formación de sujetos, cuyo accionar ayudará a transformarla en sus múltiples campos de acción.

Así, la Universidad del Tolima, con 75 años de historia, es un alto referente institucional para el departamento, incluso mucho más allá de sus fronteras regionales. Su Misión, cuyo principal axioma es la formación integral permanente para el desarrollo del arte, la ciencia y la cultura, la ubica como institución fundamental para la transformación social. No obstante, dicha Misión ha sido opacada en ciertos momentos de su existencia, debido a múltiples factores de índole interno y externo, que en varias ocasiones la han llevado a desviar su rumbo.

Para fortuna, la UT versión 2020 muestra otro rostro, uno que refleja su gran potencia. Justo cuando cumple 75 años de historia puede mostrar todo su esplendor. Supera un enorme déficit arrastrado desde hace apenas 4 años, avanza en la construcción de proyectos de impacto social como el Hospital Veterinario, -que hace un par de años era ejemplo de los elefantes blancos que abundan en lo público-, amplía su oferta de programas en pregrado y posgrado con nuevos y necesarios campos del saber, extiende su cobertura en nueve departamentos del país, consolida sus procesos de investigación, entre muchos logros más que podríamos enumerar.

Por todo esto, como sumatoria de esfuerzos de la comunidad en su conjunto, la UT recibe la Acreditación Institucional de Alta Calidad por 4 años, lo cual, más allá de ser un indicador de eficiencia o de cumplimento ante el sistema estatal, es el reconocimiento de su importancia como proyecto de formación superior para toda una nación. Un proyecto regional con impacto nacional.

Y adicional a esto, en un momento de enorme dificultad económica, logra, en otra gran sumatoria de esfuerzos, ofrecer la gratuidad de la matrícula de pregrado para el semestre B de 2020 y unos considerables descuentos en matrícula de posgrado (hasta 40 %), más las inscripciones gratis y los beneficios con sólidos planes de bienestar. Aquí confluyen las voluntades y las necesidades, un ejemplo de que la formación superior debe ser una apuesta conjunta de la sociedad y todos sus actores. Es decir, a la acreditación institucional le sumamos la reacreditación como proyecto de alto impacto social.

Como actor activo de la Universidad del Tolima, durante más de 25 años desde que inicié mi pregrado en el Instituto de Educación a Distancia, he vivido momentos dignos de ser celebrados y otros de enormes crisis, pero siempre he sido un convencido de que el proyecto de educación pública es un campo de trabajo para la construcción de un mejor país, un mejor porvenir.

Por eso hoy, ante estas buenas noticias debo regocijarme colectivamente, porque contemplar esta versión UT 2020 es prueba fehaciente que es posible administrar con cuidado lo público, luchar para construir lo oficial, defender y potenciar lo de todos. De seguro faltará mucho por hacer, nuevas dificultades que enfrentar, pero indudablemente nosotros y otros estaremos y estarán prestos, en su momento, a seguir fortaleciendo el legado de la educación superior para las generaciones venideras.

A los que han aportado para hacer posible esta versión de universidad debemos reconocerles sus esfuerzos: a los Estudiantes con sus ejemplos de lucha y aprendizaje, a los Docentes comprometidos con la academia, la cultura y la ciencia. A los Directivos que trabajan en silencio y a quienes casi siempre se culpa de todo lo que no funciona y casi nunca se les reconocen los aciertos. A los Trabajadores forjadores de la vida cotidiana administrativa, a los Egresados que enaltecen el legado y a aquellos que, desde diversos sectores sociales, políticos y estatales, siguen apostando por ella como un proyecto de formación para el siglo XXI.

A todos quienes nos reclamamos universitarios, y quienes confluyen para darle vida al sistema educativo superior, invito a que aplaudamos de pie estos éxitos y continuemos trabajando, con capacidad de acción colectiva, porque los retos de estos tiempos son de la misma dimensión de nuestros logros, enormes.

