julio 26, 2020

UT: VERSIÓN 2020


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima – IDEAD-

En Colombia las instituciones públicas padecen el karma de ser consideradas ineficientes. Son sinónimos de tramitomanía, procesos engorrosos, burocracia desaforada y corrupción.  De seguro el sector se ha ganado estos motes con creces, porque muchas de las instituciones públicas son focos diarios de noticias que las siguen ubicando como pioneras de esos males organizacionales.

No obstante, las instituciones no son entes abstractos, están conformadas por una serie de individuos quienes las direccionan, por unas regulaciones que las limitan (y ahogan) y por una cultura, la cual determina su transcurrir. Las instituciones públicas hacen parte del inventario de las organizaciones que se suponen están al servicio de la ciudadanía, en esencia prestan servicios sin ánimo de lucro y están articuladas al Estado. Si lo privado está destinado a la productividad, a lo público le compete dar respuesta positiva al contrato social.

La Universidad del Tolima, como parte del sistema estatal de educación superior, se mueve en ese mundo de lo denominado público. Está destinada a garantizar un derecho, el de la educación superior, aunque la economía del mercado ha hecho de éste, un servicio. El Estado, quien debe garantizar su funcionamiento en un 100 %, ha venido abandonado su responsabilidad frente al sistema y, como toda institución pública, ha tenido que realizar piruetas de subsistencia.

El Estado no sólo ha descuidado su deber de mantener la universidad pública, sino que, respondiendo a dinámica globales, ha contribuido a imponer metas difíciles de cumplir, conduciéndola a su lenta agonía. Muchas veces la ha estigmatizado, como solía hacerlo un mal recordado expresidente quien la consideraba como foco de terrorismo.  Y entre suma y suma, con dificultades financieras, con abultadas burocracias, sujeta a señalamientos y atafagadas por el cumplimiento de los indicadores, los entes educativos fueron perdiendo el rumbo.

Cuando una institución posee el rótulo de pública no significa que debe ser de calidad dudosa, o que el producto o servicio ofertado no deba tener las mejores cualidades para quienes son los directamente beneficiados. Al contrario, lo público debe mostrar que se construye como opción de beneficio general, comunitario y productivo en términos de impacto social. De no ser así, no tendría razón de ser. Y para lograrlo debe responder a las necesidades de la sociedad, en este caso, a la formación de sujetos, cuyo accionar ayudará a transformarla en sus múltiples campos de acción.

Así, la Universidad del Tolima, con 75 años de historia, es un alto referente institucional para el departamento, incluso mucho más allá de sus fronteras regionales. Su Misión, cuyo principal axioma es la formación integral permanente para el desarrollo del arte, la ciencia y la cultura, la ubica como institución fundamental para la transformación social. No obstante, dicha Misión ha sido opacada en ciertos momentos de su existencia, debido a múltiples factores de índole interno y externo, que en varias ocasiones la han llevado a desviar su rumbo.

Para fortuna, la UT versión 2020 muestra otro rostro, uno que refleja su gran potencia. Justo cuando cumple 75 años de historia puede mostrar todo su esplendor. Supera un enorme déficit arrastrado desde hace apenas 4 años, avanza en la construcción de proyectos de impacto social como el Hospital Veterinario, -que hace un par de años era ejemplo de los elefantes blancos que abundan en lo público-, amplía su oferta de programas en pregrado y posgrado con nuevos y necesarios campos del saber, extiende su cobertura en nueve departamentos del país, consolida sus procesos de investigación, entre muchos logros más que podríamos enumerar.

Por todo esto, como sumatoria de esfuerzos de la comunidad en su conjunto, la UT recibe la Acreditación Institucional de Alta Calidad por 4 años, lo cual, más allá de ser un indicador de eficiencia o de cumplimento ante el sistema estatal, es el reconocimiento de su importancia como proyecto de formación superior para toda una nación. Un proyecto regional con impacto nacional.

Y adicional a esto, en un momento de enorme dificultad económica, logra, en otra gran sumatoria de esfuerzos, ofrecer la gratuidad de la matrícula de pregrado para el semestre B de 2020 y unos considerables descuentos en matrícula de posgrado (hasta 40 %), más las inscripciones gratis y los beneficios con sólidos planes de bienestar. Aquí confluyen las voluntades y las necesidades, un ejemplo de que la formación superior debe ser una apuesta conjunta de la sociedad y todos sus actores. Es decir, a la acreditación institucional le sumamos la reacreditación como proyecto de alto impacto social.

Como actor activo de la Universidad del Tolima, durante más de 25 años desde que inicié mi pregrado en el Instituto de Educación a Distancia, he vivido momentos dignos de ser celebrados y otros de enormes crisis, pero siempre he sido un convencido de que el proyecto de educación pública es un campo de trabajo para la construcción de un mejor país, un mejor porvenir.

Por eso hoy, ante estas buenas noticias debo regocijarme colectivamente, porque contemplar esta versión UT 2020 es prueba fehaciente que es posible administrar con cuidado lo público, luchar para construir lo oficial, defender y potenciar lo de todos. De seguro faltará mucho por hacer, nuevas dificultades que enfrentar, pero indudablemente nosotros y otros estaremos y estarán prestos, en su momento, a seguir fortaleciendo el legado de la educación superior para las generaciones venideras.

A los que han aportado para hacer posible esta versión de universidad debemos reconocerles sus esfuerzos: a los Estudiantes con sus ejemplos de lucha y aprendizaje, a los Docentes comprometidos con la academia, la cultura y la ciencia. A los Directivos que trabajan en silencio y a quienes casi siempre se culpa de todo lo que no funciona y casi nunca se les reconocen los aciertos. A los Trabajadores forjadores de la vida cotidiana administrativa, a los Egresados que enaltecen el legado y a aquellos que, desde diversos sectores sociales, políticos y estatales, siguen apostando por ella como un proyecto de formación para el siglo XXI.

A todos quienes nos reclamamos universitarios, y quienes confluyen para darle vida al sistema educativo superior, invito a que aplaudamos de pie estos éxitos y continuemos trabajando, con capacidad de acción colectiva, porque los retos de estos tiempos son de la misma dimensión de nuestros logros, enormes.