enero 20, 2018

ENSEÑAR HISTORIA

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

El 29 de diciembre, mientras muchos colombianos se ataviaban para recibir el año nuevo y su pírrico aumento del salario mínimo, la Revista Semana desplegaba un artículo titulado ¡Vuelve la historia a los colegios!, celebrando la sanción de la ley presidencial que obliga a retornar la enseñanza de la Historia en los planes curriculares. Escuché muchas voces de celebración al respecto, las redes sociales (el nuevo lugar de las enunciaciones) aclamaron este suceso y luego todo se esfumó, porque el país produce más noticias, sobre todo escándalos de corrupción.
Fue por allá en 1994 cuando, durante el Gobierno de Gaviria, la enseñanza de la Historia salió de los currículos escolares, aunque en las universidades, sobre todo las públicas, siguieron sobreviviendo programas cuyo epicentro epistémico es el estudio de los sucesos pasados. Italo Calvino dijo alguna vez que: “Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible”, y eso ya es un gran motivo para que lo que sucedió sea objeto de análisis y reflexión constante por parte de una sociedad. No obstante, este hecho me generó dos preguntas: ¿Quiénes van a enseñar Historia? ¿Cuál visión de la Historia van a trasmitir los docentes?
En el primer caso, hay que recordar que en la mayoría de los colegios, sobre todo en donde se “educa” el pueblo, las asignaturas se orientan, no por expertos, sino por docentes que deben sobrevivir en un mundillo que les exige “enseñar” de todo por el mismo salario. Un licenciado en Lengua, por ejemplo, termina orientando Matemáticas, Ciencias Naturales, Ética, Religión y cualquier otro cursillo de Emprendimiento (la nueva religión). A esto está obligado el docente, es la única manera de sobrevivir en ese precario espacio llamado escuela, pública o privada. Por lo tanto, imaginamos que en estos momentos muchos rectores estarán embutiendo el currículo de Historia en las nuevas obligaciones profesorales para el 2018. ¡Cuánta falta hace una reforma de la profesión docente para que este país emprenda, por fin, su transformación!
En el segundo caso, la preocupación pasa por saber cuál es la versión de la historia que van a trasmitir los docentes. La que se enseñó, hasta antes de que se aboliera de los planes de estudio, era una Historia muy mal redactada o más bien, muy acomodada a los intereses de unas élites que les concernía mantener un relato único de esas pasadas y atroces cosas que nos fueron construyendo (o deformando) como país. Era el relato de los buenos colonizadores con sus caras barbudas y sus monumentos en las plazas de las mil ciudades colonizadas; de unos presidentes encumbrados cuando apenas fueron, en su mayoría, truhanes y matones; de elogios a periodos de la historia de Colombia que fueron años aciagos de ascenso de esa clase politiquera y corrupta que sigue vigente en el poder; de mentiras, de falsos sucesos, de ocultamientos y olvidos premeditados. En fin, la Historia que nos enseñaron antes de 1994, era un relato erróneo de nuestra existencia, un poco trasgredida por esos docentes que se negaban a contarla así y, de alguna manera, la alteraban en las aulas, por eso muchos eran considerados peligrosos. Después de los noventa, la historia está casi toda por escribirse y muchos creen que Uribe y Santos son los únicos truhanes que han llegado al poder, cuando la tradición de Colombia ha proporcionado miles.

Por eso, ahora cuando se plantea volver a enseñar Historia, es necesario entender que la primera obligación radica en que los docentes la conozcan, que el Estado sea responsable y por fin se comprometa con la construcción de un Sistema Educativo Nacional a la altura de nuestros sueños (reto para el próximo presidente). Quizás, de esa manera, impediremos que los relatos de personas como María Fernanda Cabal sean los contendidos curriculares que los niños reciban, y así, evitar que nuestras futuras generaciones crean que la masacre de las bananeras es un cuento de Gabo, que Pablo Escobar era un sacro benefactor, que los falsos positivos fue un Reality, que Uribe era un mártir y que Santos era un gran estadista. Por eso, bienvenida de nuevo la enseñanza de la Historia en las escuelas, pero como decía Oscar Wilde: “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla.”