abril 08, 2013

LA REINVENCIÓN DE LA POLÍTICA: LA PAZ EN SU LABERINTO



POR: JORGE GANTIVA SILVA.
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Filósofo Universidad Nacional de Colombia
Profesor Titular Universidad del Tolima
Publicado en la Revista Izquierda No.32. Abril 2013. (pp 4-9)


A la memoria de Hugo Chávez,
comandante de la paz,
y Jorge Eliécer Gaitán, Tribuno del pueblo.

El momento histórico de la paz

Tras múltiples avatares, el proceso para dar por “terminado el conflicto armado” en Colombia constituye un acontecimiento histórico que despierta múltiples reacciones, posiciones y emociones: respaldos, simpatías, odios y repulsiones. Para propios y extrañosel inicio de los diálogos de paz pudo haber sido una sorpresa, una “jugada maestra”; hoy, sin lugar a dudas, es un camino cierto y realizable. En opinión de algunos, las FARC  carecían de voluntad para abrir estos diálogos; les parecía “inimaginable” e “imposible” lograr una “hoja de ruta” de la paz; no pocos, las consideraban subsumidas en una “guerra infinita” que les impedía asumir este reto político. No obstante, la realidad es otra. La insurgencia ha ido produciendo un giro histórico que aún tiene desconcertados a la extrema derecha y la izquierda agrupada en el Polo. Por la “naturaleza” del conflicto interno era de esperarse la reacción negativa de los diversos sectores del latifundio armado, de las élites hacendatarias reaccionarias y de las tendencias de extrema derecha. Se trata de fuerzas que disputan la hegemonía del poder como fracciones del capital en una sociedad “abigarrada” como la colombiana. El presidente Santos como jefe de este proceso expresa la lógica del gran capital transnacional para la “terminación del conflicto”: una apuesta que compromete la subsistencia estratégica de estos dos contendientes. Este proceso ha demostrado que su “curso de acción” es irreversible, pese a los odios, las divisiones, los realinderamientos de las élites y sectores de la derecha y de la izquierda. No cabe duda de que este fenómeno representa el asunto crucial de la sociedad colombiana que despierta la potencialidad, el choque de perspectivas y el camino histórico de la posibilidad de la negociación política del conflicto interno colombiano.

Son muchos los peligros, los riesgos y las limitaciones. Su eje de inflexión radica justamente en el “punto de no retorno” que las partes están comprometidas a concluir con éxito. La extrema derecha jugará a desestabilizar el país y creará un bloque de poder, político, electoral y armado que buscará torpedear los acuerdos de paz e intentará disputar la hegemonía como fracción del capital ligada al latifundio armado. Aún son imprevisibles los escenarios de esta confrontación.

Sin embargo, Colombia ya sabe que la paz es un camino de altibajos, contrastes y coherencias. Conoce además los rigores de la estrategia de la “guerra sucia” y del paramilitarismo. El temor y el terror siguen gravitando sobre la cabeza de la sociedad civil.La movilización ciudadana, la participación popular y el entusiasmo de la sociedad civil podrían desatar el “nudo gordiano” de la polarización y el pesimismo. El compromiso ciudadano, la movilización popular, el respaldo internacional, la potencia del sujeto plural y la organización de la sociedad civil marcarían un horizonte cierto y viable.

Reinvención de la política

La paz encuentra una sociedad despolitizada, dormida y fracturada. La noción de “crisis política” se confunde con la idea de la crisis de la política. Por supuesto, no es un caprichoso juego de palabras. Es un asunto crucial del pensamiento, de la estrategia y de paz. La crisis de la política alude al agotamiento de ciertas formas de pensar y actuar formalizadas y objetivadas en la cultura occidental, las cuales representan un momento del desarrollo histórico del capitalismo. Su crítica y transformación son cruciales para fundamentar un proceso de paz. Su reinvención no nace de la noche a la mañana; ni depende de la magia formal de expertos y tecnologías. Se trata de la superación de la forma fetichizada, instrumental y pragmática de la política, basada en la representación”, la delegación, la jerarquización y el juego de poder omnímodo del Leviatán desalmado y despótico. La manera como ha operado tradicionalmente la política la descalifica como proyecto de transformación. No se trata tampoco de inventar una política de ángeles, sino de crear otra política que articule ética y política, proyecto histórico y organización social, modelo económico y participación ciudadana, territorios y autonomía sobre la base de la construcción de Lo común que en modo alguno está referido a la síntesis de petitorios, ni universales vacíos de generalizaciones. La superación de la crisis de la política es un asunto estratégico del proceso de paz, en la medida en que busca resolver de manera creadora las dimensiones estructurales que originaron el conflicto y exigen potenciar un sujeto plural como fuerza participante en dicha transformación.

