noviembre 08, 2022

Deterioro de la salud mental y vida universitaria

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

El deterioro de la salud mental es como un fantasma que se pasea por la ciudad, los centros comerciales, los parques, la universidad. Se instala en las mentes, corroe los cuerpos y asfixia la cotidianidad. Está ahí latente, sentimos su presencia, pero, en la mayoría de los casos, estamos impotentes ante sus consecuencias y ni siquiera conocemos sus causas.

Según Medical News Today: “El cuidado de la salud mental puede preservar la capacidad de una persona para disfrutar de la vida. Hacer esto implica alcanzar un equilibrio entre las actividades de la vida, las responsabilidades y los esfuerzos para lograr la estabilidad psicológica”. Y ese equilibrio precisamente es el que está en riesgo y el riesgo aumenta ante la inoperancia de las instituciones encargadas de generar acciones que preserven la salud mental comunitaria.

En países como el nuestro, el cuidado de las emociones no está en las priorizaciones de las mayorías de proyectos de vida, sólo un pequeño grupo es consciente que este aspecto es vital para un buen vivir. ¿Y qué afecciones ponen en riesgo el equilibrio emocional? Los más importantes son el estrés, la depresión y la ansiedad, un tridente de mucho cuidado.

Una vez terminado el periodo de cuarentena por efecto del coronavirus, todos empezamos a retornar a los espacios colectivos sin ni siquiera pensar qué tanto habíamos sido afectados por esos dos años de encierro, pantallas, teletrabajo, estudio mediado y disrupción de la vida cotidiana. Se puede decir que pasado el encierro asistimos a un estado de estrés postraumático, ya que este puede ocurrir “después de que una persona experimenta o es testigo de un evento profundamente estresante o traumático” (MNT). El pánico, el miedo generalizado, el temor a morir, el aislamiento y muerte de familiares o personas del entorno cercano, el vacío total de la incertidumbre y muchos aspectos más, hicieron que el periodo de cuarentena fuera traumático para millones de seres cuya realidad quedó encerrada en una pantalla de PC o TV.

Volver a los espacios abiertos, las oficinas, las calles, el mundo del habitad moderno, trajo consigo el aumento del deterioro de la salud mental. Durante el confinamiento circularon informaciones importantes para cuidar las emociones colectivas. Las familias encerradas se fueron adaptando a una nueva manera de ser y estar, descubriendo en gran medida que se podían continuar realizando las actividades propias de las mayorías de los oficios. No obstante, un día cualquiera, de nuevo fuimos llamados al retorno, como soldados que regresan de la guerra.

David Anderson, director del School and Community Program del Child Mind Institute, afirmaba, cuando empezamos el retorno a los espacios escolares, que es frecuente que los más jóvenes sientan un particular cansancio para retomar las actividades de la antigua normalidad, entre ellas, los horarios los compromisos presenciales y otras. El psicólogo analizaba la afectación en la población estudiantil, pero podemos extrapolar estos mismos síntomas, para nuestro caso, en los docentes y el personal administrativo de la Universidad del Tolima.

Un ejemplo claro de ello es que, durante el primer semestre de retorno a labores académicas con encuentros presenciales, en el Instituto de Educación a Distancia de la Universidad del Tolima, renunciaron a sus clases cerca de 130 docentes, más del 10 % de la población total de catedráticos.  Muchos afirmaron que ellos podían asumir los cursos si seguían mediados por TIC, pero que no querían retornar a los campus de manera presencial.

En esa misma línea, ya hace un año que Nubia Bautista, subdirectora de Enfermedades No Transmisibles del Ministerio de Salud, advertía, refiriéndose al retorno, que:

Es posible que esto genere estrés en algunos trabajadores, ya que se trata de un nuevo proceso de adaptación, que incluye preocupación por el riesgo de contagio, incertidumbre por la efectividad de las vacunas. También es posible que algunas personas hayan adaptado su vida familiar al trabajo desde casa y ahora les resulte difícil cambiarlo. Algunos estarán ansiosos por volver a la presencialidad, otros tendrán mucha resistencia o les costará mucho hacerlo. (2021)

No obstante, son pocos los programas diseñados, sobre las bases de estas predicciones, para mitigar el estrés de los empleados; la mayoría de las Instituciones simplemente “ordenaron” el retorno sin reparar demasiado en las problemáticas de la readaptación.

Es por esa razón que estamos atravesando por un delicado momento en donde la salud mental de las comunidades está en constante deterioro. El estrés rutinario, el agravamiento de la crisis económica mundial, la falta de empatía generalizada y la ausencia de una atención contundente, ha generado un gran caldo de cultivo de mal vivir emocional.

En el caso de la Universidad del Tolima son varios los síntomas que claman medidas inmediatas para que podamos establecer un mejor bienestar emocional. Los tejidos colectivos se rompen cuando las cargas laborales se convierten en un agobio constante debido a la falta de un adecuado ambiente emocional. Claro está que la tarea es de todos y todas, no se trata simplemente de “pedir” o “exigir” acciones y actividades que conduzcan al mejoramiento del ambiente laboral, se trata de entender la salud mental como una obligación de la comunidad en general. Cuidar nuestras emociones es un deber colectivo. Eso sí, se espera que los líderes, directivos y especialistas sean quienes tomen la iniciativa, nada se soluciona metiendo la cabeza en la tierra para no ver el llamado contundente de la realidad.

octubre 14, 2022

AL FONDO DE LA OSCURIDAD, SIEMPRE LA LUZ

 

Afiche promocional

Por Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Vamos heredando violencias, construyendo círculos de sombras que nos atenazan a un destino. ¿Cómo huir? ¿Es posible deshacer los nudos y romper el ciclo? Estas dos preguntas permiten adentrarnos en la reflexión de la Ópera Prima de Andrés Ramírez Pulido: La jauría.

En el cine latinoamericano, y por supuesto el colombiano, la violencia es leitmotiv, eje narrativo recurrente. No obstante, en La jauría importa más la construcción de una atmósfera agreste que nos cuestiona como espectadores, que nos sumerge en esa piscina oscura de la naturaleza humana. Más allá de los cuerpos violentados, a los que no rehúye, la cámara se afina en mostrarnos el drama mental, la psiquis agónica de la víctima y el victimario, quienes al final comparten el mismo drama: padecer los efectos de la violencia.

