Por: Carlos Arturo Gamboa
Bobadilla[i]
Docente Universidad del
Tolima
A veces tengo
la impresión de que las universidades ya no requieren de líderes académicos,
sino de psiquiatras, que el máximo reto de un profesor está en competir contra
YouTube, Facebook, Tik Tok o Instagram, que los estudiantes están más preocupados por
sus fotos de perfil que por un diploma.
Los curtidos
docentes de hoy, los veteranos, nos formamos en un tiempo en el cual el
conocimiento era lo más importante, sudábamos gotas de aceite para aprobar una
materia y sentíamos el vértigo de la evaluación. Siempre supimos que para que
existiese un escenario de aprendizaje real debían confluir, mínimo, tres
actores: el conocimiento, los estudiantes y los docentes, en ese orden de
importancia. Pero agobiados por los indicadores, los formatos, las reuniones y
mil artilugios más, fuimos descuidando el conocimiento y los saberes, sin los
cuales ni docentes ni estudiantes tienen un lugar de enunciación en el mundo
educativo. Terminamos educando en un tiempo agotado.
Las
instituciones que educan se han enfrentado durante décadas a las mismas
preguntas, para las cuales las respuestas ya son conocidas, pero las acciones
siempre van en contravía de la necesidad. El mundo educativo está
sobrediagnosticado, pero como pacientes de una EPS, no recibimos los remedios
indicados y seguimos curando los síntomas profundos de la enfermedad educativa
a punta de acetaminofén.
En las
facultades de educación, en los programas de formación docente, en las
licenciaturas, en los eventos académicos y hasta en las cafeterías, citamos a
Freire, a Mélich, a Posner, a Montessori, a Bruner, a Vygotsky, a Steiner, a
cientos de maestros que hablan con maestría sobre las formas de enseñar, las
maneras de educar y las estrategias para transformar las prácticas pedagógicas,
pero cuando nos asomamos a las aulas, el paisaje parece ser el mismo y a veces
más desalentador que el de hace décadas.
Los chicos no
quieren estudiar, dicen los profesores a diario; los niños no quieren ir a la
escuela, dicen los padres agobiados; los jóvenes no desean estar en las
universidades, dicen las últimas noticias y los indicadores recientes, y todos
ellos tienen la razón. ¿Se ha vuelto acaso la institución que educa un lugar
poco deseable? ¿Por qué?
Ante este
panorama, ser educador parece ser el oficio optimista de un pesimista
consumado. ¿Qué hacemos ofreciendo manzanas a un niño que desea colombinas?
Somos los testarudos de un tiempo de alertas universales, de mentiras que
pululan a la velocidad de la luz, de incomunicaciones y fragilidades.
Ahora el
currículo flota en las redes sociales, la lección está sintetizada en un meme y
la evaluación es un reality show. En el mundo de la cibercultura, los docentes
parecemos un avatar caprichoso flotando en la red infinita de los mensajes
cifrados. Como el grito de auxilio atrapado en una botella que ha lanzado un
náufrago, seguimos esperando que alguna vez ese mensaje tenga un receptor, y
que acuda a salvarnos de ese pesimismo que se ha incrustado en nuestra diaria
labor.
¿Sueno
demasiado pesimista? ¿O más bien estoy siendo muy realista? La respuesta la
dejo flotando por ahí como otra de esas preguntas que no se deben responder sin
reflexionar. Lo cierto es que en medio de este panorama hemos decidido ser
educadores y esa es nuestra responsabilidad. Los tiempos han cambiado de manera
revulsiva y ahora asistimos a la profecía final contra la escuela, el
apocalipsis de la educación con su anticristo encarnado en la inteligencia
artificial. Terminator se pasea por los pasillos de las universidades; sus
pisadas asustan y muchos se esconden detrás de sus viejos pizarrones,
resguardando en el pasado sus miedos al futuro. Les alerto desde ya: esconderse
no es la solución; hay que enfrentar el presente; solo así es posible construir
un futuro o cambiar ese que parece inevitable.
No hay que
temerles a los nuevos modelos, a las nuevas didácticas, a las herramientas que
a diario se recrean; ellas nunca reemplazarán al docente auténtico, aunque los
que corren riesgo son los profesores simuladores; de ellos no será el futuro.
¿En cuál de esos grupos estamos? He ahí el dilema.
[i]
Palabras de apertura del Panel “Escenarios
y voces del IDEAD: diálogo y reflexión sobre el rol del docente en la educación
superior a distancia”, celebrado en el marco del Primer Encuentro Nacional de
Profesores IDEAD – UT. (mayo 15-18, de 2025).