abril 08, 2024

LA ESCASEZ DE EDUCADORES

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

1.

Hace mucho tiempo que la profesión de educador dejó de ser atractiva para los habitantes del siglo XXI. La imagen nostálgica de otrora en la cual los profesores poseían un alto estatus en la sociedad, es historia. Aunque según G. Steiner, los buenos maestros siempre fueron muy pocos, porque:

Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios. Los maestros de escuela que forman el alma y el cuerpo, que saben lo que está en juego, que son conscientes de la interrelación de confianza y vulnerabilidad, de la fusión orgánica de responsabilidad y respuesta son alarmantemente pocos.

Pero la alarma sigue encendida, porque ni siquiera ahora tenemos entre nosotros a esos pocos. Se han ido porque el tiempo no les fue fructífero, sembraron sobre las piedras y lo poco que germinó se lo está tragando la maleza de un siglo altamente utilitario. Los docentes de profundidad intelectual ya no bogan en los ríos corrientosos de la vida acelerada. Y algunos que aún, tercamente, insisten en formarse para docentes, no están dispuestos a ser los salvadores de unas generaciones cuyo desprecio por el conocimiento es directamente proporcional a la fatuidad en la que sobrevivimos.

2.

Según datos del Foro Económico Mundial, para el 2030 se requerirán 44 millones de nuevos maestros en todo el mundo para dar cobertura a los niños y jóvenes de primaria y secundaria. La escasez de docentes, viéndolo desde la óptica numérica, es alarmante, y deja en entre dicho las políticas que la humanidad ha implementado para garantizar la enseñanza como estrategia civilizatoria.

Al existir menos docentes la proporción de estudiantes por clase aumentan, generando sobrecargos laborales, afectando la escolarización, el fortalecimiento de las habilidades básicas como la comunicación (oralidad y escritura) y las competencias matemáticas. La carencia de estos aspectos genera consecuencias irreparables en la edad adulta, con su respectivo impacto en la sociedad. Luego preguntarán de dónde surge tanto zombi deambulando por el plantea.

3.

Incluso el nivel universitario está resultando poco atractivo para los docentes. El intelectual está en vía de extinción. Ahora están de moda los gestores, los propulsores de indicadores y los amantes de los ránquines. Debe ser porque las universidades, en su mayoría, se convirtieron en eso: Gestión-Indicador-Ranking. En medio de esos imperativos, poco tiempo queda para pensar en la educación como arte, como lo propusiera John Steinbeck al decir: “Creo que un gran maestro es un gran artista y hay tan pocos como hay grandes artistas. La enseñanza puede ser el más grande de los artes, ya que el medio es la mente y espíritu humanos”.

Sumido en el discurso de la sociedad del conocimiento, el docente universitario naufraga sus días luchando contra la apatía, no de sus estudiantes, del sistema. Porque ahora el conocimiento es mera plusvalía económica, ni siquiera social. Y muchos y adoptaron este reto de vida en sus esfuerzos. «Escribir para puntuar, investigar para viajar» parece ser el lema de la vida universitaria de hoy. ¿Qué hace un intelectual en un campus universitario? Esperar su pensión en silencio.

4.

Hace poco se hizo noticia el hecho de que en Colombia están renunciando los docentes que recientemente ganaron el concurso para la carrera de docencia rural. Después de un engorroso concurso se olvidó lo primordial, el proceso de adaptación de los nuevos docentes a un entorno cuyas condiciones distan leguas de la realidad ideal que sueña la escuela. Si en las ciudades las escuelas y colegios públicos suman carencias, en lo rural están estancadas en el siglo XIX, con algunos visos del siglo pasado.

¿Pero acaso dichas condiciones son ajenas a los nuevos docentes? Si, porque se formaron bajos paradigmas descontextualizados, lejos de las realidades sociales, subsumidos en los campus universitarios y en los brebajes de la teoría solitaria. Y si hay algo que actualmente esté lejos de la realidad, son las universidades. En su mayoría ancladas a un pasado arenoso que el viento se llevó, dejando rescoldos de su misión moderna.

5.

