febrero 20, 2012

PALABRAS EN EL LANZAMIENTO DE LA REVISTA AQUELARRE No 21.

Para Julio César Carrión -el amigo e intelectual tábano-

Por: Carlos Arturo Gamboa
Nada mejor que empezar mi saludo a este nuevo número de Aquelarre con aquellas palabras de Aldo Pellegrini  quien nos recuerda que “al hombre despojado, hostilizado, acosado y que nada tiene que perder, le queda la riqueza incalculable de la palabra”, y la revista Aquelarre, como escenario intelectual cuyo sentido crítico atormenta a los hombres guardianes de la comodidad,  sigue avante, tomando como bastión la palabra.
Ahora estamos aquí para recibir el número 21 de la revista, número agorero, relacionado con los escépticos, los ateos, relacionado con aquellos que en la edad media se oponían a los designios de la totalidad en su figura más total, el Dios de los que reinan. Y claro, quienes anteponemos las ideas ante la totalidad de los relatos, no podemos más que ser tildados de locos, desadaptados, ilusos, energúmenos del sistema, soñadores. Pero cabría preguntar: ¿acaso existe otro camino?
Aquelarre ha construido su ruta, se ha negado a aceptar calladamente ante quienes amparados por el mal del siglo: el sospechoso silencio de la comodidad, desean imponer sus designios. Más de 10 años de un ya no tan nuevo siglo lleva esta revista, llena de incertidumbres, de debates, de contradicciones, de gritos y sueños, de locuras, de enfrentamientos contra lo establecido. Más de diez años de lectores y de escribientes, como diría Roland Barthes, porque cada vez hay más escritores de esos que acomodan sus discursos para ofrecérselos a los indicadores bursátiles del pensamiento. Una década de ese fugaz tiempo que todo condena al olvido, pero que también permite pulir las delicadas obras que le perdurarán. Ya Aquelarre tiene un lugar en la comunidad de la Universidad del Tolima, y es un hito en un escenario en donde mueren por falta de oxigeno los salmones, los ideales, las multitudes invisibles, y tantas otras voces que se niegan a reproducir la única voz, esa de los indicadores, esa de lo eficaz y lo eficiente, esa de la simulación contemporánea del conocimiento que cada vez está más lejos del saber y cada vez más cerca a lo que la palabra enuncia: Conocí-miento.
Por eso debemos celebrar otro Aquelarre, la fiesta es grito contra el olvido, debemos abrazar a los amigos que le apuestan desde la palabra a la construcción de una narración de su tiempo, de una expresión de las ideas que no cabalgan en el corcel majestuoso del consumo y la farsa, sino que prefiere continuar el camino bajo el golpe cansado pero firme de Rocinante.
Desde la Universidad del Tolima, desde la Universidad en crisis, desde allí, desde aquí, porque los grandes proyectos de la humanidad no sólo se miden desde las alturas de los rascacielos, abajo, en los no-lugares se construyen las utopías, y como lo enuncia Gutiérrez Girardot, en ese texto titulado La encrucijada universitaria, escrito en 1978 pero cuya vigencia está latente: “Todo modelo crítico surge de un estrecho contacto con la realidad, y el elemento utópico que está implícito en él, debe ser flexible y mantener sus lazos con la realidad que quiere transformar”, y Aquelarre como apuesta crítica ha seguido esa ruta, por eso en este nuevo número podemos hallar la visión no conforme de la comunidad académica, la crítica al mundo elaborado de la parafernalia del mercado en donde es más importante la depredación que el equilibrio de lo humano, el grito de los pueblos latinoamericanos por su inacabada independencia y un dossier mágico que nos muestra los recovecos de la ciudad, con sus dramas, sus señales y sus posibilidades.
Hoy estamos de cara a los retos de la re-construcción de la idea de Universidad Pública, la cual ha sido sometida por el empuje de los bárbaros arropados con cartones, por cada rincón del mundo universitario pululan los hábiles escaladores de las cumbres del seudo-saber y es muy fácil caer en el engaño del tráfico de las ideas. De la España iletrada heredamos el dogma de la simulación y la verborrea, mal que por siglos ha inundado páginas, hoy avaladas por el próspero mercado educativo. Por eso necesitamos de locos, soñadores, atrevidos con palabras, derruidores de templos, anatemas, socavadores del sistema, forjadores de martillos, eso es lo que reclama nuestro tiempo, de esos seres se deben poblar las universidades, de esos seres se alimenta Aquelarre, gracias a ellos por estar cerca, por sus grafías, por sus apuestas, porque por ellos que enfrentan los nuevos molinos de viento es factible seguir celebrando un Aquelarre, distante forma del recuerdo que evitará el olvido.
Ibagué. Febrero 9-2012.