septiembre 08, 2009

DISPARAD CONTRA LA ILUSTRACIÓN


Artículo origina: AQUÍ
Muchos profesores abandonan la Universidad hartos del desinterés de los estudiantesLos alumnos no saben cosas básicas y eso no les preocupa lo más mínimoEn los últimos tiempos, algunos de los mejores profesores abandonan precipitadamente la Universidad acogiéndose a jubilaciones anticipadas. Con pocas excepciones, las causas acaban concretándose en dos: el desinterés intelectual de los estudiantes y la progresiva asfixia burocrática de la vida universitaria. La mayoría de los profesores aludidos son gentes que en su juventud apostaron por aquel ideal humanista e ilustrado que aconsejaba recurrir a la educación para mejorar a la sociedad y que ahora se baten en retirada, abatidos algunos y otros aparentemente aliviados ante la perspectiva de buscar refugio en opciones menos utópicas.


El primero de los factores es objeto de numerosos comentarios desde hace dos o tres lustros. Un amigo lo resumía con contundencia al considerar que los estudiantes universitarios eran el grupo con menos interés cultural de nuestra sociedad, y eso explicaba que no leyeran la prensa escrita, a no ser que fuera gratuita, que no acudieran a libros ajenos a las bibliografías obligatorias o que no asistieran a conferencias si no eran premiadas con créditos útiles para aprobar cursos. Aunque podría matizarse la afirmación de mi amigo, en términos generales responde a una realidad antipática pero cierta, por más que todos los implicados en el circuito de la enseñanza reconozcan que no se trata de la mayor o menor inteligencia o sensibilidad de los universitarios actuales con respecto a generaciones precedentes, sino de otra cosa.Esta "otra cosa" es lo que ha desgastado irreparablemente a los profesores que optan por marcharse a casa. Éstos no se han sentido ofendidos tanto por la ignorancia como por el desinterés. Es decir, lo degradante no ha sido comprobar que la mayoría de estudiantes desconocen el teorema de Pitágoras -como sucede- o ignoran si Cristo pertenece al Nuevo o al Antiguo Testamento -como también sucede-, sino advertir que esos desconocimientos no representaban problema alguno para los ignorantes, los cuales, adiestrados en la impunidad ante la ignorancia, no creían en absoluto en el peso favorable que el conocimiento podía aportar a sus futuras existencias.



Naturalmente, esto es lo descorazonador para los veteranos ilustrados, quienes, tras los ojos ausentes -más soñolientos que soñadores- de sus jóvenes pupilos, advierten la abulia general de la sociedad frente a las antiguas promesas de la sabiduría. Los cachorros se limitan a poner provocativamente en escena lo que les han transmitido sus mayores, y si éstos, arrodillados en el altar del novorriquismo y la codicia, han proclamado que lo importante es la utilidad, y no la verdad, ¿para qué preferir el conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de laposesión inmediata? Sería pedir milagros creer que la generación estudiantil actual no estuviera contagiada del clima antiilustrado que domina nuestra época, bien perceptible en los foros públicos, sobre todo los políticos. Ni bien ni verdad ni belleza, las antiguallas ilustradas, sino únicamente uso: la vida es uso de lo que uno tiene a su alrededor.Esta atmósfera antiilustrada ha penetrado con fuerza también en el organismo supuestamente ilustrado y, con frecuencia, anacrónico de la Universidad.


Ahí podríamos identificar la otra causa del descontento de algunos de los profesores que optan por el retiro, originando, en el caso de los mejores, una auténtica sangría intelectual para la Universidad pública, cuyo coste social nadie está evaluando. A este respecto, la renovación universitaria ha sido sumamente contradictoria en estos últimos decenios. De un lado ha existido una notable voluntad de adaptación a las nuevas circunstancias históricas, con particular énfasis en ciertas tecnologías e investigaciones de vanguardia como la biogenética; de otro lado, sin embargo, las viejas castas universitarias, rancios restos feudales del pasado, han sido sustituidos por nuevas castas burocráticas, que predican una hipotética eficacia que muchas veces roza peligrosamente el desprecio por la vertiente científica y cultural de la Universidad. En los mejores casos, por consiguiente, los centros universitarios se aproximan al funcionamiento empresarial eficaz, y en los peores, a una suerte de academia de tramposos.


