julio 15, 2023

La reforma de la educación en Colombia no es asunto de un solo Ministerio

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

El Gobierno anunció, en cabeza de la ministra de Educación Aurora Vergara Figueroa, que el próximo 20 de julio radicará el proyecto que busca reformar la Ley 30. La noticia puede dejar un sabor agridulce para quienes hemos asistido a cientos de movilizaciones en contra del modelo educativo que encarnó dicha Ley y que llevó al estancamiento de la educación pública durante tres décadas. Y el sabor se debe a los pros y los contras de la metodología empleada y que se está obviando sin argumentos de peso.

Formar en un país en donde se anuncia la educación como un derecho, pero se trata como un servicio, ha sido un propósito a contracorriente. Las universidades públicas siguen aportando desde los bordes en la consolidación de la ciencia, la cultura y las artes, aún en medio de tormentas desatadas por gobiernos cuyo valor para el eje de educación, en sus planes estratégicos, fueron marginales.

El momento actual nos invita a caminar bajo otras lógicas y eso es ya un gran cambio. No obstante, durante el primer año de gobierno se han dado muchos palos de ciego frente a la dinamización y discusión de un proyecto fundante para el propósito de cambio de país. Muchos siguen instalados en la tendencia de que la construcción de las reformas es asunto de equipos técnicos y expertos, descuidando los aportes que la sociedad civil, el ciudadano de a pie y, en este caso, los actores educativos, puedan realizar.

Es por tal motivo, que se nos antoja apresurado el trámite de radicar la discusión en el Congreso, de un proyecto de Ley cuyo articulado no es conocido por las universidades, los estudiantes, directivos y profesores. Aún así, se convoca a participar en un ejercicio desdibujado en el marco de la reconstrucción de un entramado democrático que es vital para la supervivencia de la nueva reforma. Los actores universitarios no pueden ser convidados de piedra, ni conformar un séquito de aplausos o, aún más, constituirse en un bloque de defensa de algo que pueden compartir, pero que no conocen.

Sabemos que existen unos ejes centrales de la discusión como la construcción de un nuevo modelo de financiación, actualización de normatividades obtusas y añejas que ahogan el sistema, reorganización de un modelo de gobernanza externa e interna de las universidades y modificación de los parámetros de la carrera docente (Decreto 1279). Así mismo, un plan estratégico de cobertura que implique una decisión estatal de abandonar los centros y copar las periferias sociales, articulación entre los diferentes componentes del sistema educativo, entre muchos aspectos más. ¿Cómo lograr una Reforma mayúscula que responda a tantos aspectos atrasados?

Instalados en la política real debemos entender que no todos lo problemas se podrán solucionar con esta reforma, por lo tanto, se debe gestar un consenso sobre los aspectos más urgentes que requieren el sistema. Muchos dirán al unísono que es la financiación, pero recibir más soporte financiero no es la única solución, de fondo existen aspectos que convierten el sistema en un gran entramado burocrático ineficiente e ineficaz. Por eso el consenso es vital, pero ¿Cómo construir el consenso sin acción política, sin diálogos, sin trabajo mancomunado con las bases?

Muchos de los problemas que enfrenta el sistema educativo colombiano desbordan su mismo campo de acción. Miremos esto con un ejemplo: el acceso al soporte tecnológico se articula en dos campos a saber, la adquisición de software/hardware y la conectividad, estos no son sólo asunto del Ministerio de Educación, inevitablemente convoca al ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, por citar sólo un caso. Un plan necesario de modernización de la educación pasa por garantizar acceso tecnológico, información y soporte en los lugares más apartados, para romper la lógica de la ciudad letrada en donde las capitales cuentan con los medios adecuados de formación y las demás regionales agonizan en el atraso.

Un proyecto ambicioso en tecnología puede generar una política estatal de conectividad para educar y se puede hacer con operadores satelitales que garanticen la señal en cualquier parte del territorio, quitándole a las instituciones la carga de contratación de operadores con baja cobertura y eliminado engorrosos procesos de contratación. He aquí un ejemplo de un modelo articulado en donde se apueste desde diferentes escenarios a la consolidación de un proyecto educativo que rompa la historia del país en dos.