Tenía razón C. S. Lewis cuando exclamó: “La tarea del educador moderno no es cortar selvas, sino regar desiertos”.

enero 31, 2024

Humboldt: un puente de diálogo entre Europa y América

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla[1]

 

Ese tejido de montañas y selvas, de flores y pájaros que Humboldt mostraba, era una prueba que la naturaleza tenía cosas nuevas que decir a los humanos, de que la vieja Europa perdida en sus laberintos de sangre y de fuego podían encontrar rostros distintos con quienes dialogar, mentes distintas con las cuales examinar la historia.

 

 William Ospina

William Ospina se ha convertido en uno de los autores colombianos, del siglo XXI, más exitosos. Sus libros abarcan una serie de cuestiones que pasan por la reflexión profunda de este tiempo convulsionado, su mirada retrospectiva que incluye el bucle de la historia del continente americano y un repaso a la realidad de colombiana, sus causas y consecuencias. Su más reciente libro titulado “Pondré mi oído en la piedra hasta que hable”, publicado por Penguin Random House Grupo Editorial, será el objeto de las siguientes líneas.

Lo primero por decir es que me sorprendió la variedad lingüística del libro, esa capacidad para ir a la época del relato y describir con nombres propios los utensilios, labores, modismos y entornos allí narrados. Lo primero que un lector puede intuir es un enorme trabajo archivístico detrás de ese resultado. Al basarse en la vida de Alexander von Humboldt (1769-1859), debe retrotraer su relato y jugarse a la construcción de una narrativa en contexto, de lo contrario se haría poco verosímil, contradiciendo una de las leyes intrínsecas de la literatura de ficción. Se puede inventar lo que se desee, pero el relato debe ser creíble y, para ello, el lenguaje debe ser soporte de la acción.

De seguro haber leído los diarios de Humboldt, sus libros y muchos relatos de la época, -los cuales han estructurado otras de sus apuestas narrativas-, ha ido convirtiendo a Ospina en un experto en los usos lingüísticos de aquellos tiempos, cuestión que en este caso pone en juego con total apropiación. Esto apunta a favor del libro, más aún en este momento de la historia narrativa llamada postmoderna, en la cual la fugacidad se ha entronizado en la realidad y el lenguaje con que se narra este tiempo tiende a ser ligero, carente de esfuerzos y dado a enumerar lo apenas visible.

Ahora bien, “Pondré mi oído en la piedra hasta que hable”, no es un libro clasificable dentro de los géneros canónicos de la literatura, se escapa a los ornamentos de la forma, eso es agradable para el lector. Aunque en su contra carátula se anuncie como una novela, lo cierto es que su estructura es maleable, vas desde la prosa poética a la novela histórica; pasa por la crónica y se bifurca en la ficción; es relato de viajes y testimonio. Su riqueza y variedad, que ponen en función de la construcción de la visión de mundo de una época, de una ideología y de un personaje, se compagina con esa apuesta “desgenerada[2]. Incluso logra emerger la sensación de estar frente a un documento histórico verídico, -si eso es posible de escribirse-, llevando al lector acucioso a verificar las fuentes que soportan el relato. Y es ahí en donde toca aclarar que evidentemente echa mano de los diarios de Humboldt, de Carlos Montúfar, de crónicas de aquellos tiempos y de relatos históricos, pero permitiéndose las licencias propias de quien asume la narrativa desde un juego que busca recrear el pasado, sin limitarlo al pasado.

A la par de la narración del viaje demencial y maravilloso que emprende Alexander von Humboldt en busca de las aventuras que sacien su deseo de saber, Ospina se detiene en algunos episodios propios de la historia de ese nuevo mundo que para entonces (y en parte aún), era un misterio para esa Europa que se debatía entre revoluciones sociales e ideológicas. En ese sentido, el libro articula hechos históricos del viejo continente que tienen pequeñas réplicas en el mundo nuevo y acciones del mundo nuevo que dialogan o ponen en tensión el orden del viejo mundo. La Ilustración, las luchas por las independencias de las naciones de América, la reafirmación de los pueblos ya descubiertos, pero aún ignotos, el inventario de una realidad que emergía con asombro ante los ojos auscultadores de los europeos y la desconfianza de las mitologías y cosmovisiones de ese nuevo continente que reñían con la agonía de una Edad Media que aún se negaba a morir, sobre todo en España.

