agosto 27, 2025

Drogas ilícitas: guerras perdidas y excusas perfectas

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Por estos días vuelve a los medios el discurso sobre certificación en la lucha contra las drogas, y viene acompañado de la pretensión de Trump de intervenir a Venezuela bajo la acusación de promover el narcotráfico. Es decir, las drogas ilícitas siguen estando en el centro del debate geopolítico, como ocurre desde el año 1971, cuando Richard Nixon introdujo el tema en la agenda internacional.

A estas alturas del siglo XXI, todos sabemos que las drogas ilícitas son un gran negocio y los carteles son multinacionales muy rentables. Pero lo que muchos olvidan es que estas empresas ilegales son la representación más contundente del capitalismo. Generan un producto que posee alta demanda y se comportan como una estructura transnacional. Existen, dentro del negocio, los obreros rasos que reciben la menor parte de la plusvalía, mientras que los intermediarios y, sobre todo, los dueños del macrobusiness son quienes se enriquecen de verdad. Si el tráfico de drogas ilegales se parece tanto a las empresas legales, ¿por qué están prohibidas?

Hay múltiples razones que siempre se arguyen, como que este tipo de drogas son dañinas para la salud; pero la Coca-Cola también, y los alimentos procesados, y el azúcar y mil productos más que circulan libremente por el mundo. También se suele decir que los consumidores de drogas se ponen locos, igual que hacen los defensores de caudillos religiosos o líderes políticos, y cada día estos abundan más y nadie los prohíbe.

También se afirma que las drogas ilícitas hacen que las personas caigan en un estado de enajenación, como pasa con el exagerado consumo de las redes sociales o los adoradores ciegos de guías charlatanes, sin importar la ideología que vendan. Y para enajenados tenemos millones de espectadores que siguen los más banales realities frente a las pantallas que adormecen.

Muchos, desde el punto de vista jurídico, afirman que las drogas terminan generando un entramado que multiplica los problemas legales, aunque no superior a los impactos legales de la política, esa otra droga peligrosa y adictiva. Hay quienes afirman que las drogas ilícitas bajan la productividad laboral, desconociendo que en entornos laborales como Wall Street se presentan los más altos consumos de cocaína y nadie puede decir que WS no es productivo. Y si la excusa es que el consumo de drogas produce problemas mentales, no se han detenido a ver lo angustioso y enfermizo que resulta vivir en pleno siglo XXI.

Así pues, la actitud frente a las drogas ilícitas pasa por la mayor hipocresía construida en estos siglos. Sí, hacen daño, como el alcohol y el cigarrillo. Sí, producen muertes, como las grasas saturadas. ¿Prohibiremos entonces todos estos productos? ¿Meteremos a la cárcel a alguien por atragantarse de papas fritas, hamburguesas y Coca-Cola, las causantes en gran parte de los problemas de obesidad crónica? Hay algo en esta supuesta lucha que no cuadra. ¿Qué se esconde entonces detrás de tan cacareada y poco efectiva lucha contra las drogas ilícitas?

Es muy conocida aquella afirmación de John Ehrlichman, antiguo asesor de Nixon, quien dijo sin sonrojarse, por allá por el año de 1994, que “La guerra contra las drogas en sí misma fue diseñada para atacar a los negros y a los hippies”, es decir, fue una estrategia encubierta con fines distintos a los mostrados al gran público. Esa es la razón de ser de que, después de 54 años y de un total fracaso en el balance global, la llamada lucha contra las drogas siga siendo un eje central de la geopolítica de EE. UU. contra países, especialmente de Latinoamérica. Este eslogan cubierto de una falsa moralidad sirve como escudo de guerra para intervenir en otros países, sobre todo si esos países poseen bienes materiales necesarios para alimentar la gran máquina de fabricar dinero en el Norte y pobreza en el Sur.

Hoy en día, la variedad de drogas sintéticas inunda el mercado, muchas de ellas producidas en laboratorios que funcionan en suelo estadounidense; por eso las drogas clásicas como la marihuana y la cocaína son apenas el génesis de un negocio soportado por la cultura del consumo de productos malsanos que agobia el mundo. El tabaco, por ejemplo, reportó alrededor de 8 millones de muertos en el año 2024, mientras que cerca de 11 millones de personas murieron por consumo de comida chatarra en el mundo ese mismo año. De los cerca de 300 millones de consumidores de droga que existen actualmente en el mundo, cerca de unos 3 millones mueren por causas directas como sobredosis o enfermedades concomitantes, pero incluyendo el alcohol entre las drogas causantes.

En donde sí se presentan aumentos de muertes por causas de las drogas ilícitas es en el campo directo del tráfico; es decir, en las diferentes subdivisiones de la gran empresa. La lucha entre carteles, el asesinato de policías, la muerte de cultivadores, de transportadores, de distribuidores, entre muchos actores, marca una tendencia al aumento, que claramente se corresponde con el aumento del consumo. Es un hecho real: el consumo recreativo crece de manera regulada, mientras que el consumo prohibido se dispara de manera incontrolada. Al no existir una regulación, el mercado crece a sus anchas y el neoliberalismo es feliz con estas divisas que penetran infinidad de negocios, campañas políticas, jueces y organizaciones encargadas de su control.

En el fondo, si el Informe Mundial sobre las Drogas 2024 de las Naciones Unidas muestra un crecimiento de población consumidora y de producción de drogas ilícitas, se está ratificando lo que muchos sabemos: esta es una guerra perdida, pero que sirve como cortina para otros intereses. Solo basta ver el tablero geopolítico para entenderlo más claramente.   El futuro de las drogas en el mundo pasa por la regulación y la legalización, como ocurrió con el alcohol, el cigarrillo y, más recientemente, la marihuana en muchos lugares del planeta. Solo que mantener el eslogan de “lucha contra las drogas” sirve a otros intereses y cuenta con la falsa moralidad de quienes aún las conciben como un símbolo de maldad, no como parte de la cultura de consumo; más en un tiempo esquizoide en el cual muchos requieren estar narcotizados para soportar la realidad.

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