abril 19, 2007

ELOGIO LITERARIO A LA LIBERTAD


Para A. Correa, quien me prestó el libro.

La libertad de la fantasía
no es ninguna huida a la irrealidad;
es creación y osadía.

Eugene Ionesco

La emoción que provoca un texto literario es como la ascensión a una montaña rusa. Algunos te dibujan en los sentidos una campana de graw, te elevan y luego descienden estrepitosamente, otros te dejan en la cumbre durante mucho tiempo. Escribo estas líneas desde una cumbre sensible en la cual quedé plantado después de leer “Balzac y la joven costurera china”, de autor hasta ahora desconocido para mi: Dai Sijie, y que según se anuncia en la contra-carátula, vendió más de 100 ejemplares en sólo dos meses de publicación, dato que agrada, la gente no sólo compra seudo literatura señor Cohelo.

La historia es sencilla y elaborada con anécdotas punzantes, deliciosas y hasta jocosas. Dos jóvenes chinos son enviados a «reeduacarse» en las montañas, época del apogeo del pensamiento rojo de Mao Zedong, estrategia central de la revolución cultural. Este ambiente le sirve a Dai para construir una atmósfera en donde se encuentran dos mundos diferentes, uno de la China atrasada, campesina e ignorante, contexto en donde Mao es un semidiós dotado de la verdad absoluta y los demás sólo acatan los designios de ese nuevo emperador, sus acciones no se discuten, se cumplen. El otro contexto, es el mundo casi moderno, dotado de escritura y lectura, de energía eléctrica, de comodidades propias de la civilización siglo XX, contexto que los campesinos odian y cuyas expresiones son sospechosas por su calidad burguesa. No en vano el autor inicia su relato con la llegada de los jóvenes a una aldea ubicada en las encumbradas montañas en donde el jefe del pueblo, dotado por supuesto del bastión de la revolución, inspecciona con gran detenimiento y con gran sospecha un violín: “El jefe levantó verticalmente el violín y examinó las negras efes de la caja, como un aduanero minuciosos que buscara droga
[1]

La vida de los dos jóvenes, el narrador y Luo, desencadena la trama en la cual todo es puesto en cuestionamiento: la revolución, la vida moderna y hasta el ejercicio de la libertad, dejando como única categoría ganadora al arte. La vida de estos dos muchachos, tildados por la revolución como “reaccionarios” porque sabían leer, trascurre dolorosamente entre oficios humillantes y tareas de re-socialización: “Cada día debíamos llenar de excrementos mezclados con agua aquella especie de mochilas, cargarlas a nuestros lomos y trepar hasta campos situados, a menudo, a una altura vertiginosa”. Dai describe otros oficios con los que la revolución quería congraciarse: sacar carbón de una mina abandonada, labor que requería total desnudez de sus trabajadores, arar la tierra empantanada, llevar la producción de arroz a despensas para pagar los impuestos de la aldea, entre muchos más.

Pero ese periplo por las montañas es apenas pre-texto para el autor, lo que realmente quiere posicionar es su idea del arte como esperanza única para el ser humano. El panorama era desalentador, sólo estaba permitido leer los manuales institucionales de educación: “Aquellos manuales y el pequeño libro rojo de Mao siguieron siendo, durante varios años, nuestra única fuente de conocimiento intelectual. Todos los demás libros estaban prohibidos”. Y es a partir de esa prohibición que la obra va adquiriendo su valioso hilo narrativo, un baúl que contiene libros de Occidente aparece en escena y trastoca el mundo casi perdido de los jóvenes, la ansiedad de leer y de trasmitir lo leído pone en jaque el orden establecido de la aldea y modifica los mundos posibles de los habitantes. Lou es un magnifico contador de historias, sabe construir mundos por medio de la palabra y esto les permite que el jefe de la aldea los deje escaparse a una ciudad cercana en donde realizan pequeñas proyecciones cinematográficas, cuando regresan deben narrar con detalles las historias vistas. Esa especie de “arte de la sobrevivencia” hace que el mundo imaginario llegué a las montañas y con esas historias Lou logra conquistar el corazón de la costurera, una adolescente bella que vivía en una aldea cercana y que gozaba de ciertas formas de libertad debido al oficio necesario de su padre: El único sastre en kilómetros.

