febrero 18, 2013

LA LÁMPARA PROHIBIDA



Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Afirma William Ospina (2012) en La  lámpara maravillosa, que: “Cada cierto tiempo la humanidad tiende a poner en duda su sistema educativo, y se dice que si las cosas salen mal es porque la educación no está funcionando. Pero más angustioso resultaría admitir la posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está funcionando” (p. 31); entonces no habría un tiempo de mayores certezas que el actual, porque el mundo que habitamos es ayudado a construir desde la educación. Hace años el modelo educativo se propuso preparar al ser humano para depredar, competir e insensibilizarse frente al mundo y frente a sus congéneres y hoy vemos pasear por las grandes avenidas a este autómata pulcramente disciplinado. Si la idea es cambiar el mundo, retornar a lo humano de lo humano, la escuela no sería el camino, pero aceptarlo sin más es resignarse a la imposibilidad, es decir ajustarse a lo que el sistema educativo vigente pretende.

Negarse a esa imposibilidad es quizás lo que guía el documental La educación prohibida (2012), que como un largo espacio reflexivo se pasea por algunos conceptos, fundamentos, tendencias y formas de concebir y diseñar la escuela. Al principio desde una óptica bastante crítica y después, a mi juicio, con una postura bastante remedial. Aceptar que el sistema educativo surge como opción de control y formación de sujetos para un sistema económico-social, es volver la mirada sobre la tragedia de la escuela como lugar de dominación. Contemplar las posibilidades de la escuela como “campo de combate” (Zuleta), es negarse a la total desesperanza.

Tanto el libro de Ospina como el documental abonan el presente y reflejan la tensión de un siglo desesperado, en el cual la velocidad de la inercia conduce a los humanos al precipicio creado por nosotros mismos. Con escuela o sin ella, con un sistema educativo soportado en la obediencia ciega o una escuela “propositiva”, el planeta sigue su marcha a la hecatombe. Por eso hoy, las preguntas, de unos pocos parecen gritos desgarradores de alerta, que más que respuestas buscan despertar el letargo de una sociedad embelesada por “los cantos de sirena del progreso” (Ospina).

Para quienes habitamos los espacios y las epistemes de la pedagogía el llamado es doble, aunque el panorama más sombrío. Imposible no desalentarse ante el modelo educativo imperante, ante los maestros adormecidos en sus aulas, ante la sumisión de los sujetos para quienes un diploma significa “estatus de conocimiento”, sin entender la vacuidad del mismo frente a la devastación del mudo. Pienso que tenemos dos salidas, reinventar la escuela o destruirla como lo propone Pedro García Olivo, pero las dos requieren renunciar a la comodidad de lo cotidiano y sus desesperanzas, y tanto La lámpara maravillosa como La educación prohibida, invitan a ello, espero tengamos un espacio en nuestros parceladores de la existencia para sumergimos un instante en sus preguntas, que también deberían ser las nuestras.

VER AQUÍ:  LA EDUCACIÓN PROHIBIDA