noviembre 08, 2018

En defensa de la Universidad Pública: la encrucijada del movimiento


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

Durante la última semana el movimiento nacional, que pugna por alcanzar mejores niveles de financiación estatal para las universidades públicas, ha entrado en un momento crucial para sus definiciones. Ante el acuerdo entre el gobierno y los rectores, el cual fue un golpe para la estrategia de negociación, el movimiento se reorganizó y logró sentar a la otra parte en la mesa.
Sin embargo, los resultados no fueron los esperados, el gobierno ni siquiera reconoció las cifras de desafinación que presentan los estudiantes y docentes. Se suspendieron los diálogos y ahora esperan que el presidente ponga en la mesa una propuesta decente que permita avanzar en la superación de la crisis, sobre todo para el cierre del año 2018, ya que las universidades presentan delicados estados financieros para finalizar este periodo.
Al mismo tiempo, se convocó a una marcha el día 8 de noviembre, para continuar presionado la negociación. La última movilización, realizada el 31 de octubre, tuvo una gran contundencia, se espera el mismo respaldo en las calles.
 El gobierno sabe de las presiones que el movimiento empieza a sentir. Por una parte el calendario académico de las universidades se estrecha y la culminación adecuada del semestre empieza a ser una variable importante en el diseño. Algunas universidades ya han suspendido semestre, entre ellas Atlántico, Distrital, UPTC y Popular del César. Muchas otras se encuentran en alarma naranja, ya que el tiempo de finalización es motivo de sobresalto para las ya lesionadas finanzas.
Nadie que haya estado al lado de la movilización considera que no sea justa, que estamos atravesando una enorme coyuntura de la cual depende el futuro de la formación superior pública en Colombia.  No obstante, muchos entienden que la pelea no se librará solamente este semestre, se trata casi de la agenda de lucha para un cuatrienio. Por lo tanto, perder un semestre, correr un calendario académico o radicalizar el paro, son decisiones que deben valorarse a la luz de este factor. El gobierno lo sabe, por eso dilata.
El caso de la Universidad del Tolima
Para la más importante universidad pública de la región, el movimiento por la consecución de recursos frescos está más que justificado. Más cuando, desde el 2015, viene atravesando afujías financieras, las cuales fueron causadas por el problema estructural de todo el sistema estatal, pero agravado por la mala administración del anterior rector, José Herman Muñoz, quien dejó la UT con déficit cercano a los 30 mil millones y cuyo grupo político hoy se empeña en retornar al poder, sin que le importe con ello volver a sumir la UT en una larga noche oscura.
Desde entonces, y acorralada por un karma de austeridad, la Universidad del Tolima ha venido mostrando síntomas de mejoría, llegando a reducir el déficit a unos 10 mil millones de pesos aproximadamente. Su crecimiento en la oferta, su recuperación en la imagen y un proceso de reorganización administrativa en camino, les han devuelto parte de tranquilidad a los cerca de 20 mil estudiantes que se forman en sus aulas.
Sin embargo, con el periodo de cese de actividades académicas, ya cercano al mes, y con el riesgo latente de una suspensión del semestre, las finanzas resentidas entran en cuidados intensivos. Según informaciones del Consejo Académico, de continuar en esa línea progresiva, a la segunda semana del mes de noviembre entraríamos en un escenario de no retorno; es decir, habría que aplazar el calendario académico para que culminara en el año 2019.
Este aspecto complica los estados financieros propios debido a que la única estrategia de sobrevivencia que ha tenido la UT, durante los dos últimos años, para ponerse al día en pagos de nómina, es mediante un crédito puente, el cual se paga en un plazo no superior a tres meses. Sin culminar el semestre, difícilmente se haría el empréstito porque no se tendrían los recaudos de matrícula y se quedarían debiendo dineros a los docentes y funcionarios en este cierre de año. Provocando, por supuesto, una regresión en el plan de saneamiento que se venía desarrollando.
Este es un alto costo, dicen las mayorías: “Deberíamos volver a clases y participar en las movilizaciones y actividades del orden nacional que se convoquen para hacerle presión al gobierno”. Con la iniciativa de la comunidad el semestre se “podría salvaguardar y así no afectar los estudiantes, quienes son el alma del movimiento”, dicen un alto porcentaje de los docentes. Algunos llaman a la radicalización del paro, asumiendo que es la única vía para que el gobierno responda al pliego del movimiento. Lo cierto es que el campus cada vez está más vacío y un movimiento sin sujetos no tiene sentido.

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De ahí que la encrucijada del movimiento está atravesada por variables nacionales y locales. No es fácil la decisión, porque en cada una de ellas algo se pierde y algo se gana. Lo único cierto es que ya se logró inquietar el gobierno, la respuesta en ciertos momentos ha sido masiva y la agenda de luchas crece cada vez más, lo que algunos usan para profetizar un gran paro nacional arrancando el año 2019.
Pero de las decisiones de hoy depende que el movimiento crezca en el tiempo y en sus logros, o se diluya y todo vuelva a la normalidad que tanto le gusta al gobierno. El desgaste político, los tiempos, la cohesión con otras luchas y las necesidades reales de cada universidad, son factores esenciales para que la defensa de la universidad pública sea una constante hasta que el Estado entienda el valor de la educación pública como patrimonio nacional.