Siete jóvenes, quizás siete marionetas atadas a un pasado inevitable, intentan ser reeducados por un extraño sistema carcelario que nada tiene que ofrecerles, más allá de una leve gota de esperanza en la boca de un proscrito que funge como maestro desesperado en busca de algo que él nunca encontró.

Por eso la culpa se pasea como anfitriona en la narrativa de la película. Es invisible, pero está ahí, se asoma en los intersticios de las sombras y los colores, camina entre los arbustos agobiantes e inunda los cuerpos juveniles condenados a sufrir el antiguo rito humano: sobrevivir a toda costa en un mundo agreste.

Con una apuesta técnica bien lograda, un sonido que captura el mundo natural, sus ruidos, sus sinfonías tropicales y sus murmullos agonísticos, La Jauría conmueve pausadamente, hasta elevarnos en un clímax, por un momento agotador, por lo cual trasmite con eficacia el mundo ficcional que el director nos propone. El guion plantea una línea cuyo desenlace intuimos, pero que igual nos sorprende, eso también es virtud.

Actores naturales, paisaje tolimense, tonalidades suburbanas y deseo honesto de narrar hacen de esta película un buen metraje para recordar que el cine de verdad es arte, y el arte siempre esconde una profunda reflexión.

Se estrena en la cartelera colombiana (Cine Colombia) el cercano 20 de octubre. Tuve la oportunidad de asistir al preestreno en Ibagué y sorprenderme, así que los invito a que llenen las salas y se zambullan en esa piscina de emociones.













Andrés Ramírez entrevistado para la Radio UT 

Presentación de actores

septiembre 16, 2022

¿Qué nos enseña la tristeza?

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

La muerte o su alusión

convierte en preciosos y patéticos

a los hombres. J. L. Borges

 

A veces olvidamos lo efímero que somos. Nos dedicamos de lleno a vivir de la manera que el tiempo nos obliga a vivir y entonces relegamos a la vida misma. Olvidamos que somos finitos, que el tiempo que nos ha sido otorgado es apenas una bocanada de aire.

Por estos días, en nuestro pequeño y gran mundo llamado Universidad del Tolima, hemos sido estremecidos por el dolor. Una compañera ha decidido darle fin a su existencia en un acto misterioso y sublime. Un acto que hace parte de la historia misma de lo humano, un acto consumado que nos recuerda lo frágiles que somos.

Su partida nos conmueve, su decisión estremece las bases de las creencias individuales y colectivas. Algunos la conocieron muy de cerca, quizás lo suficiente para entender sus miedos, sus sueños, sus deseos. Otros quizás apenas cruzamos con ella una mirada, un saludo, una actividad cotidiana de muchas realizadas en esos trece años que habitó sus días laborales junto a nosotros.

Otros quizás llegaron a enterarse que existía, justo ahora. Pero de muy cerca o de lejos todos fuimos tocados por su decisión. Y en nuestras cabezas las preguntas rondan. Somos el resultado de la relación con los otros, somos nos-otros, y como institución que enseña, su principal objetivo es aprender de las experiencias, por dolorosas que estas sean.

Escuchar lo que se dice en momentos como éste puede ser esclarecedor para la comunidad, porque el lenguaje siempre deja una huella. Pero también debemos ser capaces de preguntarnos a nosotros mismos sobre el territorio de lo profundamente humano: ¿lo estamos transitando?

Padecemos un tiempo, somos sobrevivientes pasajeros de una pandemia que aún no termina, pues sus efectos seguirán dando cuenta de ella. Como sociedad fuimos escindidos, encerrados, removidos de nuestras cotidianidades durante dos eternos años y ahora no podemos retornar a ese viejo lugar confortable que habitábamos antes, ¡cómo si nada hubiese sucedido! Hemos mutado. Nuestras emociones fueron puestas a prueba y los resultados están por verse.

Cuando se sobrevive quedan huellas profundas de la experiencia transitada, y como estábamos encerrados debemos readaptarnos, reaprender a vivir juntos. Son estos los tiempos de volver a pensarnos en colectivo, con nuestras diferencias a cuestas, pero juntos.

Hay algo inevitable y bello en la existencia, es la certeza que todos tenemos de que un día la muerte saltará sobre nosotros o nosotros saltaremos a ella. Por eso cada minuto, cada día, cada mes o año que tengamos a favor debemos apreciarlos y dotarlos de las maravillas de la existencia. 

Debemos vivir asombrados de la vida. Es lo que nos debe enseñar, o recordar, esta tristeza.

In memoriam de Claudia Sánchez

Ibagué septiembre 16-2022

agosto 16, 2022

La paz avanza desde los territorios y en colectividad



                                                                                            Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

22 reinsertados, todos ellos excombatiente de las Farc, siguen construyendo proyectos que fortalecen la apuesta por vivir en paz en un país en donde la exclusión social y la falta de oportunidades, históricamente, se convirtieron en el principal combustible de la guerra.

El proyecto en cuestión lleva por nombre “Avanza, territorio y colectividad”. Nace como una iniciativa que ha ido sumando voluntades y manos para tejer sueños de presente en clave de futuro. Se engendró con una antigua máquina Singer que hoy sirve como símbolo de tesón de quienes decidieron dejar las armas para combatir en otros territorios, el de los esfuerzos comunitarios.

Este se lleva a cabo en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Antonio Nariño, ubicado en el municipio de Icononzo (Tolima). Allí en un taller que crece en tecnología y manos para confeccionar ropa, encontramos la mejor prueba de que con oportunidades reales los colombianos somos capaces de construir una lógica distinta.

Alentados y apoyados por otros actores sociales como estudiantes universitarios, voluntarios de paz y delegados de organismos nacionales e internacionales, han logrado posicionar una marca de ropa que hoy se exhibe en las mejores vitrinas del país.

Es así que el pasado 12 de agosto presentaron, a cerca de una centena de invitados, la fortaleza del proyecto. Todo esto se dio como preámbulo a la inauguración de la tienda de ropa en el municipio de Icononzo en donde se distribuirá la marca. Previo a ello, los invitados tuvimos la posibilidad de visitar el ETCR y compartir de viva voz las experiencias de quienes ahora empuñan máquinas tejedoras y químicos para estampar telas como opción de vida.

Este modelo de desarrollo productivo hace parte de muchos más que han nacido en la zona y que, en este caso, opera bajo la forma asociativa de Cooptejepaz, un experimento laboral y social para confeccionar el nuevo país que tantos añoramos.

