junio 13, 2014

DÍGANLE A JULIO QUE LA GUERRA TERMINÓ



Carlos Arturo Gamboa B.
Mientras trataba de retomar el aliento iba pensando en la lejana posibilidad de encontrarlo esta vez. Ya eran muchos los intentos terminados en frustración, pero no se le ocurría desistir. Terminó de ascender entre riscos espinosos y luego tuvo que luchar contra un camino arenisco que le hacía perder el equilibrio. Miró hacia el cielo, como intentando establecer una señal de ubicuidad, pero parecía estar enmarañado por la vegetación. Supuso que aún estaba empezando la tarde porque el sol se colaba entre el herbaje. De repente, como si alguien lo hubiese presentido con ganas de claudicar, apareció frente a su mirada una especie de cambuche maltrecho. Frenó en seco y se enfrentó a la posibilidad del miedo.
-           Buenas tardes… ¿hay alguien aquí? Gritó lo más alto que pudo, exhalando de sus pulmones la última ración de oxígeno.
-           Buenas tardes… buenas tardes… ¿Hay alguien…?
-           Santo y seña. Patria o muerte. Contestó una voz desde algún lugar incierto de aquella choza.
-           Buenas tardes señor.
-           Santo y seña. Patria o muerte. ¿Qué busca el individuo?
-           Ando buscando a Julio Calarcá, mi hermano.
Hubo un silencio inquietante que Eustacio aprovechó para inspeccionar rápidamente el lugar. Estaba frente a una choza construida con hojas anchas que cubrían un soporte de troncos de arbustos, no muy gruesos.
-           ¿Y para qué lo busca el señor?
-           Para darle un mensaje
-           ¿De quién?
-           De nuestra madre
-           ¿Y cómo llama la señora en cuestión?
-           Dorotea Cuellar
-           Dígale a la señora que Julio está al servicio de la revolución.
Luego vino otro silencio más largo y mientras trataba de precisar sus siguientes palabras, por primera vez Eustacio pensó en la posibilidad de que aquella voz fuera la de Julio.
-           Señor, señor, ¿conoce usted a Julio?
-           Lo suficiente para informarle que él no se distraerá por mensajes proveniente del mundo esclavizado.
-           ¿Y no existe la posibilidad de que pueda hablar con él?
-           No señor, la revolución no da tregua, ya tendrán tiempo de hablar cuando la justicia se tome las ciudades.
-           La verdad me urge hablar con él. Esto último lo dijo un poco desconsolado, casi seguro que Julio eran un nombre perdido en aquella selva, carcomido por los jejenes, alterado por la pesadez de la clorofila.
-           Es mejor que se apee señor, allá en la esquina hay una vasija con agua, beba un poco, y debajo de esas ramas hay un atado de panela, coma también una ración, no mucha.
Eustacio obedeció al detalle, llevaba horas sin probar alimento diferente a frutos extraños que el hambre convertía en manjares.
-           ¿Cómo es que alguien de ciudad se interna en estos parajes? – Interrumpió de nuevo la voz un poco amenazante.
-           Ya le dije señor, busco a mi hermano Julio
-           ¿No será usted un hijueputa del gobierno?
-           Para nada señor, soy hermano de Julio, Eustacio Calarcá, y le traigo una razón de mamá.
-           No tiene usted pinta de hermano de Julio, mucho más bajito y debilucho y con esa cara de trabajar para algún empresario promotor del capitalismo salvaje. Usted tiene pinta de vasallo del sistema y por aquí esa gente no la pasamos
-           Lo siento señor, sólo busco a Julio, mi hermano
-           Julio nunca me dijo que tenía hermanos amanerados
Eustacio guardó silencio. Ahora se sentía prisionero de aquella conversación. No sabía qué decir, cualquier argumento sería inútil. ¿Qué podría saber de la realidad aquel hombre enclaustrado en la selva? Se sentía profundamente indefenso. Estaba a la merced de un fermentado revolucionario. Pero tenía que hallar a Julio.
-           Miré señor, retornó la voz desde la choza, es mejor que se marche, descanse un poco y devuélvase para la ciudad a cuidarle el capital a su patrono.
-           Lo siento señor, pero me es imperativo darle la razón de mamá a mi hermano.
-           No joda hombre, no entiende que para nosotros lo único imperativo es la revolución. Cuando uno se viene pa`l monte se compromete es a luchar, lo demás es una anécdota del pasado. Si uno estuviera pensando en lo otro no podría enfrentar al enemigo.
-           Pero…
-           Pero mejor no diga más, y devuélvase y dígale a la tal señora Dorotea que Julio está bien, que su sueño de libertad se hizo realidad y que pronto, cuando los defensores del pueblo se tomen las ciudades lo verá, y entonces la gente entenderá nuestra lucha.
Eustacio agachó la cabeza y su cuerpo tradujo el lenguaje de la derrota. Descargó la vasija en la que bebió agua, y juntó las sobras de la panela. Parecía hacerse de noche.
-           Señor, hágame un gran favor, si se ve con Julio dígale que su hermano vino a buscarlo, Eustacio Calarcá, y dígale que le traía un mensaje de mamá, Dorotea es el nombre.
-           Con gusto señor, pero no olvide usted que él anda muy ocupado con la revolución y tal vez ni le interese el dato.
-           Sólo dígale eso, tal vez se pueda comunicar conmigo, ¿si quiere le dejo la dirección?
-           ¿Y para qué hombre? Ya le dije que él  está comprometido con la justicia y la lucha, no se va a poner a pensar en su madre y su hermano cara de empresario…
-           De todas maneras dígaselo
-           ¿Y cuál es el mensaje de su madre?
-           Lo siento, eso sólo se lo puedo decir a él en persona
Entonces Eustacio vio un rostro poblado de barba que se asomaba entre los juncos que rodeaban la choza, un rostro curtido de selva, repleto de arrugas revolucionarias, un cuerpo cubierto por un traje camuflado por el barro y en cuya mano sostenía un fusil.
-           No dispare señor –imploró el visitante-
-           Tranquilo Eustacio, deme el mensaje para Julio, el mensaje de su mamá
-           Mi madre manda a decir: “Díganle a Julio que la guerra terminó”
-           ¿Y cómo está ella?
-           Muerta, llorada y sepultada. Hace ya cinco años.
Julio descargó el fusil sobre el tronco de un árbol. Miró a su hermano indefenso, como cualquier citadino extraviado en un parque, luego dio la vuelta y tomó un pequeño sendero detrás del rancho, como buscando la fosa común de sus recuerdos.

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Cuento ganador del  7o Concurso Nacional de Cuento RCN - Ministerio de Educación Nacional de Colombia (2013). Modalidad Docentes.