noviembre 13, 2013

¡BIENVENIDOS A TIEMPOS INTERESANTES! ¿LA IZQUIERDA HACIA EL DESPEÑADERO?



Jorge Gantiva Silva
Filósofo. Universidad Nacional de Colombia
Profesor Titular. Universidad del Tolima
Tomado de Revista Izquierda No. 39

El perverso silogismo de la resignación

La ausencia de pensamiento estratégico tiene sumida a la izquierda en un alto grado de confusión, cinismo y pragmatismo. Aferrada al viejo sistema posibilista, resigna su lucha por la construcción de un “nuevo orden” ante los supuestos imponderables de la realidad: parodias de elecciones y caudillos, juegos de poder, maniobras en el tablero del Establecimiento y del parlamentarismo. El simulacro es mayor: proclamas de “unidad”, propuestas de “alianzas” e ilusiones de “tercerías”. En décadas es el mismo cuento, porque el cuento es moverse como “moscas atrapas en la botella” (Bobbio), sin vislumbrar un horizonte creador de alternativa. Zizek (Viviendo en el final de los tiempos, Akal) habla de “tiempos interesantes” en sentido irónico, dialéctico, para dilucidar y revelar “lo escondido”, lo “no dicho”, la “parte sin parte”, lo “no evidente”. Zizek recuerda con frecuencia el aforismo de Mao: “Hay caos bajo los cielos; la situación es excelente”, para señalar el carácter irreductible de la lucha, del antagonismo y del conflicto. Más que despertar la conciencia y abrir los ojos, la “situación es excelente” convoca los cuerpos y los lenguajes para producir un giro estratégico en la disposición de los discursos y las miradas. Contrario a la creencia común, los “tiempos interesantes” preludian tormentas, intranquilidad, luchas intensas. “Lo interesante” es que el tiempo histórico abre una posibilidad para la creación, para la inventiva popular y la ruptura radical. Sin embargo, en Colombia parece cumplirse la sentencia de Perry Anderson de que las ideas de la derecha y el Establecimiento ganaron la “partida”; el “centro se ha adaptado cada vez más a ellas; y la izquierda sigue, mundialmente hablando, en retirada” (Spectrum, p.10).

La violencia y la fatalidad aplicaron el somnífero de la desesperanza, el no futuro, la banalidad del mal. La democracia o el demo-fascismo como prefieren llamar algunos se apoderaron del Imaginario, y lo Simbólico quedó atrapado entre las ruinas de rituales y simulaciones. Tras la fascinación de la diosa de la Violencia, la izquierda sacralizó las elecciones como icono paralizante de la política. En sus actuaciones opera el más perverso silogismo: a) El capitalismo ha derrotado la alternativa revolucionaria; b) la izquierda colombiana se adaptó a la lógica del capital; luego, c) no hay alternativa revolucionaria al capitalismo. Con este imperativo, no hay nada que hacer, salvo acomodarse y adaptarse a lógica del sistema y del capital. La democracia ha devenido el nuevo Leviatán que domina el espacio y las subjetividades: en vez de abrir y potenciar el sujeto plural, cercena e impide el despliegue de Lo común. Al despojar la democracia la potencia creadora del ser, la política naufraga en la “racionalidad instrumental, el Marketing, la ensoñación narcisista de caudillos y la ilusión de la representación. Las elecciones son fijaciones que dominan la cabeza de la política pragmática. Su cosificación histórica ha desdibujado su proyecto de emancipación.