La mejor manera de resumir este proyecto es reescribir lo que está plasmado en una de las coloridas paredes que albergan las máquinas en donde a diario se reúnen a trabajar mancomunadamente:

“La vida es tejer sueños, 

bordar historias, 

aprender puntadas, 

cambiar de aguja e hilo, 

desatar nudos”.

Como ciudadanos deseosos de una paz duradera debemos divulgar y apoyar estas iniciativas que generan un clima de optimismo sobre la importancia de los acuerdos de paz, no sólo como un discurso de un nuevo país, sino como hecho que genera nuevas oportunidades. Para mayor información del proyecto pueden consultar en línea en el siguiente enlace: https://avanzatiendaderopa.com/


agosto 09, 2022

CEGUERAS

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Que alguien le diga al alcalde de Ibagué, Andrés Fabián Hurtado Barrera, que la Universidad del Tolima existe. Que su sede principal está en la ciudad que regenta, pero que además hace presencia en 25 sedes más, dando cobertura a 9 departamentos de Colombia y acogiendo cerca de 25 mil estudiantes en programas de pregrado y posgrado, en sus modalidades de presencialidad y distancia.

Que alguien también le diga que durante su gobierno (o deberíamos decir desgobierno) la comunidad, desde varios frentes, ha estado reclamándole mayor articulación con la Universidad Pública de la región. Que le informen que en la sede Central de Santa Helena y en cerca de seis sedes que operan en instituciones educativas de la ciudad, se educan miles de ibaguereños, es decir, ciudadanos que reclaman su gestión de gobierno.

 Hay que recordarle también que durante lo más crudo de la pandemia vimos actuar la gobernación en línea de responder a los retos de la comunidad educativa, mientras que por su parte Hurtado fue incapaz de responder adecuadamente ante éste y muchos otros retos.

Ahora, ante la propuesta del gobierno de Petro, en términos educativos, es factible entender que se busca loablemente mayor cobertura para ofrecerles formación superior a miles de jóvenes y adultos, sobre todo en zonas rurales. Lo cierto es que esto no se logra solamente creando nuevas universidades, si no, sobre todo apoyando los proyectos regionales educativos de las universidades públicas existentes y, como en el caso de la Universidad del Tolima, apuntalando sus ejercicios en la región Tolima y en todo el país a través del Instituto de Educación a Distancia que lleva haciendo esta labor durante 40 años.

Por lo tanto, considero que el anuncio del alcalde, en el cual afirma su disponibilidad para construir la universidad pública más grande de Colombia en un lote de 70 hectáreas que tenemos en zona de expansión[1], es otro de sus alardes de populismo, alejado de la realidad y más bien evidenciando el desconocimiento de los esfuerzos educativos para la formación superior que se hace en la ciudad, el departamento y la nación.

Lo que si queda claro es que Hurtado siempre tuvo un tesoro frente a sus ojos, pero, como en el cuento de hadas, por su ceguera lo ignoró.

Que alguien le hable al alcalde Andrés Hurtado de la realidad a ver si de algo se entera; y a la población  ibaguereña que se prepare adecuadamente para elegir un nuevo alcalde, que de verdad conozca la ciudad y sus necesidades, que se ponga a tono con el proyecto de país que hoy nos llena de optimismo a los colombianos y que recupere la gobernabilidad en una ciudad que padece las consecuencias de sus malas decisiones. ¡Ya estuvo bien de cegueras!



[1] Noticia en :https://www.elolfato.com/ibague/una-nueva-universidad-publica-para-ibague-y-el-centro-del-pais-la-peticion-de-hurtado-en-la?fbclid=IwAR316P3UB63XAZXUBsrqXGGANaFaoUkZwLmqa12ziqk6SyhwQYvn4ypSk9U&fs=e&s=cl

julio 07, 2022

Ideas preliminares sobre el nombramiento de Alejandro Gaviria, el nuevo Ministro de Educación

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

De los nombres que ha ratificado Gustavo Petro para conformar su equipo de gobierno, el que más ha generado discusiones es el de Alejandro Gaviria, anunciado como Ministro de Educación. Quizás esto se deba a que uno de los ejes centrales de la transformación de Colombia se basa en la consolidación de un buen sistema educativo, a la euforia que despertó en los jóvenes el nombre del reciente presidente elegido y a esa enorme masa de docentes y actores de la educación que han puesto su confianza en una reforma aplazada por décadas.

Alejandro Gaviria posee unos antecedentes como rector de la Universidad de los Andes, pero también como actor activo de los últimos años de la política colombiana. Asimismo, como Ministro de Salud durante el gobierno de Santos, en donde ejecutó acciones que hoy de nuevo son objeto de contradicciones. Sabe lo que es enfrentar duras decisiones, ha sido actor y protagonista.

Es necesario recalcar que estamos en un momento en donde hemos sido convocados a un “Pacto Histórico” por la transformación del país, y un pacto no se hace con una sola mirada. Tampoco hay que desconocer que los apoyo a Petro candidato llegaron de diversas corrientes, muchas de ellas contradictorias entre sí. Esos mismos actores hoy pujan por la conformación de su gabinete.

En temas de educación la tarea es enorme, ella es un eje central de toda transformación cultural, ya que un país que avance derribando barreras de ostracismo educativo, logra perfilar su población hacia otro tipo de discusiones y determinaciones. Durante muchas décadas hemos asistido a una opereta de país en donde la ignorancia ha sido usada como Caballo de Troya para perpetrar el statu quo. Por eso, las esperanzas en esa transformación son enormes.

La puja se daba en dos líneas concretas. Un sector de lo público que consideraba que el Ministerio debía estar en manos de un profundo conocedor del sector público, que contará con el respaldo del mismo y que pudiera de esa manera concertar raudamente los temas estructurales como financiación, regulación, enfoque y políticas de inclusión educativa; estos elementos pensados para todos los niveles, desde preescolar hasta sistema postgradual. Y otro sector enfocado en la visión un poco más tecnócrata, basados en indicadores, gestión del conocimiento, fortalecimiento de la investigación de punta y obviamente, financiación (o gratuidad). A mi parecer ganó la segunda fuerza, pero el presidente le puso la agenda de la primera. Veamos los retos que marca Petro en la hoja de ruta de Gaviria:

. Lograr la educación superior pública y gratuita.