junio 28, 2020

MATRÍCULA CERO: LA LUCHA POR LA GRATUIDAD


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

La educación pública debe ser gratuita. Nadie, quien entienda que un país se construye a la par del conocimiento, duda en defender este derecho. Pero en Colombia hemos carecido de un gobierno que asuma la educación como eje central para la construcción de futuro. Por el contrario, el desfinanciamiento de la educación pública ha sido la política constante.
Desde la promulgación de la Ley 30, las finanzas del Sistema Universitario Estatal han venido en constante deterioro. Hoy tenemos que, en la mayoría de las Universidades, los ingresos por consecución de recursos propios son superiores al 50 %. Las transferencias del orden nacional y departamental, como es el caso de las universidades regionales, apenas alcanzan para soportar las nóminas de funcionarios, docentes y directivos.
La desfinanciación estatal constante, ha llevado a que las universidades, con el fin de cumplir sus rutas misionales, aumenten el número de docentes por hora cátedra, llegando a un escandaloso porcentaje promedio del 80 % de pago de labor docente por este tipo de contratación. Es decir, una figura que era excepcional para la universidad, terminó siendo la norma. 
Los recursos que obtienen las universidades para poder solventar su funcionamiento se limitan, en esencia, al recaudo por matrícula de pregrado y posgrado, manteniendo un bajo costo en la primera y un alto costo en posgrado. Por eso la educación posgradual en Colombia es tan costosa. Otros recursos que obtienen las universidades se dan por la venta de servicios, pero es poco significativo, quizás las grandes universidades, del orden nacional, puedan conseguir recursos relevantes mediante este mecanismo.
Así mismo, existe una marcada desigualdad en las transferencias para las universidades denominadas “grandes”, en comparación con las regionales, inequidad que no se justifica, ya que se sigue posicionando un modelo de desarrollo para un país centralizado, que no les ofrece a los bordes mantener los mismos niveles de investigación, proyección y docencia que las grandes capitales. Seguimos asistiendo, en pleno siglo XXI, al fenómeno de la ciudad letrada.
En ese contexto, la matrícula cero o gratuidad, siempre ha sido una bandera de los movimientos universitarios, pero por mucho empuje que se haya tenido en las movilizaciones, aún no se ha logrado. Un país que privilegia la inversión en armas, tanquetas y aumento de pie de fuerza militar y policial por encima de la educación, es un país que de frente le saca el cuerpo a la paz, para seguir en una ruta de barbarie. Educar a la población es construir paz, la guerra germina más fácilmente en las huertas de la ignorancia.
El desangre de la corrupción, agujero por donde se van millones y millones de pesos de los recursos públicos, es otro ejemplo del diseño de un proyecto de nación inviable. Con el dinero de la guerra y el rescate de los recursos de las manos de los corruptos, Colombia podría fácilmente solventar un Sistema Educativo gratuito en todos sus niveles.
La pandemia puso en evidencia, una vez más, la inequidad tan grande de un país en el cual la mayoría de los jóvenes no puede acceder a la formación universitaria. Pero también puso en la palestra el gran esfuerzo que hacen las universidades por mantenerse a flote, con unas finanzas golpeadas y conscientes de que atienden una población que en su mayoría corresponden a los estratos 1-2, los más afectados por la cuarentena, ya que dependen de un salario mínimo o del empleo informal.
Llegar a la matrícula cero debe ser la gran meta, no sólo en el marco de esta pandemia, si no bajo la perspectiva de diseñar un país para el siglo XXI, con equidad, que le apueste a la educación como baluarte de su construcción cultural y científica.  Un país que deje atrás su historia guerrerista y abra las puertas de la inclusión social para todos y cada uno de sus ciudadanos.
En el caso de la Universidad del Tolima, el gran esfuerzo financiero que ha realizado el semestre A y las apuestas que ha diseñado para el semestre B, hacen parte de una política de cuidado fiscal que se implementó después de la desastrosa experiencia de los años 2014-2016. Asumir la matrícula de un semestre académico está por el orden de los 14.500 mil millones de pesos, sólo en pregrado.
En ese escenario, podemos hacer cuentas simples y entender que, sin la cooperación del gobierno central y el gobierno departamental, esta tarea resulta imposible. Si tenemos en cuenta que ya se están apalancando inscripciones gratuitas de pregrado y posgrado, así como descuentos en matrícula para los cerca de 21.000 estudiantes, se puede decir que el aporte de la UT está a la altura del compromiso social ante esta pandemia y sus efectos.
Ahora bien, de los 97 mil millones que se dispusieron desde el gobierno central, para apoyar el sistema en esta coyuntura, a la UT le transferirán 3.300 millones, por lo cual estamos hablando que aún faltarían alrededor de 6.500 millones para poder asumir la matrícula cero para la totalidad de los estudiantes de pregrado. Es decir, tenemos un faltante de un 45 %.
El Consejo Académico, de la Universidad del Tolima, le ha enviado una carta al Gobierno Departamental solicitando este apoyo, como un esfuerzo adicional a las transferencias de ley. Esperamos contar con que se pueda llevar a cabo dicho aporte, lo cual garantizaría matrícula cero en pregrado y descuentos de hasta el 40 % para posgrados para el semestre entrante.
Aún así, el sueño de la educación gratuita debe seguir siendo parte de nuestras luchas universitarias y de todo el sistema público educativo. No sólo el efecto Covid-19 es culpable de la enorme desigualdad y del incumplimiento del derecho a la educación. Cuando el virus llegó a Colombia este país ya estaba amenazado de muerte por la pandemia guerrerista y corrupta, sólo cambiando esa lógica podremos construir esa nación que millones hemos soñado, y la educación pública gratuita para todos es uno de los caminos. La matrícula cero debe ser una política de Estado.

