Por:
Carlos Arturo Gamboa B.
Docente
Universidad del Tolima
Esta reflexión la hago a partir
de un hecho noticioso. La noticia que se divulgó por redes el 21 de agosto de
2025 anunciaba lo siguiente: “El Salvador impone nuevo reglamento escolar.
Saludo obligatorio, uniforme impecable y corte de cabello adecuado”. La
nota parecía extraída de un viejo manual educativo digno del siglo XIX, con una
visión bastante retrógrada de lo que debe ser un modelo educativo para el siglo
XXI. Desconozco la reglamentación general aprobada que contiene estos
elementos, por lo cual no comentaré nada al respecto; lo que sí me causó gran
inquietud como educador que soy es ver la cantidad de comentarios favorables en
torno a los aspectos mencionados.
Muchos usuarios de la red
avalaban, casi con histeria, la acción de imponer el saludo obligatorio, el
uniforme y el corte de cabello adecuado, como fundamental para la educación de
una generación que, en palabras de ellos, se está perdiendo por falta de valores, lo que está destruyendo la sociedad. Y es ahí donde quiero resaltar algunos
aspectos.
Primero toca recordar que
“imponer” no es educar, al menos en el diccionario de una pedagogía que busca
la construcción de un mejor sujeto, para un mejor mundo. Imponer implica
desconocer el deseo del otro, su individualidad, su particularidad. El sujeto,
sujetado por unas reglas como imperativo educativo, desconoce el yo para
construir una sociedad uniforme en la cual todos piensen lo mismo y actúen
igual. Es la arcaica idea de la educación como fábrica, decantada en aquella
imagen que hizo famosa la agrupación Pink Floyd en su video “Another brick inthe wall”.
La escuela hace años experimentó
esa idea retrógrada que acá se celebra como gran novedad. No más recordemos la
advertencia que hacía Hannah Arendt en “La banalidad del mal” sobre cómo se
construyeron las personalidades de los administradores de los campos de
concentración nazis: Bien educados, bien peluqueados, bien hablados, bien
instrumentalizados en función del mal. En el modelo que muchos celebran, se
cree que un niño que saluda es mejor que uno que no lo hace, que llevar el pelo
distinto al corte impuesto es una falta y que el uniforme determina al sujeto.
Más allá de la discusión
pedagógica, que se puede solventar invitando a leer tantas páginas de discusión
en torno al verdadero valor de educar; lo que más alerta es ver cómo la
democracia sigue siendo asediada por discursos mesiánicos, totalitarios y dictatoriales.
La historia nos muestra cómo restringir la educación ha sido el sueño de todo
totalitarismo para imponer la “escuela del pensamiento único”, como lo devela
George Orwell en su aclamada novela “1984”, en un mundo en el cual el
Ministerio de la Verdad y la Policía del Pensamiento velan por ese ideal.
Pero lo que más me sorprendió en
el seguimiento que hice en redes de esta noticia es que muchos educadores
estaban de acuerdo con las tres sentencias: saludo respetuoso, uniforme limpio
y corte adecuado. Es como si esos docentes añoraran el viejo manual de
urbanidad que calificaba a los sujetos según el cumplimiento de sus líneas, sin
importar su personalidad. Decía los viejos: «Lo importante es la fachada, no
ser, sino aparentar». ¿Cuántos asesinos bien vestidos, bien hablados, bien
educados ha visto desfilar la historia?
Ahora bien, la noticia se logra
entender a profundidad cuando descubrimos que la ministra de Educación de El
Salvador es una militar, quien tiene la misión de “fortalecer la disciplina y
los valores cívicos”. ¿Para qué privilegiar el conocimiento en las escuelas
públicas? Con que los niños se sepan comportar y obedecer, el futuro del
régimen está garantizado. A los profesores obnubilados por estas medidas les
recomiendo leer algunos textos como “Pedagogía del oprimido” o “La educación como práctica de la libertad” de Paulo Freire, aunque, si no se quieren sentir
muy extraños leyendo libros de gente sospechosamente de izquierda, pueden leer
“Lecciones de los maestros” de George Steiner, o “Mal de escuela” de Daniel
Pennac. Y si gusta poco de la lectura, al menos vean una película como
“La lengua de las mariposas”, “La ola” o “El último vagón del tren”, para que
logren entender que educar es todo lo contrario a encasillar en un uniforme, en
un corte de cabello o en un saludo.
Por mi parte, lo que noto en
esta medida de Bukele es el advenimiento de una dictadura light
impuesta por un sujeto cuya melomanía y creencias religiosas ha proyectado la
imagen de un país creado a su semejanza. Bukele, más allá de tener contentos a
muchos habitantes de El Salvador, ahora se considera un mesías capaz de cambiar
la conducta de los niños para crear la sociedad del futuro. Ojalá los
adoradores de este sujeto, que por ahora abundan, se puedan ver la serie “El cuento de la criada” antes de que Bukele, mediante otro decreto, empiece a
prohibir este tipo de relatos por contradecir su visión de mundo.
No olvidemos que el deseo de un
dictador es que todos se parezcan a lo que él cree, empezando por su aspecto
físico, de ahí la idea de limpieza del uniforme y del corte de cabello
adecuado. El "otro" debe ser una prolongación de sus deseos, una
copia. Si no lo logra con modelos educativos llamativos ante el amplio público,
lo hará más tarde con la imposición de otras fuerzas más represivas. Y el día
lejos no está; ya logró un cambio en la Constitución para perpetuarse en el
poder; ahora quiere modelarlo todo a su antojo, contando con el beneplácito de
muchos sujetos en cuyo espíritu no hay cabida para la libertad humana. Ver que
muchos aplauden esta medida me hizo acordar del adagio que reza: “Cuando se
trata de educar niños, hasta los libertarios se vuelven godos”.
2 comentarios:
Este es el ejemplo vivo de la escuela Prusiana, cargada de moderamiento de la conducta humana, el despotismo ilustrado del siglo XVIII. el pueblo dócil, obediente y que esté preparado para la guerra.
El dictador no puede ver mas alla de lo que su mente retorcida le permite. Lo triste es ver que dia a dia se suman a él seres humanos cual borregos, sin capacidad para la reflexion critica.
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