. Lograr centros de excelencia universitarios públicos centrados en la investigación.

. Aumentar sustancialmente el número de niños y niñas en el preescolar.

. Generalizar el bienestar universitario con restaurantes y guarderías para las jóvenes con hijos.

. Lograr que la expansión de la educación cubra las regiones más olvidadas.

. Lograr una articulación eficaz en el Sena y en los últimos años de la secundaria con la educación superior.

. Lograr la extensión de la jornada escolar con el arte y la música, el deporte, la preparación matemática para programación, la historia.

. Buscaremos que la agencia nacional de infraestructura maneje los campos de la construcción de infraestructura educativa, conectividad y salud.

. A Alejandro Gaviria le corresponde la difícil tarea de iniciar nuestra marcha hacia una sociedad del conocimiento

 

De esta lista, si observamos con detenimiento, pocos aspectos corresponden a las líneas de la burocracia tecnócrata que hoy se posiciona en el MEN y sus órganos de control y evaluación de los niveles educativos. Cumplir muchos de ellos implica la reforma de la Ley 30, la revisión y modificación de la Ley General de Educación, la reforma del sistema de financiación de las Instituciones Públicas, la modificación de los lineamientos de la labor docente, en fin, una reforma estructural, no cosmética.

Por su parte, el nuevo Ministro anuncia, de manera escueta, que:

Agradezco la confianza del presidente electo Gustavo Petro. Lo hago con alegría y plena conciencia de mis responsabilidades. Me comprometo a trabajar por un cambio por la vida, por la inclusión, la generación de oportunidades y la reconciliación. Vamos a construir entre todos.

Hay mucha generalidad en estas últimas palabas y bastante precisión en la agenda que Petro ha puesto sobre la mesa. Debió ser difícil para el nuevo presidente la decisión, él sabe que en el campo de la educación se juega gran parte del proyecto de país, no de este periodo, si el futuro de muchas generaciones. Quizás haya recordado al maestro Estanislao Zuleta y su reafirmación de la educación como un campo de combate y un fortín para la construcción de la democracia. Pero debía decidir, eso hace un presidente. Esperemos que Alejandro Gaviria se aleje de la escuela de los estándares, ránquines e indicadores que tanto gusta en estos tiempos de educación pastiche y se centre en los ejes fundantes de una nueva mirada educativa.

Por ahora, toca confiar y alistar el verbo, las ideas y los aportes. Los actores del sector educativo estamos llamados a ser protagonistas del cambio esperado, de nada sirven los ministerios sino activamos los cuerpos y los cerebros. En el orden que se requieran.

julio 05, 2022

Después de la resaca: fiestas en el Tolima

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Terminadas las recientes fiestas de junio, como se llaman en el argot popular tolimense, es necesario hacer, de nuevo, una reflexión sobre su significado y los cambios que se deben proyectar para evitar seguir repitiendo los viejos y festivos errores.

Debo aclarar que el carnaval me gusta porque hace parte de la esencia misma de la vida. Desde los tiempos más remotos la fiesta es síntoma social de la cultura popular. El colorido, la máscara, el desfile, la danza y la embriaguez, constituyen una forma potente de expresión del conocimiento popular. Pero los tiempos cambian y la cultura igual, por ello el carnaval debe expresar su época en un anclaje con el pasado, preservando lo que se deba preservar y eliminando los actos que ya no representan el sentir actual de los pueblos y sus imaginarios.

En el Tolima tenemos un déficit de tradición folclórica y esta se expresa de manera contunde en las festividades. Por otro lado, se han conservado algunas expresiones cuya obsolescencia riñe con la preservación de las tradiciones. Corridas de toros, corralejas, cabalgatas y riñas de gallos, son actividades festivas que ya no representan los valores del siglo XXI, siglo marcado por un retorno al equilibrio de la naturaleza, siglo que lucha ferozmente por abandonar la idea del ser humano como amo y señor de las especies, para recuperar y otorgar los derechos a todas las formas de vida.

El escritor tolimense Nicanor Velázquez, en su novela Río y pampa, (1944), la cual recomiendo volver a leer y llevarla a las aulas de los jóvenes, nos hace un recorrido por las tradiciones de la vaquería tolimense, la relación con el gran río de la Magdalena y otros elementos que podemos resaltar como valores o símbolos de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, no debemos encumbrar el varón de “barba en pecho”, el machista a caballo que hace gala pública de su ebriedad y sus mujeres, porque el tiempo actual nos convoca a otros símbolos, a la diversidad, al respeto de lo femenino superando la mercantilización de la mujer que durante tanto tiempo condujo las lógica de las expresiones culturales.

Es por eso que la fiesta debe repensarse, para que siga siendo tiempo y espacio para la alegría, la reafirmación de “valores positivos” y la reconstrucción de nuevas formas de habitar los territorios. Dotar de nuevas expresiones al carnaval es aceptar que somos seres en constante evolución, que nuestros valores mutan, es por ello que en las plazas de Roma hoy no vemos los gladiadores luchando contra los leones.

El departamento del Tolima merece unas festividades más acordes a nuestro tiempo, en las cuales las escuelas de arte y cultura rescaten el folclor, los trajes típicos, las comidas, la variedad pintoresca de costumbres que nos hacen mejores seres humanos y que abandone los anómalos comportamientos medievales. De ese mismo modo, la organización de la fiesta debe estar en línea de celebrar la vida y mofarse de la muerte, la Libido festiva debe derrotar el Tánatos social. La ebriedad debe ser síntoma de la hermandad, no excusa para resolver viejas heridas culturales o para acrecentar el odio de las masas.

Ibagué y el Tolima merecen exaltar sus costumbres, su música, sus gentes, sus bailes, pero debemos propender porque nos ajustemos a los momentos que vive el mundo, y por fortuna, el país. Organizar las festividades de San Juan y San Pedro, debe ser un reto de académicos, de amantes de la cultura popular, de folcloristas, de sociólogos, de comerciantes comprometidos con el cambio de lo local, no sólo se trata de construir palcos, embotellar aguardiente y emborrachar ansiosos ciudadanos. Para que la fiesta sea fiesta, debemos caber todos en ella y no terminar ebrios disparando al aire.