Lógicamente, ni unos ni otros resultan satisfactorios para el profesor que quería adaptar el credo ilustrado al presente. Si la Universidad pública se articula sólo con intereses empresariales, está condenada a aceptar la ley de la oferta y la demanda hasta extremos insoportables desde el punto de vista científico. Los estudios clásicos o las matemáticas nunca suscitarán demandas masivas ni estarán en condiciones de competir con las carreras más utilitarias. Pero el día en que el consumo de tecnología no suscite ya ninguna curiosidad por los principios teóricos que posibilitaron el desarrollo de la técnica y la Universidad se pliegue a esa evidencia, lo más coherente será rendirse definitivamente y olvidarse de que en algún momento existió algo parecido a un deseo de verdad.Mientras esto no suceda, al menos definitivamente, el riesgo de una Universidad excesivamente burocratizada es el triunfo de los tramposos. No me refiero, desde luego, a los tramposos ventajistas que siempre ha habido, sino a los tramposos que caen en su propia trampa. La Universidad actual, con sus mecanismos de promoción y selectividad, parece invitar a la caída. En consecuencia, los jóvenes profesores, sin duda los mejor preparados de la historia reciente y los que hubiesen podido dar un giro prometedor a nuestra Universidad, se ven atrapados en una telaraña burocrática que ofrece pocas escapatorias. Los más honestos observan con desesperanza la superioridad de la astucia administrativa sobre la calidad científica e intentan hacer sus investigaciones y escribir sus libros a contracorriente, a espaldas casi del medio académico. Los oportunistas, en cambio, lo tienen más fácil: saben que su futura estabilidad depende de una buena lectura de los boletines oficiales, de una buena selección de revistas de impacto donde escribir artículos que casi nadie leerá y de un buen criterio para asumir los cargos adecuados en los momentos adecuados. Todo eso puntúa, aun a costa de alejar de la creación intelectual y de la búsqueda científica. Pero, ¿verdaderamente tiene alguna importancia esto último en la Universidad antiilustrada que muchos se empeñan en proclamar como moderna y eficaz?Los veteranos profesores de formación humanista que últimamente abandonan las aulas creen que sí. Por eso se retiran.

No obstante, es dudoso que su gesto tenga repercusión alguna. Para tenerla debería encontrar alguna resonancia en el entorno en que se produce. No es así. Nuestra Universidad, como nuestra escuela, es un mero reflejo. La sociedad en la que vivimos no sólo no tiene intención de compartir los ideales ilustrados, juzgados ilusorios e inservibles, sino que dispara contra ellos siempre que puede. Desde el escaño, desde la pantalla, desde el estudio, desde donde sea. El pensamiento ilustrado no ha demostrado que proporcionara la felicidad. Y esto se paga.


Rafael Argullol (escritor)

septiembre 07, 2009

CUIDADO CON LO QUE HABLAS...

PRIMERA ANÉCDOTA


Esto sucedió en una clase de fisiología en la Facultad de Medicina.

El profesor estaba hablando de los altos niveles de glucosa hallados
en el semen..

Una asistente levanto la mano y pregunto: Si le he entendido bien,
esta usted diciendo que hay un montón de glucosa como en el azúcar, en
el semen masculino.

- Es correcto - respondió el profesor.

Levantando la mano de nuevo la chica pregunto:

- Entonces, por que no sabe dulce?

Tras un silencio estupefacto, la clase completa estallo en risas.

La cara de la pobre chica se puso rojo brillante cuando se dio
verdadera cuenta de lo que, sin querer, había dicho. Cogio sus libros
sin decir una palabra y salio de la clase para nunca mas volver.

Sin embargo, mientras cruzaba la puerta, la respuesta del profesor fue
clásica. Totalmente serio, respondió a su pregunta:

- No le sabe dulce, porque las papilas gustativas para el dulce están
en la punta de la lengua y no al fondo de la garganta.




SEGUNDA ANÉCDOTA


Una profesora universitaria estaba acabando de dar las últimas
informaciones a sus alumnos sobre el examen final que harían al DIA
siguiente.

Termino diciendo que no habría excusas para quien no acudiese al
examen, a menos que se tratase de un accidente grave, enfermedad o
muerte de algún pariente próximo.

Un gracioso que estaba sentado al fondo de la clase pregunto con ese
típico aire de cinismo: Dentro esos motivos justificantes... ¿Podemos
incluir el de extremo cansancio por actividad sexual?.

La clase explotó de risas mientras que la profesora esperó
pacientemente a que todos se callaran. Entonces miro al payaso y le
respondió:

- Eso no es un motivo justificativo Como la prueba será de selección
múltiple usted puede venir y escribir con la otra mano... o puede
usted contestar de pie, si es que no se puede sentar





Y LA ÚLTIMA ANÉCDOTA


Un estudiante de periodismo llega a un paraje montañoso para hacer un
reportaje sobre la vida del lugar.

Aborda uno de los aldeanos y le dice: -Por favor, cuénteme algo
anecdótico de esta región. El aldeano comienza:

Una vez se perdió una cabra de nuestro rebaño, y como es costumbre,
nos reunimos todos los de la aldea, bebimos todas las botellas de vino
y salimos juntos a buscarla al monte.

Cuando la encontramos, como es la costumbre, volvimos a beber y uno
por uno tuvo sexo con la cabra...
El periodista interrumpe:

-Oiga, este reportaje será público. Mire, mejor me cuenta algo alegre
de la región.

Bien, una vez se perdió en el monte la mujer de un vecino y como es
costumbre, todos bebimos y salimos en su búsqueda. Al encontrarla,
como es la costumbre, bebimos y cada uno tuvo sexo con ella..
El periodista no soporto más y con el fin de evadir ese tema, le dijo
al aldeano:

- Mire, mejor cuéntame algo triste.

El aldeano, limpiándose una lágrima que comenzaba a salir de sus ojos,
continúo: - Una vez yo me perdí en el monte...