julio 07, 2022

Ideas preliminares sobre el nombramiento de Alejandro Gaviria, el nuevo Ministro de Educación

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

De los nombres que ha ratificado Gustavo Petro para conformar su equipo de gobierno, el que más ha generado discusiones es el de Alejandro Gaviria, anunciado como Ministro de Educación. Quizás esto se deba a que uno de los ejes centrales de la transformación de Colombia se basa en la consolidación de un buen sistema educativo, a la euforia que despertó en los jóvenes el nombre del reciente presidente elegido y a esa enorme masa de docentes y actores de la educación que han puesto su confianza en una reforma aplazada por décadas.

Alejandro Gaviria posee unos antecedentes como rector de la Universidad de los Andes, pero también como actor activo de los últimos años de la política colombiana. Asimismo, como Ministro de Salud durante el gobierno de Santos, en donde ejecutó acciones que hoy de nuevo son objeto de contradicciones. Sabe lo que es enfrentar duras decisiones, ha sido actor y protagonista.

Es necesario recalcar que estamos en un momento en donde hemos sido convocados a un “Pacto Histórico” por la transformación del país, y un pacto no se hace con una sola mirada. Tampoco hay que desconocer que los apoyo a Petro candidato llegaron de diversas corrientes, muchas de ellas contradictorias entre sí. Esos mismos actores hoy pujan por la conformación de su gabinete.

En temas de educación la tarea es enorme, ella es un eje central de toda transformación cultural, ya que un país que avance derribando barreras de ostracismo educativo, logra perfilar su población hacia otro tipo de discusiones y determinaciones. Durante muchas décadas hemos asistido a una opereta de país en donde la ignorancia ha sido usada como Caballo de Troya para perpetrar el statu quo. Por eso, las esperanzas en esa transformación son enormes.

La puja se daba en dos líneas concretas. Un sector de lo público que consideraba que el Ministerio debía estar en manos de un profundo conocedor del sector público, que contará con el respaldo del mismo y que pudiera de esa manera concertar raudamente los temas estructurales como financiación, regulación, enfoque y políticas de inclusión educativa; estos elementos pensados para todos los niveles, desde preescolar hasta sistema postgradual. Y otro sector enfocado en la visión un poco más tecnócrata, basados en indicadores, gestión del conocimiento, fortalecimiento de la investigación de punta y obviamente, financiación (o gratuidad). A mi parecer ganó la segunda fuerza, pero el presidente le puso la agenda de la primera. Veamos los retos que marca Petro en la hoja de ruta de Gaviria:

. Lograr la educación superior pública y gratuita.

. Lograr centros de excelencia universitarios públicos centrados en la investigación.

. Aumentar sustancialmente el número de niños y niñas en el preescolar.

. Generalizar el bienestar universitario con restaurantes y guarderías para las jóvenes con hijos.

. Lograr que la expansión de la educación cubra las regiones más olvidadas.

. Lograr una articulación eficaz en el Sena y en los últimos años de la secundaria con la educación superior.

. Lograr la extensión de la jornada escolar con el arte y la música, el deporte, la preparación matemática para programación, la historia.

. Buscaremos que la agencia nacional de infraestructura maneje los campos de la construcción de infraestructura educativa, conectividad y salud.

. A Alejandro Gaviria le corresponde la difícil tarea de iniciar nuestra marcha hacia una sociedad del conocimiento

 

De esta lista, si observamos con detenimiento, pocos aspectos corresponden a las líneas de la burocracia tecnócrata que hoy se posiciona en el MEN y sus órganos de control y evaluación de los niveles educativos. Cumplir muchos de ellos implica la reforma de la Ley 30, la revisión y modificación de la Ley General de Educación, la reforma del sistema de financiación de las Instituciones Públicas, la modificación de los lineamientos de la labor docente, en fin, una reforma estructural, no cosmética.

Por su parte, el nuevo Ministro anuncia, de manera escueta, que:

Agradezco la confianza del presidente electo Gustavo Petro. Lo hago con alegría y plena conciencia de mis responsabilidades. Me comprometo a trabajar por un cambio por la vida, por la inclusión, la generación de oportunidades y la reconciliación. Vamos a construir entre todos.

Hay mucha generalidad en estas últimas palabas y bastante precisión en la agenda que Petro ha puesto sobre la mesa. Debió ser difícil para el nuevo presidente la decisión, él sabe que en el campo de la educación se juega gran parte del proyecto de país, no de este periodo, si el futuro de muchas generaciones. Quizás haya recordado al maestro Estanislao Zuleta y su reafirmación de la educación como un campo de combate y un fortín para la construcción de la democracia. Pero debía decidir, eso hace un presidente. Esperemos que Alejandro Gaviria se aleje de la escuela de los estándares, ránquines e indicadores que tanto gusta en estos tiempos de educación pastiche y se centre en los ejes fundantes de una nueva mirada educativa.