No olvidemos que las fiestas terminan mostrando de manera contundente lo que somos, y si miramos los festejos recientes es inevitable aceptar que debemos ser distintos, porque como dijera Chesterton: “A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.” Ojalá tengamos la osadía de cambiar el enfoque de nuestro carnaval para celebrar distinto.

junio 22, 2022

Petro y la educación ¿hacia dónde virar?

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Rápidamente se hizo viral un tuit de Gustavo Petro en donde invita a gobernadores y alcaldes a disponer de lotes saneados para construir sedes universitarias y así darle cabida a su propuesta de convertir a Colombia en una sociedad de conocimiento. Sin haber tomado posesión, Petro anuncia que las promesas de campaña se convertirán en políticas de Estado, algo fundamental para unir el país y derrotar definitivamente el discurso del miedo que la oficialidad se niega a soltar como banderita de batalla.

Lo que diré a continuación no es nada nuevo, son viejas discusiones en torno a la definición de hacia dónde se debe encaminar la educación pública en Colombia. Estos debates los hemos dado desde la década de los noventa, no más aprobada la Ley 30 que ya se avizoraba, en su primera infancia, como un remedio peor que la enfermedad. Se dio en movimientos posteriores como la recordada MANE, en el gran debate nacional de la Constituyente Universitaria, en las organizaciones estudiantiles, en cientos de Asambleas Universitarias, en el Seno de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios, en fin, en mil eventos. Lo nuevo acá es el presidente y el enfoque que le va a dar a la educación del país ¿hacia dónde virar?

Construir nuevas universidades públicas en un país en donde el acceso total a la educación es una utopía, es más que plausible. Miles de jóvenes, pero también adultos, porque la formación superior debe recuperarse como derecho para todos, tienen aplazados sus sueños de educación universitaria. Pero ese proceso, que como se puede intuir de manera fácil es un plan a mediano plazo, debe ir acompañado de acciones inmediatas que oxigenen el sistema educativo y lo dispongan para contribuir a diseñar el devenir.

En el caso de las Universidades Públicas es urgente dar respuesta a las necesidades de inversión en infraestructura, dotación tecnológica y fortalecimiento de la labor docente. El mundo pospandémico nos ha generado una nuevas dinámicas y retos a los que se debe responder con audacia. La política de gratuidad educativa (lo que existe no es una política) debe ir acompañada de una considerable inversión en planes de permanencia estudiantil, en fortalecimiento del bien-estar de la población universitaria para que se pueda “estudiar sabroso”. Pero también toca invertir en tecnología de punta, laboratorios, escenarios culturales y deportivos, abriendo los campus a las nuevas formas de aprendizaje, con plataformas interactivas y simuladores en todas las disciplinas. Esto es urgente, porque la brecha del conocimiento se ensancha cuando no se reacciona de manera inmediata.

Otro tema urgente para las universidades tiene que ver con las políticas Ministeriales y sus organismos de control que tienen ahogadas a las universidades con indicadores, lineamientos y políticas obtusas, como los de acreditación, o el Decreto 1279 del régimen salarial de los profesores. Estas proliferaciones de normas no responden a la realidad colombiana, en su mayoría son importaciones deformadas de otros contextos, que buscan cumplir las exigencias internacionales pero que lejos están de atacar los males endémicos de nuestras necesidades educativas.

Lo que debe promover el MEN y demás organismos afines es la actualización de los programas de formación, la cualificación de los actores y la proliferación de programas pertinentes para el desarrollo nacional y regional. Para ello se deben motivar los nuevos enfoques de formación, programas pensados para la vida, la convivencia, el desarrollo sostenible, la producción rural y urbana, programas que permitan consolidar el país como un escenario para productividad solidaria.

Igualmente, en el campo de los posgrados, fortalecer “las investigaciones” con escenarios reales para que el conocimiento genere el impacto en la transformación de los territorios, las geografías y los problemas de la cotidianidad. Miles de estudiantes que lograron su formación en pregrado esperan oportunidad de avanzar en sus procesos formativos, la oferta del país es escasa, costosa y en muchos casos, poco pertinente para las necesidades urgentes. En esa misma línea, se debe promover y fortalecer los modelo de la educación a distancia, la educación virtual, la formación técnica y la educación continuada, así se construyen pilares de diversidad para que los ciudadanos puedan escoger sus propias líneas de formación.

 Un aspecto vital consiste en reformar la carrera docente, se hace necesario establecer un sistema que le permita a los niños y adolescentes tener la mejor educación posible, con infraestructuras adecuadas, pero con los mejores docentes. Dignificar y delinear la carrera docente permite que el profesor en Colombia deje de ser un profesional del rebusque, para convertirse en actor fundamental de la transformación política, cultural, científica y económica de la nación.

Quizás quedarán muchas otras líneas en el tintero, pero es urgente que los docentes, las universidades y sus actores, así como las Instituciones Educativas de toda índole, generen debates, propuestas y se activen en la dinámica de transformación educativa. El equipo que Gustavo Petro designe para liderar estos procesos debe tener claro este panorama, lo urgente y lo estructural, para dar respuesta a ese sentir colectivo de tener un país con mayores índices de formación en todos sus niveles.

Bien vale la pena recordar esa frase de Mandela que tantas veces hemos visto en las marchas de los jóvenes exigiéndoles a los gobiernos de turno: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, pues hoy más que nunca, en Colombia, se debe dimensionar la potencia de su significado.

junio 06, 2022

NO MÁS PRÓCERES

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima.

 

Por estos días de agitada confrontación política y desaforado antagonismo, días cuando la muchedumbre colombiana busca desesperadamente un nuevo prócer, -porque el último ya no posee más que el olor nauseabundo de los próceres caídos en desgracia-, quiero recomendar la lectura de un libro.

Se trata de “Adiós a los próceres” del escritor colombiano Pablo Montoya. Un compendio de veintidós semblanzas de hombres y mujeres que fueron erigidos como héroes nacionales y que una larga tradición de adoradores ciegos, como los que hoy están en pugna, se encargaron de mantener incólumes, como semidioses de un lamentable Olimpo criollo. Pero a esos nombres, Pablo Montoya agrega el mayor villano de nuestra historia patria, Pablo Morillo, el pacificador. Quizás esto lo hace para recordarnos que sin enemigos no hay gloria.

