agosto 05, 2011

La universidad -Parque temático para el empequeñecimiento humano-


 Por: Julio César Carrión
Centro Cultural Universidad del Tolima
 
Para Sebastián Gutiérrez, como contribución
a sus reflexiones sobre el destino de la universidad   
 
Todo el proyecto civilizatorio de Occidente con sus predicamentos ancestrales (“conocimiento”, “saber”, “verdad”, “moral”, “Dios”, “amor”, “derecho”, “justicia”, “dignidad”, “humanismo”, “Ilustración”, “progreso”...) ha descansado sobre un cúmulo de engaños y falacias, de “falsos positivos”, esgrimidos contra los sectores considerados “inferiores”; pueblos razas o culturas y también frente al resto de los animales. Presunción que, bien sabemos, ha costado muy caro tanto a los animales, nuestros más cercanos parientes, como a la mayoría de los seres humanos, por cuenta de supuestas “verdades absolutas” que defienden y difunden delirantes caudillos comprometidos misionalmente en su realización.
 
Las peripecias históricas del concepto “inteligencia” (señaladas por Hans Magnus Enzensberger en el artículo  En el laberinto de la inteligencia. Una guía para idiotas) nos han llevado a querer fortalecer orgullosamente la distinción frente a los demás animales, “como si la evolución, con excepción de nosotros, sólo hubiera atinado a crear seres deficitarios dignos de compasión”. Peor aún, esta orgullosa perspectiva condujo, a la fijación de absurdas jerarquías de “inteligencia” entre los seres humanos. Jerarquías que se corresponden con las establecidas por los patrones culturales eurocéntricos, elaborados bajo las diversas convicciones político-religiosas, colonialistas, racistas y clasistas que han impuesto su hegemonía y dominio en diversas regiones y momentos y que lograron una mayor fundamentación teorética gracias a la intervención de aparatos ideológicos puestos a su servicio y, muy especialmente, a partir de la introducción de la  escuela, como mecanismo central para el logro de la obediencia y la subalternidad.
Es claro que el hombre mediante el recurso de la “inteligencia” terminó dotando de sentido y significación a cuanto le rodea, por ello construyó un universo simbólico: esa “realidad” que le atrapa no sólo a él sino al resto de los seres con quienes comparte la existencia. A partir de la invención del “conocimiento”, de la “razón” y de la “inteligencia”, se fraguaron proyectos como el de un “más allá” religioso, el del triunfo de la Ilustración o el de la conquista del “progreso”. Proyectos cómodamente sustentados en la validez de la cultura letrada que ha sabido imponerse, ya fuese por sus planteamientos metafísicos, por sus “argumentos racionales” o, simplemente por la violencia abierta y descarada impuesta sobre los “ignorantes”, los “analfabetas”, los “incultos”, en resumen, sobre los pueblos vencidos.
 Nuestro propósito es mostrar, precisamente, el fracaso de esa impositiva cultura letrada y del proyecto ilustrado, así como la falacia que encierra una  escuela que únicamente ha servido para homogeneizar, uniformar y calificar fuerza de trabajo: para empequeñecer y domesticar a los humanos, mientras publicitariamente dice contribuir a la realización de los intereses emancipatorios. Confrontamos asimismo la pedagogía porque históricamente sólo se ha centrado en la obediencia y la domesticidad. Siempre se nos ha enseñado a la fuerza por parte de los “ilustrados” (evangelizadores, cruzados, conquistadores, colonialistas, sacerdotes, maestros, empresarios, comerciantes, académicos, financistas y demás representantes de las “culturas superiores”) que sistemáticamente emprendieron sus procesos “civilizadores” contra los pueblos y las culturas periféricas, dueños antes de otros conocimientos, saberes y cosmovisiones que hoy están abiertamente subyugados y perdidos.
A partir de los procesos doctrinales, guerreros, colonialistas, mercantilistas, pedagógicos e “ilustrados”, se nos impuso el supuesto de que leer y escribir nos haría más dignos y más libres. A este principio básico de la “modernidad” simultáneamente se le sumaría el dogma del progreso, como destino manifiesto e insoslayable para todos los pueblos del mundo, y como explicación justificadora de la injerencia metropolitana e imperialista.
Ya Juan Jacobo Rousseau en su Discurso sobre las ciencias y las artes de 1750, contra la mayoritaria concepción optimista del “progreso”, enjuiciaría ese propósito civilizador sustentado en el avance de las ciencias y en el engañoso desarrollo de la tecnología, porque sabía que conduciría a la miseria social al alejar al hombre de su estado natural, convirtiéndolo en esclavo de velados intereses estatales y clasistas. Y en realidad los diversos Estados, a través de sus agentes, habrían de imponer la ideología del progreso como “dirección única” -para denunciarlo en los términos de Walter Benjamin-. Escuelas, -universidades-, fábricas y ejércitos forzarían la domesticación de sus analfabetas, para adecuarlos a los intereses, claros o difusos, del poder. “Los pueblos no aprendieron a leer y escribir porque les apeteciera, sino porque fueron obligados a ello”.