mayo 27, 2020

La Universidad del Tolima al servicio de los más necesitados


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

Es muy reconfortante escuchar que la Universidad del Tolima no es noticia porque sus dineros se usaron para hacer una enorme fiesta para los egresados, en donde hasta orquesta de vallenato hubo. O porque, con su erario, se compraron miles de helados para un desfile. O porque su déficit creció, de la noche a la mañana, hasta presentar un hueco de cerca de 24 mil millones y cesaron los pagos a docentes y trabajadores. Esos eran los aciagos años de 2014, 2015 y 2016. Y siempre toca recordarlo, porque al parecer algunos que padecieron esos tiempos, hoy ya lo han olvidado.
Ahora, en medio de la incertidumbre de un virus que ha desbarajustado el mundo, las noticias que produce la UT son de otro talante. Iniciando en el año 2020 se informó que el déficit era cosa del pasado, habíamos logrado superarlo. Se consiguió en sólo 3 años, con esfuerzos de la comunidad y un buen plan de manejo de sus finanzas. Lo anterior es prueba de que las entidades públicas pueden ser bien orientadas financieramente, en medio de sus carencias.
En enero de este año los planes eran otros, como lo eran los de la humanidad entera. Con la aparición de Covid-19 en escena, las universidades públicas del país debieron emprender nuevas rutas de acción. El lema central de la Universidad del Tolima fue mantener viva la universidad, garantizando el derecho de la educación. Y a fe que lo ha logrado.
Empezó avalando la contratación a sus catedráticos, acto que significó un esfuerzo financiero pero que permitió salvaguardar de cerca de 1500 familias en todo el país. Hay que recordar que hacemos presencia en 8 departamentos a través del Instituto de Educación a Distancia. Pero, además, destinó el pago de 10 horas adicionales por curso, para que se dispusieran los esfuerzos académicos para adoptar y adaptar el uso de mediaciones. Todos sabemos, con certeza, lo que implica usar las herramientas digitales en las acciones pedagógicas, siempre demanda más tiempo de dedicación.
Luego gestionó un programa especial de Bienestar Universitario, el cual radicó y fue aprobado en el Consejo Superior, con el que se garantizó un monto cercano a los 1.000 millones de pesos para becas por calamidad, aprovisionamiento de tabletas para los estudiantes y planes de conectividad. Miles de estudiantes se beneficiaron con estas ayudas y ahora se gestiona una nueva fase de beneficios en esos aspectos.
Pero a medida que el confinamiento avanza, la economía se deteriora, las familias de escasos, recursos que es la mayor población que envía sus hijos a nuestras aulas, ven disminuidos sus ingresos. Los estudiantes que trabajan para pagar sus estudios, muchos de ellos en la modalidad a distancia, se encuentran desempleados. El empleo informal cae abruptamente, fuente de ingresos de muchos de quienes aspiran a iniciar una carrera universitaria. Entonces las Directivas de la UT empiezan a pensar en las posibilidades reales de un semestre académico B de 2020.
Las altas tasas de deserción académica, del sistema universitario colombiano, amenazan con duplicarse, creando un colapso mayor. Por eso, desde el mismo Ministerio de Educación Nacional las alarmas están encendidas y se han dispuesto recursos cercanos a los 97 mil millones para ayudas a estratos 1 y 2. Parece una gran suma, pero al observar las condiciones de los estudiantes del país, esta cifra resulta insuficiente, más aún con los modelos desiguales de distribución entre universidades nacionales y regionales. En la Universidad del Tolima el 81 % de ellos pertenecen a estos estratos, es decir, cerca de 13.900 estudiantes en las dos modalidades.
 Y si mantener la continuidad de los estudiantes ya es un enorme reto, lo es más aún pensar en nuevos estudiantes. Muchos aplazarán sus deseos y sueños de una carrera universitaria, ahora la prioridad es la salud, la sobrevivencia y el retorno al mundo productivo para subsanar la ausencia de ingresos que ya completa casi 70 días.
Por tal motivo, el plan de ayudas financieras que diseñó las Directivas de la Universidad del Tolima, en cabeza del profesor y rector Omar Mejía, demuestra una vez más que cuando una institución de verdad se asume pública piensa en lo público, es decir, piensa en el beneficio de los más necesitados. La Universidad del Tolima durante sus tres últimos años se dedicó a sanear sus finanzas y hoy puede poner este logro al servicio de sus estudiantes actuales y los futuros. Nada más plausible.
Fue así como, el día 25 de mayo, en horas de la noche, el Consejo Superior, por unanimidad, aprobó el plan de ayudas financieras, que incluye el no cobro de valor de inscripción para estudiantes nuevos de pregrado y posgrado para el semestre B de 2020. Así mismo, el descuento de un 20 % para matrículas en estudiantes de pregrado, que sumado al 10 % de votación hará que el costo para el semestre B se reduzca en un 30 %.
Es de recordar que, los estudiantes de posgrados quienes son egresados de la Universidad del Tolima, siempre han tenido un apoyo significativo para la continuidad de sus estudios. Y con las nuevas ayudas tendrán un descuento acumulado del 40 % en pago de matrículas para el semestre B de 2020. Para aquellos estudiantes que son egresados de universidades distintas a la nuestra, se aprobó una ayuda acumulada del 30 %.
En definitiva, estamos ante un gran plan de apoyo económico para estudiantes antiguos y nuevos. Quizás el mejor plan de ayudas diseñado por alguna Universidad de corte regional en el país. Todo esto, sumado a los programas y políticas de bienestar, apoyo y soporte académico, hace que el sentido de lo público resalte, justo en este momento cuando el mundo entiende que el modelo económico imperante ha sacrificado lo esencial para los humanos.
¡Qué buen ejemplo de lo público está dando la Universidad del Tolima!, como para levantarse y aplaudir.

