enero 21, 2014

EL ÚLTIMO REDUCTO



Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Publicado en Boletín ASPU Tolima No 1.
A
El XXI es un siglo que nació con las malformaciones heredadas de su padre, el siglo XX. Los estertores de este padre deshumanizado cabalgaron sobre la idea de que la ideología había muerto, y con ella la historia y todos los metarrelatos. Cuando el conteo regresivo anunció el advenimiento del siglo XXI, muchos celebraron “una nueva era”, pero en realidad estábamos de frente a la continuidad de la barbarie. El desencanto por el fracaso de los proyectos socialistas, el totalitarismo aún posado en los ojos lacrimosos de la humanidad y la avalancha de un seudo-discurso de confort apoyado en el consumo como medio y fin, abrieron las puertas de un “tiempo de atrocidades”. No más el bebé aprendía a caminar y en los rincones del mundo todo quería arder.
El gran proyecto idealista de la modernidad y su soporte, la Ilustración, habían fracasado. Quedaban regadas por doquier las esquirlas de la añorada libertad. La primavera árabe sacudió los recintos de la comodidad, los M-15 en España deseaban el estado de bienestar perdido por la depredación del mercado, los anarquistas griegos hicieron explotar los jarrones de su rabia, los estudiantes chilenos llenaron las calles de gritos, los estudiantes colombianos danzaron alrededor del infortunio educativo, los campesinos abandonaron las demacradas parcelas para recordarle al mundo su existencia, pero todos esos movimientos, esos breves acontecimientos, aún no han logrado implosionar. Al joven siglo XXI aún le falta recorrer el sendero de sus temblores: la pubertad rebelde.
B
En este mundo repleto de pulsaciones electrónicas, de fugaces trinos, de imágenes en movimiento, de velocidades y aturdimientos, hablar de sindicalismo es como invocar a un chamán en la azotea del Empire State; pero tan necesario como volver la vista sobre la depredación del mundo para recuperarlo.  El espíritu sindicalista contenía en sus génesis el deseo de la colectividad solidaria para enfrentar el monstruo de la producción, la cual exigía la sangre de todos para generar mayor plusvalía. Ese espíritu ha ido decayendo, al punto de que solo es un rumor que recorre las paredes de las oficinas.
El obrero hoy no solo lleva overol. Viste de trajes de corbata para disimular el hambre, va a pie corriendo tras los autobuses, se para en los semáforos a vender los cachivaches que el señor mercado provee como sobras, se resguarda en las oficinas frente a pantallas planas esperando la hora de ir a casa a inventariar sus angustias. El obrero hoy es polifacético, pero su aspiración está determinada por las vitrinas del consumo. Su deseo de libertad fue reemplazado por artefactos de poca duración y mucha capacidad de inmersión. Por eso vamos solos por el mundo aun cuando nos apretujemos entre multitudes, porque el mayor triunfo del capitalismo fue hacernos creer que solos estábamos mejor, que juntarnos traía conflictos. Solamente es válido aglomerarnos para ser más productivos en la empresa, pero luego cada cual debe regresar a casa y soñar que un día viajará a lugares inhóspitos, solo trasmitidos por Discovery Channel. Y entre la soledad y deseo de tener más monedas en la cuenta bancaria, nuestro mundo cotidiano parece un juego de video.
Si el sindicalismo era agruparnos para solidarizarnos, hoy es cuando más falta hace. El egoísmo individual de las subjetividades capitalizadas por el mercado impide que miremos lo común, pero los gritos de un planeta en agonía de vez en cuando nos hace levantar la mirada hacia la realidad. ¿De qué sirve que unos pocos piensen pasar sus próximas vacaciones en Cancún, cuando millones en el mundo mueren de hambre? ¿Para qué extraer el oro de las montañas y adornar los cuerpos de las bellas mujeres de la alta sociedad, cuando arrasamos la vida, agotamos el agua y desplazamos el porvenir? ¿Cómo sentirnos confortables en nuestras oficinas, mientras otros sufren el drama de la precariedad?
C
La escuela es un artefacto dominado que domina. El mercado, quien busca indicadores para aumentar sus gélidas ganancias, advirtió que la escuela era un buen lugar para fortalecer el consumo. Por eso intervino el currículo para formar los jóvenes consumidores del siglo XXI. Pero luego sus expertos en neuromarketing observaron que convirtiendo ese derecho en servicio, las ganancias serían sorprendentes. Hoy la condición de dominación de la escuela está tan arraigada que casi todos pagamos para ser idiotizados. Cuando decimos escuela nos referimos a ese referente educativo que va desde el preescolar hasta los posdoctorados. El mercado encontró un buen nicho, nos cobra un alto precio para hacernos discípulos de su cofradía consumista.
Por eso la escuela es insolidaria en todos sus niveles.  “Competencias” es la ideología que guía el individualismo, y decimos ideología porque el capitalismo y sus teóricos proclamaron la muerte de las ideologías, pero determinan su pensamiento en todos los artefactos societales. La escuela forma solitarios para las multitudes. Las universidades diploman a jóvenes que luego saldrán a correr la maratón del mercado, y en esa, como en todas las carreras, los primeros son unos pocos, la mayoría está en medio de una larga fila de anónimos. Los estudios posgraduales son para una minoría de élite, la hegemonía de los cartones es necesaria para cualquier empleo en ese mundo feliz de la supremacía, en donde todos aparentan saber mucho, pero el saber pocas veces es invitado a sus conversaciones. El mundo de la empresa también pide diplomas, pero más que eso, pide seres humanos sin vísceras, que sean capaces de encarnar una alta deshumanización; guardianes de los nuevos campos de concentración: las grandes superficies y los rascacielos.
D
Recuperar el concepto de solidaridad y echarlo a andar. Volver la mirada hacia el colectivo, entendiendo que desde los inicios de toda comunidad, la colectividad le permitió al ser humano construir sus derroteros societales. Romper el dique del egoísmo que se construyó sumando seres y enseres, propiedades pírricas y vanidades. Sensibilizar la existencia, es decir recuperar los sentidos atrofiados por un tiempo en donde el signo es entregado superpuesto de significados. Volver a entender la importancia de voltear la mirada sobre el Otro y en este caso el principal Otro es el planeta que agoniza. Recuperar la escuela para la vida, para el saber, para la igualdad de los seres. Abolir los seudo-mitos de la competencia, el mercado, el consumo, el capital. He aquí los grandes retos de este tiempo y los seres que aún podemos soñar en un mundo distinto. He ahí las tareas del docente, del sindicalista, del obrero, del oficinista, del despojado, del campesino, de todos aquellos que nos negamos a ser el último reducto de seres que soñaron cambiar el mundo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi reconocimiento y afecto,