Como lo explica Peter Sloterdijk en su conferencia Normas para el parque humano, Federico Nietzsche en el capítulo denominado “De la virtud empequeñecedora” contenido en la tercera parte de su obra Así habló Zaratustra, señala esa doctrina de la felicidad y de la virtud que empequeñece a los seres humanos, refiriéndose al amaestramiento, a una educación programada para la regulación de los sujetos, para la individualidad resignada, para la masificación, la homogeneización y la uniformidad. Los hombres son criadores de hombres. La  educación se reduce a un  amaestramiento para empequeñecer, actividad fundamental de curas y maestros. La  escuela no es más que una institución especializada en la domesticación.
En última instancia la educación no ha sido más que sirvienta de los empresarios. La “Ilustración” que se ha propalado en las distintas aulas y planteles, no ha servido para la autonomía y la  emancipación, como -kantianamente- se propagandió, sino para una mayor subordinación de los seres humanos, cuando más para la obtención de títulos y diplomas que les permiten simular, competir y hasta conseguir un kafkiano empleo. Toda educación en la medida en que califica, discrimina, selecciona y excluye, estigmatizando a los analfabetos, a las amplias mayorías, marginadas reales de los procesos ilustrados, pero que participan activamente en el tan imbricado como inútil sistema educativo hoy mundializado.
Sloterdijk concluye: “los hombres del presente son ante todo una cosa: criadores exitosos que han logrado hacer del hombre salvaje el último hombre. Se comprende, de suyo, que semejante cosa no ha podido suceder únicamente con medios humanistas educativo-domesticadores-amaestradores”. También han existido otras antropotécnicas, quizás más eficaces, basadas en la seducción conceptual, en la manipulación mediática o en la infalible y brutal violencia cotidiana.
En todo caso el proyecto que originalmente consistía en erradicar el analfabetismo e imponer la civilización letrada -como una valiosa fórmula ideada para la superación de la obstinada animalidad de los humanos-, dado su fracaso contundente al no  lograrse la total domesticidad y ante la ausencia de una auténtica ilustración masiva en la escena universal, actualmente se ha modificado y, al parecer, nos encontramos con un renacer del analfabetismo, pero no como el de antes; ahora no son esos individuos llenos de ignorancia y tercamente ágrafos que antaño preocupaban y fastidiaban a los doctos y letrados, no se trata de esos peligrosos proletarios o campesinos que podrían llegar a asumir sus propios referentes teóricos y organizarse revolucionariamente, sino unos nuevos sujetos que no incomodan a nadie. Personajes pletóricos de la llamada “cultura de masas”, inmersos en la presunta erudición  mediática, formados en la información que difunde la “sociedad del conocimiento”, sujetos uniformes, homogeneizados, anónimos y dóciles que sólo saben seguir instrucciones y currículos, llenar planillas, presentar informes, responder cuestionarios. Individuos proclives a la “movilización total” y que se ajustan perfectamente al perfil de las trivialidades de la farándula, del entretenimiento y de las diversiones hábilmente direccionadas y que buscan afanosamente la “felicidad” en el cumplimiento del deber, en la competitividad, en la precariedad laboral y en el consumismo compulsivo. Cómodos habitantes de  este “parque humano”, que funcionan bajo las condiciones de una domesticidad total, bajo los lineamientos de una “servidumbre voluntaria”.
El poder que en busca de la regulación social, la normalización y el amaestramiento, que inicialmente operaba mediante técnicas de control y disciplinamiento, hoy se ejerce sobre la entera vida de los hombres, con dispositivos no necesariamente disciplinarios, ya que no se dirigen específicamente a los individuos, sino en general a la población, y a la especie. Se ha pasado así de la individuación a la masificación y a la politización de la vida natural. Fenómeno que no es exclusivo de los regímenes autoritarios ni de los  totalitarismos, sino de todas las estructuras políticas contemporáneas, incluidas aquellas reputadas como “democráticas” o “humanitarias”, inmersas también en la biopolítica, y no como “estados de excepción”, sino como cotidianidad jurídica y administrativa, extendida como paradigma funcional de todo el quehacer político de Occidente. 
Desde Aristóteles hasta Heidegger, como lo ha investigado Giorgio  Agamben, la máquina antropotecnológica ha continuado sus operaciones al interior del hombre instituyendo un "estado de excepción": en la Antigüedad se produce lo inhumano incluyendo en lo humano algo exterior, humanizando el animal (el esclavo, el bárbaro, el extranjero como figuras de un animal con forma de hombre) y en la Modernidad se excluye del hombre un ser ya hombre, se aísla lo no humano en el hombre, animalizando lo humano (el judío, el desahuciado, el delincuente, el marginal, el inmigrante, como figuras de lo animal en el hombre). Pero, en definitiva, afirma Agamben, "la humanización integral del animal coincide con la animalización integral del hombre". 
El conflicto entre humanidad y animalidad es el conflicto político decisivo de nuestra cultura y, por ello -concluye Agamben- la política occidental es desde sus orígenes biopolítica.

