febrero 09, 2012

RESPUESTA A LOS CUENTOS DE UN CUENTERO


Por: Carlos Arturo Gamboa.

Señor hacedor de agracejos, después de leer su columna y de enterarme que usted es catedrático de la Universidad del Tolima, de un programa cuyo ejercicio consiste en formar “profesionales  con una sólida fundamentación”, no puedo evitar algunas conjeturas acerca de los sucesos que intentó describir. Amigo cuenta-cuentos empecemos con lo más sencillo, los hechos: ¿cuántos pupitres y escritorios ardieron bajo su mirada indignada?  ¿Qué es un “lenguaje tono ñeril? La verdad no vi arder nada más allá que su pluma, que arde de falta de objetividad, y el tono ñeril debe ser un modelo de escritura periodística que usas frecuentemente. Sigamos en los hechos. Vi estudiantes encapuchados y sin capucha, vi muchos mirones (me imagino que por ahí andaba su fuente) y vi funcionarios que confrontaron a los estudiantes encapuchados ante un acto que no compartían. Vi a muchos enojados y enojarse es un acto humano, no un acto terrorista.

Pasando a los juicios debo preguntar: ¿tiene usted certeza de la “falla testicular de más de 5.000 estudiantes, docentes y administrativos”’, porque a mí no me hiciste la prueba de fortaleza testicular; además creo que es un poco exagerado comparar estudiantes que protestan con árabes secuestradores de aviones, le repito, me parece una comparación un poco exagerada, algo así como compararlo a usted con Kapuscinski, ¿sabes quién es?, si el mismo, ese gran periodista que escribió Los cínicos no sirven para este oficio.

Continuemos con las opiniones. No creo que la Universidad del Tolima esté secuestrada, más bien creo que está algo acorralada por acciones y sujetos que ignoran qué es la academia, pero está viva, hoy más que nunca, respira, lucha, se enfrenta a las lógicas del capital, se resiste; aunque creo que para usted eso debe ser cuestión de tipos con nombres como Trotsky y Lenin, pero no se equivoque, también nos interesa a los Carlos, Marianas, Beatrices, Josés… En lo que si estoy de acuerdo con usted es en aquello de que «los “procesos universitarios” se han vuelto tan laxos», porque ahora se puede ser docente sin poseer el saber, acaso los títulos, se puede ser administrativo sólo si cuentas con espacio burocrático o palancas políticas y muchos estudiantes parecen teletubbies adormecidos bajo el influjo de este tiempo que adormece. Sí, la universidad pública se ha vuelto laxa, ahora se parece más a la privada.

Ahora bien, sobre jíbaros, distribución legal, protección financiada y precios de alucinógenos, su discurso parece de alguien que considera que la universidad debe preocuparse sólo por “asuntillos de disciplina”, no por problemas sociales reales; por lo tanto no tenemos mucho que discutir; y el ambiente que describe parece más extraído de sus ganas de ficcionar que de la realidad, le recomiendo deje de ver por un tiempo Los Soprano, puede aprovechar ese lapso para que lea el alucinante libro Plantas de los Dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos de Albert Hofmann y Richard Evans Schultes.

Finalmente, como usted lo repite la historia es tragedia y es comedia, y se repite, como su discurso de ministro de defensa, porque algunas veces me ha hecho carcajear con sus agracejos, pero después de leer su columna me dieron ganas de llorar, y no precisamente de la risa.

febrero 07, 2012

¡ CÓMO ME ENCANTA GRITAR A LOS DEMÁS!

Por: Carlos Arturo Gamboa
¡Cómo me encanta gritar  a los demás! Hacerlos ver ridículos en medio del gentío, sentir esa superioridad que ofrece el sonido penetrando los oídos de la gente. Me gusta hacerles saber que soy YO quien manda aquí, y si puedo, en todas partes. Mi ego expande sus enormes alas pavorreales cuando tengo al frente una mirada humilde, pues sé de antemano que son ellos mis platos favoritos. Me desayuno con mis subalternos y me almuerzo a mis coterráneos. Me encanta el excelente manejo de mis palabras. Certeras balas son mis gritos pues todos corren a cumplir mis ordenanzas.
¡Cómo me encanta gritar a los demás! Muchas veces he disfrazado mis errores tras una cortina bulliciosa y entre más alta sea la respuesta, mayor será mi grito, porque nadie me supera en el arte de gritar. Sé que todos respetan ese fuerte carácter que fui adquiriendo con la experiencia de la vida, como si una voz interior me dijera grita, grita, grita y triunfarás. Sólo algunos humanistas hablan mal de mis exclamaciones y  gestos, y cuando el caso lo amerita, insultos y ofensas merecidas. Los demás saben que esas son las armas con las que administro mi existencia; el grito es y será mi causa preferida.
¡Cómo me encanta gritar  a los demás! Sólo que hoy estoy entristecido porque nadie hace caso a mis alaridos. Mis imprecaciones nadie las escucha. Todos continúan haciendo sus oficios, ríen, cantan y YO sigo gritando y gritando hasta agotar el aire en los pulmones. ¡Qué mutismo!
¡Cómo me encanta gritar a los demás! Pero, ¿será que he perdido la capacidad de la audición de tanto grito? ¿Será verdad eso de que el grito fácilmente se hace olvido?