Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Cada
vez son más los escritores que cultivan la minificción, aunque pocos llegan a
dominar el arte del minicuento. La escritura breve requiere la sencillez de la
concreción y la profundidad de una historia concisa pero bien contada. En un
minirelato debe pervivir el arte de saber contar, de impactar, de permitirle al
lector que se haga partícipe de la onda posterior a la lectura, eso que algunos
llaman interpretación. Recuerdo lo anterior para resaltar el trabajo de la
escritora bogotana María del Rosario Laverde, en el libro titulado Nunca me
sirvió ningún sombrero, publicado por la editorial Cuadernos Negros, en el
año 2024.
En
este compendio de cincuenta minificciones, María del Rosario nos pasea por
sucesos cotidianos de la vida moderna, con reflexiones acertadas sobre el amor,
las relaciones de pareja, el trabajo y la ciudad. Estos son aspectos que la
autora convierte en materia prima para dejarnos, en la mayoría de los casos,
sucintos y bien logrados minicuentos.
La
mayoría de estos textos pocas veces superan las 100 palabras; curiosamente,
pierden potencia cuando sobrepasan dicha extensión. En general, María del
Rosario deja entrever un trabajo juicioso y decantado que permite a un texto no
convertirse en simple chiste, o una frase de superación, o quizás un
pensamiento suelto, algo que muchas veces se confunde con el microrrelato.
Para
mayor ilustración, veamos algunos ejemplos de su escritura en este libro, que
sobra decir que recomiendo para una cuidada biblioteca sobre minificción:
Mal de ojo
Ese
desconocido que pasa sin quitarme los ojos de encima, es el mismo que me decía
en otra vida que nunca se iría de mi lado.
Circense
Ahora tengo una vida común y corriente, cada noche
duermo en la misma cama y voy al trabajo de ocho a cinco. Pero no me importa.
Alimentar a los leones nunca me divirtió y jamás pude caminar por la cuerda
floja, tampoco me recuperé de la infidelidad del payaso, y me harté de empacar
y desempacar. De vez en cuando sueño con que soy una estrella...
Fijación
No olvido el día que se fue de casa. Empaqué sus
maletas, le ayudé a ponerse su abrigo, aunque todavía no comenzaba el invierno.
Y lo vi alejarse desde la ventana. Desde entonces, todos los días son ese día.

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