julio 22, 2013

ESCALADORES VS TREPADORES



Por: Carlos Arturo Gamboa

Confieso que soy de esos colombianos a quienes se les eriza la piel siguiendo nuestros corredores cuando se empinan las montañas. Es que crecí con la fortuna de ver las hazañas de Lucho Herrera, Fabio Parra y cientos de ciclistas que la historia parece haber olvidado, pero mi retina no. Si algo tuvo de bueno los ochentas fue que los niños de entonces asistimos al espectáculo de cada uno de esos pedalazos. Seguir la revista Mundo ciclístico, las trasmisiones del viejo Julio Arrastía Bricca, los comentarios del “profe” Héctor Urrego y  las notas en los periódicos nacionales, fue uno de mis pasatiempos por entonces. Pero luego vinieron los noventa, Kurt Cobain y la desolación, el desmantelamiento de los equipos colombianos de ciclismo, el Pibe y sus jugadas majestuosas, otras ilusiones, muchas desilusiones. Cuando el rating bajó las trasmisiones de las grandes carreras europeas se volvieron cuestiones de una pequeña nota entre datos faranduleros.

Finalizando los noventa casi no se hablaba de los escaladores, aunque si tuvimos que soportar los trepadores, esa camarilla de mafiosos que se fueron tomando el país y que aún no hemos podido soltar, porque siguen chupando la rueda de la golpeada sociedad colombiana. Iniciado el siglo XXI apareció Botero, quien nunca me convenció del todo porque sus relaciones con los profesionales del doping lo hacían sospechoso de sus pedaleadas desaforadas. Si algo ha tenido los escarabajos colombianos es honestidad. Han dejado su piel en el asfalto europeo, han contribuido a una leyenda que va más allá de ganar etapas o carreras, su coraje es sólo comparable con la capacidad de sufrimiento de nuestro pueblo.

Entre noticias de muertos, bombas, desaparecidos, falsos positivos, eliminaciones de la selección, estrelladas de Juan Pablo Montoya, batazos de Rentería y escándalos por corrupción, debe vez en cuando los medios colombianos daban cuenta de alguna hazaña de un ciclista nuestro. Que Soler ganó una etapa, que María Luisa Calle un galardón, que Rigoberto Urán se fue de medalla de plata en los Olímpicos, que un muchachito de Boyacá se ganó el Tour de L'avenir, algo que llevaba años sin pasar, y así poco a poco el mantel del tiempo se fue desenvolviendo y como por arte de magia hemos visto aparecer en las pantallas la imagen de esa leyenda que dormitaba con los años: Los escarabajos han vuelto, gritaron todos.

Pues no. Los escarabajos siempre han estado ahí, subiendo montañas, luchando por un patrocinio, ahorrando moneditas para llenar la caramañola de sus ilusiones. Siguen pedaleando bajo la ruina inclemente de un país que sólo hace visibles a los que les garantizan un rating, luego los olvida para reemplazarlos por conductores ebrios, políticos corruptos o militares busca pleitos. Los escarabajos son millones, algunos montan en bicicleta y ganan etapas, otros nunca tienen para una buena cicla, otros apenas sueñan alcanzar la cúspide de sus sueños en medio de un panorama, que como las cumbres europeas, son estériles, pero invitan al reto de la hazaña.

Colombia es un país de escarabajos, de escaladores cuyo peso de su existencia les hace adquirir el aliento necesario para enfrentar retos sobrehumanos. Por eso cuando Nairo Quintana levanta las manos dejando al descubierto su cara mestiza, su sonrisa incompleta y sus ojos rasgados de satisfacción, muchos nos reflejamos en él, muchos se alegran, muchos añoran el honor de cumplir el reto. Pero otros, los trepadores sociales, siguen en silencio saqueando el país, negando las posibilidades de construir una nación en donde los millones de Nairos, en bicicleta y a pie, puedan sudar su esfuerzo, levantar las manos y hacer realidad sus sueños de vivir. Ojalá Colombia durante la próxima década le abra el sendero a todos esos escaladores y de una vez por toda sancione a los trepadores que han engañado al país con su doping social.