agosto 14, 2021

La política en el Tolima: entre la hegemonía de hoy y el desencanto de siempre

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla

Docente Universidad del Tolima

 

Siguen retumbando en las acuosidades del gran Magdalena la pregunta del maestro Echandía: “¿El poder para qué?”. Tantos años soportando la ausencia de un proyecto de región nos han conducido a perder la fe en los gobernantes, las instituciones y la política. Para muchos decir «política» equivale a sentir las arcadas, ese malestar que precede al vómito.

Se añora el pasado “glorioso” del Tolima, que es casi decir un pasado de líderes decentes que antepusieron algunos de sus deseos en pro de colocar a la región “en el concierto nacional” y de solucionar los problemas concretos de la vida cotidiana. De eso poco queda. Ahora asistimos a las rencillas, al maridaje politiquero, a la componenda, a la comidilla de cafetín, a las alianzas programáticas para desfalcar el erario, a la pérdida de la política y el triunfo desorbitante de la politiquería.

Y en ese inventario desolado no importan los colores, ni los directorios, mucho menos las ideologías. Da igual, lo importante es la lucha desaforada por el poder; pero, volvamos a Echandía: ¿para qué? El fin de la política es la búsqueda del bien común, el consenso por la construcción de ciudadanía a través de la solidificación de lo público, el lugar de todos y de ninguno. Hoy asistimos a la era de la gran ausencia de políticos y la necesidad urgente de la política.

Veamos el momento actual del departamento del Tolima a la luz de las anteriores premisas. El llamado liberalismo, cada vez más alejado de las clásicas ideas y postulados liberales, arrastra una larga cola de desaciertos y errores. Sus “líderes” fueron incapaces de gestionar la ciudad y el departamento, las necesidades de hace cinco décadas siguen latentes: Brecha enorme entre lo rural y lo urbano, desorganización de la urbe, ausencia de servicios básicos, pobreza en el centro y miseria en los bordes, corrupción a todos los niveles; todos estos indivisos indicadores del fracaso.

Por su parte las denominadas fuerzas alternativas, que van desde un centro con vocación social hasta la izquierda- izquierda, se sumen en sus eternas luchas internas por imponer sus idearios. Expertos en identificar los males sociales son incapaces de generar un acuerdo para plantear las soluciones. Es muy fácil criticar el desfile desde el balcón, el problema es ponerse las alpargatas y bailar. Juntarse es algo impensado, son tan puristas algunos grupúsculos que, como dice el viejo chiste de cafetín, se reúnen cinco y salen seis vertientes distintas.

Su dispersión siempre ha sido favorable a los partidos tradicionales, a donde muchos terminan saltando con ánimo o esperanza de realizar alguna gestión. Casi siempre son devorados por el Leviatán de provincia. Ahí siguen, convocando, criticando, denunciando, todas ellas labores loables, pero sin un proyecto de poder claro y concreto, es decir, sin política.

Los conservadores, que se mixturaron con varias vertientes del orden nacional que depositaron sus huevos infestados en las regiones, lograron después de muchos años de alzar su cabeza hacia el Palacio del Mango, habitarlo con toda su artillería. Liberales desencantados, uribistas camuflados, seudo-independientes sin línea nacional y otros personajes pertenecientes a la fauna tropical que han engordado sus huestes. Con el trajinado modelo del caudillo de antaño hoy dominan el panorama departamental y sueñan avanzar en la construcción de un poder extraterritorial, tesis del siglo XIX que arrastran como un penoso legado.

Ahora, con el panorama despejado se enfrentan a la cruda realidad, deben gobernar, pero muchos de ellos no lo saben hacer, porque en el Tolima el arte de gobernar hace rato se quedó enterrado en su “pasado glorioso”. Ahora muchos saben hacer politiquería, firmar contratos, repartir puestos, generar tácticas para atrapar dineros, echar discursos, pero pocos, muy pocos saben gestionar las necesidades de la región. Esas mismas carencias que denuncian las fuerzas alternativas y que fueron incapaces de arreglar los liberales y que, de seguro, no subsanarán los conservadores.

La hegemonía de hoy será la fragmentación del mañana. Sumidos en una lucha interna por los botines del poder, ni cuenta se dan que la ciudad se torna caótica y el departamento sigue cuesta abajo en su rodar. Como apenas les interesa la burocracia en su esplendor, porque para ellos los puestos son sinónimos de poder, olvidan, como lo hicieron los liberales (incluidos los liberales alternativos que gobernaron recientemente la ciudad), que el fin de la política es el bien común y la consolidación de sí misma como expresión ciudadana, no de un gamonal o un trapito de cualquier color.

Y en medio de ese vaivén la inseguridad y el desempleo aumentan. Los crímenes de Estado se mezclan con los crímenes del narcotráfico, las bandas emergentes y los residuos rearmados del colapsado proceso de paz, moviendo la violenta región de antaño hacia un círculo vicioso de miseria y barbarie. El descontento general crece, que sumado a los efectos de la pandemia y los años de atraso en las políticas públicas están configurando un gran «coctel de malestar social», que explota cada cuando y que los gobernantes ven pasar desde las ventanas de sus oficinas, pero que no intervienen porque están pendientes por las disputas de las nóminas, los contratos y los convenios. Pensando en los puestos del mañana han olvidado los retos del presente.

Mientras tanto, el antiguo Tolima con aquellas melodías “de canciones viejas” sigue a la deriva, con sus sueños frustrados de región que nunca pasó de ser una maqueta. Sólo basta ver la desconfiguración de su triste capital para imaginar cómo están todos esos hermosos territorios olvidados que habitan bajo la sombra silenciosa de su nevado.

¿Hay una salida? En política siempre existe una posibilidad, sólo que ella pasa por juntar los restos del naufragio y, acudiendo al principio de necesidad compartida, vislumbrar un lugar para desde allí construir. Los impedimentos están a la vista: las viejas maquinarias de todos los colores, los egos de caudillos trasnochados y los odios infundados por las mezquindades del poder y heredados a los jóvenes militantes; pero, sobre todo, la desesperanza, porque pareciera que estamos atrapados en un remolino de incapacidades.

Volver a la política es entender que se puede construir con el otro, con el diferente, derrotar los odios y otear más allá de las limitantes que han construido nuestras miradas, eso sí, sobre los principios fundamentales del bien común. Cuando el reto es grande se necesitan seres grandes, lamentablemente estamos rodeados de pigmeos.