enero 29, 2017

LA MUERTE DEL TITÁN

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Tuvo que ser en 1988, año en que Kraken emprendió su primera gran gira nacional, cuando disfruté el derroche de su energía en el Coliseo Cubierto de las hoy difuntas Piscinas Olímpica. No sé quién hizo el contacto para traerlo, pero recuerdo bien la ansiedad de días completando el dinero para la boleta. Ingresamos al Coliseo repleto de energía, oliendo a cigarrillos President y Tapa Roja. Luego la voz de Elkin completó la magia. Entonces entendí que Colombia tenía una frecuencia privilegiada para el rock. Eran los días del casete, del parche en la esquina para intercambiar melodías que llegaban de todos los rincones de Latinoamérica y su apogeo rocanrolero en español. Eran los días de la consolidación de Kraken I y el tema “Muere libre” ya empezaba a dejar huella en las generaciones de jóvenes colombianos nacidos en medio de la sujeción del pensamiento oficial.
Desde entonces el Titán se encariñó con Ibagué, por acá transitó con cada uno de sus majestuosos trabajos. La última vez que lo vi en vivo fue precisamente en el Teatro Tolima en el 2014, cuando celebraba 30 años de vida artística. Elkin fue una estrella de rock sin las ínfulas de las estrellas de rock. En algunas de sus asiduas visitas a Ibagué uno podía encontrarlo en un bar de rock local, tranquilo, dialogante, como si el peso de ser leyenda no lo doblegara.
Sus canciones rápidamente se pegaron en los cuerpos sudorosos, cubiertos de esas camisetas negras que marcan en la juventud el gusto musical. Particularmente el álbum Kraken III me parece uno de los más completos del rock colombiano. Sus letras denuncian, gritan, claman, dejan evidencias intactas de los sueños, miedos y frustraciones de los jóvenes de aquellos tiempos, que por calamitoso que parezca, siguen siendo los mismos miedos y sueños de los jóvenes de estos tiempos. Temas como “Hijos del sur”, un canto universal a Latinoamérica, a su deseo de liberación; “Seres de barro y miedo”, un grito de los sin voz, de los desposeídos que inundan nuestras ciudades, que vagan en las noches solitarias de la miseria, tema que amplía en “Residuo social”. “Imperios de soledad”, “Lágrimas de fuego” y “Eres profecía”, entre otros temas, completan este álbum en donde Kraken adquiere la madurez como banda y Elkin Ramírez despliega toda la potencia de voz.
Los Kraken Siguieron recorriendo ciudades, tornándose en leyendas que desempacaban sus guitarras y teclados para cantar en medio de un país que con el ruido de sus bombas hizo perder lo mejor de nuestros sueños juveniles. Pero el Titán resistió, no se acomodó al influjo de las ventas, como si lo hizo Juanes, quien también estuvo por estas tierras con su “Niño gigante”, cuando Ekhymosis olía a futuro. Pero Kraken siguió, entonces vino “Piel de cobre” y “El símbolo de la huella”; muchos conciertos y su voz se coló en Suramérica, en los festivales de rock que sobreviven gracias a cientos de otros titanes, en las tabernas, en las nuevas caras del rock quienes nacidos en el nuevo siglo ya tararean el legado de sus sonidos. En el 2006 el trabajo “Kraken filarmónico” demostró una vez más la calidad musical de la banda, la sonoridad limpia de sus riffs, la búsqueda de letras elaboradas más allá de lo que pide la precariedad comercial y la lírica de la garganta de Elkin que se acompasaba a los violines. Todo un monumento para la posteridad.
Hoy 29 de enero de 2017, la noticia de la muerte de Elkin Ramírez conmueve, al menos a quienes entendemos que desde muchos lugares se hace cultura y que desde las cuerdas vibrantes de una guitarra y desde el grito desaforado de una lírica garganta, se dejan profundas huellas sociales para la cultura.
Nos queda volver a sus sonidos, a su legado. Ya es otro tiempo, los casetes son historia, el humo de cigarro apenas un recuerdo, pero la energía para gritar con el Titán sigue intacta, por eso hoy para recordarlo y despedirlo solo hace falta agradecerle por permitimos crecer con su voz, con su sonido y por poder gritar igual que en 1988:
Rompe el silencio de un grito,
que el mundo te escuche, no temas actuar.
No seas el sueño vencido
que teme y vence a quien teme soñar.
No seas la copia de un falso bufón,
sé uno, sé tú y nada más.
Se es libre al momento de actuar con razón.

No vivas para ser, por temor,
la presa de otros sueños.
Se vive una vez para ser
eternamente ¡libre!, ¡libre!