febrero 24, 2009

INVESTIGACIÓN Y PEDAGOGÍA LIBERADORA



Por: Luis Alfonso Ramìrez Peña


Al expresar mis puntos de vista sobre la vida académica de la Universidad, rindo un homenaje póstumo al gran maestro y visionario colombiano, Orlando Fals Borda a quien solamente le reconocí su voz en algunos de sus escritos cuando ya no me era posible preguntarle sobre sus argumentos para pensar en una descolonización del pensamiento y de la investigación en Ciencias sociales. No lo pude oír porque siempre estuve atrapado en los órdenes establecidos en las redes de las disciplinas de la lingüística y en las pretensiones de ser un europeo de pensamiento aunque había nacido en el barro latinoamericano. Por eso también rindo homenaje a Paulo Freire quien generó en muchos maestros en el mundo la inquietud de lograr con la educación, la liberación del hombre de toda clase de poderes y hegemonías. Intento ahora presentarles a ustedes algunas opiniones, manteniendo el mismo espíritu de los dos pensadores latinoamericanos, pensando desde nuestra cultura, sin impedimentos distintos a la visión que uno pueda tener por la falta de experiencia y de conocimientos. Fals Borda y Freire me llevan a conciliar en la concepción de universidad los dos temas que cada uno de ellos, por separado, propuso: la investigación y la pedagogía.



Sobre la investigación no quiero entrar en repeticiones, porque quienes entienden de universidad saben que ésta sin investigación científica está condenada a ser un dispositivo mecánico, retransmisor de información, muchas veces, sin procesarla, y menos entenderla. Pero a la pedagogía, si debo justificarla como una urgencia si se aspira a tener a unos estudiantes y profesores más agentes críticos de sus avances en el conocimiento. Las actuales costumbres de enseñanza basadas en el presupuesto de que el alumno debe recibir y memorizar una información conocida por el profesor, convierte de los estudiantes en buenos comprendedores y repetidores de la información recibida, verificada con las evaluaciones diseñadas para repetir lo mismo que les recitó el profesor y, en algunos casos excepcionales, para aplicar. En ningún caso se logra así estudiantes con criterios, opiniones o perspectivas propias, o en condiciones de hacer criticas de la pertinencia o las implicaciones culturales, políticas e ideológicas que pueda tener lo aprendido. Para formar un estudiante más autónomo y más creativo, la universidad requiere reformular sus costumbres pedagógicas y acabar el imaginario de que el mejor estudiante, egresado, o profesor es quien tiene más información.



En ese sentido la universidad no puede ser el taller para aplicación de los caprichos reglamentarios de una decisión gubernamental sin asidero en el conocimiento científico y la responsabilidad social, muchas veces por exigencias de compromisos internacionales con orientaciones geopolíticas y financieras. Por eso, no tiene cabida en una institución universitaria autónoma el seguimiento de ningún esquema o modelo para desarrollar sus procesos pedagógicos o investigativos, a menos que haya sido ampliamente debatido y suficientemente argumentado como el más valido. No se justifica, ni tiene sentido así, orientaciones de educación por competencias, o la educación para la comprensión, recomendaciones oficiales que, aunque fueron creadas a partir de otros niveles de formación, deberían debatirse ampliamente y demostrar si son válidos para el carácter abierto, pluralista, dialogante y critico que debe tener la Universidad. A menos que se opte por convertir la Universidad en empresa que forma para la producción de mano de obra calificada.



Más bien, la universidad ha debido y debe ser consultada por vía institucional, por los gobiernos de turno para adoptar estas decisiones de tanta trascendencia para la vida del país o de la región, reconociendo el verdadero sentido de la función de la Universidad Pública con la nación y sus gentes. Pero este no es el único ejemplo del desconocimiento a estas instituciones. Precisamente el ahogamiento financiero de la universidad pública, actualmente en Colombia, es resultado del intento permanente de disminuirla y hasta liquidarla, principalmente porque la necesidad prioritaria para el gobierno está en formar individuos productivos y competitivos, y porque la universidad como se pensó en las culturas ilustradas, no es productiva y no se le reconoce pertinencia alguna, por lo tanto, prefiere ceder y permitir este negocio al sector privado. Así, en Colombia, desde hace unos cuantos años los gobiernos han hecho los esfuerzos de convertir la universidad en empresas ante la imposibilidad de cerrrarlas. Afortunadamente, el gobierno nacional no ha logrado plenamente éxito en el cierre de las universidades públicas, por las presiones recibidas por las necesidades de formación de una gran parte de la población de menores ingresos.