mayo 25, 2020

EL MENTIROSO


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

Todos conocemos la fábula del pastorcito mentiroso y por eso no la repetiré. La historia que contaré también tiene un mentiroso, compulsivo diría un psicólogo, es decir, alguien que engaña para sentirse importante. O más bien un mentiroso instrumental, quien miente para obtener réditos individuales, así los disfrace mediante argucias de colectividad. Quizás posea las dos características.
Lo cierto es que este personaje miente y miente sin importar el tamaño de su mentira. Uno suele verlo, hace muchos años, en el campus de Santa Helena de la Universidad del Tolima, revoloteando por todas partes, pegado de su celular y auto vociferando engaños. Busca orejas desesperadamente, eso les encanta a los mentirosos. Una mentira sin oreja es igual inofensiva un celular sin plan de datos.
Francis Bacon solía decir: “Calumniad con audacia, algo siempre quedará”, y esto lo tiene claro el protagonista de esta parábola real. Por eso no se avergüenza de mentir, es más, ha hecho de la mentira su forma de vida. Mentir le ha permitido deambular entre oficinas, atraer incautos y hasta ocupar cargos de representación. Engañar es un arte y engañar electores, un arte calificado.
“De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”, escribió Santiago Rusiñol, por eso el mentiroso se asume como «intelectual», se siente conocedor de los secretos institucionales, se declara ávido y defensor de las causas nobles, sabe camuflarse. Pero algo sí es seguro, y Abraham Lincoln hace años lo advirtió: “Nadie tiene la memoria suficiente para mentir siempre con éxito”.
Por esta razón, el mentiroso de esta historia suele siempre buscar nuevos nichos, sujetos neófitos para engendrar en ellos su larva de apariencia inofensiva. Incautos siempre ha habido, incautos siempre habrá. Pero no importa, la mentira tiene su talón de Aquiles: es la verdad. Y como dijo el señor Félix, pero Lope de Vega por supuesto: “No hay tan diestra mentira, que no se venga a saber.”
¿Y por qué la mentira tiene asidero en el mundo universitario? Pues es que muchas de las supuestas verdades que construyen el saber, son falacias. Lamento desencantarlos, la verdad es la primera víctima de las pasiones, los intereses particulares y alguna que otra tesis doctoral.  La academia también está plagada de mentiras, como las plazas de mercado, las alcaldías, las cantinas o los noticieros.
Hay un viejo proverbio que reza: “Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver”, el problema es que el viaje del mentiroso tiene una ventaja, cada vez encuentra nuevos lugares donde acampar. Y uno que otro fruto cosecha quien riega semillas de odio a la vera del camino.
El mentiroso también intimida, nada más requiere de una estrategia de miedo que la mentira. La mentira siempre va acompañada de amenazas, en este caso las más frecuentes son: “te voy a demandar”, “me están persiguiendo”, “me quieren acallar”. En el mundo universitario estos enunciados son letales amenazas, porque como lo dijera Séneca: “El que recibe lo que no puede pagar, engaña.”
Yo quisiera regalarle a este mentiroso, que no es pastorcito ni hace parte de un cuento maravilloso, esa frase de Alfred De Vigny que dice: “La vida es demasiado corta como para perder una parte preciosa fingiendo”. Por eso, ya pare de engañar, los que ahora le creen por ingenuidad luego lo olvidarán, como ya lo olvidaron los que algún día le creyeron. Los que ahora se acomodan a sus mentiras tratando de configurar un complot, luego lo rechazarán.  Mire hacia atrás, el reguero de mentiras que ha dejado desaparece cada vez que ingresa al bosque de la verdad. Luego no tendrá a dónde regresar.
A los ingenuos los invito a aproximarse a la verdad. Dejen que sus llamas los calienten. Es placentero ser parte de esa institución que se hace llamar universidad, pero no olviden que en ella siempre se procura la certeza. No seamos la paja en donde la mentira anida, no olviden a C.C. Coton y su sentencia: “El mayor amigo de la verdad es el tiempo; su más encarnizado enemigo, el prejuicio; y su constante compañera, la humildad”.

