noviembre 18, 2010

JUEGOS REVOLUCIONARIOS


Por: Carlos Arturo Gamboa
La política es a veces como la gramática: Un error en el que todos incurren finalmente es reconocido como regla. (Andrè Malraux)

Cuando Esquivel llegó a la casa no encendió el televisor como de costumbre. Esa noche obvió sus recorridos por FOX, SPN y otros canales deportivos, únicos refugios que aún conservaba en esa antigua caja obsoleta de imágenes. Esa noche tampoco quiso salir a la esquina en donde sus panas departían entre humos varios. Lo que si hizo Esquivel fue conectarse a Facebook y a MSN, buscaba rastros de algo, buscaba que alguien le explicara aquellas dudas que aún revoloteaban en su cabeza. Pero no encontró a nadie allí, salvo dos amigas que intercambiaban emoticones. Entonces apagó su PC y se recostó en la cama. Recordó la gente en las graderías vociferando frases populistas, invitando al cambio. Vio de nuevo la cara una chica que tomaba notas, como si estuviese en trance. Vio también algunos rostros conocidos, la mayoría de jóvenes activistas que trataban de ganar algún espacio para sus voces. Entonces escuchó el vozarrón que hizo callar el público, y en esas palabras que como saetas inundaron el recinto, creyó encontrar el mensaje que buscaba. Luego vino un silencio casi estúpido. La mayoría levantó la mano y aprobaron algo que Esquivel no podía entender. En segundos el recinto quedó vació y casi no alcanza la chica que tomaba notas para preguntarle:

- Oiga dime, ¿qué fue lo que aprobaron?

La chica lo miró como si acabase de haber visto un habitante de Saturno y le contestó:

- Pues acaban de decretar la Revolución.

Luego se perdió en los giros de la noche, dejando que su falda la batiera el viento. Entonces Esquivel alcanzó a gritar sin obtener respuesta:

- ¿La Revolución contra quién?

Noviembre 18-2010

noviembre 14, 2010

LLUVIA DE NOVIEMBRE


Por: Carlos Arturo Gamboa

Sigue noviembre y sigue lloviendo, como en el poema de Mutis “ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima, que crece las acequias y comienza a henchir los ríos, que gime con su nocturna carga de lodos vegetales”. Pareciera que el cielo llorará un duelo interminable, un duelo de tiempos y de cuerpos mutilados por la historia. Llueve en noviembre y los cuerpos petrificados en el lodo armerita siguen fríos. Llueve en noviembre y los cuerpos mutilados en el palacio de justicia esperan en silencio. Llueve en noviembre y un país hecho de tumbas, de sueños frustrados y de olvidos, se deshace ante el furioso gotear de las montañas. 

Cuando llueve los hombres se encojen, se refugian en sus sacos, se adornan de sombrillas. Las luces de las ciudades enmudecen el asfalto, los vegetales de los campos se aferran a la tierra. Cuando llueve la madre tierra se despierta y empieza a tejer sus convulsiones. Sigue lloviendo y la tierra se derrite, los árboles se desploman bajo el traquetear de avalanchas, los cauces crecen y desbordan sus caminos. Llueve en noviembre y la historia se repite, las tierras anegadas de miseria, olvidadas por los dueños del destino, crujen, se lamentan, se oxidan, se olvidan. Los hombres en sus altos rascacielos olvidan que llueve en noviembre, olvidan que los campos producen su riqueza, sólo sueñan con sus cuentas en Miami.

Mientras las llanuras se ahítan de acuosidad, las ciudades se desbordan de corrupción. Llueve a cántaros y las voces cansadas de denuncias no alcanzan a dibujar tanta ignorancia. Ellos lo han gastado todo, han transado con la dignidad de nuestras tierras, han carcomido las entrañas de la tierra. Los corruptos, lo que con extensos días en los puestos se han apoderado de lo que era nuestro y ahora lo reparten entre los secuaces, siguen sentados en sus sillas, mientras los ilusos aclaman sus hazañas.

Lluvia de noviembre, que arrecia sobre las cumbres de un país hecho de olvido, sigue azotando el fugaz delirio de los árboles, sigue aumentando el cauce de los ríos, sigue de día y de noche aumentando el caudal de tus misterios. Lluvia de noviembre, despertad a la madre tierra y conducidla con su avalancha de lodo a los enormes rascacielos, entrad por sus ventanas y ahogad los tiranos que alegres se reparten el pan de nuestros hijos.