A los presupuestos que debían incrementarse anualmente de acuerdo con los índices de crecimiento, le agregaron unos requisitos de planeación y organización institucional con indicadores de resultados de la gestión que obligaban a la universidad a organizarse como empresa productiva con el recorte de procesos de formación crítica y creativa, y a presentar productos tangibles. Además, obligar a las universidades a aumentar los costos de las matrículas y competir entre profesores y con otras empresas universitarias vendiendo servicios.Por lo anteriormente expuesto, es necesario reconocer que estamos, en una encrucijada interesante para el cumplimiento de la misión de la universidad.



Las universidades tradicionalmente han sido centros de producción y transmisión de conocimientos con metodologías dependientes de los ideales fijados por las culturas. En la cultura moderna se propiciaba la formación de un hombre ilustrado y especializado. Pero en estas épocas se impone la tarea de formar para la producción y se convierte la universidad en una empresa productiva como cualquiera otra. El gran interrogante es si la universidad, especialmente, puede mantenerse ajena a estas presiones de los gobiernos, y a las presiones de las demandas de empleo de los profesionales egresados. De cualquier manera es la comunidad académica de la universidad fijar su rumbo, discutir que es lo qué quiere ser antes de pensar en cómo lo va hacer. Uno de los ejes para definir y fijar criterios y políticas puede ser la función de la investigación y la pedagogía en la orientación de la misión de la universidad.Una investigación para una pedagogía liberadora.