mayo 23, 2020

El fin de la pandemia es la muerte de Dios


Por: Luis Fernando Abello
Egresado Universidad del Tolima - IDEAD

¿Ya tenemos elementos de distancia en esta cuarentena para declarar la muerte de Dios? Antes de Nietzsche, Hegel había tomado el rumbo de esclarecer la idea deicida como un asunto estrictamente de la conciencia. La sustancia planteada en el filósofo de Stuttgart crea una dialéctica como naturaleza eterna e infinita, por lo cual es inalcanzable. La sustancia paralela la hemos cristalizado, desde el confinamiento, como el miedo a la muerte. En otras palabras, la totalidad de la pandemia es una materialización de Dios; su vacuna será dialéctica también.
Tomar conciencia de la muerte se ha constituido en nuestra propia sustancia desventurada. La autorrealización de nuestras potencialidades se ha considerado opacas a representarse bajo el anhelo de extrañar el mundo dejado antes de la pandemia.
Con lo anterior, Hegel considera a nuestro espíritu extrañado, es decir, alejado y alienado, considerando la relación entre el individuo y su naturaleza social. Es entonces donde el acontecimiento nostálgico de nuestro mundo toma fuerza de una melancolía formal y con ella concebir el presente como una conjetura necesariamente intermedia entre la mortalidad y Dios.
Es así que, dispuestos a considerar la muerte de la especie humana antes que la de Dios, los discursos religiosos se han visto obligados a producir otros temores nunca antes vistos: La muerte metafísica. Dicha muerte, tomando las palabras de Schopenhauer, evidencia lo miserable de sus vidas que nada pierden. Dado el valor tomado bajo el estigma divino, quedan huellas imborrables que no dejan asumir la realidad, y, bajo una idea divina, se ha transformado en testimonio de asumir el fallecimiento por pandemia para mostrar lo inalcanzable de Dios.
De ello que la representación religiosa toma medidas mundanas para ver la cara divina. Su culpabilidad se ve reflejada en asumir las consecuencias de la pandemia a través de intuiciones complementarias de la subjetividad. Es decir, asumen lo invisible como visible (virus) para darle estocada a lo invisible (Dios).  En consecuencia, cuando se ha asumido lo absoluto de nuestros miedos, se ha tomado lo absoluto de nuestros pensamientos. Al hacerlo, le robamos la totalidad a Dios.
Por lo tanto, asumir el no-ser como negación lógica griega, reitera, no sólo la negación humana y su toma de conciencia, sino también una preparación para un Dios asumido bajo un carácter utilitario. Lo que lo convierte a Dios en un sustantivo que muere cuando la razón y la imaginación regresen del encierro, pues nada esperamos de su propia inexistencia.

mayo 22, 2020

Literatura y pandemia: contamos historias para vivir

Por: Nidia Méndez Hidalgo
Docente IDEAD – CAT Kennedy-

¡Oh feliz posteridad que no conocerá tan abismal dolor!
¡Y que considerará nuestro testimonio como fábula!
 Francesco Petrarca

