agosto 08, 2017

El arte del desgenero

Por: Luis Fernando Abello
Lic. Lengua Castellana IDEAD-UT.
Publicado en el Suplemento Facetas de El Nuevo Día

Julio Cortázar, en su polémico libro Rayuela, instaura una advertencia sin la cual no podemos pasar desapercibidos en su lectura:

A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin… El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente.”

Así mismo, nos da un “orden” de manera cronológicamente virtuosa y desentendida para continuar con dicha lectura del escritor argentino. De esta misma manera, el escritor ibaguereño Carlos Arturo Gamboa, nos advierte, de manera distinta y diversa a la de Cortázar, que su libro no tiene un género definido, o así lo hace parecer su lectura, y directamente en su nombramiento cuando de él se lee “Un juego desgenerado”.
Adentrarnos a él, significa que estamos expuestos a una “tomadera del pelo” en toda su sincronía musical y lírica, puesto que hacemos una interacción con un lector no desprevenido, sino lleno de simbolismo que Gamboa, al igual que Dédalo, generan una aparente confusión, pero que nuestra risa puede ser una simulación acordada con el autor para interpretar los textos que de allí subyacen.

El juego de palabras que Gamboa nos suscita en la intervención literaria, no deja de pensarse como una sátira en gran magnitud de todo su libro, cuando menciona que “los ángeles conspiraron… / Y todos vagarán por la eternidad”. De aquí se desprende el primer poema del libro, y nos hace partícipes de los cuestionamientos diversos y sátiros que continuarán en dicha lectura. Paralelamente podemos decir, que el libro se revela como Lucifer en la revelación de los ángeles, o en John Milton, cuando menciona, siendo vocero de lucifer “Es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”.

 

Y es la angustia que se pregunta Carlos Gamboa por la modernización que ha dejado de sacralizar la tierra y el propio cosmos y su escenografía literaria, que se anuncia en los escritos de “La ira del hombre”.

 

Dicho sacrificio de lo sagrado por lo tecnológico, lo podemos, también ver, en el poema de William Ospina, llamado “Canción de los dos mundos”, donde los autores tolimenses, hacen alusión a la importancia del sur como epicentro de los acontecimientos histórico como urgentes y necesarios para el sostenimiento de la sensibilidad humana.

 

Pero si por un lado el autor nos somete a esa angustia kierkeggiana, por el otro acude a tomar lo local como universal, en su segunda parte llamada “Barrio Paraíso”.  En esta parte, ya el hombre debe haberse despojado de lo apolíneo en lo cual hace parte del primer capítulo y convocar a las solemnidades de lo dionisiaco y su fiesta desgenerada.

 

Como hemos mencionado con anterioridad, el libro toma rumbo aparte para clasificarse en un género literario, puesto que si está dividido por secciones, se lee como una totalidad de sus desesperanzas, parecido a una novela en su lectura lineal, pero también encontramos la inclusión del género literario como el minicuento, en la medida en que se construye con ironía y sátira, un humor fino para deleitarse sobre su simbolismo.

 

El texto no busca definirse entre lo prosaico o versátil, sino en jugar con esos escombros de vivencia y palabras; desde esa mirada, no podemos dejar de pensar en otro Borges, cuando escribe el “verdadero” autor del Quijote, Pierre Menard, de la misma manera, Gamboa resignifica los simbolismos de ese vecindario, puesto que Noé es un bohemio, verbo carne, se convierte en vegetariano, Dios mismo, creador de las leyes, es licitador de organismos de control como la policía, o es una “administrador” que derriba casas con relámpagos. Se puede decir que ubica en el centro a un Dios más humano, que tiene erecciones a través de los matorrales, ya que es un “Voyerista de tiempo completo”. 

 

Es así que la intención nitzscheana se convierte en palabra con Artefacto Ludens, puesto que está en otro plano escritural, donde se debe jugar con la seriedad con que jugaba el niño, nuestro niño.

 

Finalmente, la comunidad de este libro, del Barrio, tiene un tinte bíblico-urbano en todo su contexto, mira definitivamente a la escenografía del sur, y crea nuevos símbolos creados de realidades amplias para la memoria, que se hace difícil olvidar con una simple lectura, y una pérdida de memoria.

 

El juego no solamente está en la lectura, sino en apropiar la palabra como un juego sin ubicación concreta, pero sincera de toda la amalgama de insinuaciones literarias que surgen al cobrar nuevamente una lectura instaurada en el placer de una palabra que huye de la seriedad. 


