febrero 11, 2020

UT: CUATRO AÑOS DESPUÉS (III) (REFORMA ESTATUTARIA)


Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Docente Universidad del Tolima

Por allá en el año 2012, durante una visita que realizó el Consejo Nacional de Acreditación a la Universidad del Tolima, diagnosticó que si pretendía la Acreditación Institucional, debía entre otras cosas, actualizar sus Estatutos.
El tema se tornó prioridad. Desde entonces se intentó, mediante varios mecanismos, actualizar los Estatutos General, Profesoral y Estudiantil. Esta tarea universitaria no se tornaba necesaria solo para el proyecto de Acreditación, sino que en la práctica diaria la comunidad se veía (y se ve) envuelta en galimatías procedimentales debido a normas desactualizadas, incluso muchas de ellas elaboradas antes de la Constitución Política de 1991.
Las normas no son dictámenes divinos, son derroteros o bitácoras institucionales que permiten poner en marcha una idea, política o plan de trabajo de una comunidad. No obstante, en la Universidad del Tolima cambiar un Estatuto o modificarlo en parte parece ser un ejercicio místico, sin que ello haya impedido que abunden tentáculos normativos que incluso se contradicen entre sí.
Esa proliferación de normas hace que no existan rutas claras y expeditas para muchos procesos, haciendo monumentalmente engorrosas actividades tan simples como el diseño de la jornada laboral de un docente de planta o la solución de un caso estudiantil. Muchas veces estas indefiniciones saltan de dependencia en dependencia, de comité en comité, llegando incluso a instancias como el Consejo Superior, lo cual convierte la Institución en un laberinto, paquidérmica y ajena a la dinámica de la velocidad del cambio del siglo XXI.
Hay una pregunta básica en todo este asunto que ya completa ocho años sin que a la fecha haya sido posible la modificación o actualización de estos estatutos: ¿Por qué somos tan reactivos al cambio? Y aquí nos incluimos todos los sectores: trabajadores, profesores, estudiantes, egresados y directivos. Cada vez que surge una iniciativa de cambio el demonio se resume en dos frases: 1. “Pero si todo está bien”. 2. “Siempre lo hemos hecho así”. Y entonces la posibilidad de transformación se vuelve neurosis institucional.
Algunos tildaron la necesaria reforma como “masacre laboral”, un buen pretexto para no transformarse, pues nadie quiere cambiar una institución, por inoperante que sea, por una masacre. La hubieran llamado “modernización necesaria” quizás ya la hubiésemos logrado. Lo que si es cierto, es que una institución sin claridad en los procesos, obtusa y lenta le conviene a ciertos personajes que medran y actúan como parásitos de la misma. Si la maleza gritara, diría no arreglen el césped.
Otro aspecto que imposibilita el cambio es la proliferación de paradigmas que se erigen como verdades. Si todos tenemos que decidir sobre todo, caemos en un efecto de “corcho en un remolino”, ni nos hundimos, ni salimos. Cada grupo de poder quiere que el Estatuto esté diseñado a sus intereses y no se abandona el lugar de enunciación individual por la idea de Universidad que beneficie a la sociedad en su conjunto.
En la Universidad, por ser una institución basada en el conocimiento, proliferan las verdades, muchas de ellas inoperantes o simples mentiras disfrazadas de rigor científico. Si cada cual cree tener la razón, es imposible llegar a un consenso. Para que exista la construcción dialógica debe partirse de la posibilidad de construir con el otro, por diferente que este sea. Lo que debe importar es el proyecto universal, no la diferencia particular.
No es raro comprobar que el único Estatuto nuevo aprobado por la Universidad del Tolima, en este tiempo, sea el Presupuestal, el cual ha sido el menos consultado entre la comunidad y el cual se elaboró entre técnicos. Algo nos debe decir esto sobre la imposibilidad de llegar a acuerdos cuando ampliamos la participación.
Alguna vez soñamos que los Estatutos los reformaríamos mediante el ejercicio de la Asamblea Universitaria. Esta se instaló y al intentar operar nos quedamos en la discusión sectorial, en las broncas personalizadas, en la lucha por los pequeños intereses y al final no fuimos capaces de construir ni siquiera el reglamento interno de la misma. La lección es clara, las mayorías hemos sido incapaces de encontrarnos para pensar la Universidad sin que prime en cada quien sus verdades.
Por eso necesitamos avanzar en la construcción de escenarios de verdadera participación, para lo cual deben existir reglas claras, porque muchos solo desean destruir y para eso no se requiere mayor esfuerzo. Deja una manzana al aire libre y el ambiente la deteriorará, trata de cosechar una manzana y tendrás que articular muchos y diversos procesos.
Hoy, iniciando el año 2020, aún seguimos subsumidos en las necesidades de cambio de muchas normas y reglamentaciones. Ojalá entendamos que es hora de repensarnos, sin las talanqueras de los egoísmos sectoriales y las pretensiones de verdades absolutas. Quizás así podamos reforzar esa una nueva cara que hoy tiene la Universidad del Tolima y ubicarla de lleno en el siglo XXI.