Y en ese camino de exploraciones nos muestra la grandeza de Mutis, el acartonamiento de Caldas, las ilusiones de Bolívar y las tiranías del régimen colonizador manteniendo la esclavitud de negros e indígenas, negando el protagonismo de esa América mestiza que empezaba con fuerza a reclamar su lugar en el mundo. Pero, sobre todo, lo que más estremece es el relato de ese encuentro mágico con Carlos Montúfar, ese prócer criollo sin gran protagonismo en la historia de las valentías latinoamericanas, pero cuyo encuentro con el sabio alemán generó una serie de sucesos que demarcaron la historia de la lucha de independencia como si fuera un capítulo digno del realismo mágico. Ese encuentro extasiado de dos genios, de dos mundos, de dos cosmologías, resumen la intención de Ospina por hacer dialogar a Europa con América, cada uno con un destino, pero abocados al abrazo que provocó la historia.

Ahora bien, la descripción constante con un detalle minucioso, -como si Ospina estuviese reescribiendo un diario y las imágenes poéticas que usa constantemente-, convierten la lectura en un viaje de ensoñación. Como lectores vamos de la mano del narrador, prestos a dejarnos sorprender por vistosidad de una Guacamaya o la certeza de una metáfora colgando de los riscos inmensos de la geografía americana. Para oídos finos, imágenes bien talladas.

Aun así, debo resaltar algunos factores disonantes del libro, entre ellos que me sorprende que tomando como base ese viaje demencial y telúrico de Alexander von Humboldt, no se narren con mayor ahínco sus angustias humanas, esos tropiezos enormes que debió tener al enfrentar una empresa de tal magnitud. Ese descuido -u omisión voluntaria- da la idea de que estamos ante un ser semidiós, casi un híbrido griego hijo de la ciencia y la aventura, una progenie de Atenea y Apolo. Esto le da un aire mítico al libro, pero sacrifica el relato de las penurias de andar en un continente agreste, en un tiempo de muchas limitaciones para los viajeros, para los exploradores y, sobre todo, para una mente tan abierta y arriesgada como la de Alexander.

El cierre también me parece apresurado, quizás ya se habían escrito muchas páginas y las editoriales modernas también prefieren obras no tan extensas para estos tiempos. Pero Ospina no se detiene mucho en narrar con más aliento ese retorno a Europa y el impacto de la monumental obra que Humboldt presentaba a la humanidad. Apenas le dedica unas breves descripciones de ese otro periplo de quien retorna después de muchos años a su terruño y debe readaptarse. Un hombre con tantas experiencias vividas debió resultar fascinante para la sociedad europea y las historias surgidas de esos momentos pudieron ser múltiples. Empero, me agradó sobremanera descubrir la relación entre Humboldt y Edgar Allan Poe, Ospina me provocó la lectura de Eureka, ese extraño ensayo del genio del terror (aunque qué no era extraño en Poe); y esa ganancia de lectura es propia de los libros que quedan resonando en el lector una vez agotada su página final.

A manera de cierre, debo decir que William Ospina nos deja un nuevo libro que enriquece la biblioteca colombiana y americana, de paso les brinda a otros entornos la posibilidad de asistir a la narración de esa América que tanto desearon narrar Andrés Bello, Simón Rodríguez, Mutis, Bolívar, Yupanqui, y cientos de miles de pobladores de este continente cuyas vidas aún tienen muchas mitologías por recuperar.

Referencias bibliográficas

Lopera, Jaime. (2023). Humboldt en Herveo. (sobre Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, de William Ospina). Disponible en: https://letralia.com/lecturas/2023/07/28/pondre-mi-oido-en-la-piedra-hasta-que-hable-de-william-ospina/

 

Ospina, William. (2023). Pondré mi oído en la piedra hasta que hable. Penguin Random House Grupo Editorial. Bogotá: Colombia.