Por ahora, toca confiar y alistar el verbo, las ideas y los aportes. Los actores del sector educativo estamos llamados a ser protagonistas del cambio esperado, de nada sirven los ministerios sino activamos los cuerpos y los cerebros. En el orden que se requieran.

julio 05, 2022

Después de la resaca: fiestas en el Tolima

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Terminadas las recientes fiestas de junio, como se llaman en el argot popular tolimense, es necesario hacer, de nuevo, una reflexión sobre su significado y los cambios que se deben proyectar para evitar seguir repitiendo los viejos y festivos errores.

Debo aclarar que el carnaval me gusta porque hace parte de la esencia misma de la vida. Desde los tiempos más remotos la fiesta es síntoma social de la cultura popular. El colorido, la máscara, el desfile, la danza y la embriaguez, constituyen una forma potente de expresión del conocimiento popular. Pero los tiempos cambian y la cultura igual, por ello el carnaval debe expresar su época en un anclaje con el pasado, preservando lo que se deba preservar y eliminando los actos que ya no representan el sentir actual de los pueblos y sus imaginarios.

En el Tolima tenemos un déficit de tradición folclórica y esta se expresa de manera contunde en las festividades. Por otro lado, se han conservado algunas expresiones cuya obsolescencia riñe con la preservación de las tradiciones. Corridas de toros, corralejas, cabalgatas y riñas de gallos, son actividades festivas que ya no representan los valores del siglo XXI, siglo marcado por un retorno al equilibrio de la naturaleza, siglo que lucha ferozmente por abandonar la idea del ser humano como amo y señor de las especies, para recuperar y otorgar los derechos a todas las formas de vida.

El escritor tolimense Nicanor Velázquez, en su novela Río y pampa, (1944), la cual recomiendo volver a leer y llevarla a las aulas de los jóvenes, nos hace un recorrido por las tradiciones de la vaquería tolimense, la relación con el gran río de la Magdalena y otros elementos que podemos resaltar como valores o símbolos de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, no debemos encumbrar el varón de “barba en pecho”, el machista a caballo que hace gala pública de su ebriedad y sus mujeres, porque el tiempo actual nos convoca a otros símbolos, a la diversidad, al respeto de lo femenino superando la mercantilización de la mujer que durante tanto tiempo condujo las lógica de las expresiones culturales.

Es por eso que la fiesta debe repensarse, para que siga siendo tiempo y espacio para la alegría, la reafirmación de “valores positivos” y la reconstrucción de nuevas formas de habitar los territorios. Dotar de nuevas expresiones al carnaval es aceptar que somos seres en constante evolución, que nuestros valores mutan, es por ello que en las plazas de Roma hoy no vemos los gladiadores luchando contra los leones.

El departamento del Tolima merece unas festividades más acordes a nuestro tiempo, en las cuales las escuelas de arte y cultura rescaten el folclor, los trajes típicos, las comidas, la variedad pintoresca de costumbres que nos hacen mejores seres humanos y que abandone los anómalos comportamientos medievales. De ese mismo modo, la organización de la fiesta debe estar en línea de celebrar la vida y mofarse de la muerte, la Libido festiva debe derrotar el Tánatos social. La ebriedad debe ser síntoma de la hermandad, no excusa para resolver viejas heridas culturales o para acrecentar el odio de las masas.

Ibagué y el Tolima merecen exaltar sus costumbres, su música, sus gentes, sus bailes, pero debemos propender porque nos ajustemos a los momentos que vive el mundo, y por fortuna, el país. Organizar las festividades de San Juan y San Pedro, debe ser un reto de académicos, de amantes de la cultura popular, de folcloristas, de sociólogos, de comerciantes comprometidos con el cambio de lo local, no sólo se trata de construir palcos, embotellar aguardiente y emborrachar ansiosos ciudadanos. Para que la fiesta sea fiesta, debemos caber todos en ella y no terminar ebrios disparando al aire.

No olvidemos que las fiestas terminan mostrando de manera contundente lo que somos, y si miramos los festejos recientes es inevitable aceptar que debemos ser distintos, porque como dijera Chesterton: “A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.” Ojalá tengamos la osadía de cambiar el enfoque de nuestro carnaval para celebrar distinto.