Entendida la universidad como un espacio libre para la construcción y transformación del conocimiento también tiene que cuestionarse y reorientarse con frecuencia en sus modos de investigar y enseñar. Confronta los saberes acogidos y cuestiona, pero ante todo, logra investigadores auténticos y originales por la orientación de su investigación; que responde con sus propias razones por los resultados. Por eso mismo, no se le puede evaluar y someter al seguimiento de métodos, marcos teóricos, y trámites formales que pueden desfavorecer la libre creatividad y el ingenio que debe tener la indagación seria. El desarrollo de una investigación no debe ser un ritual del mito de la investigación científica, como algunos la han imaginado.Así mismo, la investigación científica debe ser resultado de un desarrollo complementario de las pedagogías utilizadas en las universidades, ligada estrechamente con la formación para la comunicación y la escritura. Pero no una escritura que enseñe a repetir, a citar, a formalizar, más bien a ser original, a proponer y argumentar. De igual manera, a una lectura, no reducida a la repetición y a los resúmenes, más bien orientada a encontrar los planteamientos y los argumentos con los cuales se sustentan. Debe ser una pedagogía en este sentido, para la duda para la crítica razonada y justificada. Proceso pedagógico con lo cual se crean profesores y estudiantes de verdad autónomos; no transmisores y copiadores de saberes y discursos ajenos, o sin asumirlos con actitudes y opiniones propias.Es cierto que la investigación científica ha nacido y se ha fortalecido en los principios de la cultura de la escritura, y hasta se ha llegado a confundir el aporte en la investigación con las limitaciones de la escritura, según los modelos seguidos y adoptados. No es extraño encontrar personas con buena capacidad de escritura del discurso académico, pero con poca capacidad investigativa y generadora de conocimientos. Esos desequilibrios los puede solucionar la universidad con el compromiso de todos los espacios académicos si se basa en el cuestionamiento y el debate continuado y con desarrollos de modos de comunicación, y de escritura no reductores ni formales. Es cierto que seguimos en una cultura del libro (o de la fotocopia anónima), pero es necesario abrirle el espacio y entrar en dialogo con otras culturas que utilizan otras tecnologías de la comunicación como la oral, y la digital.La universidad tiene que entender, reconocer y respetar la expresión de la cultura digital. Por si mismas, no son ni buenas, ni malas; es una cultura que compite y se impone sobre la cultura de la escritura. Es una alternativa que no pueden obviar los profesores de comunicación y lo tecnólogos de la información, los ingenieros de sistemas, electrónicos y hasta los industriales. Pero el reto para profesores y estudiantes no está en que aprendamos a manejar las máquinas y los computadores. En la universidad se debate y se interpretan los fundamentos significativos de este nuevo lenguaje como principio y medio diferente de crear sentidos. Se impone aceptar que esta nueva versión de la comunicación, sintetiza en la multimodalidad, las necesidades del contacto directo y desplazando el concepto como contenido de la escritura por la imagen, especialmente visual. En este nuevo lenguaje se resuelven otras necesidades, creadas en la nueva cultura y diferentes de las urgencias de la escritura o de las rutinas de la oralidad.Ante la pregunta de cómo hacer la investigación científica, es conveniente pensar hasta qué punto seguimos siendo colonias de enfoques y saberes de algunas potencias que lo ordenan todo en el mundo. En Colombia, hace tiempos se acabó el primer colonialismo político económico, ahora seguimos en otro colonialismo económico más poderoso que el anterior porque las colonias se extienden por todo el mundo y cuenta con los medios y las mediaciones necesarias para hacerlo exitoso y productivo. Nosotros los intelectuales y profesores universitarios desde que fuimos este país, hemos sido colonizados también en nuestras mentes y nuestras producciones y actuaciones. Muchos creen explicar nuestras realidades suficientemente con teorías y métodos levantados en realidades completamente diferentes, y se empeñan en calificar y descalificar a otras voces y culturas con los parámetros de las voces ajenas y extrañas; es una dependencia y una cortapiza no propias de la esencia misma de la búsqueda y hallazgo del conocimiento. A esto se agregan la adopción de costumbres y modelos de escritura académica, frecuentemente, formales que desestimula la creación por ser modelos de apariencia tomados prestados de otras latitudes y que desconocen en esencia, la originalidad y la iniciativa personal para privilegiar la cita y la copia.Mantenerse en esa actitud de cierre y unanimismo de saberes y perspectivas es contrario a la naturaleza de la universidad, o quizás le sea más adecuado a las universidades confesionales. La universidad, por el contrario, debe aceptar y propiciar la apertura y diálogo de saberes entre la diversidad de culturas, los lenguajes y tecnologías de la comunicación, de los diferentes enfoques, metodologías y concepciones teóricas. El positivismo metodológico debe ser discutido y confrontado en relación con propuestas que faciliten la recuperación de la iniciativa y la creación personal en la investigación integrada; deben discutirse las voces teóricas de los tradicionales creadores cánones de las disciplinas pero también las voces propias. Hay muchos autores o investigadores silenciosos descalificados sin argumentos académicos, que aparte de las razones basadas en la expectativa de que un planteamiento tiene que ser como lo esperamos que sea desde los modelos de su dominio, también actúan muchas motivaciones personales no propios de los espacios universitarios. El dialogo, efectivamente dialéctico entre todas las voces, las propias y las ajenas, de todas las culturas, de los métodos, las pedagogías, de los discursos de la cotidianidad universitaria, y de los discursos académicos, deben ser la constante y lo característico de una auténtica vida universitaria.



Los encierros de saberes y los límites del conocimiento, el dogmatismo, el creerse el centro del mundo a la manera de Nietszche, la especialización para no tener ninguna opinión en relación con lo que le pasa en la organización social; hace de la universidad un centro de educación insignificante en la búsqueda de personas con condiciones para proponer, para aceptar y respetar al otro, pero también para hacerse reconocer y respetar, para aportar la interpretación y proponer y comprometerse con las soluciones.Una de esas importaciones y orientaciones ajenas es la organización de los saberes en disciplinas, especializaciones del conocimiento, y la organización administrativa en departamentos.Una buena educación universitaria, por lo tanto, es aquella que promueve la opinión razonada, la detección de cuestionamientos y dudas, las propuestas responsables y la crítica seria, que convierta a cada estudiante en agente propio de lo que piensa y dice, de la creación de criterios razonados para producir o entender sus realidades y las de todos los de su grupo, pero también a reconocer y promover esa misma condición en los demás.El investigador no es el que sabe aplicar teorías y métodos para separar la realidad de su ambiente natural, utilizando las voces ajenas y desconociendo la suya propia, sin entender los compromisos y consecuencias que pueden tener sus resultados, para su papel como persona y como integrante de un grupo social. Al investigador lo presionan los problemas de su medio y se compromete integralmente en la explicación y solución hasta el final transitorio, sin límites metodológicos, teóricos, ideológicos, ni administrativos. Nunca se siente satisfecho con los resultados porque es consciente de las posibilidades y dudas que le dejan cada una de las etapas de la investigación. El investigador reconoce otras propuestas al respecto, y sabe argumentar las diferencias, pero nunca ve su verdad como la verdad de todos, ni la definitiva. Siempre toda afirmación, todos los resultados de las investigaciones son susceptibles de profundizar, de ampliar o de refutar.Una pedagogía para una investigación transformadora.