[1] Docente de planta de la Universidad del Tolima, adscrito al departamento de Estudios Interdisciplinarios del Instituto de Educación a Distancia. Magister en Literatura Universidad Tecnológica de Pereira. Director del Grupo de Investigación Argonautas. Sus libros más recientes como coautor son: Memorias pedagógicas del IDEAD (2023) y El ensayo: cuatro modelos para su composición (2023).

[2] Expresión usada para caracterizar un texto cuya construcción formal desborda los límites clásicos impuesto para los géneros literarios.

enero 25, 2024

Corredor Turístico del Norte de Ibagué, radiografía de un abandono

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad del Tolima

 

En Ibagué, hace más o menos cinco años, se ha venido desarrollando un nuevo espacio para el turismo, los proyectos productivos con enfoque agroecológico y el emprendimiento en diversos campos autosostenibles. Se trata del denominado Eje Turístico del Norte de Ibagué, que se traza desde los límites del barrio El Salado, específicamente del denominado punto “El país”, que toma dos vertientes, por la derecha hacia San Bernardo con puntos clave como la vereda La Helena y La Flor; y hacia la izquierda hacia la mina y la vereda Carrizales.

Durante los últimos años, y en especial en pandemia y postpandemia, han aumentado considerablemente los negocios y emprendimientos de corte turístico en dicho corredor. Fincas agroturísticas, miradores, restaurantes, balnearios naturales, glampings entre muchas otras apuestas productivas han venido impactado positivamente en este sector. Este tipo de apuestas de desarrollo traen consigo muchos dividendos para los sectores involucrados, cualificación de los empleos, mejora de los ingresos de las comunidades, apuestas de sostenibilidad ecológica, redes de economía solidaria, por mencionar sólo algunos.

Además, y viendo la saturación de ejes turísticos como el Cañón del Combeima, el Corredor Norte se presenta como una opción nueva y con gran variedad de puntos de entretenimiento y turismo para los habitantes de Ibagué y visitantes de otras regiones del país que llegan día a día buscando alternativas de esparcimiento.


No obstante, el empuje de la zona sufre de un estancamiento debido a factores deficitarios que deben hacer parte de las políticas municipales y departamentales quienes necesitan promover y coadyuvar al sostenimiento de estos proyectos. Todos sabemos que, con la llegada de turistas y visitantes, se deben fortalecer aspectos de infraestructura, de seguridad y de cuidado del ambiente para que se pueda ejercer un turismo responsable y que garantice la supervivencia en el tiempo. 

Es así que a finales de 2023 y en lo corrido del presente año, la comunidad se ha venido quejando constantemente del abandono en temas como el mantenimiento preventivo de las redes eléctricas, lo cual genera cortes constantes en la energía sin respuesta adecuada por parte de Celsia. Así mismo, factores de inseguridad que alejan los visitantes y afectan los residentes de la zona, sin contar con el apoyo decidido de la policía metropolitana, quienes informan que ellos no cubren el sector verdal, en especial del Salado a San Bernardo. Esta zona no cuenta con gas domiciliario, sin que hasta ahora las promesas de instalación que se hicieron en la alcaldía anterior hayan tomando un curso eficiente.

Del mismo modo, el manejo de basuras es altamente deficiente, ya que la recolección de residuos a tiempo es clave para el equilibrio ecológico y el manejo de alimentos. El mantenimiento de la red vial no existe, son los pobladores quienes periódicamente hacen mingas para podar, limpiar y cubrir la ausencia del municipio en estas labores. Incluso existen tramos de la carretera que están a punto de colapsar sin que los clamores de los usuarios sean escuchados. Así mismo, la señal de internet y el servicio de telefonía es precario, factores claves para el turismo del siglo XXI. El transporte público, aunque existe una ruta de buses, no es constante y esto limita la visita de personas que no poseen vehículos.



En fin, son muchos los aspectos que dependen de la gestión municipal y departamental para que este corredor rico en flora, fauna, paisajes, apuestas sostenibles y gente emprendedora logre consolidarse. Sería muy lamentable que muchos terminen, por falta de apoyo gubernamental, abandonando el sueño de consolidar el Corredor Turístico del Norte de Ibagué en un bastión del desarrollo y en una ventana para mostrar la ciudad, la cultura, su gastronomía y sus paisajes.

