Por: Carlos Arturo Gamboa B.
Docente Universidad del Tolima
Por estos
días se corre la Vuelta a España, uno de los eventos ciclísticos más
importantes del año y, como aficionado que soy del deporte de las bielas, he
estado al tanto de los equipos, los corredores, las etapas y el acontecer
diario de las mismas. Solo que esta vez el ciclismo ha pasado a un segundo
plano porque las protestas de miles de ciudadanos han desbordado el entorno
mediático del ciclismo para darle un lugar a la política.
Esto se preveía,
ya que las acciones barbáricas de Benjamín Netanyahu y su ejército depredador
han venido generando un efecto de tsunami mediático, lo cual ha construido una
gran ola de rechazo al genocidio que allí se lleva a cabo contra el pueblo de
Gaza. En ese sentido, la Vuelta a España se convirtió en caja de resonancia de
quienes reclaman medidas planetarias que detengan al gobierno del primer
ministro israelí y sus cómplices por acción u omisión.
Desde la
antesala de la Vuelta a España se avizoraba el conflicto en cuestión,
especialmente debido a la inclusión del equipo Israel Premier Tech, que se
encuentra activo desde el año 2015 y que desde el año 2020 hace parte de la
máxima categoría en este deporte, el denominado World Tour. Por pertenecer a
esta última categoría, el equipo tiene un cupo asegurado en todas las carreras
del calendario bajo esa etiqueta, entre ellas la Vuelta Ciclística a España.
Ahora bien,
si las protestas arreciaban en varias partes del mundo, era muy predecible que
en este evento deportivo seguirían creciendo, más teniendo en cuenta que el
equipo corría con la bandera israelí en su indumentaria, y agregando a ello que
la península ibérica es un epicentro activo de concientización en torno a los
actos bárbaros ocurridos en suelo de Palestina.
Inicialmente,
la dirección de la Vuelta, en cabeza de su director, Javier Guillén, escudado
en el reglamento de la Unión Ciclística Internacional (UCI), restó importancia
a los primeros brotes de inconformismo de la ciudadanía en torno a la
participación del equipo en cuestión, lo cual fue alimentando la ola de
indignación. Fue así como, desde el 23 de agosto, cuando la carrera dio inicio
en Torino (Italia), ya se sentía el palpitar de una protesta que crecería
cuando la Vuelta llegara a territorio español, y así fue.
Carteles de
solidaridad con Gaza, banderas palestinas, abucheos al equipo en los cruces de
los pueblos, rechiflas en las llegadas y muchos otros actos pacíficos fueron
aumentando la indagación que creció ante el silencio de la organización en
general. La estrategia de «hacerse el de la vista gorda» no hizo que el
problema desapareciera; al contrario, avivó el desconcierto. El director del
equipo Israel Premier Tech, el canadiense y abiertamente sionista Sylvan Adams,
se negó a retirar el equipo, aun sabiendo que su presencia en tierras ibéricas
generaba un alto grado de confrontación y se constituía en una ofensa a las
oleadas de propalestinos. Su accionar se hizo equivalente a ondear una bandera
con la cruz esvástica en Tel Aviv.
Por su
parte, los organizadores de la Vuelta a España siguieron escudando su actuar
con la disculpa de que no podían desvincular el equipo de la carrera, lo cual
no es del todo cierto, pues ya existen antecedentes con la expulsión de un
equipo ruso del World Tour debido a la guerra en Ucrania. ¿Por qué no se siguió
la misma ruta en este caso? Uno sospecha que es por el alto poder económico que
posee la comunidad sionista en Europa y en todo el mundo. En Colombia ya vimos
cómo la derecha se arrodilla ante Netanyahu, ignorando las atrocidades
cometidas en la franja de Gaza, mientras clama democracia y justicia por
Venezuela. La doble moral está en todo, en este caso hasta en el deporte.
Muchos
alegaron infructuosamente que el deporte debe estar aislado de la geopolítica,
argumentando que lo que ocurre en ciclismo no debe ser afectado por lo que pasa
en Palestina, lo cual puede ser síntoma de dos cosas: una alta ignorancia de lo
que implica la política o un cinismo extremo adobado con hipocresía. En primer
lugar, el deporte es político, tanto así que en los grandes eventos deportivos
las banderas ondean, los himnos nacionales suenan y las confrontaciones entre
países alimentan la pasión de los espectadores y los competidores. Nada más
político que los trasnochados nacionalismos que, bajo las banderas del deporte,
se edulcoran haciéndonos creer que quienes allí compiten son asexuados
políticos. Deporte, poder y política están tan imbricados que desde la antigua
Grecia los Juegos Olímpicos se erigieron bajo esa primicia.
Ahora,
cuando nos encontramos en la última semana de la Vuelta a España, las protestas
han tomado tal fuerza que la muchedumbre es incontrolable. Ya en Bilbao,
durante el desarrollo de la jornada once, la etapa fue suspendida porque en la
meta programada la gente traspasó las barreras de protección y con arengas y
banderas reclamaba la salida del equipo israelí y llamaba a la solidaridad con
Palestina. Y el día nueve de septiembre la etapa tuvo que ser recortada porque
cientos de manifestantes cerraron la carretera camino a Castro de Herville,
impidiendo la culminación de la jornada como estaba programada. Faltan más
etapas por correrse; hay una crono individual en Valladolid durante la cual es
imposible garantizar seguridad a cada uno de los 154 corredores que siguen en
la Vuelta, mucho menos a los siete (7) integrantes del equipo centro de la gran
controversia.
Ya es
imposible seguir argumentando que deporte y política no se mezclan; esos son
mensajes en los cuales la ciudadanía del siglo XXI no cree. En este siglo todo
es político porque todo determina la existencia del ser humano en el planeta; así
como dijo Eisenhower, “la política es la profesión a tiempo parcial de todo
ciudadano”. El ciclismo no puede ser ajeno a la barbarie desatada en Gaza;
algunos ciclistas ya lo han enunciado entre dientes, los grandes medios
deportivos lo saben y lo callan por miedo a la polarización en un mundo que ya
no puede seguir siendo neutral.
Javier
Guillén insiste en que la Vuelta terminará en Madrid como está programado,
poniendo en riesgo la caravana ciclística y asumiendo una hipócrita
neutralidad. Los aficionados estamos divididos, pero la mayoría es consciente
de que la política tiene un lugar en el deporte, porque como humanos, sin
importar nuestra profesión, el dolor, la barbarie y los estragos de la guerra
nos deben conmover. Permanecer neutral es el peor camino; los judíos lo saben
por su historia, pero hoy parecen olvidarlo cuando pasaron de víctimas a
victimarios. El silencio no puede ser la forma de contrarrestar el
horrible detonar de las bombas en Gaza.
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