Así mismo, bajo esta lógica de cooperación estratégica, se pueden gestar varios proyectos que suplan deficiencias en infraestructura, dotación de elementos para la vida cotidiana del entorno educativo, construcción de edificaciones con el apoyo del ministerio de Vivienda Ciudad y Territorio, incluso proyectos transversales de formación docente como la creación de programas de posgrado de alto impacto en los cuales los educadores del sector público se puedan cualificar de manera gratuita y bajo parámetros de innovación pedagógica para el cambio. En definitiva, la reforma educativa no es cuestión de un sólo ministerio.

La reforma debe ser un hecho concreto, también entendemos que no se debe convertir en un proceso de debate infinito, los tiempos del gobierno son calculados y la retrógrada oposición empleará todas las herramientas a su alcance para evitar que el sistema se transforme, ya que el modelo actual es una réplica de ese país de excluidos y sin derecho a la educación que tanto les conviene. 

La apuesta de convocar las múltiples experiencias territoriales, los alcances y debates de grandes movimientos universitarios y dando la voz a otros actores,  distintos a los gubernamentales, puede generar la armonía necesaria que empuje la Reforma hacia los territorios del verdadero cambio. Hay experiencias como la MANE y La Constituyente Universitaria que poseen una memoria de este proceso, excluirlos sería es un camino erróneo, al fin y al cabo, la educación es un campo, como diría el maestro Estanislao Zuleta, de combate y desde estos espacios se llevan años combatiendo por una educación diferente para Colombia.

julio 09, 2023

EL APRENDIZAJE DE LAS DESGRACIAS

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

La culpa y la salvación son abstracciones.

J. M. Coetzee

 

Perder el centro es al mismo tiempo: despertar en un escenario sin bases sólidas de lo vivido y adentrarse en una oportunidad para redescubrir otros rostros del mundo. Pocos están preparados para ello. La vida se trata de ser expulsados del vientre de la madre y buscar, desesperadamente, un espacio confortable en donde anidar la existencia. Para el ser humano común, que somos el 99.9% de quienes respiramos oxígeno, la tranquilidad es el camino, así no lo sepamos con claridad. Retornar al vientre de la madre, alimentarse sin angustias y esperar el fin del ciclo natural de la existencia es la ruta. ¿Qué pasa cuando esa confortabilidad construida durante años se rompe? De eso trata la novela “Desgracia” del escritor sudafricano J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura del año 2003.

Durante toda su existencia David Lurie ha construido un mundo en donde él es el protagonista de sus decisiones, aciertos y errores. Como profesor de la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo ha labrado un nombre promedio, como se suele desear en el mundo moderno. Con aires de intelectual añejo logra vivir cómodamente fajado a ese estilo que considera cómodo. Dos divorcios, una hija, un confortable apartamento, una calculada soledad que distrae con disertaciones de su próxima obra sobre Byron y sus encuentros sexuales comprados para mitigar una sed de dandi y mujeriego que, a sus 52 años, se niega a dejar de buscar.

En ese mundo elaborado a su medida todo parece estar puesto en su lugar, nada riñe. Es docente en un espacio-  tiempo en donde enseñar es una de las actividades más insulsas, porque “Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esta institución del saber tan cambiada y, a su juicio emasculada, está más fuera de lugar que nunca[1]. Y es allí en esa baldosa existencial previamente delimitada en donde su vida empieza a descentrarse, las vivencias empiezan a tomar un giro inesperado y la novela dibuja una trama cuya ruta nos llevará a entender que en la vida todo está en situación de abismo.

Un encuentro sexual con una de sus jóvenes estudiantes de poesía romántica inglesa desata la cuerda y, como en la tragedia griega, da lugar a lo inevitable. Lurie ha sido un hombre de aventuras amorosas, se sabe experto en la conquista y es conocedor de los límites de las mismas, no obstante: “Pasada cierta edad, todas las aventuras van en serio. Igual que los ataques cardiacos”. La joven Melanie Isaacs se convierte entonces en su punto de quiebre, la seduce con viejas artimañas estudiadas y practicadas durante muchos años y va siendo, él mismo, presa de su instinto.

