enero 23, 2014

LOS MANDELAS COLOMBIANOS



Por: Carlos Arturo Gamboa B.
En uno de esos cotidianos paseos en buseta escuché decir a un joven pasajero que el problema de Colombia consiste en que no somos capaces de “producir personajes como Mandela”, a lo que una anciana que viajaba a su lado le contestó enfáticamente: “si nacen, el problema es que los matan”. Una vez más la sabiduría popular tiene respuesta a nuestro drama.
Durante muchos años Colombia ha padecido el estigma de un pensamiento oficial, que incontables veces ha impregnado el pensamiento de las mayorías quienes “repiten como loros” algo que no entienden, pero que comparten ciegamente. Basta visitar los comentarios de los foros virtuales de las principales publicaciones digitales del país, para darnos cuenta que el argumento central es el madrazo ramplón, la descalificación a priori del Otro por el simple hecho de no ser como el Yo y de ahí, fácilmente se pasa a la amenaza y la destrucción de toda subjetividad que no emparente con esas “ideas”, sin preguntar de dónde surgieron y qué fines persiguen.
Es de esa manera se han construido los totalitarismos, en nuestro caso disfrazado con la patraña de que somos “la democracia más antigua del continente”.  Sin importar el campo de la ideología, muchas veces vemos que los actores del común defienden ciertas tesis sin tener conciencia real de lo que significan. Por eso durante muchos años se mataron entre liberales y conservadores, mientras los “ideólogos” reales compartían un negocio llamado Frente Nacional. Por eso muchos personajes de la izquierda se volvieron profundamente reaccionarios defendiendo unas tesis que no guardaban correlación con la realidad de nuestro contexto y respondían al dogmatismo de partidos cercanos a una política de ciencia ficción. Del mismo modo, este actuar sin profundidad de pensamiento, permitió que las mafias se apoderaran del país bajo el auspicio pragmático de los gamonales regionales para quienes el poder era el fin y el narcotráfico el medio. Por eso los paramilitares crecieron aliados de una seudo-institucionalidad que amparaba sus actos demenciales, porque supuestamente para acabar con la guerrilla era válido aliarse hasta con Satanás. Fue así como el discurso de Uribe, es decir de las élites hacendatarias-ganaderas, terminó por infiltrarse en el pueblo y muchos seres desplazados, aguantando hambre, sin trabajo, sin salud pública terminaron reeligiendo a este personaje cuyas políticas eran causantes de muchos de los males que padecían.
Hoy parece que esa condición empieza a cambiar, al menos existen leves síntomas. Tomatazos simbólicos y reales recibe Uribe a donde va. El pueblo en su mayoría respalda a Petro, a pesar de ciertas contradicciones en el accionar político del mismo Petro. Los campesinos se siguen organizando y movilizando. Los indígenas se fortalecen con una nueva visión de país en donde lo común sea el eje que nos cohesione. Los estudiantes se rascan la cabeza buscándole solución al problema educativo estructural de la nación. El pueblo habla en otro tono, ya no come cuento tan fácilmente como antes. La lucha contra la megaminería y el neo-colonialismo extractivo cobra cada vez más auge. El país se mueve, las capas tectónicas sociales anuncian algo…
Pero toca hace un llamado de alerta, la vieja táctica de impedir que sobrevivan nuestros Mandelas se ha reactivado, aunque siempre ha estado presente. Líderes comunales, luchadores, mujeres organizadas, grupos políticos alternativos y toda expresión que “huela a distinto” está siendo asesinada, apresada o desaparecida. La Unión Patriótica sigue sufriendo el karma de pensar diferente, de ser alternativa. La Marcha Patriótica presenta un balance aterrador de líderes asesinados y perseguidos. Cada vez son más los sindicatos acosados y amenazados. Aumentan los líderes de recuperación de tierra convertidos en estadísticas de barbarie. Un aletazo de muerte y persecución se extiende sobre este país que empieza a emerger de un letargo, porque cuando la vida quiere resurgir, el thánatos  busca bloquear la fuerza creativa que necesita Colombia para reinventarse. 
En medio de la esperanza, quizás lo único que nos quedaba como colombianos al iniciar este atroz siglo XXI, empiezan a nacer esquirlas de transformación; ojalá la mezquindad de una clase dirigente apoltronada en el medievalismo y liderada por el hacendado Uribe y el Inquisidor Ordoñez, no sea superior a esa ansiedad de transformación social, para que este continente pueda prosperar, porque una de sus esquinas privilegiadas no puede seguir en el oscurantismo. Ojalá las FARC y el ELN entiendan que es el momento de avanzar raudos hacia la paz de las armas, para luego construir la paz social, porque los siniestros esperan que sus torpezas permitan revivir esa ansiedad de barbarie, y no pocas veces sus torpezas ha sido excusa para engañar de nuevo a la población, la cual por falta de formación política y educación, se moviliza en capas de pensamiento débil. Hoy las mayorías empiezan a creer en el futuro en donde muchos Mandelas colombianos puedan respirar el aire de la transformación, esperamos que les permitan SER.

