Por: Carlos Arturo
Gamboa
Docente Universidad del
Tolima
Hay una anécdota sobre la moda y
Kurt Cobain. El entonces desconocido músico se propuso usar prendas distintas a
las tradicionales en el mundo del espectáculo rockero, esto muy ligado a la
nueva escena grunge que pululaba por todas partes a inicios de los años
noventa.
Kurt vestía con camisas leñeras,
playeras sencillas, jeans desgastados, sacos de lana y zapatillas, nada que ver
con atuendos de bandas como Guns and Roses y similares que por entonces
enarbolaban la bandera del rock. Esa forma de vestir pronto empezó a convertirse
en el símbolo de una nueva ola, de una onda musical que de alguna manera se
revelaba contra las antiguas estéticas juveniles, algo que Cobain compartía.
Cierto día, cuando después de
una larga gira retornó a Seattle, al pasearse por un bulevar encontró que
muchas tiendas adornaban sus maniquíes con atuendos similares al suyo; al ver
esto sintió una profunda tristeza y se hundió en una depresión que duraría
semanas. Kurt y Nirvana ya eran famosos, su álbum Nevermind (1991) había
roto récords de ventas y su imagen flotaba por los canales de MTV como el nuevo
genio de la cultura del rock.
Esta historia tiene un
complemento: es que, por el año de 1992, el diseñador Marc Jacobs realizó un
evento para presentar su nueva colección juvenil y estaba toda inspirada en el
atuendo de Kurt Cobain. El diseñador envió a Kurt una muestra de dicha
colección. Según la compañera del atormentado músico, esto ofendió de nuevo al
futuro suicida e incluso, dijo Courtney Love, que prendió fuego y quemó aquella
ropa como si estuviese haciendo un rito de expiación.
Estos sucesos evidencian la
forma en que el sistema de mercado capitalista se alimenta y se regenera de
forma continua, incluso sumando a su portafolio aquellas expresiones
contraculturales que surgieron como resistencia a la cultura impuesta. La
depresión de Kurt ante tales eventos surge de darse cuenta de ese síntoma; él
se había propuesto, de manera iconoclasta, romper con esos símbolos impuestos,
y terminó él siendo uno.
Esta anécdota se me vino a la
cabeza al ver por estos días la manera en que el mercado del espectáculo ha
dispuesto la gira del cantautor cubano Silvio Rodríguez. No más anunció su
gira, la euforia de miles de latinoamericanos creció por ver quizás lo que será
su última gira, ya que, con cerca de 80 años, se prevé su retiro de este tipo
de eventos. Entre septiembre y noviembre de 2025 tiene pensada la gira el
cantautor nacido en San Antonio de los Baños (Cuba) y quien formó líricamente a
Latinoamérica desde la aparición del álbum Días y flores (1975).
Autor de más de 500 canciones y
reconocido internacionalmente por sus acordes y letras profundas, se ha
agendado en Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Colombia. El fenómeno y
entusiasmo por escuchar de nuevo a esa leyenda llamada Silvio Rodríguez ha
desbordado toda expectativa. Lo curioso es que su renombre ha sido secuestrado
por el mercado y la boletería para sus presentaciones ha caído en el juego de
la especulación. En cada uno de los países en donde han abierto venta de
entradas a sus conciertos, los tickets han ido a caer en manos de los
revendedores en tan solo unos minutos; luego, un día después, aparecen a la
venta con cinco o más veces su valor inicial.
De esa manera, intentar asistir
a una de sus funciones en vivo resulta un privilegio mediado por el poder
adquisitivo, sin que exista nada ni nadie que pueda regular la tendencia del
mercado. Al no ser que se gestase una extraña rebeldía masificada para no
comprarles a los revendedores, lo cual es tan utópico como desear que un día le
den el Premio Nobel de Literatura al genio de los acordes de la nueva trova
cubana, qué bien merecido lo tiene.
Kurt y Silvio, dos íconos de la
contracultura, dos revolucionarios de su tiempo, un día fueron sometidos a los
caprichos consumistas del mercado y convertidos en prenda de transacción.
Cobain se terminó volando los sesos a una temprana edad, mientras Silvio
recorrerá esa Latinoamérica que lo idolatra, pero sin la presencia de la gente
humilde que lo cantó en mil amaneceres de bohemia, que lo coreó en cientos de
marchas libertarias, que lo grabó en casetes piratas cuando escuchar a Silvio
era sinónimo de revolución. Silvio estará en los escenarios acompañado de
quienes tuvieron que pagar los caprichos insanos del mercado que se apodera de
todo, hasta de los signos que sueñan su derrota.
Por ahora, solo queda
conformarnos con ese viejo Silvio Rodríguez Domínguez que canta gratis en su
“Gira por los barrios de Cuba”, la cual sobrepasó la envidiable suma de 100
presentaciones. Y quizás con ese recuerdo reunirnos con los nostálgicos y tararear
a la distancia que no les compraremos boleta a los mercaderes de los sueños,
porque “yo me muero como viví”, y que nos llamen necios.