La lectura de literatura es un lugar predilecto para los amantes de las narraciones.  Y es en las narraciones donde encontramos historias sobre diversos acontecimientos, entre otros, sobre el amor, la enfermedad, la vida y la muerte.  Las pandemias han sido el hilo conductor de narraciones, algunas de ellas serán brevemente expuestas aquí, para recordarlas como un homenaje a la literatura por su particular y maravillosa forma de narrarlas y por su papel en el devenir histórico de la humanidad. También nos reconocemos como protagonistas desde diversos lugares, en estos momentos en que el planeta se debate entre sobrevivir o perecer, testigos de la enfermedad Covid-19, que será pretexto para grandes narraciones con polifonías y estilos diversos. Son los escritores de hoy o del futuro quienes tendrán la tarea de contar estas circunstancias en cómo nos correspondió vivir.
Las ficciones narradas con arte literario, como La historia de dos ciudades de Charles Dickens, atrapan al lector por el contenido y belleza de la prosa:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.
Su lenguaje cautivo al lector, quien se adentra en la descripción de acontecimientos particulares de Inglaterra y de Francia. Hacen parte de una época determinada, fabulada por la mente prodigiosa del escritor, ceñido a datos que él conocía y a otros que imaginaba con la magia de la literatura, así conjuga la poética de la palabra con el mundo de la historia.  
Revisando la literatura griega el dramaturgo Sófocles en su obra Edipo Rey representa una epidemia de peste, y se cree que es un castigo de los dioses. En ese mismo orden, nos encontramos con la belleza de la literatura erótica de El Decamerón, con sus cien cuentos que son narrados por tres hombres y siete mujeres que huyen de Florencia hacia una alejada quinta en el campo, para salvaguardarse de la peste que alcanzó a Italia con la misma fuerza que a los demás países europeos (Ojeda Ortiz, 2010). Narraciones que sumergen al lector en las líneas que descifran la condición humana, con situaciones unas veces ridículas, otras contradictorias, llenas de pasiones y de humanidad propias de la espacie. Cada libro compendia y se inspira en los anteriores relatos. Daniel Defoe publicó, en 1772, Diario del gran año de la peste, el autor tenía cinco años cuando sucedió la peste y en la novela-reportaje hace evocación de ese tiempo.
El libro La peste de Albert Camus, narración que transporta a la historia fabulada de una epidemia, ocurrida en Orán-Argelia, muestra personajes solidarios y otros inmersos en los afanes de la sociedad del momento, descuella la figura del médico Bernard Rieux, como héroe de la novela.  El gran talento de Edgar Allan Poe, evidente siempre en su prosa, con el cuento La máscara roja, narra la cuarentena que mantiene al príncipe Próspero con un grupo de nobles en un palacio para preservarse de la peste, sin embargo, el final es trágico.
En este grupo de literatura clásica la obra de nuestro Nobel, García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, es referenciada como literatura de tiempos de confinamiento, aunque no muestra los estragos del Cólera, si permite conocer personajes con enfermedades en el ocaso de sus vidas. Las narraciones abren la atención sobre los sucesos, cada personaje es un relato, y cada relato abre un tiempo con acontecimientos, en los que hombres y mujeres logran sobrevivir o perecer víctimas de los contagios. Estas vicisitudes, nos ponen de cara con la muerte, tan temida- aunque esperada- porque se nace para morir.
Cuando la ciencia ficción es el vector creativo de la imaginación en la literatura, se convierte en puerta de acceso a distopías narrativas, a escenarios inverosímiles y personajes en otra dimensión, para sus lectores esta pandemia no sorprendió a todos por igual. Algunos lectores de los libros de Stephen King o Connie Willis, vislumbraron premonitoriamente las circunstancias actuales como lo concerniente al encasillamiento político, propio de los confinamientos que coinciden con este momento distópico. Aunque la crítica y autores literarios han soslayado la producción de Stephen King, por ser un autor muy comercial, ha sido aceptado entre los lectores de este género. Una de sus obras, escrita hace más de 40 años, narra con lente premonitorio cómo una gripa, denominada el Capitán Trotamundos, consume con su expansión a un alto porcentaje de la humanidad. Se titula Apocalipsis.