Las anteriores condiciones en que se organiza y procesan los saberes y conocimientos son propiciar y son resultados de una pedagogía crítica pensada en la interacción y en el diálogo para promover la diferencia y oponerse a la unanimidad.De esta manera, la condición permanente de maestro, le impone la relación obligada entre conocer y enseñar, que sería mejor decir, aprender para comunicar. El investigador satisfecho es quien sabe discutir y defender sus propuestas; y el mejor maestro es quien hace de sus opiniones sustentadas, los medios adecuados para que sus estudiantes produzcan las suyas propias, también con argumentos responsables.



El profesor maestro no enseña, ayuda a aprender porque él también está aprendiendo. Orienta para que los estudiantes aprendan a buscar y a cuestionar lo aprendido, y a responder, desde su perspectiva, por las razones de las selecciones de conocimientos. La formación que recibe un universitario como datos para ser repetidos en las evaluaciones sin ninguna posición crítica, no enriquece la iniciativa, la creatividad, ni su interés en continuar en la búsqueda de conocimientos; más bien lo convierte en un técnico de habilidades y en competencias para hacer y producir con eficiencia, sin ninguna iniciativa personal creadora, y sin entender lo que su desempeño significa en el contexto social.La pedagogía en la universidad es la interlocución dialógica permanente entre estudiantes, docentes y demás personal administrativo. Es un diálogo para interpretar y problematizar realidades seleccionadas y sobre las cuales se adquiere un responsabilidad y un compromiso dependiendo de la actitud asumida. Es un diálogo argumentado para acentuar la creación de la voz propia del estudiante y lo convierta en actor y crítico permanente de si mismo, de sus saberes profesionales y de sus responsabilidades sociales.Pedagogía e investigación, son los ejes de relación con el conocimiento que movilizan y justifican la esencia de la condición de la universidad. Pero los modelos pedagógicos y la orientación de la investigación asumida, pueden ser pensados y acordados con la participación del mayor número de personas de la comunidad académica para que así, todos, concientes de la orientación, garanticen con su voluntad y esfuerzos la acogida y los buenos resultados de los acuerdos. En medio de las reformas de la universidad, es apremiante pensar en la orientación de la investigación y la pedagogía, o se opta por una universidad taller de prácticas en competencias útiles a las empresas, o se piensa en la formación de unas personas con capacidad crítica y actores comprometidos con el cambio. Orientados estos fundamentos de cómo se quiere hacer universidad y en la función de lo que se quiere de la universidad, reitero una vez más, se decide por los medios, los procesos y la organización administrativa y los reglamentos, y la infraestructura requeridas.Permítanme, para terminar, reiterarles uno de los únicos dogmas que no quisiera cambiar: nada es eterno, no existen las verdades indiscutibles, cuidémonos de tener razones para justificar las que creemos. Escuchemos y no sometamos las opiniones de los demás a nuestros criterios. Hagamos de la universidad ese mismo espacio de argumentos y contrargumentos para que cada uno de sus miembros cambie y respete el cambio de los demás. Cambiemos así la Universidad.Luis Alfonso Ramìrez Peña, docente y investigador en lenguaje y comunicación. Disertación en el reconocimiento entrega de distinciones por la producción académica y artística en la Universidad Distrital Fco. José de Caldas .La construcción del discurso académico.