5 arpegios para celebrar las ruinas

Por: Nelson Romero Guzmán
Poeta colombiano
Publicado en el Suplemento Facetas de El Nuevo Día

            La voz que dice el poema, aquella que lo invoca a través de la escritura y lo pone ante nuestros ojos, cuando proviene de la vivencia profunda de una experiencia poética, generalmente lo colma de otras voces; el poema, entonces, nos golpea con su carga de mundos para expresarnos otras posibilidades de sentir y de pensar a través de los medios intuitivos de la imagen, como vehículo de aproximación a la realidad. Por eso leemos ciertos libros de poesía como si desde sus páginas esas “otras voces” nos hablaran de distinta manera, con sus poderes metafóricos en comunicación con aquellas “ínsulas extrañas”, y no desde la postura narcisista del “yo” biográfico de su autor. De esta actitud despersonalizada de la escritura, el poema agrega a nuestro mundo una expectativa de diálogo desde la creación de su mundo paralelo, con existencia propia en sí mismo por obra del lenguaje. 5 arpegios en clave desolación de Carlos Arturo Gamboa, en su conjunto alcanza el tono de una sinfonía. Por tratarse de un tema, el de la ruina, en su tonalidad se halla interpretado por varias voces que el libro asume desde una alusión metafórica permanente al poder como banalidad o fruto vano de la historia frente a la rompiente de la realidad o al flujo del río de la Historia (así con mayúscula); pero si algo celebra la poesía, la de Carlos Gamboa, es el poder y sus ruinas, es decir, también el libro es celebratorio de la ironía marxista de la metáfora de lo sólido desvaneciéndose en aire. Aquí la poesía llega a ser ánfora rota del poder, que no obstante surge con la convicción de desvanecerle el aura a la narración historiográfica. Por eso Juancho surge como una voz oculta que encarna la protesta del hombre anónimo contra la memoria de lo oficialmente instituido, para contradecir la pretendida perennidad del poder y convertirlo en un cuerpo simbólico animalizado de “buitres carroñeros”. Leamos como lo logra:

VI

Mirad a Pompeya. ¿Qué queda de su amor
Imperecedero? Rocas. Ruinas. Silencios.
Y sobre las ciudades que sepultaron la ira
de los dioses o velan palomas unicornias
o buitres carroñeros.

Pero, ¿qué otras voces reencarnan los arpegios? Corinaya, el Historiador marginal y el roquero. Este roquero surge como una construcción de la modernidad, escéptico, pero crítico y burlón, además de profundo vitalista y desmitificador de los valores del mercado. Su prototipo es ser el revés del rey y del soberano, pero con la nueva actitud del hombre libre desprendido de su sed de poder, además que encuentra en la música una forma de mutarse en mito para darse el lujo de descender a los infiernos de este mundo. Es la voz del rok, el son de sus metales y sus cuerdas, la que rige este apartado del libro, y por eso el lenguaje resulta más espontáneo, enumerativo, menos colorido y si se quiere finamente sarcástico y burlón. El poema que sigue funcionaría como la letra para una banda de rock, además que contiene elementos propios de una sociedad tecnológica. Este roquero se traspone al mito de Orfeo, quien descendió a los infiernos para recuperar a su Eurídice, pero en el ascenso de retorno al mundo de los mortales volvió los ojos a ella y la pierde. De nuevo lo sólido –esa metáfora de la posmodernidad- desvaneciéndose. Así lo dicen estos versos que acusan al poeta con la mordacidad merecida: “Los poetas sólo sirven para algo / después de muertos”. Vale la pena oír esta pieza, a la que sólo le faltarán los instrumentos musicales:
  
VII

                                                                      Morir es olvidar
                                                                       ser olvidado.

                                                                                   - Robi Draco Rosa-
  
En vano fue la lucha, ¡vencieron los
efímeros, murieron los eternos!

Llévame flores a la tumba para poder
sentir el olor de la belleza.
Llévame también una foto del mundo
que ignoré mientras vivía, una
carátula del último CD de Emma Shapplin,
cuatro monedas falsas, un cinturón
de seguridad para mi largo viaje, un
cigarrillo mentolado, dos tragos
de anís agurdientoso, mis zapatos
cansados de caminos, el sujetador
de la mujer que nunca amé por el
miedo a perderte, la risa de mis hijos
a sus cinco años, un televisor para
matar el tedio de la eternidad, un
buscapersonas con el código de Dios, el
Nuevo Testamento para corregirlo, una
espiga de trigo para la buena suerte,
los calendarios de los próximos
cien años, un cepillo de dientes - Quiero
ser una calavera bien cuidada-, una
peluca para asustar los muertos, un
juego de dados para apostar mis restos,
el número de lápida del abuelo para
Hacerle una visita...

Empácalo todo. ¡Si quieres no vengas,
envíalo por el correo subterráneo!

Dedícate a vivir, no malgastes el
oxígeno en palabras, porque con el tiempo
te darás cuenta que
los poetas solo sirven para algo
después de muertos.
  
