junio 06, 2022

NO MÁS PRÓCERES

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima.

 

Por estos días de agitada confrontación política y desaforado antagonismo, días cuando la muchedumbre colombiana busca desesperadamente un nuevo prócer, -porque el último ya no posee más que el olor nauseabundo de los próceres caídos en desgracia-, quiero recomendar la lectura de un libro.

Se trata de “Adiós a los próceres” del escritor colombiano Pablo Montoya. Un compendio de veintidós semblanzas de hombres y mujeres que fueron erigidos como héroes nacionales y que una larga tradición de adoradores ciegos, como los que hoy están en pugna, se encargaron de mantener incólumes, como semidioses de un lamentable Olimpo criollo. Pero a esos nombres, Pablo Montoya agrega el mayor villano de nuestra historia patria, Pablo Morillo, el pacificador. Quizás esto lo hace para recordarnos que sin enemigos no hay gloria.

Los próceres deambularon entre libros de historia, versos grandilocuentes, poetastros e historiadores oficiales y profesores de historia formados en repetir libros de historia que escribieron historiadores formados en la adulación. Y así sobrevivieron hasta estos días; y la pasan colgados en las paredes de nuestros colegios o mirando fijamente desde los bustos que pululan en las plazas y parques que llevan sus nombres. La mayoría de ellos murieron jóvenes y de esa manera lograron arraigarse en el imaginario popular de un país dado a la especulación como forma de vida.

Nuestro último prócer, de ruana y sueños dictatoriales, no ha muerto joven, se está pudriendo en vida y eso ha permitido ver el trasfondo de su fingida gloria. Por eso la sombra de una nación nunca terminada de construir, sigue en esa eterna pugna, buscando salvadores, neo patriotas, libertadores, machotes gritones, militares que hagan tronar sus armas y saquen suspiros de los pechos de las damas de bien. Todo esto pasa mientras el último prócer agoniza de exceso de poder en su finca y da órdenes aquí o allá con el ánimo de mantener su casta, pero olvida que la miseria se cierra con ciclos de miseria. Algunos historiadores, como los de otrora, estarán esculpiendo las líneas de su falsa gloria, para seguir haciéndonos creer que este es un país de patriotas sacrificados por su pueblo.

La virtud del libro de Montoya es que hace reír, de esa manera que la fina ironía delinea una sonrisa en los labios del lector. Nos muestra esa verdad que siempre estuvo a nuestra vista, pero que la tradición oral y la tradición académica deformadora nos impidieron ver. Esos grandes próceres, fundadores de una patria que se diluye en el tiempo, son puestos a la palestra pública con sus agonías, sueños, delirios, intereses disfrazados, megalomanías y muchas miserias más.

Pablo Montoya nos da una lección de historia sobre la histeria patriotera. Al mejor estilo de la terapia de la regresión, nos lleva a los inicios de la llamada gesta independentista de España y bajo la magia de unas bien buscadas palabras, deja al desnudo esa lista de rábulas, leguleyos, lenguaraces, músicos, poetas, guerreros, soñadoras y traidores que dieron forma a esa amorfa época, de la cual aún cargamos el peso de sus decisiones.

Consciente de su oficio de destructor de mitos, Montoya busca dardos para cruzarnos el pasado con el presente, para incitarnos a pensar que “desde siempre hemos estado jodidos”, que nuestra historia es un montón de hojas mal reescritas para hacernos creer lo que no somos. Que olvidando la mortalidad de nuestros próceres nos metimos en la tarea de perpetuar sus errores y exaltar las falacias que de ellos nos narraron.

Aún, en el siglo XXI, seguimos peleando entre nosotros, como protagonista de una espectral saga milenaria. Santander sigue buscando a Bolívar para matarlo, Bolívar sigue fusilando inocentes, los indios y los negros siguen siendo usados para alimentar el gran ejército patriotero que llevará a nuevas conquistas de riquezas que repartirán entre los privilegiados. El país sigue en constante ebullición, una nación que no termina de parirse a sí misma.

Por eso el libro “Adiós a los próceres” me parece de una luminosidad increíble, logra con ese lenguaje iconoclasta hacer lo que los nadaístas soñaron, develar la podredumbre de la realidad; pero acá lo hace con la historia de nuestros héroes de papel, similares a los actuales.

Quizás la lectura de este texto sea urgente para todos, deberían hacer una serie sobre estos perfiles. Descabezar tanto ídolo incrustado en los relatos nacionales y entender que tenemos una tarea pendiente con la historia, dejar de adorar los próceres y construir la nación desde las diferencias, las necesidades de las regiones y los hechos de nuestra, casi siempre, absurda realidad.