Los próceres deambularon entre libros de historia, versos grandilocuentes, poetastros e historiadores oficiales y profesores de historia formados en repetir libros de historia que escribieron historiadores formados en la adulación. Y así sobrevivieron hasta estos días; y la pasan colgados en las paredes de nuestros colegios o mirando fijamente desde los bustos que pululan en las plazas y parques que llevan sus nombres. La mayoría de ellos murieron jóvenes y de esa manera lograron arraigarse en el imaginario popular de un país dado a la especulación como forma de vida.

Nuestro último prócer, de ruana y sueños dictatoriales, no ha muerto joven, se está pudriendo en vida y eso ha permitido ver el trasfondo de su fingida gloria. Por eso la sombra de una nación nunca terminada de construir, sigue en esa eterna pugna, buscando salvadores, neo patriotas, libertadores, machotes gritones, militares que hagan tronar sus armas y saquen suspiros de los pechos de las damas de bien. Todo esto pasa mientras el último prócer agoniza de exceso de poder en su finca y da órdenes aquí o allá con el ánimo de mantener su casta, pero olvida que la miseria se cierra con ciclos de miseria. Algunos historiadores, como los de otrora, estarán esculpiendo las líneas de su falsa gloria, para seguir haciéndonos creer que este es un país de patriotas sacrificados por su pueblo.

La virtud del libro de Montoya es que hace reír, de esa manera que la fina ironía delinea una sonrisa en los labios del lector. Nos muestra esa verdad que siempre estuvo a nuestra vista, pero que la tradición oral y la tradición académica deformadora nos impidieron ver. Esos grandes próceres, fundadores de una patria que se diluye en el tiempo, son puestos a la palestra pública con sus agonías, sueños, delirios, intereses disfrazados, megalomanías y muchas miserias más.

Pablo Montoya nos da una lección de historia sobre la histeria patriotera. Al mejor estilo de la terapia de la regresión, nos lleva a los inicios de la llamada gesta independentista de España y bajo la magia de unas bien buscadas palabras, deja al desnudo esa lista de rábulas, leguleyos, lenguaraces, músicos, poetas, guerreros, soñadoras y traidores que dieron forma a esa amorfa época, de la cual aún cargamos el peso de sus decisiones.

Consciente de su oficio de destructor de mitos, Montoya busca dardos para cruzarnos el pasado con el presente, para incitarnos a pensar que “desde siempre hemos estado jodidos”, que nuestra historia es un montón de hojas mal reescritas para hacernos creer lo que no somos. Que olvidando la mortalidad de nuestros próceres nos metimos en la tarea de perpetuar sus errores y exaltar las falacias que de ellos nos narraron.

Aún, en el siglo XXI, seguimos peleando entre nosotros, como protagonista de una espectral saga milenaria. Santander sigue buscando a Bolívar para matarlo, Bolívar sigue fusilando inocentes, los indios y los negros siguen siendo usados para alimentar el gran ejército patriotero que llevará a nuevas conquistas de riquezas que repartirán entre los privilegiados. El país sigue en constante ebullición, una nación que no termina de parirse a sí misma.

Por eso el libro “Adiós a los próceres” me parece de una luminosidad increíble, logra con ese lenguaje iconoclasta hacer lo que los nadaístas soñaron, develar la podredumbre de la realidad; pero acá lo hace con la historia de nuestros héroes de papel, similares a los actuales.

Quizás la lectura de este texto sea urgente para todos, deberían hacer una serie sobre estos perfiles. Descabezar tanto ídolo incrustado en los relatos nacionales y entender que tenemos una tarea pendiente con la historia, dejar de adorar los próceres y construir la nación desde las diferencias, las necesidades de las regiones y los hechos de nuestra, casi siempre, absurda realidad.

junio 03, 2022

Rodolfo Hernández y William Ospina: el político y el intelectual en campaña

 


Por: Nelson Romero Guzmán

Poeta colombiano 

Rodolfo Hernández, el aspirante a la presidencia de Colombia en la segunda vuelta y William Ospina, candidato a ocupar el llamado Ministerio de Cultura y Medio Ambiente en el mandato Hernández, son almas gemelas que se encontraron en uno de los momentos más miserables de la historia de elecciones presidenciales en nuestro país. Hicieron una química perfecta, donde las frases bien hechas del escritor y las groserías peor mal dichas del político, se hallaron felizmente, por una ósmosis extraña. Pero en amores ciegos son esas las terribles paradojas del destino. Hernández se confesó sin pudor furibundo admirador del genocida Hitler y —entre otras perlas— trata a las mujeres de invasoras del poder, no sin usarlas siempre para las más bajas comparaciones; por su parte Ospina, que hace giros preciosistas con su estilo literario, acepta adorar a Hernández como político y se identifica plenamente con su discurso, adorándolo como a un Mesías. 

El uno simplemente se declara fanático furibundo del otro. Ambos se han hecho querer de la gente por decir frases de cajón: el político en Tik Tok, el intelectual en los libros. Hernández pretende darle fuerza a su programa político trayendo frases dichas por boca de su abuela; Ospina, experto en citar a los poetas Whitman, Hölderlin o Borges, ahora le parecen superiores, sabias y por demás prodigiosas las frases de Hernández. Así, ambos han sabido llegar a la gente (uno como escritor y otro como político) y por su parte Hernández espera ganarse el respeto y la simpatía de las mayorías en la segunda vuelta de las presidenciales que se avecinan. Hernández populariza sus frases con ademanes agresivos, como quien se hace sentir y ver físicamente fuerte a pesar de su edad; por su parte, Ospina contrarresta hábilmente a su antípoda y a la vez su complementario, posando de intelectual elitista respetuoso. El uno por lo bajo y el otro por lo alto, ocupan los extremos, como en los versos de Antonio Machado: “Busca a tu complementario /que marcha siempre contigo / y suele ser tu contrario”. 

