septiembre 27, 2012

EL PROFESOR CAICEDO, EL DIABLO Y LA UNIVERSIDAD


Adaptación de una historia de la tradición oral.
Por: Carlos Arturo Gamboa
Como todo mortal un día el profesor Caicedo murió. Al llegar a las puertas de San Pedro el guardián de barba negra le comunicó:
-          - Profesor Caicedo, por haber soportado a la Ministra de Educación de Colombia y los malos salarios, te está permitido escoger entre el cielo y el infierno.
-          - El cielo, respondió de inmediato el creyente profesor.
-         - Deberías pensarlo mejor, dijo San Pedro. ¿Por qué no te das una vuelta por cada uno de ellos?, considera que allí habitarás durante la eternidad.
-          - Bueno, respondió el profesor Caicedo, acostumbrado a la resignación del oficio.
Fue así como le fue concedido un día de visita al infierno y otro al cielo.
El primer día el profesor Caicedo descendió hasta el piso 182; cuando el ascensor abrió la puerta encontró un letrero que decía: Bienvenido al infierno; al fondo, en un campus verde se erigía una Universidad. Los ojos del profesor Caicedo no podían dar crédito al panorama. Aún timorato se dirigió a la portería en donde un vigilante le saludó amablemente:
-         - Bienvenido profesor Caicedo, lo estábamos esperando. Esta es su Universidad, al fondo encontrará un guía que lo llevará por las instalaciones.
El visitante tomó el sendero central y en medio del asombro vio que muchos jóvenes departían en el campus, otros hacían teatro, unas niñas leían a Nietzsche, un grupo de muchachos de batas blancas conversaban sobre lo bien dotados que estaban los laboratorios. Al costado izquierdo encontró un gran restaurante en donde docentes y estudiantes tertuliaban, más adelante divisó una enorme biblioteca cuya puertas permanecían abiertas de par en par mientras los visitantes iban y venía con enormes tomos de variados temas. Y entre asombros y asombros, fue llegando a la rectoría:
-         - Buenas tardes, le anunció una mujer que sobre su escritorio tenía un libro cuyo título el profesor Caicedo alcanzó a leer: “La Universidad soñada”. Ya lo atiende el señor rector, espérame cinco minutos, mientras tanto puedes leer algo en esos sillones y tomarte un café.
Cinco exactos minutos después la voz melodiosa de la recepcionista le indicó que el rector lo atendería.
-          - Buenas tardes profesor Caicedo –exclamó el hombre de puntiagudos cachos.
-          - Buenas tardes señor rector –respondió Caicedo
-          - Puede llamarme Diablo, dijo sonriendo el rector y empezó a disertar: Como puede ver estimado profesor, en esta Universidad realizamos los sueños, tenemos investigación de punta, la educación es gratuita,  la producción de conocimiento alcanza los límites, el arte pulula por nuestro campus, la sociedad recurre a nosotros para solucionar sus problemas, nuestros profesores son los mejores, los estudiantes quisieran no irse cuando se gradúan, tenemos programas deportivos de alto rendimiento y como ya habrá podido observar, nuestras instalaciones poseen espacio para cada expresión de la comunidad. Profesor Caicedo, si usted lo decide, esta será su casa.
-          - La verdad señor Diablo no imaginé un infierno de tal magnitud, esta es la Universidad soñada.
Después de despedirse el profesor Caicedo pudo constatar que el Diablo no mentía, todo estaba en orden, y entre meditaciones  y sonrisas su día en el infierno terminó y regresó donde San Pedro. Ahora te toca visitar el cielo, le dijo, descansa un poco.
Al día siguiente el profesor Caicedo ascendió hasta el piso 182 y cuando la puerta del ascensor se abrió encontró el letrero que decía: Bienvenido al cielo. Paseó un poco y se encontró flotando entre nubes y ángeles semidesnudos que entonaban plegarias, un grupo de hombres leían un extraño libro sin letras y la tranquilidad era tan grande que al cabo de unas horas le exasperó. Vencido el día regresó a donde San Pedro.
-          - Bueno profesor, es hora de tomar decisiones.
-        -  Creí que nunca diría esto, respondió Caicedo, pero después de analizar todo, prefiero el infierno.
-          - Bueno profesor, le deseo una buena eternidad, le dijo San Pedro y lo condujo al ascensor.
182 pisos abajo el ascensor abrió su puerta y el profesor Caicedo se dirigió a la portería en donde un robusto celador le imprecó por no hacer la fila para entrar, sólo después de dos horas y de múltiples llamadas le fue permitido ingresar, decía que nadie podía acceder a la universidad sin carnet. El campus estaba marchito, grandes moles de cemento se levantaban en donde antes florecían los prados, algunos estudiantes protestaban frente a la cafetería y un profesor de enormes gafas maldecía por el bajo salario. A la izquierda una biblioteca desvencijada era custodiada por un detector de metales y dos o tres muchachos leían una revista de Playboy en las escalinatas. Las paredes estaban totalmente llenas de grafitis reclamando “no más aumento en las matrículas” y una vieja cancha de microfútbol congregaba a unos jóvenes que silenciosos elaboraban una pancarta.
Se dirigió a la rectoría y un mujer de enormes senos, que pintaba sus uñas, apenas lo determinó.
-          - Buenas tardes, soy el profesor Caicedo, quiero una cita con el rector.
-         -  El Diablo está muy ocupado ahora señor, respondió la mujer sin mirarlo, si quiere espere, o saque una cita para próxima semana.
Con la resignación que vivió el profesor Caicedo esperó durante 4 horas hasta que la puerta se entreabrió y, sacando esa migaja de valentía que aún carcomía sus huesos, se levantó e ingresó a la oficina del Diablo.
-        -   Señor Diablo, ¿qué pasa? ¿Qué tipo de engaño ha sido elaborado aquí?
-          - Perdón usted quién es, dijo la voz ronca del encorbatado demonio.
-       -  El profesor Caicedo, ayer estuve aquí visitando el infierno y hoy al retornar no encuentro esa Universidad soñada. ¿Qué pasó?
-      -   Ahhh, profesor Caicedo, ya lo recuerdo, pero lamento decirle que esta es la Universidad de verdad, la que vio usted ayer era la del simulacro. Es que teníamos visita de pares académicos.