agosto 04, 2011

“DECISIONISMO” TRANSNACIONAL. LA UNIVERSIDAD: UN EMPORIO DEL CAPITAL

Por: Jorge Gantiva Silva
Filofoso Univerisdad Nacional
Profesor Titular Universidad del Tolima

 Texto Publicado en Revista Izquierda No.14. Agosto 2011.
El transformismo de la maquila transnacional

Coherente con su proyecto transnacional de convertir la educación en una mercancía, el gobierno de Juan Manuel Santos ha presentado al Congreso de la República la reforma de la educación superior en una versión más agresiva y “perfeccionada” en el marco de su estrategia de someter el país al gran capital, al TLC y a las corporaciones privadas nacionales e internacionales. Se trata de una ofensiva de la derecha “decisionista” que desprecia la discusión, la deliberación y la participación democrática, y pasa por encima de las tendencias y los logros del democratismo educativo. En su lógica de poner el país en la órbita del capitalismo mundial y de la mercantilización de la educación, ha puesto la universidad pública en el mercado mundial de los megaproyectos educativos.

Después de 17 años de existencia de la ley 30 de 1992, la educación superior sólo ha alcanzado el statu quo de privilegios de la universidad privada, los intereses de lucro y los negocios, ha incorporado las políticas de flexibilización y precarización del trabajo docente, ha extendido de manera abusiva la educación a distancia, ha lesionado severamente la autonomía y las libertades fundamentales, ha implantado el pensamiento único de las competencias y de los estándares y ha generado un proceso de desinstitucionalización y desgobierno en el conjunto de las universidades públicas. Sus resultados son mediocres; así como elocuentes son sus niveles de desigualdad, medianía académica y privatización.

Tras las imposiciones de la banca mundial y de la política neoliberal, la universidad colombiana quedó sumida en un profundo adocenamiento y subordinación. Durante este período ha sido dramática la forma como se desfiguró la universidad pública de su propósito de formar la personalidad histórica de Colombia y promover el desarrollo económico, la ciencia, la tecnología y la identidad cultural, postulados contemplados en las finalidades sociales del Estado que reclama el bloque constitucional. La universidad, otrora centro de saber y campo de redefinición de la identidad histórica y cultural, se trastocó en mercado de negocios y saberes funcionales de la maquila capitalista. La “idea de universidad”, proclamada por el democratismo internacional, fue desestimada por los “decididores” del mercado mundial, del pensamiento pragmático y de los negocios. La calidad convertida en una “palabra vacía” de lógicas macroeconómicas ha sido un manto ideológico de la política de control, homogeneización del saber y despojo del conocimiento. A lo largo de estos años, se legalizaron decenas de instituciones de garaje; muchas de ellas, se convirtieron en verdaderas “cuevas de Rolando” de corrupción y clientelismo. Bajo el recetario de la calidad, la universidad perdió irónicamente su estatus de saber, de libertad académica y universalidad de que gozaban al amparo de su autonomía. Particularmente desastroso ha sido el proceso de privatización y la política de precarización y flexibilización del trabajo de los docentes. Además de la desfinanciación y bancarización de la educación superior, la deuda contraída por el Estado sigue siendo una amenaza para su existencia.