Como es de esperarse aquel pasional encuentro se vuelve público y el profesor debe ser juzgado, condenado, arrojado del paraíso de su comodidad, ha perpetuado un disloque moral, debe asumir el precio. Pero, nuestro protagonista se aferra a su molde intelectual, aunque en decadencia. No acepta que su actuar sea un error, es parte de la existencia humana, el deseo es un derecho y aunque sea ya considerado un anciano, Melanie no fue obligada a ese pasajero encuentro, ella aceptó, quizás supeditada a una tradición en donde el hombre opera como macho, pero aceptó. Por eso la reflexión del profesor es contundente:

Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público. La lascivia es algo respetable; la lascivia y el sentimiento. Lo que ellos querían era un espectáculo público: remordimiento, golpes en el pecho. Llanto y crujir de dientes a ser posible. Un espectáculo televisivo, la verdad. Y yo a eso no me presto.

Y ante la negativa de asumir la culpa desde la dimensión del espectáculo, el profesor David Lurie es expulsado de la universidad y alejado de su mundo cotidiano. Él lo acepta con resignación, es el pago de debe asumir por romper las normas sociales establecidas. Estamos en Sudáfrica, asistimos al periodo de transición entre el final del Apartheid y el establecimiento de un nuevo orden, esas conductas propias de los comportamientos coloniales y esclavistas deben ser abolidas.

No le queda más que la huida. Abandonar el confort, descentrarse, caminar hacia el abismo de la incertidumbre. Y de esa manera decide emprender el camino de la búsqueda hacia un paraje aislado, una hacienda en donde vive hace años su hija Lucy. En este cambio de espacio, Coetzee nos provee una trama ideal para que como lectores podamos configurar la imagen de dos mundos opuestos: la ciudad, la universidad, la modernidad y el campo, la tosquedad y los valores de un mundo premoderno. Un gran acierto de espacios que permiten configurar la reflexión de la forma en que seguimos siendo parte de un devenir histórico; las grandes tensiones humanas que nos preceden siempre estarán presentes.

Aunque el proscrito profesor sabe que “Los padres y los hijos no están hechos para vivir juntos”, decide pasar una temporada junto a su hija y redescubre otras formas de la sexualidad, otras violencias, otros dramas, otras angustias existenciales y, por ende, otra pulsión vital de natura. Así entendemos, a través de esa nueva tensión, que la vida tiene miles de rostros y que, en cada intersección de los caminos de los años, un nuevo asalto a los sentidos nos puede acechar. El protagonista en medio de esa nueva forma de modus vivendi descubre que “Yo más bien era lo que antes se llamaba un erudito. Escribía libros sobre personas que ya han muerto”. ¿Existe acaso una forma más inocua y prepotente de gastar nuestros días que en esas labores? Quizás al dejar de habitar la realidad, el intelectual no tiene otra opción más allá que de la de hablar con los muertos y de los muertos. 

Allá en esa aldea el viejo profesor debe reconstruir sus principios, no sin antes atravesar el duro desierto del cambio. ¿Para qué un viejo debe replantearse cosas?  Ya no hay tiempo, los designios de la vida han demarcado un derrotero, para qué virar. Pero todo cambia inevitablemente, las sociedades, los modelos de vida, los gobiernos, todo, aunque: “Cuanto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. La historia se repite, aunque con modestia. Tal vez la historia haya aprendido una lección”. Esa es la ironía, todo cambiará en la vida del exprofesor David, pero él seguirá atrapado en un espiral en donde sus creencias y el pasado actúan como bloqueo constante.

La novela “Desgracia” es un excelente retrato de ese mundo en permanente combustión, nos permite una reflexión profunda acerca de los eventos que transforman la ruta de nuestra vida y, sobre todo, como el arte, nos conduce a redescubrir el placer de intentar llenar nuestros espacios vacíos, que siempre tendrán un lugar dispuesto para esa degustación. Buscando información para esta nota descubrí que existe una versión fílmica de la novela, dirigida por Steve Jacobs y quien da vida al profesor Lurie es, nada más y nada menos, que John Malkovich. Espero tener el placer de ver esa adaptación y ensanchar un poco más el placer del buen arte.



[1] Todas las citas en: Coetzee, J. M. (2021). Desgracia. Penguin Random House Grupo Editorial. Octava reimpresión. Traducción de Miguel Martínez-Lage.