febrero 06, 2022

NO TODO VALE

 


Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Estos días he tenido algunas “discusiones” en redes sociales debido a mis opiniones en tres temas específicos: la “música” de Bad Bunny, el fútbol como mecanismo de alienación de masas y la valoración estética de artefactos que se hacen llamar arte. Me ha causado curiosidad que en todas esas discusiones algunos interlocutores me han “conminado” a que debo aceptar a rajatabla las opiniones contrarias: que lo que Bad Bunny vende es música, que el fútbol, más allá de ser un deporte de masas regido por los principios comerciales, no debe ser valorado desde una óptica crítica, por ejemplo, como mecanismo de distractor social para ocultar los problemas “reales” del país.

En el caso del arte, algunos han sugerido que se debe valorar toda expresión “artística” como tal, sin importar que la historia cultural de la humanidad haya fijado unos cánones para el mismo y que dicho artefacto no lo respete, como el famoso busto de Quintín Lame que colocaron en reemplazo del genocida Galarza. Todas esas conversaciones me hicieron acordar del debate de la posmodernidad, en donde se planteó que, con el fin de la historia y la modernidad, ahora todo valía.

Si hay algo que potenció las redes sociales es la posibilidad de que mucha gente opine sobre muchas cosas, algunos a esto lo han denominado “democratización de la opinión”. Sobre lo mismo hay posiciones a favor y en contra. Algunos afirman que estamos viviendo el apocalipsis de la verdad y otros que las redes son la mejor expresión de que hemos alcanzado la capacidad de comunicarnos a nivel planetario y eso favorece el entramado comunicativo y, por ende, las relaciones sociales.

Personalmente creo que las redes y los entramados digitales, siendo herramientas inventadas por los seres humanos, pueden traer beneficios o problemas, todo dependen del uso que hagamos de las mismas. Usar los medios para posicionar una idea no es nuevo, forma parte de la historia universal, y, sobre todo, del proyecto humanista que consideró la razón como el eje central de la construcción de las múltiples verdades. El tema es que han cambiado los medios y ahora millones de personas puede usarlos para expresarse, con el efecto de pérdida del rigor de lo que se dice.

Así, lo que está en juego no es sólo la deconstrucción de valores antiguos, formas estéticas obsoletas o cambios de paradigmas, lo cual es consecuente con la evolución de la vida y de lo humano, el problema está en pretender “imponer” el relato de que todo vale en medio de una discusión sin moderador. Así, una producción musical que no sea producto de una construcción estética (ritmo, letra, melodía, ensamble) debe ser aceptada como tal, sólo porque es consumida por millones de seres que la consideran “música”. De no aceptar eso se puede ser calificado de “policía del gusto musical”, como alguien lo afirmó en una de las conversaciones. Yoko Ono estará muy feliz ahora con esta medida estética sin parangón. Como dijo el poeta Rabindranath Tagore: “La verdad no está de parte de quién grite más”.

Igual pasa con las opiniones sobre política, vida social, mundo de la vida, deportes o cualquier otro tema que abordemos, porque el principal argumento que se esgrime esconde una trampa, es que “todo vale”. Tratar de defender una idea, un punto de vista, una tesis, ha sido el sustento de la modernidad, atrás quedaba la aceptación a priori de los fenómenos como expresiones místicas o divinas de la existencia. Aceptar que todo vale es negar la autonomía del pensamiento, la discusión y el debate y la búsqueda de “las verdades” que rigen los fenómenos, las leyes y las cosas del universo.

Por expresar la opinión, en otros tiempos algunos eran conducidos a los campos de concentración, expulsados de sus países, condenados a Siberia o desaparecidos. Hoy la opinión está vulgarizada y cada vez pierde más valor especifico, justo porque creemos que cualquier opinión es válida.

Lo siento si hiero susceptibilidades, pero no todo vale. Hay lugar para el rigor del pensamiento y para la argumentación, así el mundo transite por lo que Bauman denominó acertadamente, el efecto líquido. No importa que lo que se exprese esté en un tratado científico, en una columna de opinión o en un estado de Twitter. Si queremos contribuir en la construcción de un entramado social que piense y actúe en consonancia de la posibilidad de un mundo mejor, debemos entender que hay formas válidas y ciertas que configuran la existencia y otras no. De eso se trata el debate.