febrero 15, 2016

LA POLÍTICA, OTRA DIMENSIÓN DE LA CRISIS EN LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA

Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Publicado en Boletín ASPU Presente No 5. febrero 2016.

Es al filósofo Platón a quien se le atribuye la siguiente frase: “El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores hombres”, enunciado que contiene una verdad aterradora. Sobre la Universidad del Tolima se han dicho muchas cosas durante el último semestre, casi todas relacionadas con la crisis financiera y presupuestal por la que atraviesa, pero pocos de los análisis y propuestas de salida planteadas retoman el tema del gobierno, del ethos universitario y de la política.
Como entidad regional, la Universidad del Tolima ha estado instalada y permeada por una clase dirigente inferior a su compromiso. No hablamos hoy de esos insignes liberales radicales del siglo XIX que tanto renombre le dieron al departamento; hablamos de un grupúsculo de personajes, cuya distinción de colores y partidos no los hace diferente en sus actuaciones, casi todos permeados por la corrupción, el clientelismo y la voracidad por lo público. Enormes guetos de electores que igual que sus patrones solo buscan el beneficio propio, las evidencias de sus desastrosas actuaciones se ven en la escasa infraestructura regional, la decadencia de las ciudades y pueblos, los atrasos en los mínimos vitales de bienestar de los habitantes y el deterioro de las finanzas del Estado. Ellos también han devorado la Universidad del Tolima, infiltrándose en la academia y poniendo el sagrado ejercicio de la educación superior en manos ineptas y langostas del erario.
Pero, ¿y los actores universitarios qué han hecho para evitarlo? Lamentablemente muy poco. Los Directivos que se turnan el poder de mano en mano, son parte o se constituyen en parte de la burocracia regional, debido a la conformación del Consejo Superior Universitario, en donde la correlación de fuerzas hace casi imposible que una opción alternativa, con ideas universitarias y sin antojos depredadores, pueda acceder al gobierno y establecer un pacto colectivo académico. Como resultado se eligen rectores comprometidos con las burocracias locales, quienes pasan factura al posesionarse. Por su parte, los docentes, en su mayoría formados en regímenes educativos del mercado, ingresan con una idea de universidad basada en la productividad, acumulación de puntos y estándares de investigación, olvidando o restándole importancia a sus actuaciones políticas en defensa de lo público, desconectando el saber con la realidad de la transformación social, oficio que le compete por misión a los universitarios.
De otro lado, los estudiantes, en su mayoría desentendidos de la desprestigiada política, se refugian en las redes buscando acortar el tiempo de su periodo de formación de pregrado, y van y vienen por el campus, ingresan presurosos a las aulas y miran con recelo todo tipo de expresiones de lucha y defensa de lo público, las que califican de “mamertadas”. Algunos pocos, más conscientes de los problemas, se refugian en organizaciones obsoletas que terminan sumidas en ejercicios electoreros, casi siempre dinamizadas desde el centro del poder político, es decir, desde Bogotá. Un número menor considera que fumar, beber, pintar paredes y armar un tropel cada seis meses, es suficiente para transformar la universidad pública; por eso muchos de ellos terminan al servicio del poder de turno, que cambia prebendas por gobernabilidad.
Los trabajadores, quienes no tienen representación en el CSU, se limitan a ir a la deriva de las decisiones institucionales. Muchos de ellos no son conscientes de sus funciones dentro de lo público y algunos hacen parte de las redes politiqueras que han infiltrado el Alma Máter, recalcando que allí no importa la ideología, derechas, izquierdas y centros negocian por igual los silencios y cobran sus cuotas cumplidamente. No son todos, pero con los existentes es suficiente para poner en jaque la institución, porque como en la ciudad o el país, las mayorías sufren de apatía, la cómplice número uno del deterioro de lo público.

Estas formas apolíticas de actuar son el abono para que germinen las crisis; y eso es exactamente lo que el panorama nos muestra en la Universidad del Tolima. Los últimos años fueron de silencios cómplices, salvo la voz reiterada y perseguida de la Asociación Sindical de Profesores y uno que otro actor aislado, lo que conllevó a la construcción de un gran telón que impidió ver el iceberg que se acercaba amenazante. Hoy, cuando el agua llega al cuello, no queda más que recordar la importancia de la acción política, de la consciencia del ethos universitario, de la función política e intelectual del docente, del compromiso institucional de los trabajadores y la rebeldía implícita de los jóvenes estudiantes. La crisis de hoy es también producto de haberlo olvidado o haberlo tranzado.