abril 02, 2016

UNDERMAN

Por: Carlos Arturo Gamboa B.
De libro de cuentos: Sueño imperfecto
Ibagué, 2009. UT
I

El hombre se sentó a la mesa del bar Los Patos, traía la capa húmeda y los restos de hollín aún le salpicaban los ojos. Se dirigió al hombrecillo de enormes ojeras y cara de ambición que atendía la barra. Ordenó un Cubalibre, mientras sus ojos recorrían los rincones en penumbra complaciente y seductora.
Han transcurrido treinta horas desde que tuve que rescatar al niño aquel de pantaloncitos cortos y cabellos rubios que estaba siendo asaltado por los pandilleros del Barrio de la 71. Esos muchachos van a lograr desequilibrar mi paciencia un día de estos, pero estoy tan acostumbrado a ellos que quién sabe si pueda deshacerme de su caprichosa manía de robar a cuánto transeúnte ronda su acera.
- Te provoca compañía - Irrumpió un cuarentón trajeado al estilo bar de media noche. - Tengo las mejores chicas de la zona, el licor es bueno y son muy amables...Vamos hombre estoy de promoción. Vengan chicas aquí hay un cliente prometedor. Luego se aleja entre carcajadas capitalistas que aumentan en sórdido vaivén.
Las chicas me rodean como detectives de película, me abordan, me tutean, me hacen sonreír hipócritamente con un chiste de mal gusto. Las miro por encima del hombro y me parece que no sería del todo mala la idea de escabullirme en uno de esos enormes escotes en donde se esconde la seducción fingida. Pido otro Cubalibre pero con menos hielo y enciendo un cigarrillo humedecido por la noche. Desde que uso este uniforme maricón la gente no me deja en paz, viven suplicando toda suerte de beneficios y alardean de mi saludo, pero sé que lo hacen para espantar los demonios de sus complejos de seres pisoteados por el miedo. Ellos quieren mi amistad y comprensión, quieren que esté al tanto de sus necesidades, y yo, sólo deseo verme en brazos de mi superhéroe.
El bar está casi lleno pues el tictac del reloj de pared con anuncio de cerveza se acerca a su epicentro. Entre las ficheras puedo observar una morena de voluptuosas caderas que se menea al ritmo de las copas, con sus enormes labios que parecen haber mamado toda la leche del mundo, con sus ojos desorbitados en humaradas de bazuco, con dos enormes lagunas taciturnas creadas por la llovizna de las noches, con sus abultados pómulos que guardan secretos de hombres débiles que cambiaron de sentir bajo sus sobacos oliendo a madera añeja, con sus pequeños senos que apenas alcanzarían para alimentar un moribundo alcohólico. Va y viene con una pasmosa paciencia, como si el mundo girara más lento bajo sus tacones de veinte centímetros, como si el polo opuesto de su sexo reflejara sobre las baldosas algún secreto elixir.
Podría creer que Luisa calmaría estos espantosos deseos de hundirme bajo un tórax femenino, pero ella estará, como siempre, ocupada con sus noticias y sus ansias de protagonismo, mientras paseo el apartamento contemplando los cuadros silentes de seres poliformes como los de mis pesadillas, y abro la ventana desde donde contemplo la ciudad con sus lucecitas titilantes que adormecen la mente. ¿Cuántas veces he tenido que trasnocharme sobre esta metrópoli que emana vapor de muerto y calles soñolientas en donde ni todos los héroes del universo controlarían semejante maldad? Al principio estaba pendiente de todas esas piltrafas humanas que deambulan a la hora en que hasta los murciélagos duermen, y visitaba sus tugurios con olor a putrefacto orín en donde las moscas desfilan ataviadas de ponzoñas gigantescas como alacranes mutantes. Los perseguía hasta el cansancio, los llevaba a la comisaría o hasta la estación de cualquier suburbio donde un policía drogado por la noche los dejaba libres después de robarles lo que ellos justamente habían hurtado; entonces cada noche la rutina se repetía y de nuevo encontraba, en las calles apestadas de ladronzuelos, al mismo muchacho de pelo largo con chaqueta negra y puñal de doble filo asaltando un anciano de corbata carnavalesca que se embriagaba en el salón de los bailes desnudos, contemplando una brasileña de apellido Sampao que hacía crepitar los vidrios rojos del local.  Yo sé que a Luisa no le importa sino que le permita publicar fotografías aferrada a mi pecho como si sólo se tratara de un objeto comercial más, y hacerme sentir como un soldadito de plomo que no tiene ni idea que en cualquier lugar del planeta un soldado de verdad es asesinado por un mercenario Bosnio que quiere su libertad a costa de la esclavitud de un Servio.
