enero 24, 2017

COGER EL TORO POR LOS CUERNOS

Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Para empezar este texto es necesario aclarar que jamás he asistido a una corrida de toros, mi más cercano interés por este tipo de actividades se limita a la ansiedad de ver la película “Sangre y arena” (1989) - que en realidad era un deseo de ver una corrida de Sharon Stone- y el asistir como televidente a algunos episodios de la serie “Puerta grande” que se hizo como homenaje a César Rincón, pero la mala actuación de Julio Sánchez Coccaro me ahuyentó rápidamente. Tampoco soy vegetariano radical y creo que nunca lo seré porque tengo una dependencia cárnica comprobada. Sin embargo, me interesa el tema que esbozaré a continuación:

Hace poco pregunté en mi muro es Facebook lo siguiente:


¿Quién sufre más?
A- El toro torturado por el banderillero y traspasado por la espada del torero
B- La vaca desangrada por el cuchillo en el matadero
C- La gallina despescuezada por la abuela para el sancocho
D- El marrano desangrado para la lechona

La reacción de mis inter-lectores fue variada, lo cual hizo más interesantes sus respuestas. Leerlas y contestar algunas provocó el deseo de escribir este texto un poco más elaborado sobre el tema, usando, por supuesto, algunas ideas de lo debatido allí. No pretendo dar cátedra, solo exponer algunos puntos de vista, en el sentido literal de la palabra “exponer”.
Según entiendo, la tauromaquia o toreo, tal como la conocemos hoy, es una actividad que pertenece a la tradición española; llegó a nosotros junto a otras barbaridades que trajeron los conquistadores en sus barcos. Como tradición la podemos juzgar imposición del colonialismo, como afirman algunos de los participantes de la discusión, lo cual no significa que los habitantes de nuestros pueblos aborígenes fueran unos santos, ellos también tenían costumbres y tradiciones que hoy podríamos llamar inhumanas; hacían sacrificios de animales a sus dioses, incluso Mayas e Incas sacrificaban seres humanos en algunas de sus festividades. Creer lo contrario es caer en la inocente teoría del “buen salvaje” promovida hace mucho por Rousseau, y que a la luz de los estudios actuales no tiene asidero.
De igual manera, alimentarse de animales es una tradición tan antigua como la aparición del homo sapiens sobre la faz de la tierra. Estudios serios afirman que el consumo de carne generó un escenario propicio para la evolución del cerebro humano, con las consecuencias positivas (o negativas) del surgimiento de la especie como la conocemos hoy.
Entonces, las tradiciones son estereotipos culturales no despojados de violencia, como el matrimonio católico, la circuncisión y el castigo físico a los hijos (y a los guardaespaldas). El hecho de que sean tradición, tanto la tauromaquia o el consumo de carne de animales, no implica que se deba aceptar ese alto simbolismo y realismo de violencia, más cuando los humanos están dotados de una capacidad de pensamiento, lo cual nos hace únicos en el planeta.  El libre albedrío que llaman otros. ¿Entonces cómo dirimir la disputa frente al toreo? Siendo radical deberíamos volvernos todos veganos, en el sentido de la total protección de las especies, lo cual tampoco garantiza la supervivencia, no olvidemos que a los dinosaurios no los mataron los humanos.
Las tradiciones deben cambiar, ese es el devenir inevitable de la evolución humana. Y deben cambiar para la preservación del yo y de lo otro. Hoy no solo los animales peligran, nosotros también ante la inevitable catástrofe que se nos avecina como un apocalipsis provocado por auto-desaforado sistema de consumo. ¿Seguimos evolucionando? Seguro, solo que el tiempo de la evolución ocurre en otras medidas más universales. Quizás, si sobrevivimos a nosotros mismos, al transcurrir algunos años la tauromaquia solo sea un hecho histórico visto como salvaje por quienes lo practicaban, de la misma manera que vemos hoy la forma en que la iglesia católica quemaba en hogueras a las llamadas brujas. En ese tiempo también una minoría se oponía, la mayoría lo disfrutaban. Lo que si no debemos olvidar es que como humanos estamos construidos de violencia y con violencia, quizás el estado último de la evolución sea vivir en paz, con nosotros y los otros. Sin devorarnos.