Caos bajo los cielos

El panorama (in)cierto de la izquierda es tragi-cómico. En los Verdes-Progresistas su estrategia apuntala el Establecimiento imperante, mantiene el doble juego de seguir apoyando el gobierno neoliberal de Santos y pretende erigirse como campo de atracción ante el desvencijado Polo y la soledad de grupos errantes. Como “izquierda consentida” la Alianza Verde es una fuerza del capital, fortalecida a partir del desastre de la izquierda del Polo; un proyecto que consolida la idea de “capitalismo democrático”, un ariete en la contemporización del poder. Su programa y su dirección revelan el giro del centro-izquierda hacia la defensa del ordenamiento burgués y la conciliación de clases. Ni siquiera logra potenciar lo “verde” como lucha social-ambiental, ni alcanza a desplegarse como iniciativa socialdemócrata. El “progresismo” es la defensa a ultranza de la Constitución del 91, cuyo marco histórico-político cimentó el modelo neoliberal y abrió las compuertas del capital transnacional. El PDA, fuerza que había logrado potenciar el acumulado histórico de la izquierda, fue despedazado por la acción envolvente de la derecha, el oportunismo liberalsocialdemócrata y el efecto destructor de la conciliación y la corrupción. Su lucha queda reducida a conservar su “personería jurídica” y mantener su capacidad de control político mediante la acción de sus dos o tres parlamentarios “estrellas”. La historia también pasa su “cuenta de cobro”. Salvo un acontecimiento el PDA seguirá alejado de las posibilidades de reconocimiento y apoyo popular que otrora contó, y que los “Verdes-Progresistas” contribuyeron a desmontar sistemáticamente. Quizá es “tarde para el hombre”, como dice William Ospina. Esta historia truculenta no es triste; es simplemente la lógica desgarradora ante la carencia de un pensamiento estratégico, la ausencia de organización social y popular y la inconsecuencia ética y política. El Moir, columna vertebral del Polo, estructura una política hegemónica basada en la consolidación de una alianza con una supuesta “burguesía nacional”. Las recientes declaraciones del senador Robledo confirman la tesis de que el reformismo como la socialdemocracia son “fogoneros” del capitalismo. En palabras de este preclaro parlamentario, si a Colombia lo que le hace falta es más capitalismo, no queda otro camino que mantener el statu quo y acentuar la dominación burguesa. Precisamente, más capitalismo es lo que viene agenciando el gobierno de Juan Manuel Santos a través de las “locomotoras” del capital transnacional.

De protocolizarse un acuerdo entre el partido comunista y los Verdes se revelará el grado de infortunio y desolación en el cual se encuentra esta formación política. Quizá no sea el “canto de cisne” para el glorioso “partido del proletariado”, sino el torbellino arrollador de los “demonios de Korosawa”. Entre la espada y la pared, tratará de salvar su “honor”; sin embargo, procedimientos como éstos, en vez de fortalecerlo, lo podrían llevar a un “pantano”. Sorprende que en un momento de negociación política del conflicto interno, el partido defensor de la causa de la paz, termine sometido a la lógica de quienes siempre lo deslegitimaron y condenaron. En este sentido, la postura de Marcha Patriótica en la actual coyuntura es más comprensible, en la medida en que los acuerdos de La Habana son aún inciertos y el panorama político no está despejado y predomina un alto grado de confrontación en el seno del “Bloque de poder”. En su planteamiento se trata de “No participar como movimiento político y social en la contienda electoral”; sin embargo, en su última Resolución deja abierta una ventana para que algunas fuerzas integrantes de MP puedan “contribuir al fortalecimiento de la democratización que hoy demanda el país”, lo que podría dar lugar a una ambigüedad, históricamente conflictiva y contraproducente.

El movimiento social es amplio y plural, tiene muchas expresiones y ha logrado importantes logros en la defensa de los Derechos Humanos, las resistencias en salvaguardia de los territorios, las luchas contra el poder de las transnacionales y la locomotora minero-energética. En particular, el movimiento indígena representa una fuerza poderosa de amplio reconocimiento nacional e internacional por el tipo de proyecto, la forma de organización y movilización. Sin embargo, en su campo se libran muchas batallas; en particular, en su seno se asientan propuestas políticas en curso, dispares, que no logran cimentar un gran movimiento de proyección nacional que articule lo urbano, lo social en un sentido plural. A la hora de operar políticamente en el concierto nacional, su propuesta aparece dispersa. Los recientes esfuerzos de unidad están aún en proceso de maduración.