Los tragos fueron en aumento y la noche prestó su tiempo a un amanecer de eterna soledad y de calles asfaltadas que van siendo regadas por una llovizna casi imperceptible. El agua corre en capas que sólo pueden ser visibles al contacto con el aceite derramado por los autos que a esta hora dormitan en sus garajes; el coloide impacta los ojos, y se mezcla con los destellos de algunas lámparas del alumbrado público salvadas por azar del golpe certero de los pandilleros, creando en la retina de aquel hombre semidiós cubierto de un traje multicolor, la sensación de estar drogado. Poco a poco el sol traspasa la gran capa de contaminación que cubre la ciudad y al apartamento 605 del edificio Villa Star desciende un hombre cansado de la nocturnidad. Se sienta sobre el balcón y tomando el último cigarrillo entre el pulgar y el meñique, lo lanza hacia el fresco de la mañana. Antes de retirarse a su encierro de siglos, deja escapar una ojeada sobre los rascacielos que invaden el paisaje. - Ciudad de mierda, un día de estos te vas a quedar sin superhéroe...ciudad de mierda.
II
Habitaba aquel lúgubre cuarto, con no más adornos que unos cuadros elaborados por un lunático que atendía la portería, y además se imaginaba pintor de alta alcurnia que un día de tantos sería sorprendido por la fama y volaría a exponer en Nueva York aquellas payasadas, unidas al arte tan sólo por un hilo invisible de locura. Estas pinturas, que adquirió más por ignorancia en el tema que por lastima, pues aquel portero podía vender más fácil una cuchara que dibujar una flor, adquirían cierta connotación al estar cerca de un jarrón chino de quién sabe que procedencia, y un candelabro hebreo heredado de un farmacéutico a cambio de un favor rutinario. Las cortinas de un oscuro profundo daban al cuartucho una imagen de cripta nueva, adornada con recuerdos de todo tipo. Aquí un afiche de un actor que alguna vez, por capricho de los comerciantes de cuerpos, estuvo de moda, allí un libro de recetas para cocina obsequiado por una solterona a cambio de salvarla en un accidente en la autopista central, allá el periódico en donde por vez primera apareció una foto a media página y titular en letra de 20 pulgadas anunciando el advenimiento de un súper hombre dispuesto a salvar el mundo del caos; la imagen era ideal para cualquier mercader mediocre: un traje limpio, un peinado llamativo, una sonrisa disiente, un cuerpo al rigor de los mejores gimnasios, una gran capa flotando gracias a un secador de pelo que sostenía un ayudante del fotógrafo y una figura en conjunto que en nada envidiaba a una caja de atún, pues hasta el sello en el pecho lo identificaba como un elemento más de consumo que la sociedad requería. ¿Qué más podía atiborrar el cuarto de un hombre dedicado por completo a salvar a los demás, mientras él se moría de angustia cada mañana al regresar de la faena rutinaria? Además él podía adquirir lo que su buena gana le diera, un buen almuerzo, un buen hotel, un buen comercial en el horario triple A,  un buen paseo a cualquier lugar del planeta, pero nunca una buena mujer, eso le estaba prohibido por sus preceptos, una mujer te destruye, se repetía cada atardecer, una mujer sirve para desahogar tus deseo y después...mi carrera, mi negocio publicitario, mi club de fanáticas materiales, no imposible, tal vez Luisa, ella es como yo, sabe de sociedad, tiene mundo y una visión inevitable para las oportunidades, tal vez ella.... Mientras tanto prefería visitar el bar Los Patos, allí era otro simple mortal al margen de la sociedad, podía entrar y salir con la complicidad de todo el mundo. Allí todos se conocían y se ignoraban, como queriendo olvidar que todos confluían en el deseo carnal de la época. Ignorados e importantes desfilaban por ese sitio, en donde el libertinaje era siempre el plato fuerte de la noche.