La política es la forma como se puede cimentar el proyecto de la paz en la comunidad. Lo abierto, lo plural, lo participativo y lo creativo, sería su signo distintivo. Sin embargo, no es nada fácil. Transitar de la crítica de las armas al arma de la crítica exige recorrer el camino de la palabra, de Lo común, de la vida como creación individual y/o colectiva.

Despertar este entusiasmo por la política; asumirla como tal sería hacerse arte y parte en un escenario marcado por la desigualdad, la desconfianza y las asimetrías que operan contra la “parte sin parte” que el conflicto interno y la sociedad capitalista acentuaron destructivamente en los cuerpos, los territorios, los saberes y los lenguajes.

Reinventar la política sería superar la política-maquínica, los sistemas de representación y conculcación de la inmanencia autonómica de la subjetividad; y doblegar, por ende, la distorsión de la política como marketing, mera representación parlamentaria, aparatos electorales y estructuras jerárquicas de gamonales y caudillos. Se trata de construir un proceso de paz abierto al mundo que fundamente ontológicamente las transformaciones históricas. Las lecciones de los anteriores procesos de paz en Colombia y en el mundo ilustran que sin un horizonte de perspectivas creadoras; sin una política, arraigada en la territorialidad de las comunidades y del sujeto plural; sin la visión estratégica  contrahegemónica, los procesos terminan anquilosados en la reproducción del Establecimiento, de las prácticas caudillistas, de las neocorporativización de la paz. Atrapados en el asistencialismo y la cooptación del régimen renuncian al proyecto histórico, como sucedió con la AD-M19 a finales del siglo pasado. La idea de la paz es cimentar esta posibilidad de transformación democrática que exige construir otra política en el horizonte del sujeto plural, de las comunidades, de los territorios y de la vida. Esta perspectiva potencia el sentido del poder constituyente y de la democracia profunda. La paz es la afirmación creadora de Lo común, esto es, de la política.

La izquierda en su eterna encrucijada

El proceso de paz encontró a la izquierda colombiana en su mayor dispersión y confusión. Su actitud sectaria, mezquina y pragmática la tiene sumida en una completa parálisis. Los esfuerzos por concretar frentes, partidos y movimientos han recorrido caminos fallidos. El predominio de la cooptación, del caudillismo, del desenfrenado parlamentarismo y de la renuncia de la política como estrategia, han desatado las formas más perversas y morbosas de la defección de las izquierdas. La múltiple acción envolvente tendida por el Establecimiento y el olvido de su proyecto histórico han conducido a perpetuar el odioso sistema de fragmentación, confusión y esclerosis. El proceso de paz constituye el campo de interpelación de la nueva política y el ejercicio creador de la potencia de Lo Común. En tiempos pasados se decía que no había enemigos a la izquierda; hoy, podría decirse que la izquierda conversa juega un papel de remozamiento de las élites y del régimen hacendatario y gran burgués; que la izquierda que otrora presumió constituirse como “alternativa”, como el Polo, se convirtió en un aparato burocrático-electoral, conservador ysectario ante los nuevos retos de la historia. La oposición a la Marcha del 9 de abril es un embeleco que encubre sus apetitos electorales y devela el grado de incomprensión del momento histórico. No entender que el proceso de paz constituye un campo abierto de posibilidades históricas para la transformación democrática, es seguir aferrados al discurso neoconservador de la satanización del conflicto, el desconocimiento de los avances de los diálogos en La Habana, el respaldo internacional, el significado de los territorios, de sus autonomías y de las comunidades. El miedo al proceso de paz radica en que la extrema derecha, como fracción del capital representada en el latifundio armado y el régimen señorial, y el sector de la izquierda caudillista y aparatista del Polo pierden su espacio político. En vez de comprender los nuevos tiempos y construir sus perspectivas desde el horizonte de la paz, quedan subsumidos en la lógica electoral y en la defensa de sus aparatos partidistas. No ven el país, desprecian Lo común, olvidan el interés nacional-popular. Al carecer de grandeza, pisotean la historia.
La nueva lógica del País Común

La gran marcha del 9 de abril es el gran termómetro del apoyo ciudadano y de la sociedad civil a los diálogos de paz. Movilizarse, apoyarla de manera entusiasta y creadora, es  aterrizarla en el suelo de la conciencia nacional y popular. Hacerla visible, comprensible, es enriquecerla en la vida de las comunidades y del pueblo. Sólo si este proceso se afirma en el “alma matinal” de una Colombia surgida de la política como potencia creadora, la paz no será exclusivamente el silenciamiento de los fusiles, sino el camino de transformar el país, de cimentar un horizonte del poder alternativo de territorios y comunidades.

Sólo la política de Lo Común nos abre este camino, y la paz podrá cimentar el proyecto de transformación histórica. Esta es la apuesta. Con sus riesgos y peligros. En medio de la voracidad del capitalismo transnacional, la paz es un campo de lucha hacia un País Común.