“Lo interesante”: desatar el Acontecimiento

En medio de la fragmentación y la confusión, pese a todo, la “situación es excelente”. El punto clave es saber si nos acomodamos o producimos un giro de disrupción y emprendemos un proceso de reinvención de la alternativa antisistema. En este punto de inflexión radica el encanto de la política emancipadora. La izquierda, en su conjunto, ha renunciado a la dialéctica, al pensamiento crítico y al espíritu revolucionario. Se ha vuelto conservadora, ha acentuado su ancestral apetito burocrático, se ha ido convirtiendo en una élite de mandarines y caudillos. El propio Petro ayudó a elegir su propio verdugo, el procurador Ordóñez; la propia “izquierda” destruyó los más importantes referentes organizativos como el Polo y la Alianza Democrática-M19. Lo “políticamente correcto” es la línea de continuidad de la resignación y la adaptación al sistema imperante. Su emblema: no hay revolución en curso, ni tiempo, ni forma para cambiar el mundo. En palabras de algunos de sus voceros, “ya estamos muy viejos para esas locuras”, “estamos mamados de ser oposición”, “el asunto es cómo vamos ahí en el poder”, “todo es lo mismo”, la “revolución es inútil”, “tenemos ya la Constitución del 91”, etc., etc. En este espectro, se ha mantenido una suerte de “Club de elegidos” de la “izquierda consentida” que juega con los imaginarios cuando le conviene, y ataca con ferocidad burguesa cuando su “programa”, su “ideario” y sus intereses se ven confrontados por fuerzas y movimientos alternativos: recuérdese la huelga de Los corteros, las luchas de los pobladores del Huila contra El Quimbo, las expresiones espontáneas y rebeldía de la ciudadanía y de los jóvenes en la ciudad de Bogotá, en respaldo del Paro Agrario, etc., procesos que fueron incomprendidos por la izquierda socialdemócrata y reformista, y no pocos condenaron y despreciaron. Pareciera que el “espectro” del capital hubiese poseído el alma de lo alternativo y paralizara su espíritu. De algún modo, sucede con las negociaciones de la paz en La Habana, el país sigue impávido, expectante y silencioso. El odio de las derechas contra la paz no tiene nombre; podría decirse que su obsesión no son las Farc, sino los riesgos estratégicos de su ambición totalitaria, la protección de su régimen hacendatario y señorial y los intereses macroeconómicos de la corrupción y la parapolítica. La presunción de que la “izquierda” a través del proceso de paz se “ha tomado el poder”, como lo manifiesta Pablo Victoria, es una forma para “matar dos pájaros con un mismo tiro”.

Para decirlo con Zizek (El año que soñamos peligrosamente, Akal), tras el colapso del socialismo burocrático y autoritario, todos participamos de la misma catástrofe ontológica. Para reconstituir el movimiento de la izquierda es preciso configurar Lo común, situar el espacio de creación de las múltiples subjetividades como horizonte de articulación y emancipación. Justo en el momento más crítico, de mayor desesperanza y cooptación, la izquierda tiene que volver por sus fueros, no del mismo modo como ha operado. Ni con el mismo esquema, ni el mismo método. Las resistencias ya tuvieron su lugar y sentido. De lo que se trata es de repensar la posibilidad de superar este límite y concentrarse en la ruptura radical de los dispositivos dominantes de poder. Aunque parezca paradójico y a la luz de las experiencias revolucionarias en Egipto, Grecia, Túnez, Zizek plantea que “el único modo de detener el sistema es dejar de resistirse a él”, esto es, se trata de actuar de acuerdo con los signos de los tiempos, comprender las “señales del futuro”, valorar la nueva espacialidad de la explosión social, los boquetes liberacionistas de la subjetividad, potenciar los saberes creadores y la memoria. Estos “tiempo interesantes” no son de congoja y desesperación, sino de creación. La potencia del ser radica en “Caminar hasta encontrar nuestra espalda” como dicen los zapatistas.