El santismo del lucro y de los negocios

El proyecto de reforma de la educación superior que presentó el gobierno nacional al Congreso de la República, a mediados de julio, es una versión más agresiva y coherente de la que formuló en marzo del presente año. Esta iniciativa es una expresión del transformismo de la maquila capitalista, cuyo élan vital son los negocios, el ánimo de lucro, la explotación económica de los servicios educativos. Este proyecto hace parte del engranaje estratégico del reformismo institucional que promueve la política granburguesa de Juan Manuel Santos en el contexto de la globalización imperial. Como pieza clave en el proceso de formación del gran capital, esta reforma articula las locomotoras de la gran minería y de los agrocombustibles, la regla fiscal, el recorte de las regalías y del gasto del Estado para beneficiar el pago de los altos intereses y del capital de la deuda externa, las exigencias del TLC, la precarización del trabajo y de los salarios, la reforma tributaria, las Metas del Milenio, la política de competitividad, castigando el gasto social, la soberanía de Colombia y los derechos fundamentales de la población.

La novedad de Santos radica en el impulso reformista de la maquila capitalista transnacional que ha abierto la educación superior al mercado mundial de los servicios educativos. El gobierno de Juan Manuel Santos ha roto el democratismo
educativo que el bloque constitucional reconoce como patrimonio histórico de la nación. La ruptura del carácter público de la educación universitaria ha diluido la “idea de universidad” en una subasta de los servicios educativos, en un festín de los negocios y el holding de los servicios educativos de acuerdo con la lógica del mercado mundial. Este reformismo es una mascarada para profundizar la “terciarización” de la educación superior y universalizar la relación del capital en la formación, la investigación, la enseñanza y la cultura universitaria. El gobierno nacional ha decidido de manera enfática no renunciar a su estrategia transnacional de avalar las instituciones de educación superior con ánimo de lucro para abrir el campo de acción a las grandes corporaciones capitalistas internacionales, especialmente, norteamericanas. Esta reforma regresiva liquida la universidad pública, inicia una nueva fase del largo proceso de privatización y mercantilización bajo la dictadura de los organismos multilaterales. Según la euforia del gobierno, en “un país más competitivo es necesario ajustar la educación superior y cubrir las necesidades de acuerdo con las demandas de un
mundo cada vez más global”.

El embuste del mérito y de la vocación: la “terciarización” del saber

El proyecto de reforma de la educación superior reorganiza la totalidad del sistema universitario, centraliza el conjunto de sus instituciones y orientaciones, legitima el Plan Bolonia de movilidad, competencia y competitividad, legaliza el programa de “articulación” entre la educación media y la universidad, refuerza la estrategia de precarización y flexibilización del trabajo de los docentes, profundiza la política de bancarización de la educación superior. Su “alma” es el lucro, los negocios, la explotación capitalista, la mercantilización de la educación -proceso bastante adelantado bajo el “espíritu” avasallador del capital humano, de la competencia, de la estandarización y de la ideología de la “alta calidad”, del mérito y de la excelencia-. Colombia, desesperada por su notorio atraso y mediocre posición internacional en el campo de la educación superior, pretende entonces subsanar esta brecha histórica, sometiéndose a la lógica del mercado transnacional de los servicios educativos.

Desde hace más medio siglo, el Estado colombiano ha estado obsesionado por sobrepasar el nivel medio-bajo de sus resultados, sin poder mostrar un avance significativo, salvo su creciente dependencia respecto de las imposiciones internacionales. La calidad ha servido para todo, menos para producir un nivel de
formación, trabajo, cultura, investigación y conocimiento que pueda traducirse en el logro de las finalidades sociales del Estado, el desarrollo económico y social del país, la formación de la personalidad histórica de Colombia y la comprensión y solución de sus necesidades y expectativas. La calidad se ha convertido en una “palabra vacía” para legitimar una política social compensatoria, remedial, asistencial y de control de las prácticas y de los sujetos educativos, basada en la justificación de los empréstitos internacionales.

El proyecto de reforma de la Ley 30 encierra una falacia que el pensamiento crítico y la pedagogía consideran una regresión de fondo. Se trata de condicionar la garantía del derecho a la educación superior, y su reconocimiento como bien público según las nociones de “mérito” y “vocación”, dos expresiones ideológicas que sólo sirven para avalar la competencia y la desigualdad, esto es, legitimar la lógica del mercado y limitar los derechos. El “mérito” es una engañifa para reimplantar el premio y el castigo, para establecer un sistema de valorización jerárquica y excluyente, y para subordinar las prácticas de saber según la perspectiva de la utilidad y el provecho. La “vocación” constituye otra maniobra para encubrir una supuesta predestinación social y exaltar la individuación en una sociedad profundamente desigual. Ni el “mérito” ni la “vocación” son constitutivos del derecho fundamental a la educación superior.