Así, mientras el uno es grosero y agresivo, el otro pasa por decente. También Hernández respaldado por una gruesa chequera se hace pasar por excelente administrador, que públicamente se vanagloria de aumentar sus estradas con el sudor de la frente de sus hombrecitos que dice gobernará; por otro lado, Ospina se vanagloria de homenajear a los sangrientos conquistadores de América en sus novelas y poemas, como bien lo expresa en su libro Auroras de sangre: “Este libro sobre Juan de Castellanos quiere ser un homenaje a los antiguos habitantes del territorio americano y también a los ejércitos invasores que aquí dejaron su sangre y su vida”. De esta manera se encontraron el uno para el otro, es decir, el decente trabajando para el patán, que ha sido la burla eterna en Colombia y entonces la postura del intelectual sumiso quiere hacer ver como lúcidas las frases misóginas y depravadas de su modelo Hernández. Ospina, admirador del universal escritor inglés William Shakespeare, parece pasar por alto en estos momentos —cuando más se necesita de la lectura— la astucia política de personajes como Hamlet frente al poder, quien desenmascaró a los poderos de Dinamarca en una de sus tragedias, incluyendo a su propia madre. Después de haber leído a Ospina, ahora sí entiendo que es el escritor pomposo como lo dijo alguna vez el escritor Pablo Montoya, de frases bonitas para hacerse querer, pero sin pellejo. En sus libros se hace ver como un escritor erudito, refinado e inconforme que conoce y denuncia las trampas de la modernidad y del capitalismo. En sus ensayos Ospina se nos presenta como un humanista que sojuzga la historia y la sociedad actual anclada en el espejismo del progreso, pero en los momentos más críticos de la política colombiana, como estos que estamos viviendo de profundas heridas y contradicciones, cuando es la hora de que el intelectual tome decisiones responsables e históricas, el aspirante a Ministro prefiere irse por los caminos llanos, fáciles y trillados y se acomoda en posturas egoístas, dando la espalda a sus propios libros y a la realidad del mundo, al optar por el candidato presidencial que hace campaña denigrando de los seres humanos más desvalidos, un Hernández que habla de los pobres y de la  mujer como mercancía de explotación. Es cuando el intelectual Ospina se deja ver sin la máscara de sus metáforas, como quien ya no trabaja para el alma, sino para el administrador adinerado que le prometió una ínsula en el país de Barataria.

Sabemos que el ingeniero Hernández es incapaz de debatir ideas, los debates no son sus escenarios, pero se naturalizó en las redes, donde es capaz de hacerse viral con actitudes groseras utilizando la fuerza que le da el poder sobre los demás, al ser empresario rico, displicente y disciplinado; es así como se ha hecho querer por muchos colombianos. Si una grandeza tiene Hernández, es haber llegado al fondo de lo trivial y conquistar el corazón de las gentes con un lenguaje grosero, de expresiones oprobiosas, opiniones irresponsables y soberbias. En una sociedad donde prima la chequera antes que los valores humanos, todo se vuelve gratuito para el empresario. Es la gratuidad que pregona Hernández, donde el ahorro seguirá significando ganancia para unos pocos. Es, justamente, lo que admira, prefiere y apoya Ospina, el exigente escritor de frases lapidarias y estilo pulcro en la sociedad del consumo; el cultor de una prosa brillante, pero que como en el verso de Guillermo Valencia dedicado al poeta José Asunción Silva, sacrifica un mundo para pulir un verso.

Todo indica que si gana Hernández (suponiendo que ganara) y si es cierto que hará lo que dice, por ejemplo, declarar el estado de conmoción en Colombia en el primer día de su mandato, es indicio de que las cosas seguirán peor que antes en un país que ha sido gobernado por la fuerza antes que por la razón y donde no se acepta el principio de contradicción. Seguiremos viviendo en el país de los mismos para los mismos. Los cómodos, que son una minoría potente y pedante, continuarán con dientes y uñas aferrados al poder; en el otro extremo, los satisfechos de no ser Venezuela, pero igual sin oportunidades, seguirán siendo los humillados y ofendidos que eligen en una democracia, pero agitando la bandera del miedo. Queda así demostrado que cuando las posturas de un intelectual frío se someten a las aspiraciones del poder ciego a cambio de un cargo ministerial ofrecido de antemano, se debilita la resistencia y queda reinando la fuerza y la brutalidad. Por eso si Hernández gana en la segunda vuelta, es arrasando también con los valores del intelectual frágil que se puso en su camino. Y entonces se construye así la más ominosa mentira del cambio.

                                                                                                Junio 2 de 2022

abril 03, 2022

EL DERECHO A DECIR Y DISENTIR

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima.

 

Resulta extraño, anómalo, incoherente y casi fuera de lugar tener que escribir sobre la necesidad e importancia de decir y disentir en el mundo universitario. Nada que se considere riguroso, científico o académico se construyó desde una sola mirada, al contrario, la pluridiversidad de voces son las que generan la posibilidad de trasformación, creación y cambio. Los relatos únicos de la realidad, los fenómenos o las cosas siempre terminan en totalitarismos discursivos, que impiden el diálogo con los demás, con el Otro.

No hay mayor riqueza en la interacción que cuando esta se hace con el distinto, porque el diálogo con uno mismo, en el espejo de nuestra propiedad, sólo genera un reflejo y este esconde lo que no queremos ver. Lanzarse al otro, como lo propone Mélich[1], implica tener la capacidad/posibilidad de desnudar la cara oculta de lo que pretendemos auscultar. Por eso, resulta casi antinómico tener que reclamar el derecho a disentir en la universidad.

En la acción cotidiana del mundo universitario, se han instalado unas formas de decir que construyen sus autónomas maneras de tramitar los conflictos, ya sean estos académicos, científicos o políticos. Figuras como las asambleas de los actores (estudiantes, profesores, trabajadores), organizaciones informales, colectivos, grupos de interés más allá de lo institucional, comunicaciones no-oficiales y otras formas de expresión, son válidas en la construcción de un proyecto público.

No obstante, estas “otras formas” son desconocidas en la mayoría de las veces por los entramados oficiales, quienes consideran que, si una comunicación, propuesta o proyecto no está en los “formatos” discursivos institucionales, no tienen validez. Por ello desautorizan y anulan constantemente esas otras formas de decir y, sobre todo, de disentir.

Un matemático que resuelva un teorema no se considerará enemigo de la junta de científicos, al contrario, se admirará como un aportante al desarrollo y consolidación de ese campo de la ciencia. Entonces ¿por qué un sujeto universitario que asume una posición distinta dentro de un debate político en la vida universitaria es, casi siempre, considerado un enemigo? Debería ser escuchado, contra-argumentado o derrotado en el campo de la discusión. Pero no es así, constantemente nos “volvemos enemigos” por decir y disentir.

