mayo 09, 2012

DE MÚSICA Y ATROCIDADES


Por: Carlos Arturo Gamboa
¿Qué tienen en común Schubert, Albéniz, Debussy y las empresas de la depredación de la vida? Nada. Los primeros cultivaron la sensibilidad al extremo para exaltar la esencia humana, la existencia, la composición en piano y el culto a la estética musical. Sus interpretaciones hacen parte del agónico inventario de los orgullos humanos y permiten recordar que, aún medio de los más altos horrores, el arte puede redimirnos. Las segundas están guiadas por la avaricia, la codicia, la alevosía de un tiempo que olvida a los primeros pero los usa para engrandecer discursos efímeros de desarrollo, disertaciones que ocultan el oscuro deseo de la apropiación y el despojo tras su falsa máscara de bienestar.
Los primeros se pasearon por el Auditorio Mayor de la Música de la Universidad del Tolima, rescatados del reino de los privilegiados por las serenas y vertiginosas manos de Katia Mitchell, concertista cuya delicadeza nos hizo recordar que piano significa «suave» y que la poesía es una forma elaborada que hace presencia en los sonidos. Sus aladas manos cautivaron, su técnica exaltó los espíritus y la serenidad para alterar el arpa cromática, pudieron haber hecho del espacio un escenario propicio para construir una  noche de ciudad musical.
Sin embargo,  para aquellos quienes consideramos que arte y existencia, música y vida, estética y humanidad son elementos simbióticos, nos parece contradictorio que El festival Internacional de Piano cuente entre sus auspiciadores con AngloGold Ashanti, una empresa cuyo deseo de devastación del medio ambiente nada tiene que ver con Schubert, Albéniz, Debussy y Katia Mitchell, quienes desde los sonidos del romanticismo, el expresionismo y la contemporaneidad nos invitan al disfrute de los sentidos, al rescate de la vida.
Otra diferencia radical entre los primeros y las empresas depredadoras, es que ninguno de ellos cambiaría una de sus partituras por toneladas de oro. Ellos habitan el mundo del arte, de la estética; AngloGold Ashanti sólo desea destruir la vida y la belleza a cambio de la rentabilidad y el consumo; ante tal antinomia, lo cierto es que, como dijera Tchaikovski, “si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”. Gracias Katia Mitchell.