Esperamos que el clamor sea escuchado y los nuevos funcionarios municipales y departamentales entiendan que invirtiendo y apoyando proyectos de la franja turística se contribuye a generar una dinámica de desarrollo vital para aumentar los alarmantes índices de desempleo y las opciones comunitarias de trabajo en el marco de una región que clama por mejorar sus condiciones de vida.



enero 22, 2024

Elogio a la palabra escrita: 30 años en la UT

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universitario

 

En enero de 1994 ingresé a trabajar en la Universidad del Tolima. Lo hice apoyando la revisión de material editorial que se producía para los procesos de formación de los programas del Instituto de Educación a Distancia. El corto contrato (tres meses) estaba direccionando por Martha Faride Stefan Upegui a quien había conocido como docente de escritura mientras estudiaba Mercadotecnia en la Cooruniversitaria, hoy Universidad de Ibagué.

El trabajo consistía en recepcionar el material impreso (módulos, cartillas, guías), proceder a realizarle control de calidad, empaquetar y entregar a los estudiantes de los diversos programas del IDEAD, que entonces estaba dirigido por Luis Alberto Malagón. Éramos unos cinco “muchachos” los que nos encargábamos de este proceso. Para entonces mis aspiraciones académicas pasaban por estudiar literatura, por lo cual pensaba en migrar a Bogotá o Manizales, lejos estaba de imaginar que ya había pisado el territorio en el cual mis sueños empezaban a tomar forma.

En junio de 1994 el IDEAD abrió el programa de Español y Literatura, el cual operaba en convenio con la Universidad de Quindío, y para entonces, ya como supernumerario en las funciones de auxiliar de bodega del Fondo Rotatorio, decidí inscribirme al programa, el cual culminaría sin contratiempos. Durante esos años tuve la oportunidad de ver surgir algunos espacios comunicativos en los cuales me fui articulando como la Revistas Tertulia Circular, Universidad Abierta, El Salmón, y muchas más expresiones que se convirtieron en parte de mi pasión como universitario y en donde publiqué mis primeros textos.

En el año de 1996 gané un concurso de cuento y otro de poesía, los cuales fueron convocados por el Centro Cultural de la Universidad del Tolima en el marco de la celebración del día del idioma. El cuento ganador se titulaba “El teorema de Jorge” y los poemas llevaban por título “La rendija de los tiempos”, el cual terminó siendo mi primer libro de creación (poesía) publicado con el dinero obtenido en los premios y editado por Grafilasser Impresores. En 1998, siendo aún estudiante de la licenciatura, obtuve el Premio nacional de poesía para talentos menos de 30 años, convocado por Ministerio Nacional de Cultura, en representación del departamento del Tolima. Todos estos avances en mi formación literaria se iban moldeando desde los espacios académicos y extracurriculares que siempre ha tenido la Universidad del Tolima y que en cada época ha contado con adalides, talleristas, publicaciones y demás entramados formativos. La cultura, con sus agonías presupuestales, sus luchas colectivas e individuales, sus confrontaciones y logros, se ha erigido a lo largo de la vida universitaria en un bastión y un paradigma. Los ejemplos son muchos y valdría la pena un día hacer el esfuerzo de documentarlos de manera más sistematizada.

Hacia el año 2001, tuve la oportunidad de ingresar como docente catedrático (tutor) en el Instituto. Empecé con cursos de extensión, de los cuales recuerdo la experiencia de enseñar escritura creativa con un grupo de presos en la cárcel de Picaleña, labor de proyección social que generaba un impacto importante en términos sociales, abarcando poblaciones excluidas. Allí, desde el IDEAD, la Universidad del Tolima cumplía, como siempre lo ha hecho, -algunas veces con más ahínco y otras con timidez-, la función de entablar diálogos sociales con las realidades. Luego gané una convocatoria para orientar cursos en el Nivel Introductorio, un semestre que obligatoriamente cursaban todos los estudiantes que ingresaban a los programas de la modalidad a distancia. A la par seguía laborando en el Fondo Rotatorio, ya como Técnico Administrativo-Almacenista. Mi relación con los libros crecía, y desde allí veía fortalecerse la producción académica de los docentes quienes elaboraban material didáctico, guías de clase, compilaciones y módulos tanto para distancia como para presencial.