Es a través de la voz de estos personajes anónimos o marginales, que el libro asume una postura poética frente al presente: La ruina del poder y, a cambio, su revés irónico: la glorificación de lo efímero. Aquí la postura crítica del poema se plantea desde la pregunta absurda del hombre ante el inventario de falsas conquistas y absurdas esperanzas: “¿y qué quedó de todo esto?”  La pregunta misma que es su propia respuesta, cae en el vacío. Respuesta que se hace más vecina a la experiencia humana en una de las palabras de mayor marca semántica en el título del libro: desolación. Más aún, el poder como desolación en su orden material e ideológico; una desolación que tiene en su revés la impronta de la ilusión del tiempo histórico. Por eso se hace necesario reiterar la pregunta que hace Juancho en el poema VI del primer arpegio: “Mirad a Pompeya. ¿Qué queda de su amor / Imperecedero? Rocas. Ruinas. Silencios”. Si se leen algunos indicios en el libro de Carlos Arturo Gamboa, es claro visualizar a través de nombres propios de personajes y lugares de la historia, el inventario que la memoria histórica transfigurada en memoria poética, lo cual se obtiene cuando se logra templar y poner ante nuestros ojos todo el lienzo de la lectura: resulta claro mirarnos en la infamia del pasado, pero algo más infame aún: en el presente seguimos derramando sal sobre la herida. De ahí el relato que hace el libro de Carlos Arturo Gamboa cuando menciona las guerras bíblicas del Antiguo Testamento, el imperio romano, Jerusalén, Ítaca, Canaán, el Oriente; alusiones que precisan ciertos registros claves que simbolizan la muerte de los poderes por obra del tiempo, pero que luego resucitan como la serpiente para morderse la cola.
En ese mismo sentido asistimos como lectores a la resurrección del guerrero Corinaya, pero, ¿para qué resucita Corinaya, ese héroe de las transformaciones y los cambios que puede también simbolizar el tiempo? Resucita no para salvar a nadie  ni para ser salvado, sino para ser burlado, ironizado y fustigado por la voz que habla en el poema desde el presente, a lo largo del apartado “La resurrección de Corinaya”. El tono de este arpegio es fuerte y hasta cierto punto despiadado:
¡Levántate y anda! Miserable hijo de hombre,
¿En dónde están tus vestigios?
¿Por qué hurtaste mi historia para venderla
en el mercado de los seres?
¿A dónde huyeron tus estatuas de caoba?
¿En dónde navegan tus barcas lacrimógenas?
Este poema, construido a través de la pregunta, pareciera desagradecido con la memoria histórica de ese guerrero criollo, pero el poder es inherente a todo “Miserable hijo de hombre”. Fíjese en esos puntos de fuga de la pregunta demoledoras de la conciencia histórica de  “alguien” que resucita para ser fustigado. Esto es lo bello de la poesía: se formula otras preguntas, invita a otras respuestas, y la metáfora final de los anteriores versos citados es desoladora: “¿En dónde navegaron tus barcas lacrimógenas?”. Aquí pensamiento y poesía se entrelazan, como en las reflexiones de la ensayista española María Zambrano, quien igual se interroga en “Pensamiento y poesía”:
¿Qué raíz tiene en nosotros pensamiento y poesía? No queremos de momento definirlas, sino hallar la necesidad, la extrema necesidad que vienen a colmar las dos formas de la palabra. ¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y cuál de las dos necesidades es la más profunda, la nacida en zonas más hondas de la vida humana? ¿Cuál la más imprescindible?
Poesía y filosofía se reencuentran a través de la pregunta surgida de las “necesidades más profundas”, de un decir que es un hablar en voz alta. En este libro de Carlos Arturo Gamboa el habla interrogativa fustiga y quema la voz del presente en los personajes con nombre propio o enmascarados en las alusiones que el lector debe inferir. En suma, este libro teje la memoria a través de un conjunto de voces anónimas, orilladas en la historia. La poesía misma llega a ser pérdida de lo vital espiritual, expulsada de la memoria colectiva para ser “una sombra / al final del siglo luminoso”. Si la poesía fue una dádiva en la época clásica, hoy se aloja en la metáfora del oficio de las sombras, como si su labor terrenal fuera el de ocultar la luz al final del túnel. De ahí la tremenda ironía que erige este libro haciendo de la poesía su propia víctima. Es como si alguien aquí escribiera un libro de poesía para negar la poesía: “El poeta: ¡perfecto diseño para / falsear el mundo!”. Pero nada es el poeta si en sus entrañas no resuena –parafraseando a Walter Benjamín- el sordo aleteo del Ángel de la Historia. Este es un libro que celebra irónicamente a la historia. Mi lectura es una aproximación, para que los lectores que me continúen hagan también la suya. Libros como 5 arpegios en clave desolación, se abren a múltiples posibilidades de lectura.