El juego amoroso se rodea de anécdotas de escapadas de los protagonistas y del hallazgo del baúl con libros, del cual es dueño un joven también en proceso de re-educación, hijo de una señora prominente que se hace llamar poeta. El primer libro que caen en manos de los jóvenes fue: Ursula Mirouet, de Balzac, y con ese nuevo tesoro se trata de olvidar el mundo en cautiverio y emprender un retorno a la libertad de la palabra. Lou se empeña en enseñarle el mundo a través del texto a la sastrecilla ya que ella también sabía leer. Cada vez que pueden se escapan utilizando estrategias de evasión o de chantaje con el jefe de la aldea y obviamente aquel puente comunicativo lleva a que la costurera china y Lou terminen descubriendo las delicias del sexo contra un enorme árbol. Aquel recuerdo lo guarda en un pañuelo, son hojas secas sobre las cuales se derramó la sangre, testigo de la virginidad perdida. El dueño del baúl se niega a continuar prestándole los libros a los jóvenes y entonces idean la forma de apoderarse de ellos, urden el plan y lo llevan a cabo, y al ver ese mundo fantástico recreado por Balzac, Stendhal, Baudelaire, Dumas y muchos más el narrador exclama: “Odio a todos los que no han prohibido estos libros”, y esa expresión queda retumbando en los oídos del lector.

William Ospina nos recuerda en su ensayo “Las trampas del Progreso”
[2] que Freud cuando se enteró que sus libros estaban siendo quemados por los nazis exclamó: “¡Cuánto ha avanzado el mundo: en la edad media me habrían quemado a mí!”, y en esa inhóspita China del relato fácilmente hubiesen condenado a cadena perpetua a Lou y su amigo, por el simple hecho de poseer un baúl repleto de libros Occidentales, sin embargo nos están hablando de la segunda mitad del siglo XX. Los libros son peligrosos para las mentes humanas y por eso siempre han sido blancos de los totalitaristas. En “La muralla y los libros” Borges cuenta la historia de una emperador chino que manda a quemar los libros y a construir la muralla, dice Borges: “…el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita Muralla China fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él”[3]. Para Huang Ti, la historia debía partir de él y por eso se debía borrar todo vestigio escrito, tal vez lo mismo se proponía Mao o así no lo deja entrever Dai en su novela.

Es de tal peligrosidad lo escrito que provoca ansiedad de libertad, por eso al final la sastrecilla decide ir en busca de la suya y se marcha dejando atrás a Lou y su amigo, pensativos y tristes, por lo cual deciden embriagarse y hacer arder los libros, en una especie de paranoia vengativa ante tal atrevimiento libertario:

“ Lou se reunió conmigo junto al fuego. Se sentó, pálido, sin un lamento ni una protesta. Fue una hora antes del auto de fe.
- Se ha marchado - le dije.
- Quiere ir a una gran ciudad –me dijo-. Me ha hablado de Balzac.
- ¿Y qué?
- Me ha dicho que Balzac la había hecho comprender algo: la belleza de una mujer es un tesoro que no tiene precio”.


Así se cierra el círculo, la literatura ha engendrado libertad, aunque esa libertad es inteligible en las mentes de los jóvenes. Tal vez en cada alma humana habita un totalitarista encerrado que impide el sueño de la individualidad, que no entiende que las revoluciones culturales no se hacen quemando los libros, sino leyéndolos.

[1] SIJIE, Dai. Balzac y la joven costurea china. Narrativa Salamandra. Barcelona. 2001. Todas las citas se refieren a esta traducción.
[2] OSPINA, William. Es tarde para el hombre. Grupo Editorial Norma. Bogotá. 1994.
[3] BORGES, Jorge Luis. La muralla y los libros. En: Nueva Antología Personal. Club Burguesa. Barcelona. 1980.