marzo 12, 2015

BREVE HISTORIA NEOCOLONIAL DE UN PAÍS LLAMADO COLOMBIA

Carlos Arturo Gamboa Bobadilla
Publicado en: Boletín ASPU Presente No. 4.

Germán Castro Caicedo es recordado gratamente por el programa Enviado especial que en su momento constituyó e instauró una forma distinta de hacer periodismo en Colombia. Como escritor ha producido un sinnúmero de libros, algunos de ellos muy difundidos por la Editorial Planeta, otros bastante polémicos por sus contenidos y algunos encajados dentro de un márquetin editorial que le valió bastantes críticas por su ligereza. Personalmente recuerdo con agrado Mi alma se la dejó al diablo (1982), el primero que leí y que luego aparecería como largometraje en la televisión colombiana (1987). Más tarde pude apreciar la novela Candelaria (2000), en mi opinión su mejor texto. Ahora tengo el gusto de escribir esta nota basado en su último libro de corte periodístico titulado Nuestra guerra ajena (2014).
Para iniciar me causó curiosidad que en la página de presentación el autor revele que el manuscrito había sido vetado por la Editorial Planeta debido al contenido del mismo -la denuncia que allí se plasma frente al conflicto interno colombiano-, pero que finalmente, con el cambio de dirección de la empresa, se hubiese accedido a su difusión, incluso aceptando que apareciese esa nota. Esto evidencia la tara editorial de muchas voces en Colombia, estoy seguro de que el peso del nombre y la proyección de ventas de Germán Castro Caicedo contribuyeron a solucionar a su favor el veto.
Ahora bien, en sus 395 páginas el autor se dedica a ilustrar una serie de hechos que demuestran esa vieja consigna de las izquierdas latinoamericanas sobre la injerencia de los EE. UU. en la política y la economía; certeza que llevó a Los prisioneros a cantar que “Latinoaméricaes un pueblo al sur de Estado Unidos”. Colombia, nos cuenta el autor, ha sido una de las naciones más sometidas a los designios norteamericanos, razón por la cual se ha creado una dependencia absoluta sin que hasta el momento exista un gobierno que hubiese roto con esa lógica. Por eso, desde terminada la guerra de Vietnam, EE. UU. contribuyó a la generación de la economía de la droga que empezaría con la bonanza marimbera, para más tarde posicionarnos como la nación productora de drogas más grande del mundo, obviamente auspiciada por los mayores consumidores de drogas del planeta. Pero sumado a este proyecto de “paraíso psicotrópico” para los visitantes gringos -muchos de ellos soldados adictos llegados de Vietnam-, los EE. UU. siempre ha concebido a Colombia como una punta de lanza geoestratégica para su proyecto de dominación del Cono Sur, debido a la necesidad de alimentar su voracidad por los recursos mineros, acuáticos, energéticos; y últimamente sobre los recursos ecológicos que proveen aire y alimentos. Para la potencia del Norte, Colombia es un buen proveedor a bajos costos que además le sirve para basurero continental.
De esa manera, Castro Caicedo documenta varias páginas para recordarnos los dos gobiernos de Álvaro Uribe y su entrega total a las políticas norteamericanas que en su momento activaron el denominado “Plan Colombia”, como un posicionamiento de bases militares para vigilar el continente y apropiarse de zonas estratégicas para su proyecto económico-militar; a la par de este plan fueron llegando los mercenarios de las corporaciones quienes aliados al proyecto paramilitar, despejaron zonas mediante fumigaciones, amenazas y muertes, zonas que se disponían como los nuevos escenarios de actuación del capital. Del mismo modo, el autor nos muestra evidencias periodísticas de hechos que comprometieron a estos mercenarios norteamericanos con el aumento del narcotráfico, consumo, trata de blancas y demás atrocidades que a veces olvidamos los colombianos, o que lo aceptamos porque los medios oficiales lo mostraron a medias o lo justificaron con la consigna “seguridad democrática”. Después de leer estar páginas uno llega a conclusión que Colombia fue, durante el gobierno Uribe, la zona de tolerancia de los norteamericanos. ¿Será que lo sigue siendo?
Ahora bien, frente  a los sucesos actuales y el cambio de rumbo del conflicto interno hacia una posibilidad de firma de acuerdo de paz, vale la pena revisar el libro, porque desde este recorrido histórico el autor nos ofrece elementos para interpretar las actuaciones del gobierno Santos y el cambio de política de los EE. UU. Surge una pregunta: ¿cuál es el proyecto impuesto desde el Norte que ahora la paz es fundamental?  Pues la respuesta está en nuestros recursos minero-energéticos, nuestras despensas de agua y alimentos, nuestro espacio estratégico frente al avance de gobiernos alternativos en el Cono Sur. No es coincidencia que ante el decaimiento de la política de guerra total impuesta por Uribe, y ante el cierre al paso de sus propuestas guerreristas, el hoy senador hubiese viajado recientemente a los EE. UU. buscando un apoyo que ya no encontraría, pues la segunda fase del olvidado “Plan Colombia” está en marcha porque la estrategia siempre fue: «alimentar la guerra para beneficiarse de la paz». No es extraño que en vez de recular o repensar el apoyo a Uribe y sus políticas, EE. UU. le responda nombrando a Bernard Aronson como primer enviado estadounidense para el proceso de paz de Colombia. Tarde se daría cuenta el otrora socio de la guerra ajena que había sido un títere más de la historia neocolonial de un país llamado Colombia.
Invito pues a leer Nuestra guerra ajena, un documento válido que nos recuerda nuestra amarga realidad, nuestra aguda econo-dependencia, y sobre todo nos permite tener más elementos de análisis para el proceso de país que otros vienen diseñando para nosotros. A pesar de la reiteración de elementos e ideas que a veces hacen escabrosa la lectura y la falta de rigurosidad que permita ampliar las fuentes o ir directamente a ellas, Germán Castro vuelve a dejarnos una buena fuente de consulta. He aquí el relato de una guerra que nunca fue nuestra, esperamos que la paz que buscamos no sea otra farsa más de la política impuesta, porque como lo afirma el autor:
Somos una sociedad en la cual nadie se atreve a cuestionar, a discutir, a intercambiar puntos de vista porque, si lo hace, primero es calumniado, y luego agredido físicamente. En ese silenciar cualquier vía a quien piensa distinto son iguales los militares, los guerrilleros, los policías y los paramilitares. En nuestra historia nunca hemos tenido la posibilidad de resolver nuestros propios problemas por vías de la civilización” (Caicedo, 2014, p. 323).