mayo 23, 2020

El fin de la pandemia es la muerte de Dios


Por: Luis Fernando Abello
Egresado Universidad del Tolima - IDEAD

¿Ya tenemos elementos de distancia en esta cuarentena para declarar la muerte de Dios? Antes de Nietzsche, Hegel había tomado el rumbo de esclarecer la idea deicida como un asunto estrictamente de la conciencia. La sustancia planteada en el filósofo de Stuttgart crea una dialéctica como naturaleza eterna e infinita, por lo cual es inalcanzable. La sustancia paralela la hemos cristalizado, desde el confinamiento, como el miedo a la muerte. En otras palabras, la totalidad de la pandemia es una materialización de Dios; su vacuna será dialéctica también.
Tomar conciencia de la muerte se ha constituido en nuestra propia sustancia desventurada. La autorrealización de nuestras potencialidades se ha considerado opacas a representarse bajo el anhelo de extrañar el mundo dejado antes de la pandemia.
Con lo anterior, Hegel considera a nuestro espíritu extrañado, es decir, alejado y alienado, considerando la relación entre el individuo y su naturaleza social. Es entonces donde el acontecimiento nostálgico de nuestro mundo toma fuerza de una melancolía formal y con ella concebir el presente como una conjetura necesariamente intermedia entre la mortalidad y Dios.
Es así que, dispuestos a considerar la muerte de la especie humana antes que la de Dios, los discursos religiosos se han visto obligados a producir otros temores nunca antes vistos: La muerte metafísica. Dicha muerte, tomando las palabras de Schopenhauer, evidencia lo miserable de sus vidas que nada pierden. Dado el valor tomado bajo el estigma divino, quedan huellas imborrables que no dejan asumir la realidad, y, bajo una idea divina, se ha transformado en testimonio de asumir el fallecimiento por pandemia para mostrar lo inalcanzable de Dios.
De ello que la representación religiosa toma medidas mundanas para ver la cara divina. Su culpabilidad se ve reflejada en asumir las consecuencias de la pandemia a través de intuiciones complementarias de la subjetividad. Es decir, asumen lo invisible como visible (virus) para darle estocada a lo invisible (Dios).  En consecuencia, cuando se ha asumido lo absoluto de nuestros miedos, se ha tomado lo absoluto de nuestros pensamientos. Al hacerlo, le robamos la totalidad a Dios.
Por lo tanto, asumir el no-ser como negación lógica griega, reitera, no sólo la negación humana y su toma de conciencia, sino también una preparación para un Dios asumido bajo un carácter utilitario. Lo que lo convierte a Dios en un sustantivo que muere cuando la razón y la imaginación regresen del encierro, pues nada esperamos de su propia inexistencia.

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