enero 21, 2014

EL ÚLTIMO REDUCTO



Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Publicado en Boletín ASPU Tolima No 1.
A
El XXI es un siglo que nació con las malformaciones heredadas de su padre, el siglo XX. Los estertores de este padre deshumanizado cabalgaron sobre la idea de que la ideología había muerto, y con ella la historia y todos los metarrelatos. Cuando el conteo regresivo anunció el advenimiento del siglo XXI, muchos celebraron “una nueva era”, pero en realidad estábamos de frente a la continuidad de la barbarie. El desencanto por el fracaso de los proyectos socialistas, el totalitarismo aún posado en los ojos lacrimosos de la humanidad y la avalancha de un seudo-discurso de confort apoyado en el consumo como medio y fin, abrieron las puertas de un “tiempo de atrocidades”. No más el bebé aprendía a caminar y en los rincones del mundo todo quería arder.
El gran proyecto idealista de la modernidad y su soporte, la Ilustración, habían fracasado. Quedaban regadas por doquier las esquirlas de la añorada libertad. La primavera árabe sacudió los recintos de la comodidad, los M-15 en España deseaban el estado de bienestar perdido por la depredación del mercado, los anarquistas griegos hicieron explotar los jarrones de su rabia, los estudiantes chilenos llenaron las calles de gritos, los estudiantes colombianos danzaron alrededor del infortunio educativo, los campesinos abandonaron las demacradas parcelas para recordarle al mundo su existencia, pero todos esos movimientos, esos breves acontecimientos, aún no han logrado implosionar. Al joven siglo XXI aún le falta recorrer el sendero de sus temblores: la pubertad rebelde.
B
En este mundo repleto de pulsaciones electrónicas, de fugaces trinos, de imágenes en movimiento, de velocidades y aturdimientos, hablar de sindicalismo es como invocar a un chamán en la azotea del Empire State; pero tan necesario como volver la vista sobre la depredación del mundo para recuperarlo.  El espíritu sindicalista contenía en sus génesis el deseo de la colectividad solidaria para enfrentar el monstruo de la producción, la cual exigía la sangre de todos para generar mayor plusvalía. Ese espíritu ha ido decayendo, al punto de que solo es un rumor que recorre las paredes de las oficinas.
El obrero hoy no solo lleva overol. Viste de trajes de corbata para disimular el hambre, va a pie corriendo tras los autobuses, se para en los semáforos a vender los cachivaches que el señor mercado provee como sobras, se resguarda en las oficinas frente a pantallas planas esperando la hora de ir a casa a inventariar sus angustias. El obrero hoy es polifacético, pero su aspiración está determinada por las vitrinas del consumo. Su deseo de libertad fue reemplazado por artefactos de poca duración y mucha capacidad de inmersión. Por eso vamos solos por el mundo aun cuando nos apretujemos entre multitudes, porque el mayor triunfo del capitalismo fue hacernos creer que solos estábamos mejor, que juntarnos traía conflictos. Solamente es válido aglomerarnos para ser más productivos en la empresa, pero luego cada cual debe regresar a casa y soñar que un día viajará a lugares inhóspitos, solo trasmitidos por Discovery Channel. Y entre la soledad y deseo de tener más monedas en la cuenta bancaria, nuestro mundo cotidiano parece un juego de video.