Hay que tener la valentía, sobre todo desde las estructuras de poder y gobierno, de respetar y dialogar con esas otras formas válidas de hacer universidad. Por ejemplo, reconocer los espacios asamblearios como legítimas maneras de tramitar las diferencias, reconstruir los derroteros y poner en tensión el estado de las cosas. ¿Cómo pedirle, por ejemplo, a una asamblea profesoral que reconozca un “acto institucional”, si la institución ignora el trascurrir de la asamblea? En la diversidad está la ganancia, la posibilidad de consensos y la reafirmación de los disensos. El mundo no es sólo de una tonalidad, mucho menos de la tonalidad que quiere imponer el grupo de poder de turno.

Para que la Universidad conserve su esencia de centro de construcción del saber, la ciencia, la cultura y la formación de lo humano, debe prevenir el silenciamiento como estrategia y, en consecuencia, promover el decir, respetar el disentir. Hoy, en nuestra Alma mater, debemos reclamar ese derecho, para mí, para el otro, para el distinto e incluso para el oponente, de lo contrario estaremos asistiendo a la consolidación de la anti-universidad.

La historia cíclica y reciente de la Universidad del Tolima escenifica cuáles son los caminos que deparan la soberbia y el autismo. No más en los años 2014-2015 asistimos, muchos de quienes construimos universidad desde distintas miradas, a una crisis que no queremos repetir. Negar los avances y/o ocultar las enormes necesidades que aún tenemos por resolver, es abrir el camino que de nuevo nos conduzca al abismo. Salir de ahí es lo más difícil, evitar la caída es una propuesta.

Pero para que el diálogo fluya se deben aprestar los oídos. La sordera institucional impide que el otro pueda decir, y, sobre todo, disentir.



[1] Mélich, Joan-Carles. Del extraño al cómplice. La educación en la vida cotidiana.

marzo 28, 2022

Extralimitación de funciones y riesgos institucionales

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

En las Instituciones Públicas abundan personajes que suelen creerse plenipotenciarios, todopoderosos y dueños de los cargos, algo que en sí mismo contradice el concepto de lo público como un bien común, con responsabilidad compartida y cuya administración debe centrarse en el cuidado y bien recíproco.

Como dice un viejo dicho popular, “Entre más mal jefe se es, menos merecimiento se tiene para serlo”, y ese parece ser el inri de quienes acuden a todo tipo de argucias para ascender en los organigramas institucionales, casi siempre mediante acciones de subalternidad y menoscabo de los objetivos comunes. Creerse dueño de un cargo es uno de los males que profundizan la inoperancia de los procesos administrativos de las instituciones públicas.

Dentro la normatividad que direcciona el empleo público existe un concepto bien interesante para regular la toma de decisiones institucionales y clarificar la ruta “de mando” de las mismas, se denomina «extralimitación de funciones». En el nuevo código disciplinario[1] (Ley 1952 de 2019) se plantea que:

La falta disciplinaria puede ser realizada por acción u omisión en el cumplimiento de los deberes propios del cargo o función, o con ocasión de ellos, o por extralimitación de sus funciones. (Artículo 27)

Del mismo modo, según concepto 228441 del Departamento Administrativo de la Función Pública (2019), se recuerda que: “(…) a todo servidor público le está prohibido extralimitar las funciones contenidas en la Constitución, las leyes y los estatutos o reglamentos de la entidad, caso en el cual podría ser sujeto de una investigación disciplinaria”.

 No obstante, en la vida cotidiana de lo público, la extralimitación de funciones es pan de cada día. A ciertos funcionarios les encanta dar órdenes que no le competen, tomar decisiones más allá de las que han sido impartidas en el manual de funciones, parece que de esa manera disfrazan su incapacidad de liderazgo. En la administración del siglo XXI las formas obsoletas de mando quedaron relegadas a estructuras poco flexibles como las fuerzas armadas o las iglesias, lamentablemente lo público (en especial las universidades) es casi igual de rígido, como diría Gutiérrez Girardot. Por eso en el mundo universitario pulula la leguleyada como síndrome.

Para el caso de la Universidad del Tolima, la extralimitación de funciones genera un escenario de ingobernabilidad que hace la vida cotidiana administrativa caótica. Este fenómeno, sumado a una estructura premoderna, que alarga los procesos y aumenta las normatividades, hace lento la toma de decisiones y paquidérmica la ejecución de las mismas. “Acá todos se creen jefes”, me dijo una vez una señora de servicios generales y en sus palabras estaba poniendo de plano lo que aquí comento.

La proliferación de este fenómeno genera varios riesgos institucionales. El primero de ellos es que crea “cuello de botellas” de los procesos, oficinas en donde se acumulan “aprobaciones pendientes” por capricho del “sub-jefe” de turno. Casi siempre son los mandos medios quienes más generan estos reprocesos. Un segundo aspecto es la pérdida de liderazgo institucional y, por ende, de credibilidad. Al nivel directivo le compete, como su nombre lo indica, direccionar de manera estratégica el cumplimiento de la Misión Institucional, pero ante el aumento de la extralimitación de funciones, el nivel directivo pierde funcionalidad y credibilidad.

Es normal encontrar, en la vida cotidiana de la Universidad del Tolima, a niveles medios tomando las decisiones estratégicas y a sub-alternos dándole órdenes a los jefes. Estos deterioros de las líneas de decisión crean caos operacional y, por lo general, es el culpable de que lo académico quede supeditado a lo administrativo. Un nuevo diseño curricular, un proyecto de investigación, una acción direccionada desde un órgano académico, son acciones que pueden quedar truncadas por el efecto de este fenómeno.

Esta es una de las razones por las cuales se hace necesario modernizar los procesos, asumiendo las formas organizacionales del siglo XXI, eliminando pasos incensarios, usando herramientas digitales que aligeren los procesos y, sobre todo, fortaleciendo una cultura organizacional que entienda el valor y uso de lo público.

Lamentablemente, siempre tendremos esa clase funcionaria que por “un tiempo” se cree dueña de los puestos y de la Institución, pero la historia nos muestra claramente cuál es su destino, sólo basta mirar hacia atrás.

Referencias

Departamento Administrativo de la función Pública. Ley 1952 de 2019. Disponible en: https://www.funcionpublica.gov.co/eva/gestornormativo/norma.php?i=90324

https://www.funcionpublica.gov.co/eva/gestornormativo/norma.php?i=100783

Sentencia del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, Sección Segunda, Subsección A, 12 de julio de 2012. M. P. José María Armenta Fuentes. Exp. 2006-03691.



[1] Este código empieza a regir a partir del 29 de marzo de 2022.