noviembre 15, 2011

EN DÓNDE TERMINAN LAS MOVILIZACIONES SOCIALES

Por: Carlos Arturo Gamboa
Cuando se ha tenido la edad suficiente para ver los sueños extendidos en el asfalto, se hace necesario preguntar: ¿por qué se desbaratan los movimientos sociales? Como no vivimos en una democracia, sino en la falacia de los discursos de igualdad, Colombia no ha podido consolidar un movimiento que le exija a la burguesía las transformaciones sociales tan caras para nuestro proyecto de país. 
Somos sucesiones de fracasos y escasas reivindicaciones y sin embargo muchos creen que esos nimios logros son avances significativos en la lucha. Pero los fracasos de la movilización social no son producto de una variable, sino de muchas acciones que aún no desbordan el escenario del aprendizaje colectivo, sino que por el contrario, impiden colectivizar la lucha por las reclamaciones. Traiciones de líderes acomodaticios, privilegios de partidos, negociaciones a espaldas de las necesidades, ausencia de claridad en los objetivos o amañamiento, sacrificio de lo necesario por lo estratégico y burocratización de los movimientos, en fin, son muchas las causas por las que el movimiento popular termina desgastado, sin concreciones reales y por supuesto, a merced de los mecanismos de poder y de las represiones de Estado.
Es necesario tocar este tema, de frente y sin ruborizarse, porque hoy cuando el movimiento social en Colombia está en auge no se pueden repetir los errores históricos. Ya difícil fue levantar un movimiento social después de una década de adormilamiento por parte de los discursos mesiánicos de un uribismo corrupto, que mientras dormía el pueblo saqueaba sus despensas, y más aún cuando los pocos que se atrevieron a enfrentar al señor latifundista como mínimo quedaba en los registros de la adjetivación terrorista, cuando no en las fosas comunes de los falsos nunca positivos.
Pero como los problemas engendran necesidades y la necesidad se hace rabia, los pueblos se mueven, se levantan, reclaman. Por eso vemos a los campesinos en sus luchas continuas, a los indígenas, a los afro-descendientes, pero ahora acompañados de los ciudadanos de a pie quienes observaron cómo les vendieron el derecho a la salud pública, bajo un discurso de tecnócratas de la salud que prometían mejor servicio y sólo nos dieron altos costos; pero también los médicos, quienes terminaron de “vendedores ambulantes” de la salud. Igual sucede de aquella población que desde los diversos rincones del país se levantan contra los megaproyectos de la perversa locomotora burguesa del santísimo y su unidad nacional; y por supuesto de la gran movilización educativa alrededor de una reforma lesiva y una ley cuya perversión se evidencia en la cotidianidad de las universidades públicas.
¿Estamos ante un fervor de movilización social? Sí, pero debemos evitar las trampas de una lógica impuesta sobe la cual los mecanismo leguleyos del Estado viven preparados, y sobre todo entender, que en este país lo que no se soluciona con trampa, se hace con la fuerza de Estado. El principal estigma de la movilización social es su correlación con grupos ilegales, discurso que le fascina al Estado porque con ello mata dos pájaros de un solo tiro (el verbo matar es usado literalmente). Pero también el movimiento social asume otros riesgos, el de la burocratización y la traición, ya lo demostraron históricamente proyectos como el Polo Democrático, el Partido Verde y el mismo petrismo, que no son más que ilusas representaciones de las necesidades, que luego muestran su verdadero rostro, es decir, su vocación de poder individualizado, desconociendo el poder popular, el poder de la movilización social, las necesidades de transformación.
Por eso ahora cuando las necesidades obligan a los cuerpos a moverse, empiezan a aparecer mesías de vieja y nueva data, líderes reencauchados, viejas formas obsoletas de acomodamiento, disfraces burgueses, aparatos herrumbrosos, todos al mismo son de una sinfonía. No se trata desde luego de desconocer el aporte histórico de la resistencia, pero sí de invitar a la reflexión, para que cuando pase el oleaje y alguien haga el balance de la movilización social del 2011 y el 2012, no digamos que lo único que nos quedan son tres o cuatro parlamentarios, que desde la “ciudad letrada” se asumen como los adalides de la resistencia. Ojalá mejor podamos decir que echamos abajo la Ley 100, que transformamos la educación pública, que logramos una verdadera reforma de tierras, que hicimos respetar los resguardos indígenas, que no permitimos saquear nuestras cordilleras por los nuevos colonos trasnacionales, que pudimos al menos hacerle un agujero al costal de los burgueses en donde guardan lo que al pueblo le pertenece por herencia.