En esta línea la escritora Connie Willis, ha seducido a sus lectores con sus narraciones, inverosímiles o no, pero, que no superan la realidad de nuestro presente, en sus relatos retrata personajes de diversas tendencias ideológicas que, como los de hoy eluden la gravedad del asunto y mercantilizan el ser y el hacer de las vidas humanas. El libro del día del juicio final, es una narración que presenta una analogía, según su prologuista, entre La peste negra de la Edad Media con la amenaza del SIDA, que puede ser un referente con cualquier enfermedad letal y en consecuencia con el inmanente miedo a la muerte. Los dos referentes en toda pandemia, enfermedad y muerte, que son atemporales se cruzan con los sentimientos de sus protagonistas, estos sentimientos son atemporales, los sienten y perciben los seres humanos en cualquier etapa de la historia y son narrados desde la ficcionalidad del escritor en tiempos pasados y presentes.
Así, leer literatura de tiempos de pandemia, es una oportunidad para comprender lo sucedido, para conocer a los personajes y sus maneras de comprender y asumir los retos del momento como también para comprendernos hoy, dentro de esta situación de contingencia. Porque el arte y la literatura, desde siempre están presentes, como afirma Daniel Foster Wallace: “En épocas oscuras, el arte aceptable sería aquel que localiza y efectúa una reanimación cardiopulmonar sobre aquellos elementos mágicos y humanos todavía vivos y resplandecientes a pesar de la oscuridad de los tiempos.”
En este sentido, nos preguntamos sobre el rol que la literatura, como arte narrativo y simbólico de la palabra, desempeña en nuestras vidas y en nuestros contextos. La literatura ofrece orientación en tiempos de desconcierto, como la obra de Camus y otras obras que si bien, no son narraciones de historias de confinamientos, sí develan la complejidad del ser humano y nos ayudan, a decir de Kundera “a descifrar el enigma que somos”. Por eso la lectura como refugio, como compañía y como experiencia personal, es esencial para nuestro ser en una relación organística. Como nos refiere la profesora Teresa Colomer, la lectura de literatura, es la experiencia personal del diálogo entre la narrativa del texto y el lector que puede descubrir, redescubrir o interpretar el mundo, a otro ser humano, o a sí mismo, por ser sustancia estética de conocimientos orientada al goce, al placer. 
La lectura literaria personal y colectiva, hace algo en nosotros. Somos habitados por voces ajenas, por voces de narraciones desde cualquier lugar, que nos visitan, posibilitando nuestras propias narraciones o rencontrándonos en ellas. Es importante para el ámbito de las letras literarias y la pedagogía de la literatura, reconfigurar el ineludible papel de la literatura en la vida del lector. En ese sentido, Jorge Larrosa se interroga y nos interroga ¿Qué puede hacer por nosotros la literatura? ¿Con nuestras palabras? ¿con nuestras ideas? ¿con nuestra forma de decir y de pensar?  
Los lectores de literatura, profesores y promotores de lectura, que están participando en Zoom o Meet, para alentar a los estudiantes a la lectura o para recrear sus propias narrativas, siempre con referencias de los grandes narradores de historias, son maestros que nos reconfortan en estas horas de aislamiento y de encuentro consigo mismos, con los otros y con la lectura, y se han convertido en mediadores entre los sentimientos, y lo que traen los libros. Como escribe William Ospina: “Leer es abrir las puertas de la imaginación y es permitir que esos mundos soñados por los escritores nos entreguen sus secretos”.
En este contexto de escenarios virtuales, el Instituto de Educación a Distancia, a partir del equipo de la Maestría Pedagogía de la Literatura, ha entregado literatura a los inscritos, a los estudiantes de pregrado y a la comunidad académica. En esta puesta de virtualidad, se ha estado compartiendo la lectura de fragmentos o relatos literarios, el disfrute de la palabra poética en la voz de maestros y poetas, como también tertulias poético-musicales, con canciones que permiten, además, conocer el ser compositor y el sentido de sus obras. Todo alrededor de la palabra, la palabra literaria que hace historia, que hace historia de universidad.  Joan Didion, sostiene, y tiene razón al decirlo, que nos contamos historias para vivir.

