noviembre 01, 2018

Religión y política: el reencauche del fascismo en Latinoamérica


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

En la tradición colombiana de la violencia son muchos los relatos de curas que actuaron como sujetos activos de la barbarie. Desde sus púlpitos azuzaron a los asesinos para que mataran liberales y comunistas “come niños”. Esa relación entre religión y crueldad es tan antigua como las huellas de los caballos de los colonizadores de toda procedencia y calaña, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica.
Con la terminación del siglo XX surgieron cientos de relatos del “fin del mundo”, lo que generó, en las mentes religiosas, una especie de hibridación paranoica mediante la cual estas narraciones se mezclaron para generar ansiedad en las masas. Las seudo teorías mayas, las profecías de Nostradamus, los neo relatos del anticristo y las teorías apocalípticas-científicas de mega tsunamis, invasiones alienígenas, mega terremotos y otro sinnúmero de relatos, invadieron la mentalidad de los asustadizos sujetos que inauguraban el siglo XXI, sumidos en el pánico.
Este efecto psicológico de masas se convirtió en el terreno fértil de las religiones, un negocio basado en la incertidumbre y el miedo. Y por supuesto los políticos, cuyo mejor oficio es vender falsas esperanzas, vieron en el escenario una oportunidad de oro para contrarrestar la oleada de cambios que se avizoraban en el despertar del pueblo aupado por el desconcierto del modelo imperante en el fin del siglo.
La religión y la política están construidas con símbolos, discursos falsos y seres heterónomos cuyo fanatismo cimienta feligreses y/o seguidores. Caudillos y pastores son rostros de un solo totalitarismo, ambos trabajan con el miedo y la incertidumbre. Por eso, ante una masa que asistía al despertar de un nuevo siglo lleno de múltiples indecisiones, lo mejor era venderles el falso refugio de la religión incrustado en la política.
La alianza entre las grandes cadenas de iglesias de todo tipo y los movimientos políticos conservadores de la región, fueron elaborando un nuevo discurso político que rápidamente caló en la población desesperanzada. Para el año 2000 en Colombia se calculaba que cerca del 60 % de la población se declaraba católica, pero durante los primeros 10 años del siglo XXI, el crecimiento de las filiales y el surgimiento de iglesias de corte protestante, según la encuesta Barómetro de las Américas, fue del 25 %.
No en vano, si antes era requisito de todo político dejarse retratar un domingo en la catedral primada de su pueblo, el político de hoy comparte púlpitos y escenarios con todo tipo de negociantes de almas. Mentir y generar miedo son la base de estos dos artificios, ahora ellos controlan el mercado de las ilusiones.
Si tienes a la gente asustada con abismos de fuego y futuros inciertos, es muy fácil venderles la cura: la creencia absoluta de la política-religiosa en la cual el pecado es culpable de todos los males. Ese pecado está incubado entre los infieles, ateos, gais, comunistas, castro-chavistas, inmigrantes que te roban el empleo, negros que no trabajan, zánganos que quieren todo regalado, indios atrasados y cientos de etcéteras.  A ese ritmo el pueblo termina dándole forma a un gran enemigo, una parte del mismo pueblo.
De esa manera es que se explica por qué cerca de dos millones de colombianos afiliados a las iglesias cristianas, sin contar con los millones de católicos, salieron a votar en contra de los acuerdos de paz. Muchos de ellos dijeron estar alarmados porque ese acuerdo iba a volver maricas a sus hijos, un pecado grave para una religión monoteísta y machista, acrecentada por la visión neoconservadora del planeta. La ignorancia y sus militantes en pleno apogeo.
Recientemente Bolsonaro en Brasil sigue la misma ruta de ese discurso. Apalancado en un trasfondo ideológico de corte evangélico, que cada vez se torna más radical, vuelve a los esquemas del más rancio de los totalitarismos, en el cual, no solo se impone una visión única del mundo, sino que además el otro, el diferente debe ser erradicado.
Latinoamérica y el mundo se enfrentan hoy a una nueva época de oscurantismo. Estamos ante la inquisición 2.0. Ya no serán las brujas las que irán a la hoguera, serán los gais, los inmigrantes, los indígenas, los marihuaneros y los distintos quienes llevarán la marca cainesca sobre sus frentes. Así entonces el pueblo, guiado por lo mercaderes de la religión y la política, alimentará con votos una hoguera en la cual arderá el propio pueblo.
Lo único que alienta es que quizás, como al inicio de siglo XX, el aumento de la represión traiga consigo una nueva r-evolución.