septiembre 07, 2016

CICLISMO Y CONSTRUCCIÓN DE NACIÓN

Por: Carlos Arturo Gamboa

En Colombia aprendí lo que significa la palabra coraje
José Beyaert
Francés Campeón de la 2ª Vuelta a Colombia (1952)

Por estos días en Colombia se vive una euforia ciclística no vista desde los años ochenta cuando Lucho Herrera y Fabio Parra aglomeraban transeúntes con sus hazañas.  Colombia y ciclismo parecen sinónimos, hay algo arraigado en el genotipo colombiano que se corresponde al relieve montañoso y que fue construyendo una leyenda en nuestro imaginario y en las páginas mundiales. No obstante, el ciclismo no ha contado, al menos en las dos últimas décadas, con el patrocinio, las escuelas de formación y la difusión mediática necesaria, por eso muchos hasta ahora empiezan a entender la relación que se teje entre ciclismo y país.
Movido por una afición ciclística de años, y a la par de las hazañas de Nairo Quintana en la actual Vuelta a España, he comenzado a recorrer las páginas del libro Reyes de las montañas. De cómo los héroes del ciclismo colombiano incidieron en la historia del país, del periodista británico Matt Rendell. El libro fue escrito inicialmente en inglés (Kings of the Mountains: How Colombia's Cycling Heroes Changed Their Nation's History) y este año (2016) aparece una traducción ampliada de Juan Manuel Pombo, publicada por Semana Libros. Estas 342 páginas contienen una amplia visión de dos relatos que sorprenden: ciclismo Vs construcción de nación colombiana.
En ese sentido, el autor nos pasea magistralmente por los hechos ciclísticos más importantes de los colombianos pero conectados a sucesos históricos, a la violencia, al narcotráfico, al fenómeno de las guerrillas, a las realidades tan nuestras como el ciclismo. Hablando de la Vuelta a Colombia, que inicia en 1951, tres años después del bogotazo, se da entender que nace pensada para convertirse en un río de pasiones porque “La vuelta a Colombia sana heridas de la psiquis nacional” (Rendell, 2016, p. 103), pero también en una especie de acercamiento al denominado progreso, porque los impulsores del ciclismo soñaban tener competencias como el Tour de Francia, porque “El ciclismo logra convertir ese movimiento circular (la historia) en progreso lineal” (p. 102).
Y en la medida que se nos narran las gestas de Efraín “El Zipa” Forero, Ramón Hoyos Vallejo, Hernán Medina Calderón, Roberto Buitrago, Álvaro Pachón, Rafael Antonio Niño, Cochise Rodríguez, Patrocinio Jiménez, entre cientos de figuras más, se nos va relatando ese mundo que intenta ser cosmopolita pero que se cruza con montañas indomables y con problemas fundamentales que aun hoy intentamos resolver: “(…) el único tráfico que en verdad quedó al margen del conflicto fue el de los ciclistas. «En los valles-me dijo el Zipa-, nos saludábamos con los generales y en las montañas veíamos a las guerrillas a la vera del camino» (p. 110); la dimensión de la violencia en sus más fervorosos gérmenes no estaba aislada de la construcción de una tradición ciclística en Colombia: “La salida de la tercera etapa de la Vuelta de 1962 se retuvo durante tres horas tras detectar tropas de Tirofijo en las laderas de la Línea” (p. 112); sin embargo, como lo recuerda Ruskin “En la cabeza de la gente, la Vuelta tenía más peso que la violencia”.
Y así se nos va narrado, o más bien recordando, la historia de Colombia, mientras las bielas tragan el polvo de un país subdesarrollado, mientras Lucho Herrera gana en Alpe d'Huez y la apoteosis nos embarga en una década plagada de narcotráfico, bombas y aplausos a Fabio Parra devorando las cumbres de Francia, para lograr el primer podio en la más grande de las vueltas: El Tour, nuestro eterno sueño de gloria. Más adelante, en los años noventa se profundiza la crisis cafetera, lo cual conlleva a la desaparición del equipo insigne Café de Colombia y además, “con los narcos ahora impedidos para hacer despliegues públicos de generosidad, también el dinero de la droga dejó de circular. El ciclismo que siempre había ofrecido metáforas curativas, ahora se veía en la angustiosa urgencia de fondo”. (p. 240)
La delicadeza del lenguaje con el que Rendell va contando, va trayendo datos, va reconstruyendo anécdotas, nos hace placentero el tránsito por las páginas. En algún momento recordamos que Roberto “el osito” Escobar era ciclista en las épocas en que su hermano Pablo construía el más grande imperio delincuencial en el país, imperio que aun doblega la justicia y la institucionalidad; vemos como el auge de los escaladores construyó una leyenda de caballitos de acero, de comentaristas quienes a través de la radio crearon paraísos ciclísticos, de patrocinadores que entregaron hasta su último centavo con tal de ver surgir sus pupilos, de trampas, de dopaje, de sueños, de llantos y risas. La historia del ciclismo, en la visión de Rendell, es la historia de un país que hoy vuelve a tener su momento de gloria, aunque “(…) hoy son muy distintos los retos que enfrenta Colombia, sus instituciones y sus ciclistas”. (p. 286).
Reyes de la montaña es un libro esencial para los amantes del ciclismo, para los amantes de la historia e incluso para el desprevenido espectador que vibra viendo la sonrisa de Chaves mientras devora pavimento, la impavidez de Nairo subiendo cumbres y el arrojo de Urán, Atapuma, Henao, Pantano, López y cientos de ciclistas quienes con sus actuaciones corajudas han resignificado el nombre de este territorio llamado Colombia. Espero los antoje de su lectura, bien vale la pena saber que tenemos un pasado corajudo y un presente esperanzador, para el ciclismo y para el país.