mayo 23, 2007

UN GRITO

Los últimos sucesos colombianos no han podido ser opacados por los medios masivos de comunicación. Ni la celebración de los 20 años del triunfo de Lucho Herrera en la Vuelta a España, ni el inicio de la segunda temporada de aquel show televisivo en donde enseñan que es más importante engañar que saber, y en donde se inventaron una palabra más adecuada para el engaño: Cañar; programa apológico de la cultura narco y facilista que permeó todos las estructuras sociales. Ni las maquilladas emisiones del señor presidente diciendo que todo marcha bien, que el proceso con los paramilitares es transparente y que las reformas de la “revolución educativa” son benéficas para la educación. Nada de esas falsas cortinas sin validez –exceptuando el triunfo de Lucho Herrera- han impedido que una verdad silenciosa vaya tomando forma de grito:En Colombia la influencia paramilitar, aliada con el narcotráfico, la politiquería caudillista y populista, han destruido el país dejándolo al borde del caos. Congresistas aliados a los jefes paramilitares, miembros del gobierno involucrados con capos del narcotráfico, alianzas chanchulleras para robarse el bien público, y cientos de proezas clientelistas hacen pensar que estamos en el borde de la cornisa, como lo dijera Soda Stereo.Pero en medio de esa avalancha de sucesos que no alcanzan a ser procesados y menos debatidos, la población se pierde por los laberintos de las dudas y la verdad sigue siendo una prostituta cuyo precio es demasiado alto. Lo estudiantes protestan, siempre motivados por la realidad y a veces de maneras que no atraen opinión sino que contribuyen a crear caos ideológico, la guerrilla ataca al pueblo como si derribando torres se alcanzara la igualdad y la justicia, los anarcos rompen vidrios, los policías reparten bolillo, los pobres luchan por sobrevivir, los niños mueren de hambre en el Chocó y en muchos otros rincones del país, los politiqueros alistan sus máquinas de producir votos para la próxima contienda electoral, los terratenientes le temen a la reforma agraria que nunca llegará y cercan sus tierras, con alambre, con balas y con dinero, los hijos del rey del norte temen la caída del dólar, los defensores del TLC ven como dan vida a ese engendro que bautizaron y ahora nadie quiere albergar, los periodistas mienten o dicen medias verdades que es la forma más elegante de mentir y Vallejo renuncia a ser colombiano, por ser mexicano, como si por allá estuviera durmiendo la justicia y la igualdad. En medio de todo esto la mayoría de los colombianos duermen tranquilos, se levantan con la conciencia tranquila, nada les duele, van a sus oficinas, se santiguan, dicen que las cosas mejorarán, van de compras, llevan sus hijos a misa, le echan la culpa a los demás, eyaculan, aman, ríen y al segundo olvidan. Somos un pueblo de memoria a corto plazo, esta estirpe ha olvidado los cien años de soledad sobre la tierra, somos nómadas en nuestra casa.Necesitamos recuperar la memoria, revisar la historia, arrojar la basura a su lugar, limpiar el Estado y eso se logra cuando un pueblo es consciente que debe elegir personas con atisbos éticos, con pasados pulcros, con deseos de progreso colectivo no de ambiciones personales. En medio de esos 40 de millones de colombianos hay muchos que desean el cambio, pero el mecanismo debe activarse, las propuestas serias y argumentadas, la resistencia civil contra toda forma de barbarie, contra la injusticia propia y ajena, contra el capital depredador que desconoce al otro, contra toda forma de inequidad. Esto no es otro discurso, esto es un grito.