III
Agitado por un cansancio del cuál no entendía su procedencia, descargó la capa en una rudimentaria mesita de noche, adquirida en un mercado de baratijas por capricho de un anciano quien le aseguró que dicho mueble guardaba secretos milenarios de la tradición china. De seguro aquel anciano había intentado más de mil veces aquella estratagema con nulos resultados, pero él lo compró con la emoción de haber descubierto un objeto energético y de buenos presagios. Ahora no pensaba lo mismo, aquella circunferencia corroída por el uso, con una pata que formaba parte de la dieta de los comejenes, sólo le producía aversión y si la conservaba todavía era por pereza de llevarla hasta el botadero de basura más cercano. El uniforme fue cayendo lentamente y debajo de éste surgió una figura arrugada con señales de estrías a la altura del ombligo; una panza colgaba caprichosa sobre un encorvado cuerpo que en nada se asemejaba con la imagen que surcaba el cielo de la ciudad. Descansaré, es lo único que me puede hacer olvidar, tal vez esta noche tenga más suerte con la vida, tal vez consiga una invitación en el Hotel Hilton con mi preciosa Luisa, descansaré, descansaré....y el sueño con su profundidad de parca lo arropa hasta ya no sentir sino un leve murmullo producto de los recuerdos que salen a recrear los mundos míticos de la penumbra.
IV
Entre papeles y anuncios de novedades de la moda, Luisa levantó la bocina del teléfono para recibir, no sin cierto desconsuelo, la llamada del súper hombre; era una invitación que no pudo rechazar pues el último mes se había negado a más de diez súplicas. -Sí en el Hiltón, como siempre-, y luego se imaginó rodeada de personajes importantes que ignoraban la presencia de todo, recordó el balcón con su farolito medio cursi y el mesero rechoncho por las sobras de los suculentos festejos de la clase innata de la sociedad metropolitana. La verdad no quería estar de nuevo allí, con la presencia de aquel hombrecito de capa roja y carita maricona que no se decide a confesarle que no duerme bien durante los últimos veinte años pensando en que ella aparecería desnuda en su cuarto y le haría el amor al mejor estilo de Hollywood, ese estúpido que no es apetecido sino por los gerentes enfermos por explorar un nuevo mercado a punta de afiches en cada esquina de la ciudad. Ese hombre en nada refleja mi deseo de meterme a la cama con un corpulento millonario que aumente mi patrimonio, ese pedazo de afiche comercial no sirve para hacer sentir mujer ni a una menopaúsica, si al menos fuera capaz de hacerme saber sus intenciones para poderle decir que no, que se vaya a buscar una mujer en su planeta porque aquí nos gustan los hombres machistas y no así tan cojudos como él, o que se siga masturbando a mi nombre, al fin y al cabo siempre es bueno para una mujer saber que en alguna parte un macho se satisface mentalmente con el cuerpo voluble de su amada, aunque este macho no sea un adolescente sino un cuarentón, como en mi caso. -A las ocho, si pasa por mí, estaré en la redacción del periódico. Chao…
V
Sobre la flamante ciudad circulaba un rumor sensacional, los buscadores de tragedias amorosas se encontraban al acecho y nadie esperaba un desenlace feliz, esto sería lo peor para la prensa que, como en cualquier sociedad civilizada, se sostiene con la especulación absurda y en la mayoría de los casos hasta enferma. Pero el público espera ansioso la función, el circo romano de la modernidad no duerme pensando en la próxima escena, y esta vez el espectáculo era de trascendencia absoluta. En los corredores de la palabra fácil el chisme se alimenta de burócratas en celo, de solteronas aburridas de la soledad que emana de sus camas y de señoritos con pretensiones políticas. La comida está servida y todos se aproximan a la presa. En la mesa reservada del hotel Hilton Luisa sudaba de alegría y su morbosa sonrisa atraía turistas, a su extremo derecho y con una envidiable pose el ejecutivo más prometedor de la metrópoli, el doctor Samy Reyes, respondía las siempre vacías preguntas de los diarios.  