mayo 21, 2020

DE LA UNIVERSIDAD DE PAPEL A LA UNIVERSIDAD EN RED


Por: Carlos Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima

El 8 de mayo de 1945, Alemania se rendía definitivamente ante el ejército aliado, dando paso al comienzo del fin de la Segunda Guerra Mundial. 13 días después, a miles de kilómetros de allí también se daba fin a una batalla, más generosa y humana: la creación de la Universidad del Tolima.  El 21 de mayo, la Asamblea Departamental del Tolima firmaba la Ordenanza que constituía, al menos en el papel, el Alma máter de los tolimenses.
Ese lejano lunes, sin saber quizá la trascendencia de lo que allí se rubricaba, el esfuerzo del diputado conservador Lucio Huertas Rengifo se hacía realidad entre los folios que permanecerían traspapelados durante una década. Harían falta la iniciativa popular y la voluntad política de un militar, el gobernador César Cuéllar Velandia, para que aquella Ordenanza volviera a ver la luz, justo en 1955[1]. Un parto largo, dirían las abuelas, el que tuvo la Universidad del Tolima.
Veinte años no es nada, cantaba Gardel, pero el tiempo de la nostalgia no es el mismo que el de la necesidad de educación. Una década perdida entre escritorios y archivos duró la Universidad del Tolima. Como si al nacer estuviese poseída por un extraño designio, propio de los cuentos de los hermanos Grimm, su nombre deambuló a la deriva de la desidia burocrática, ese mal tan antiguo del cual no tenemos fecha inaugural. Una institución de papel, solo con un nombre, errante y sin un lugar fijo donde abrevar, sin programas, sin el bullicio de los estudiantes a la hora de la salida, sin docentes, sin tertulias, sin protestas, sin trabajadores. Diez años de olvido.
La Universidad de papel era un sueño escrito en un pergamino, pero al fin y al cabo un sueño. Ya sabemos que mientras los deseos sean encarnados por alguien, algún día encontrarán el humus necesario para germinar. Por eso en 1955, en el mes de marzo, se daba apertura a los estudios superiores con la Facultad de Agronomía. La espera había dado un buen fruto.
Hoy, 75 años después, la Universidad del Tolima enfrenta otra batalla, una de las tantas que ha tenido que lidiar en su existencia. Esta vez el enemigo es universal, se hace llamar Covid-19 y muchos afirman que llegó para quedarse. Este virus ha logrado lo que no pudieron hacer los militares, los malos gobiernos, los largos paros, las desfinanciaciones y otros trastornos que han inoculado la vida universitaria: logró que todos abandonáramos el campus de Santa Helena, no sabemos por cuánto tiempo.
Un día normal la noticia se hizo masiva… todos deberíamos resguardarnos en nuestras casas. Los estudiantes dejaron vacío el parque Ducuara, las cafeterías aledañas, las fotocopiadoras y los bares. Los profesores no estarían más conversando entre clases, o degustando un buen tinto a la entrada de la Universidad. Los trabajadores tuvieron que marcharse con cientos de folios debajo de sus brazos a realizar «trabajo remoto» desde sus casas-oficinas.
Todo sucedió de repente, y como dice Silvio Rodríguez aprendimos que: “Lo más terrible se aprende enseguida / Y lo hermoso nos cuesta la vida” … entonces, nos tocó empezar a reinventar la Universidad en la Red. Los acrílicos se volvieron tabletas, los escritorios se trasformaron en PC. Las bibliotecas mudaron a la web, las conversaciones al chat. Tuvimos que aprender a encontrarnos en los espacios virtuales, esos mismos en los cuales quizás estuvo atrapada la Ordenanza de creación durante 10 años.
Desempolvamos los teclados y nos conectamos al gusano digital del mundo. Muchos con miedo, prevención y asombro. Otros con desencanto. Otros creyendo que eso sería pasajero, cuestión de un par de días. Pero todos atónitos, la Universidad, sus árboles frondosos, sus sedes lejanas con esos actores que nunca vimos, sus egresados diseminados por el mundo entero, sus producciones, sus investigaciones, sus conflictos y afujías, su gente, todo había sido trasladado, como por un acto de magia, al no lugar: La red.
75 años después del nacimiento nos vemos obligados a nacer de nuevo. Reinventar los currículos, las prácticas, las interacciones, las formas de encontrarnos, las formas de hacer arte y hacer ciencia. Todo es antiguo, pero tiene que hacerse de otra forma, lo cual necesariamente conducirá a lo nuevo: programas, pedagogías, normatividades, todo parece tener que ser readecuado.
Quizás ya no podamos visitar las tiendas universitarias, hacernos debajo de un árbol a leer, jugar microfútbol en el Coliseo, atragantarnos de calor en los “galpones”, estrujarnos en la fila del restaurante, pasearnos por el silencio de la biblioteca Rafael Parga Cortés, mirar el nuevo grafiti que ha inundado las paredes o encontrarnos un rato en cualquier esquina a conversar.
No sabemos cuándo podamos viajar a uno de los tantos Centros de Atención Tutorial que tiene la Universidad del Tolima en todo el país, o la Graja de Armero, o al bajo Calima. No tenemos certeza de casi nada, solo de que debemos conservar la idea de Universidad Pública, su alto designio, la de formar y abrir sus escenarios para los más desfavorecidos, esos mismos que clamaron hace años para que la revivieran de esa muerte transitoria en un papel. Quizás todo deba ser reconstruido en el espacio de la red. Lo único seguro, y esto sí es una certeza, es que el Ethos de la Universidad del Tolima, hoy 75 años después, sigue vivo.



[1] Fuente: Jaime, Beatriz. Fragmentos de memoria. Luchas, tragedia y vidas que forjaron la Universidad del Tolima. 2018.