Para el democratismo internacional el derecho a la educación no tiene otra prerrogativa que la condición de la dignidad de la persona, la libertad y la autonomía. Estas nociones -en manos de la tecnocracia y los agentes de la racionalización del gasto y de la estandarización- sólo sirven para acentuar la exclusión y la injusticia social. En el fondo, la retórica discursiva en torno a la calidad, el “mérito” y la “vocación” es un artificio ideológico para legitimar la política internacional de la “terciarización” de la educación superior establecida por la OMC, la OCDE y la banca mundial que establece una pobre educación para pobres, un despojo del conocimiento, una educación para el trabajo en una sociedad sin trabajo, una estandarización del saber según la maquila internacional, una profundización de la política de precarización y flexiblización del trabajo docente y una extensión abusiva de la educación a distancia, sin condiciones, recursos ni garantías. La ironía de la calidad de la educación superior radica en el contraste entre la parafernalia del andamiaje burocrático de control y mediciones econométricas con la “naturaleza” libre y autónoma de las prácticas de saber, las libertades y las condiciones para el desarrollo de la academia y de la investigación. Sus “resultados” no son sino un pálido reflejo de este desgarramiento. En general, el proyecto de reforma fortalece la universidad privada, los negocios y el lucro; alienta la idea de un pool de universidades estatales de alta calidad que compitan en el ranking internacional; a las restantes las somete al chantaje de su degradación y al delirio de la competencia por su reconocimiento. La reforma de la educación superior ahonda el proceso de deslegitimación de la universidad pública y destruye el precario bloque constitucional de la educación superior como derecho fundamental.

Este proyecto de reforma de la educación superior desatará grandes pasiones, luchas y movilizaciones. Como campo de interpelación de las sociedades y de los proyectos históricos expresa una subjetividad múltiple atravesada por el antagonismo y la pluralidad. El capitalismo de la maquila transnacional contraataca la educación pública como bien público, no sometido a las leyes del mercado. Esta disputa de enfoques constituye el centro de lucha, la “razón de ser”
de la universidad, entre la lógica de la educación superior como empresa capitalista y el proyecto de universidad como bien público no transable, como patrimonio histórico, basado en la libertad y la autonomía, en la “impertinencia” del saber y el ethos intelectual de su función social. He ahí la razón por la cual se “justifica rebelarse” contra la reforma de la maquila capitalista del gobierno de Juan Manuel Santos.

agosto 02, 2011

LA SELECCIÓN VA JUGANDO Y EL PÁIS VA OLVIDANDO


Por: Carlos Arturo Gamboa
La selección va jugando y el país va olvidando. Qué bueno es sumergirse en las oleadas de lo mediático dejándose arrastrar de lo efímero que por un momento se hace trascendental. Entre sueños de fama y alegrías de lo pasajero, nuestras vidas trascurren en el centro de los rieles de la monotonía. Un colombiano es tal porque madruga a comentarle a sus amigos de oficina las anécdotas de la novela la noche anterior, a describir con lujos de detalle las jugadas que el árbitro no sancionó en el partido de su selección, que como el país entero, siempre promete más de lo que cumple y al final siempre tiene una excusa “bolillezca” o sale con una maturanada. En un país en donde cada noche cae un nuevo capo de la corrupción es increíble escuchar en la mañana la frase compasiva del pueblo: “pobrecito”. Nuestro territorio está habitado por seres como nosotros que nos “arrancamos los cabellos en agonía” viendo un mendigo que ingresa a un restaurante y se roba una chuleta del plato de una señora bien vestida, pero toleramos con parsimonia de elefante enfermo que los corruptos devasten el país y se carguen las riquezas al exterior en sus locomotoras de seudo-desarrollo. Somos dignos en las conversaciones de buseta, en las filas de los bancos, en los halls de espera; pero cuando llega el momento de decidir nuestra amoral mezquindad se hace “la de la vista gorda” y terminamos apoyando a los maestros de las trampas, cuya tradición depredadora del país es legendaria. No más basta mirar los apoyos electoreros de los viejos gamonales de la corruptela a la “nueva generación” de políticos, que lo único que tienen nuevo, son las tecnologías de la corrupción. Afortunadamente no son todos, porque en medio de la jauría de cazadores de votos, algo habrá para elegir, pero soñar que lo hagamos es la utopía.

Pero no se preocupe, encienda su televisor, que la selección va jugando y el país va olvidando.