Liliana del Basto

Anónimo dijo...

Bien Carlos Arturo por ese interesante artículo que nos traslada a la realidad de los que aún creemos en él.

Héctor Eduardo Esquivel

Anónimo dijo...

Bien, Carlos Arturo. Es posible que no suceda lo que queremos, pero reconforta saber que nos hermana el criterio.

Adelaida Fernández.

LA PIEDRA ANGULAR dijo...

Esta muy bien soñar, porque el que no sueña esta muerto en vida. Muchas de las grandes gestas de la historia de la humanidad han surgido de sueños, que en algún momento parecieron locura, sin embargo la locura es hacer todos los días lo mismo y esperar obtener resultados diferentes. Ahora bien esta demostrado y la historia lo confirma que ningún sistema político-económico ha sido lo suficientemente bueno para satisfacer las diferentes necesidades algunas básicas otras no tanto de todas las personas, por el contrario éstos sistemas hacen efervecer la deshumanización en que se encuentran las sociedades. Grandes pensadores han afirmado que el problema del hombre radica en la lucha de clases, otros el medio ambiente, otros el defecto trágico, otros la educación, sin embargo la Biblia llama a este problema del ser humano "PECADO", es la naturaleza caída del hombre. La palabra pecado tiene su etimología en griego "hamartia", significa errar el blanco, o tomar un camino equivocado. Más allá del orden social y económico imperante en nuestras sociedades (algunos más deshumanizantes que otros)es imperativo comprender que hay un camino aun más excelente, la revolución del amor de Jesucristo. "Y si repartiere todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve". 1Corintios 13:3.

Anónimo dijo...

gracias y felicitaciones por sus producciones que invitan a despertar la conciencias, en este contexto de globalizacion y política neo-liberal, hasta pronto.

Aramis Suárez Castillo

laschicaslleristas@hotmail.com dijo...

Los seres que sueñan un mundo distinto han desaparecido, se han perdido en sus trabajos, en su cotidianidad: el arriendo, la comida, los pasajes; cosas vanas que quitan el tiempo de soñar, y mas que de soñar de actuar. Cuento con la mano los seres que sueñan con un planeta mejor y con humanos más sensibles.