septiembre 25, 2012

SÓLO EXISTE, QUIEN RESISTE


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
¿Ustedes qué es lo que buscan profe? Me preguntó ese estudiante, entre incrédulo y aséptico. La pregunta no es de fácil respuesta cuando miramos el contexto sobre el cual nos movemos “unos pocos” convencidos de que aún es posible “hacer algo distinto”, de que aquí no todo está predeterminado por una lógica que parece alimentarse de sueños.
Y la reflexión es válida. ¿Qué se busca entre las ruinas del sin-tiempo? Ahora cuando la mayoría se refugia en el árbol frondoso de la comodidad. Ahora cuando otros, ahítos de tiempo y de cordura, se niegan a la incertidumbre. Ahora cuando muchos quienes enarbolaron las siempre fraudulentas banderas del inconformiso, acampan en las zonas del confort. Ahora cuando levantar la voz clamando por “algo distinto”, es asumido por la mayoría como pecado capital. Pues ahora es cuando es más válido luchar. ¿Por qué? ¿Cambiaremos algo en esa desvencijada estructura? ¿Será inútil esa lucha? ¿Quedaremos solos, como en una película apocalíptica?
Esta parece ser la época de las resignaciones. Todos quieren caminar en pos del sendero ya trazado. Así ha sido, y así será, profetizan los aduladores del miedo. Muchos de los que nos preceden tenían sueños, quizás más válidos que los nuestros, pero una mañana de un día incierto se despertaron aferrados a sus camas, presos de la inoperancia que se deposita en los relojes de la historia. Y desde entonces caminan encorvados porque su negación es justiciera. Porque tienen miedo de mirar atrás y ver el cadáver de su lucha siendo devorado por el enemigo, mientras ellos, complacientes, disponen la mesa.
Por eso es necesario luchar. Para evitar que ese tiempo se repita como un círculo infinito. Para que las generación que caminan a nuestros lado pueda intuir, por un instante, que no estamos condenados a repetir la tragedia de quienes nos miran desde la nostalgia de sus sueños entregados, y nos señalan como ilusos radicales, porque quizás fue su falta de radicalidad la que hoy los tiene como mansos corderos recordando que un día fueron lobos esteparios.
Por eso muchacho, por eso hoy debemos luchar, porque es la huella que se deja en el camino lo que buscamos. Porque sólo existe, quien resiste. Los demás apenas sobreviven.