mayo 11, 2015

CUANDO ESTÁ ABIERTO EL CAJÓN, EL MÁS HONRADO PIERDE

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Mayo 2015. Otra vez la Universidad del Tolima está en crisis. Pero, ¿cuál es la real dimensión de esta crisis? Ese puñado de funcionarios que está al frente de la administración actual empezaron vociferando en los medios (sospechosamente) que la crisis es financiera. El panorama se fue agitando y algunos sectores empezaron a decir que la crisis es de movilidad, otros que de convivencia, otros que de clientelismo y así poco a poco la crisis fue creciendo al tamaño de la ballena que se tragó a Jonás. A mi parecer, en todas estás enunciaciones existe una mirada parcial de verdad y mucho de encubrimiento. Empecemos, le dijo  la tortuga a la libre.
Hace años que la Universidad del Tolima no enfrenta los problemas cotidianos y estructurales con el ánimo de solucionarlos, y no solo me refiero a los rectores y sus equipos, sino a las mayorías que viven y sobreviven en el campus; menos querrán hacerlo esos (no pocos) que depredan la universidad. Es verdad que tenemos una planta administrativa que sigue creciendo sin control y culparlos a ellos es un distractor, el problema es de ausencia de planeación administrativa y de las cuotas burocráticas de los politiqueros regionales que hace rato habitan la universidad. Deberíamos tener claro cuántas personas deben componer la planta administrativa y entre todos impedir que esa cifra siga creciendo; pero además deberíamos garantizar la eficiencia de los procesos y construir una alianza academia/administración para enrumbar la universidad hacía procesos expeditos. Entonces la cuestión es de ética, planeación del gasto público y eficiencia administrativa. No de peleas entre sectores de la parte más baja del organigrama. Un funcionario honesto debería ayudar a blindar a la universidad de la politiquería, no ser funcional a ella.
Esa debe ser la misma lógica para enfrentar problemas tan sencillos de solucionar como el tema de restaurante, en donde cada día cientos de estudiantes se agarran de las mechas para almorzar, mientras otros hacen colas ordenadas para calmar el hambre burocrática. Igual sucede con el tema de movilidad, fácil de solucionar entre nosotros, pero tan complicado cuando le dejamos la solución a las directivas. A estos problemas de la cotidianidad sumemos consumo de psicoactivos, capuchos, tropeles, chazas y otras minucias que teledirigen la mirada a los bordes de los conflictos, no al centro. Quienes están y han estado en la dirección de la universidad nunca atendieron, ni les interesa atender estos problemas, porque la existencia de ellos les garantiza la cortina de humo que cubre los problemas estructurales. Por eso muchos de los que crean conflictos en estos temas, o se creen adalides, los verá uno después asimilados por la administración, porque son funcionales a su intencionalidad. Fíjense bien estos días y hablamos luego de las elecciones.
Y mientras todas esas cosas cotidianas pasan, los problemas de orden mayúsculo no se solucionan. Siguen las normas obsoletas atafagadas con nuevas normas que cada día emergen en la eterna maraña de los papeles universitarios. Falsos discursos académicos que hablan de excelencia pero transitan los caminos de la mediocridad: sin profesores de planta, con miles de catedráticos, la mayoría de ellos ajenos al mundo universitario, oficinas que con cientos de procedimientos bloquean los sueños de hacer una mejor universidad, proceso lentos, organismos directivos que se reúnen cada ocho días pero nunca solucionan nada, falsos liderazgos que encubren proyectos individuales de poder y acomodamiento, intrigas, derroche en lo innecesario, escases para lo fundamental, entre otros problemas que agobian, matan el espíritu y terminan adormeciendo la comunidad.
Entonces nos encontramos frente a una crisis real de identidad de la comunidad. Hace mucho olvidamos lo que significa ser “Universitario”, porque sin importar cuál sea la función, quien la realice debe entender que está en el campus de la Universidad del Tolima. El vigilante, la aseadora, el contador, la secretaria, el auxiliar, el rector o los miembros del desprestigiado Consejo Superior, deben ser personas que no solo posean unas funciones, deben ser sujetos universitarios. Igual sucede con los estudiantes y maestros, muchos de los cuales tampoco han entendido o interiorizado la importancia de asumirse como sujetos de la universidad pública. Debemos entender que el centro de nuestras preocupaciones es Ella, la Universidad del Tolima quien necesita garantizarle educación superior a la región, pero no cualquier educación, sino una conectada con la realidad y sus problemas que sea capaz de activar el chip social de la transformación.
Si lo pensáramos e hiciéramos  así, erradicaríamos esos grupúsculos de poder que tras falsos discursos de cambio se alimentan como rémoras de la Universidad del Tolima, personajes cuyo interés real son ellos mismos, sus fincas, sus bienes, sus enormes carros, sus ahorros, los puestos para sus amigos, sus mezquinas vidas, sus amantes, sus mirada retrógrada o sus proyectos seudo-revolucionarios.  Recuperar el concepto de universidad pública como centro de la reflexión y la acción evitaría que nos destrocemos entre nosotros, mientras los que han dirigido la universidad en toda su historia siguen alimentando esa enorme ballena que se traga nuestras mejores intenciones y les hace creer a muchos que es imposible transformarnos. Todos ellos son monstruos devoradores de sueños.
Al contrario, reconstruir el ethos universitario es la mejor apuesta hoy para la Universidad del Tolima. Apostar por la democracia real para hallarle un “sur” a nuestros problemas cotidianos y enrumbar la universidad hacia un proceso de transformación  estructural, es el mejor camino para superar el grito, la amenaza, la percusión vedada, la corrupción disfrazada, la dádiva que corrompe, el silencio miedoso y medroso, el falso discurso de los revolucionarios burocráticos, el despilfarro, la ineficiencia, la angustia de la cotidianidad, la rabia y el desconsuelo. Pero sobre todo, recuperarnos como sujetos universitarios es volver la mirada sobre nosotros mismos y sobre nuestras responsabilidades frente a la región y el futuro educativo de nuestra lastimera historia departamental.
De lo contrario, si le seguimos apostando a la trásfuga, a los intereses del enquistado poder, a la mezquindad y el odio, seguiremos en la lógica que ha mantenido sumida la Universidad del Tolima a una especie de oscurantismo medieval en donde, como decía Antonio Aguilar: “cuando está abierto el cajón, el más honrado pierde”. Creo que este es el tiempo de todo lo contrario, de los honrados. Espero que seamos muchos…