Luisa, con un ademán dictatorial solicitó orden en el lugar y los fotógrafos se retiraron entre voceríos, a su rincón. Samy Reyes se había acostumbrado a este tipo de encuentros especulativos, son los que mantienen mi imperio, a los periódicos les debo gran parte de mi fortuna en los negocios y la televisión trasmite mi inagotable imagen de hombre poderoso, aunque en la mayoría de los casos sea fingida, que importa los seres humanos están siempre dispuestos a encontrar en otros lo que su miserable alma desea. Es mi negocio y nunca me sentiré culpable, al fin de cuentas le proporciono lo que ellos anhelan, sólo soy el forjador de sus paupérrimos sueños. De repente descendió el súper hombre, su cara estaba cruzada por la mueca de la desesperación y sus ojos saltones ya presentían el latigazo de la realidad. -Buenas noche Luisa-, y la reverencia normal del maniquí moderno, -disculpa la demora pero tuve que atender un incendio de la fábrica de cosméticos Lindas-. No hay problema el tiempo no existe cuando lo importante es la solución. El superhéroe sacudió su capa y se dispuso a sentarse y hasta entonces se percató de la presencia de Samy Reyes, buenas noches caballero...y en un momento crucial Luisa se acercó al ejecutivo y le besó en la boca. Nadie reaccionó al momento, Samy Reyes se dejó llevar por el impulso de tan femenina dama y respondió con la frialdad clásica de un conocedor del oficio, los periodistas iluminaron el lugar con sus cámaras mientras el súper hombre se limitó a salivar la hiel de su desdicha. ¿Puede explicarme esto Luisa? La pregunta elemental exigía respuestas rápidas, Luisa se incorporó como deseando ser escuchada por medio mundo, -perdón es mi prometido, el doctor Samy Reyes. Lo siento pero tú no me interesas, es difícil de explicar, cómo decirte que tu presencia me conviene pero no la acepto, es lo mejor, qué dices...
Al retirase el superhéroe miró hacia atrás como si dejara un bote de basura, y sin quebrantar su silente armonía levantó su brazo derecho para alcanzar vuelo. Alejándose lentamente alcanzó a escuchar a Luisa, por favor no te vayas sin regalarnos una foto de los tres, su cinismo le provocó náuseas. Nunca me había sentido tan estúpido, y pensar que creía en la logarítmica posibilidad de su comprensión, vaya que mundo de mierda... Recorrió más de tres veces la ciudad que ya empezaba a convulsionarse, hasta que terminó sentado en la esquina del Barrio de la 71 mirando como unos chicos conquistaban quinceañeras y se drogaban con jeringas importadas. Fumó un cigarrillo con sabor a menta y escupió contra el suelo, tan fuerte que su saliva penetró el asfalto. A las cinco de la mañana se encontraba ebrio y quizás hasta drogado, los chicos se burlaban de su atuendo y le golpeaban al hombro, vamos viejo caminemos esa borrachera sino se  quiere morir petrificado, y salen hasta la Avenida Central en donde el más atrevido de los jóvenes se acerca a una tienda de ropa y rompe el vidrio, -agarren todo lo que pueda antes de que nos caiga la tomba-, y sin pensarlo dos veces el súper hombre le echa mano al suéter amarillo que tanto tiempo deseó. Corren hacia un callejón en donde son rodeados por la policía, el superhéroe es apresado y cuando lo llevan la comisaría central algo en su dopado cerebro le indica que huya, entonces, agarro al policía y lo estrangulo con un movimiento leve y escapo ciudad arriba en busca de mi apartamento en donde las pulsaciones de mi cerebro se tornan insoportables, me golpeó contra las paredes hasta derrumbarlas, y sin sentir consuelo por la trasgresión de mi vida  decido el golpe fácil y certero, las pastas me esperan sobre la mesita que tanto detesto y las trago en una sola bocanada de miedo, para que ya no tenga tiempo de mentirme, para que el túnel se abra y me devore con sus fauces neónicas, para que pueda explorar la verdad que me aprisiona. Ahora quiero dormir...solo dormir.