agosto 26, 2018

Nuestro día llegará, ellos no son eternos


Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima

No tenía esperanzas de que hoy los colombianos salieran en masa a votar en la Consulta Anti-corrupción, y no es porque sea pesimista, es más bien porque soy muy realista. Sumidos en un letargo de décadas, los colombianos han sido sometidos a una especie de reality show politiquero, en el cual la mentira es la protagonista principal.  Muchos de los que se hacen llamar varones electorales han construido su imperio a punta de engaños, pero sobre todo con base en la pobreza mental de sus votantes, quienes como veletas van de aquí a allá, pregonando eslóganes de campaña que ni siquiera entienden.
El campeón de los mentirosos, como si se tratará de un concurso de trova paisa, ha sido Álvaro Uribe, amo y señor de los truhanes. Alguna vez nos preguntamos con un grupo de estudiantes, ¿qué hubiera sido del país si este señor hubiese sido un líder positivo para Colombia?, pero eso solo fue un juego de la imaginación, porque cada día la realidad ha ido, e irá, mostrando su verdadera calaña. Así sus feligreses no lo crean, Uribe un día no estará, su legado será de escombros y sombras, los buitres que lo acompañan se encargarán de devorar sus restos ideológicos y entonces la historia les dará a conocer a todos el rostro maligno de estas tres décadas bajo su manto. Qué alegría para los seres humanos que seamos mortales, es el premio de los débiles, no imagino la eternidad y la tiranía en un solo reinado.
Lo cierto es que la tendencia de cambio crece y los cambios son lentos. Requerimos conciencia, somos un país de analfabetas políticos, de desencantados y de crédulos. Es fácil de verificar como en pleno siglo XXI un pueblo puede creer que si  vota por unas ideas a sus hijos los van a volver maricas, eso es digno de un relato de la edad del oscurantismo. O estar tan alienado, al nivel de la señora que estaban vendiendo dulces cerca del puesto de votación, a la cual le pregunté si había votado y me respondió:
-          No señor, eso es de los guerrilleros y las lesbianas…
-          ¿Quién le dijo eso? –le pregunté-
-          Mi hija, ella dice que esas son cosas del demonio.
Nunca presencié mayor engaño de un hijo hacia su madre. Bajo esa lógica la representación de Alejandro Ordóñez ante la OEA es el mejor símbolo del mayoritario país que tenemos. Lleno de prejuicios, con ínfulas de ser más de lo que es, carente de pensamiento crítico, rezandero y mojigato, supersticioso, banal, pero sobre todo heterónomo. No olvidemos que esta última característica, la heteronomía, es propia de los pueblos que terminan padeciendo el gobierno de los tiranos, ya Hannah Arendt lo advirtió cuando estudió la mentalidad de los alemanes en pleno dominio nazi.
Me atrevo a decir que el remedio está en dos variables: Los jóvenes y la educación. Los primeros han venido mostrando un cambio, poco a poco abandonan la apatía y el desencanto y si eso sucede serán ellos quienes construyan la Nueva Política. Una política alejada de las armas, pero combatiente por la justicia social, la igualdad y el respeto por la vida y por los otros. La segunda variable es una enorme tarea, que ante la ausencia de un sistema educativo con proyecto nacional, nos toca seguir construyendo los docentes, desde nuestras aulas, desde la pedagogía de lo cotidiano, mano a mano con esos interlocutores que a diario la sociedad nos encomienda. No en vano el gran gamonal nos odia.
Esta quizás sea recordada como la generación del NO. Le dijeron no a la paz. Le dijeron no a la batalla contra la corrupción. Le dijeron no al cambio. Le dicen no a los gays, a la posibilidad de eliminar la barbarie taurina, a todo aquello que les suena a diferencia, porque es una generación estancada en las brumas de un pasado violento.
No obstante, a pesar de ese sombrío panorama, el número de los que van tomando conciencia crece, y un día seremos la mayoría y podremos construir ese país que tanto nos ha costado. No se puede perder la esperanza, nuestro día llegará, ellos no son eternos.