octubre 29, 2015

LA UNIVERSIDAD DEL TOLIMA: UNA PELÍCULA DE SUSPENSO

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
El segundo semestre del 2015 terminará dejando la región Tolima con muchas expectativas. Con tantas elecciones de por medio y con el sistema democrático devastado por las anomalías que ya se hicieron costumbre, y en muchos casos ley, el panorama no es apto para aprendices de brujos, menos para analistas políticos. Y en medio de ese turbulento panorama, la única universidad pública en muchos kilómetros a la redonda, naufraga en la incertidumbre. Veamos algunos factores de dicha inseguridad.
Reelegido rector en medio de la crisis. La terquedad del sistema consiste en seguir avante por encima de las crisis. Se alimenta de ellas. Vive con ellas y las genera para subsistir. La idea de que nada se puede cambiar ya se interiorizó en casi todos los sujetos adormecidos del siglo XXI. Ahora se tiende a elegir el mal menor, al menos eso nos hacen creer los que vociferan en pro o en contra de los “candidatos”. Esa lógica imperó en la reelección de Herman Muñoz Ñungo como rector del Alma Mater de los tolimenses. Ahora el profesor Herman llega con una crisis innegable a sus espaldas, la cual posee varios ribetes. Es financiera, es académica y, sobre todo, es de legitimidad ante grandes sectores de la comunidad universitaria y la región. Ya no es la figura insigne que se nos presentó en su primer periodo, ahora está precedido de sus actos, y según el sentir colectivo, está en deuda. ¿Dará un viraje a su fatal política de acreditación por encima de la realidad? ¿Dará espacio a los sectores que quieren construir universidad desde un pensamiento crítico, diverso y plural? ¿Seguirá rodeado de su pequeño séquito de aduladores y burócratas leguleyos negándose a colectivizar lo público? ¿Seguirá obedeciendo ciegamente a las políticas del MEN, de Conaces, de Colciencias y demás órganos que petrifican la posibilidad de un proyecto educativo público para la construcción de una nueva región? Difícil creer en un cambio, hasta ahora sus actos han demostrado responder a un cerrado círculo de poder, obediente a las políticas gobiernistas, alejados de la posibilidad de activar la comunidad hacia una reinvención de la Universidad del Tolima. En ese sentido, el panorama es oscuro.
El próximo gobernador es Barreto, un burócrata depredador quien fungirá como presidente del Consejo Superior Universitario. Recordado por negarle las transferencias de ley a la Universidad del Tolima, devorador de lo público y con ocho casos de investigación a cuestas, este personaje gana unas elecciones de manera apretada, para fungir de nuevo como máximo gobernante de un departamento ad portas de un cierre de proceso de paz. Con su prontuario no debería presidir el Consejo Superior, debería declararse impedido éticamente para ello. De su gobernación anterior solo se recuerdan hechos negativos para con la Universidad del Tolima; su alfil burocrático, Mauricio Pinto, apenas se ocupó de entablar relaciones clientelares, incluso con algunos sectores hoy cercanos a la administración de Herman Muñoz. Eso es lo bueno de tener memoria. ¿Qué puede esperar la Universidad del Tolima de este gobernador? Nada positivo, quizás quiera enviar su séquito de busca-puestos para darle trabajo temporal a su larga lista de lagartos, algunos de los cuales ya pululan por los pasillos de lo público inventariando oficinas. Enemigo declarado del proceso de paz, cercano a los señores de la guerra, el gobernador solo querrá poner contra las cuerdas a la Universidad y sus proyectos; a quien no le interesa la paz, ¿qué le puede interesar la educación pública del futuro? En ese sentido, el panorama es oscuro.
Guillermo Alfonso Jaramillo, un alcalde de corte progresista. Cuando el próximo alcalde de Ibagué fue gobernador, no le aportó mucho a la Universidad del Tolima. Unas pequeñas transacciones de ley, que se hicieron condicionadas, fue el gesto para con el Alma Mater. Ahora llega con muchas expectativas, al menos para la villa de los Ocobos y sus votantes, y promete cambios radicales, que sin lugar a dudas son necesarios para empezar a curar el cáncer politiquero que se tragó la ciudad.  En ese escenario, la capital musical de Colombia le debe mucho a la Universidad del Tolima, es allí en donde miles de jóvenes se han formado y se seguirán formando, sin que el gobierno municipal hubiese tendido una mano a su frágil existencia. Es el momento para que la ciudad y sus dirigentes piensen en la universidad pública y así tejer esfuerzos en beneficio de la recomposición económica, social y política de la capital de los tolimenses. Es posible entrelazar esos lazos, aportarle recursos a la Universidad del Tolima, y en contraposición pedir que esos saberes que dormitan en las aulas se vuelquen hacia la ciudad, con proyectos de investigación en formación política, apoyo cultural, estudios de impacto, y demás aspectos que permitan al claustro ser protagonista de los destinos de la región-ciudad. En ese sentido, el panorama no es claro, pero si los intereses progresistas de Guillermo Alfonso son reales, ahí tiene un camino despejado para encontrar apoyos y, de paso, retribuirle a la Universidad muchos de sus esfuerzos.
¿Y la comunidad qué? Cuesta reconocerlo, pero si algo inmoviliza la Universidad del Tolima es la apatía y el acomodamiento del conjunto de sus integrantes. Un profesorado, en su mayoría, dedicado a transferir saber cómo si estuviese anclado a la ley del mínimo esfuerzo, alejado de las discusiones políticas, pendientes de las prebendas del gobernante de turno y sumiso a las políticas del Estado. Un estudiantado adormilado, encerrado en las aulas o en las redes sociales, desconfiado e inactivo frente a la política, pasajero de la universidad y sin conciencia de futuro. Un funcionariado preocupado por sus cotidianidades personales, carente de una visión de lo público y esperando acomodarse en la escala burocrática. No son-mos todos, pero es lamentable que sí sean las mayorías. En ese sentido, el panorama es oscuro.
Alfred Hitchcock solía definir el suspenso como un hombre sentado tranquilo en su casa, mientras debajo de su sofá tenía una bomba a punto de estallar; el público lo sabía, él no. Pues en el caso de la Universidad del Tolima la mayoría sabe la existencia de la bomba, aunque es cierto que algunos dormitan en las aulas y en las oficinas, pero es innegable que debemos movilizarnos antes de que los espectadores vean volar por el aire los pedazos del Alma Mater, y con ellos la promesa de formación para millones de jóvenes.
¡Corten!