Si el sindicalismo era agruparnos para solidarizarnos, hoy es cuando más falta hace. El egoísmo individual de las subjetividades capitalizadas por el mercado impide que miremos lo común, pero los gritos de un planeta en agonía de vez en cuando nos hace levantar la mirada hacia la realidad. ¿De qué sirve que unos pocos piensen pasar sus próximas vacaciones en Cancún, cuando millones en el mundo mueren de hambre? ¿Para qué extraer el oro de las montañas y adornar los cuerpos de las bellas mujeres de la alta sociedad, cuando arrasamos la vida, agotamos el agua y desplazamos el porvenir? ¿Cómo sentirnos confortables en nuestras oficinas, mientras otros sufren el drama de la precariedad?
C
La escuela es un artefacto dominado que domina. El mercado, quien busca indicadores para aumentar sus gélidas ganancias, advirtió que la escuela era un buen lugar para fortalecer el consumo. Por eso intervino el currículo para formar los jóvenes consumidores del siglo XXI. Pero luego sus expertos en neuromarketing observaron que convirtiendo ese derecho en servicio, las ganancias serían sorprendentes. Hoy la condición de dominación de la escuela está tan arraigada que casi todos pagamos para ser idiotizados. Cuando decimos escuela nos referimos a ese referente educativo que va desde el preescolar hasta los posdoctorados. El mercado encontró un buen nicho, nos cobra un alto precio para hacernos discípulos de su cofradía consumista.
Por eso la escuela es insolidaria en todos sus niveles.  “Competencias” es la ideología que guía el individualismo, y decimos ideología porque el capitalismo y sus teóricos proclamaron la muerte de las ideologías, pero determinan su pensamiento en todos los artefactos societales. La escuela forma solitarios para las multitudes. Las universidades diploman a jóvenes que luego saldrán a correr la maratón del mercado, y en esa, como en todas las carreras, los primeros son unos pocos, la mayoría está en medio de una larga fila de anónimos. Los estudios posgraduales son para una minoría de élite, la hegemonía de los cartones es necesaria para cualquier empleo en ese mundo feliz de la supremacía, en donde todos aparentan saber mucho, pero el saber pocas veces es invitado a sus conversaciones. El mundo de la empresa también pide diplomas, pero más que eso, pide seres humanos sin vísceras, que sean capaces de encarnar una alta deshumanización; guardianes de los nuevos campos de concentración: las grandes superficies y los rascacielos.
D
Recuperar el concepto de solidaridad y echarlo a andar. Volver la mirada hacia el colectivo, entendiendo que desde los inicios de toda comunidad, la colectividad le permitió al ser humano construir sus derroteros societales. Romper el dique del egoísmo que se construyó sumando seres y enseres, propiedades pírricas y vanidades. Sensibilizar la existencia, es decir recuperar los sentidos atrofiados por un tiempo en donde el signo es entregado superpuesto de significados. Volver a entender la importancia de voltear la mirada sobre el Otro y en este caso el principal Otro es el planeta que agoniza. Recuperar la escuela para la vida, para el saber, para la igualdad de los seres. Abolir los seudo-mitos de la competencia, el mercado, el consumo, el capital. He aquí los grandes retos de este tiempo y los seres que aún podemos soñar en un mundo distinto. He ahí las tareas del docente, del sindicalista, del obrero, del oficinista, del despojado, del campesino, de todos aquellos que nos negamos a ser el último reducto de seres que soñaron cambiar el mundo.