septiembre 09, 2025

La política tiene un lugar en el deporte

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

Por estos días se corre la Vuelta a España, uno de los eventos ciclísticos más importantes del año y, como aficionado que soy del deporte de las bielas, he estado al tanto de los equipos, los corredores, las etapas y el acontecer diario de las mismas. Solo que esta vez el ciclismo ha pasado a un segundo plano porque las protestas de miles de ciudadanos han desbordado el entorno mediático del ciclismo para darle un lugar a la política.

Esto se preveía, ya que las acciones barbáricas de Benjamín Netanyahu y su ejército depredador han venido generando un efecto de tsunami mediático, lo cual ha construido una gran ola de rechazo al genocidio que allí se lleva a cabo contra el pueblo de Gaza. En ese sentido, la Vuelta a España se convirtió en caja de resonancia de quienes reclaman medidas planetarias que detengan al gobierno del primer ministro israelí y sus cómplices por acción u omisión.

Desde la antesala de la Vuelta a España se avizoraba el conflicto en cuestión, especialmente debido a la inclusión del equipo Israel Premier Tech, que se encuentra activo desde el año 2015 y que desde el año 2020 hace parte de la máxima categoría en este deporte, el denominado World Tour. Por pertenecer a esta última categoría, el equipo tiene un cupo asegurado en todas las carreras del calendario bajo esa etiqueta, entre ellas la Vuelta Ciclística a España.

Ahora bien, si las protestas arreciaban en varias partes del mundo, era muy predecible que en este evento deportivo seguirían creciendo, más teniendo en cuenta que el equipo corría con la bandera israelí en su indumentaria, y agregando a ello que la península ibérica es un epicentro activo de concientización en torno a los actos bárbaros ocurridos en suelo de Palestina.

Inicialmente, la dirección de la Vuelta, en cabeza de su director, Javier Guillén, escudado en el reglamento de la Unión Ciclística Internacional (UCI), restó importancia a los primeros brotes de inconformismo de la ciudadanía en torno a la participación del equipo en cuestión, lo cual fue alimentando la ola de indignación. Fue así como, desde el 23 de agosto, cuando la carrera dio inicio en Torino (Italia), ya se sentía el palpitar de una protesta que crecería cuando la Vuelta llegara a territorio español, y así fue.

Carteles de solidaridad con Gaza, banderas palestinas, abucheos al equipo en los cruces de los pueblos, rechiflas en las llegadas y muchos otros actos pacíficos fueron aumentando la indagación que creció ante el silencio de la organización en general. La estrategia de «hacerse el de la vista gorda» no hizo que el problema desapareciera; al contrario, avivó el desconcierto. El director del equipo Israel Premier Tech, el canadiense y abiertamente sionista Sylvan Adams, se negó a retirar el equipo, aun sabiendo que su presencia en tierras ibéricas generaba un alto grado de confrontación y se constituía en una ofensa a las oleadas de propalestinos. Su accionar se hizo equivalente a ondear una bandera con la cruz esvástica en Tel Aviv.

Por su parte, los organizadores de la Vuelta a España siguieron escudando su actuar con la disculpa de que no podían desvincular el equipo de la carrera, lo cual no es del todo cierto, pues ya existen antecedentes con la expulsión de un equipo ruso del World Tour debido a la guerra en Ucrania. ¿Por qué no se siguió la misma ruta en este caso? Uno sospecha que es por el alto poder económico que posee la comunidad sionista en Europa y en todo el mundo. En Colombia ya vimos cómo la derecha se arrodilla ante Netanyahu, ignorando las atrocidades cometidas en la franja de Gaza, mientras clama democracia y justicia por Venezuela. La doble moral está en todo, en este caso hasta en el deporte.

Muchos alegaron infructuosamente que el deporte debe estar aislado de la geopolítica, argumentando que lo que ocurre en ciclismo no debe ser afectado por lo que pasa en Palestina, lo cual puede ser síntoma de dos cosas: una alta ignorancia de lo que implica la política o un cinismo extremo adobado con hipocresía. En primer lugar, el deporte es político, tanto así que en los grandes eventos deportivos las banderas ondean, los himnos nacionales suenan y las confrontaciones entre países alimentan la pasión de los espectadores y los competidores. Nada más político que los trasnochados nacionalismos que, bajo las banderas del deporte, se edulcoran haciéndonos creer que quienes allí compiten son asexuados políticos. Deporte, poder y política están tan imbricados que desde la antigua Grecia los Juegos Olímpicos se erigieron bajo esa primicia.

Ahora, cuando nos encontramos en la última semana de la Vuelta a España, las protestas han tomado tal fuerza que la muchedumbre es incontrolable. Ya en Bilbao, durante el desarrollo de la jornada once, la etapa fue suspendida porque en la meta programada la gente traspasó las barreras de protección y con arengas y banderas reclamaba la salida del equipo israelí y llamaba a la solidaridad con Palestina. Y el día nueve de septiembre la etapa tuvo que ser recortada porque cientos de manifestantes cerraron la carretera camino a Castro de Herville, impidiendo la culminación de la jornada como estaba programada. Faltan más etapas por correrse; hay una crono individual en Valladolid durante la cual es imposible garantizar seguridad a cada uno de los 154 corredores que siguen en la Vuelta, mucho menos a los siete (7) integrantes del equipo centro de la gran controversia.

Ya es imposible seguir argumentando que deporte y política no se mezclan; esos son mensajes en los cuales la ciudadanía del siglo XXI no cree. En este siglo todo es político porque todo determina la existencia del ser humano en el planeta; así como dijo Eisenhower, “la política es la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”. El ciclismo no puede ser ajeno a la barbarie desatada en Gaza; algunos ciclistas ya lo han enunciado entre dientes, los grandes medios deportivos lo saben y lo callan por miedo a la polarización en un mundo que ya no puede seguir siendo neutral.

Javier Guillén insiste en que la Vuelta terminará en Madrid como está programado, poniendo en riesgo la caravana ciclística y asumiendo una hipócrita neutralidad. Los aficionados estamos divididos, pero la mayoría es consciente de que la política tiene un lugar en el deporte, porque como humanos, sin importar nuestra profesión, el dolor, la barbarie y los estragos de la guerra nos deben conmover. Permanecer neutral es el peor camino; los judíos lo saben por su historia, pero hoy parecen olvidarlo cuando pasaron de víctimas a victimarios.   El silencio no puede ser la forma de contrarrestar el horrible detonar de las bombas en Gaza. 

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