En el año 2005, ingresé a la Especialización en Gerencia de Instituciones Educativas, el primer posgrado en modalidad a distancia que ofertó la Universidad del Tolima. Por entonces el IDEAD había crecido de manera consistente y hacía presencia en múltiples territorios, incluso más allá de las fronteras del departamento del Tolima. La vocación de ofrecer formación contextuada, en las regiones y con programas que coadyuvan al desarrollo local y nacional, siempre ha estado en el ADN de la Universidad del Tolima, incluso desde 1969 cuando a través del programa Extramuros decidió romper los diques de Santa Helena e ir a los municipios del departamento. Hoy cuando se habla de educación con pertinencia regional, con enfoque rural y territorial, bueno es recordar este valor agregado, en especial con los programas de modalidad a distancia, las granjas, el Bajo Calima y tantos esfuerzos que constituyen un legado y un sello particular del Alma mater de los tolimenses.

En el año 2012, tuve la posibilidad de estar a cargo de la dirección del Centro Cultural de la Universidad del Tolima, en reemplazo de Julio César Carrión, quien estaba en licencia por enfermedad, allí hice parte del Comité Editorial de la Revista Aquelarre, en cuyos números también aparecen varios artículos de mi autoría. El entonces rector Héctor Villarraga (q.e.p.d) me nombró en ese cargo directivo, una vez retornó el titular y en el marco de la reorganización de la planta dada ese mismo año, pude volver al IDEAD como profesional a cargo de las publicaciones. Por entonces la directora Dra. Liliana del Basto me encomendó el reto de fortalecer dicho proceso. Ya había publicado mi primer libro de cuentos “Sueño Imperfecto”, en una convocatoria que realizó en 2009 el naciente sello Editorial de la Universidad del Tolima, el cual es hoy símbolo de producción académica, científica y cultural de la comunidad universitaria. También había participado en la creación de la Revista “Ideales, otra forma de pensar”, durante la dirección de Gerardo Montoya, la cual se editó para la celebración de los 25 años del IDEAD. Esta revista aún se edita, a finales de 2023 presentamos el número 16.

En el Sindicato de profesores universitarios (Aspu – Tolima), del cual hago parte desde el año 2008, como afiliado, secretario y luego presidente de la Junta Directiva de la Seccional Tolima, siempre lideré la construcción de pensamiento a través de publicaciones, como el blog y el Boletín Aspu Presente, en los cuales aporté como editor y muchas veces autor. En el año 2013 gané el concurso nacional de cuento RCN modalidad docente con el texto titulado “Díganle a Julio que la guerra terminó” y al año siguiente gané la convocatoria de docente de planta. Mi producción escritural académica y de creación ha estado ligada en gran parte a la Universidad del Tolima, más de diez libros publicados en su Sello Editorial dan cuenta de ello. Muchos escritos en compañía de otros docentes, productos de proyectos de investigación, ensayos, artículos y, por supuesto, poesía y cuentos.

Desde el año 2018, cuando fui nombrado en el cargo de Director del IDEAD, he procurado contribuir al fortalecimiento de la línea editorial de la Universidad y en particular del IDEAD. Por ello hemos abierto convocatorias de libros para docentes catedráticos, avanzamos en el fortalecimiento de 5 publicaciones seriadas (revistas de divulgación) de diferentes áreas del conocimiento en las cuales publican estudiantes, docentes, egresados y autores del orden nacional e internacional, y hemos apostado por la consolidación del proyecto IDEAD a través de la palabra escrita en boletines, separatas, libros institucionales, entre otros.

Ahora que hago balance de mi estadía en la Universidad del Tolima, y que celebro 3 décadas habitando sus sueños, viene a mi memoria la importancia de la palabra escrita en este largo y fructífero periplo. Quizás en este escrito olvide algunos proyectos en los que participé durante estos años, lo que sí es seguro es que las palabras hacen parte de la historia de la universidad y a través de ellas yo he podido cumplir mis sueños. Podría decir que en la Universidad del Tolima he escrito mi vida y ella, en gran parte, me ha dotado de las palabras.