septiembre 15, 2025

Un poeta (en estado crudo), la reciente película colombiana de Simón Mesa Soto

 


Por: Nelson Romero Guzmán

Profesor Universidad del Tolima, IDEAD

 El título de la película es escueto: Un poeta, como si desde ya nos anunciara su retrato. Y precisamente, uno de los logros del cortometraje es la verosimilitud del protagonista Óscar Restrepo con el estereotipo del poeta fracasado en vida y obra. Por su parte, el acierto del actor Ubeimar Ríos, pareciera coincidir de manera física y existencial con la realidad y la fábula del personaje que encarna. Además, el realismo de las escenas se muestra en la ambientación del marco de la Medellín marginal de sus zonas urbanas con sus nichos de bajo mundo. De esta manera, el director colombiano Simón Mesa Soto crea un personaje poeta que no encaja en la familia, en la sociedad ni en la poesía misma. Con la aparente sencillez de un poeta crudo, que se mueve en escenarios callejeros lánguidos y una narración sarcástica punzada por el humor burlesco, Simón Mesa logra llevarse el premio de la Sección Un Certain Regard del Festival de Cine de Cannes.

 Una de las grandes apuestas del director de la película, fue haber optado por la construcción precisa del prototipo del poeta visto como el artista fracasado, al que Óscar Restrepo encarna de manera perfecta: un ser crudo, feo, grotesco, bufón, contrahecho, pero fascinante,  venido como anillo al dedo para mostrar la imagen social desgarradora del poeta que nos heredó el siglo XIX, configurado por Rimbaud como "el gran maldito, el que se siembra verrugas en el rostro" o como “el Gran Criminal”, que se vale del método visionario de la autodestrucción, pero que, en el caso de Óscar, contrario al genio de Rimbaud, a sus 54 años vive vaciado de la Musa, proscrito de la poesía y mantenido por su anciana madre, su único refugio de comprensión y ternura. De ahí que su papel sea el de exponerse permanentemente al rechazo social, a la burla, a la expulsión del cenáculo literario, a la explotación de los avivatos de los festivales de poesía, al veto de la familia, hundido en el alcoholismo y hasta soportando la violencia física y el señalamiento de mal poeta. Se trata de una película donde todos los actores sufren al poeta y nadie se ríe; solo reímos los espectadores una risa cómplice, cortada de repente por escenas truculentas que provocan la conmiseración y la repulsión por el personaje.

 Lo que por otra parte enriquece al protagonista de Un poeta (porque la mayor fuerza de la película es su personaje protagónico), es la atmósfera melodramática del humor negro, la estética del grotesco y la extravagancia, acentuados estos rasgos por el manejo del primer y primerísimo plano de las fotografías que hacen ver el alma turbada del poeta a través de la exageración de sus más mínimas expresiones: la mirada profunda y desencantada detrás los lentes de sus gafas, sus gestos de frustración, su barba descuidada, sus ademanes de aflicción, su dentadura irregular, su figura maltrecha, su indumentaria descuidada, su caminar caricaturesco y la intemperie de cuerpo y espíritu, en fin, su profunda soledad y rechazo, como apuesta visual de los valores más decadentes de un poeta, tal como aparece en la representación de la sociedad misma que lo juzga y rechaza. Los bares, el alcohol, la noche y los andenes son sus hábitats naturales.

 El hecho principal que desencadena los componentes de la trama, ocurre cuando Óscar llega a ser contratado en la Escuela de Poesía donde es profesor de un taller, en la temporada en que se organiza un Festival de Poesía. Es justamente en dicha escuela donde conoce a la adolescente Yurlady, estudiante de bachillerato que también asiste a las secciones de los talleres. Aquí vale la pena preguntarse: ¿es un rodaje sobre el poeta sin poesía en una “sociedad de poetas”? La cinta intriga fuertemente a este despropósito. Yurlady, la antagonista de Óscar, es una muchacha talentosa para escribir poesía, pero a su vez manifiesta abiertamente que sus rumbos en la vida son otros. Sin embargo, Yurlady se convierte para Óscar en una obsesión, ya que él transfiere en ella la conquista de sus ideales, al pretender transparentarse y verse en el talento de su estudiante como un poeta verdadero, donde por fin cree encontrar alivio a sus frustraciones literarias. Óscar, entonces, viene a ser el perfecto poeta sin poesía; Yurlady, por su parte, es la otra cara: la poesía sin poeta. Al final ella renuncia a ser la media naranja poética de Óscar. Aquí el director Simón Mesa construye un juego cautivador y una crítica oculta demoledora, poco perceptible, sobre el destino del poeta. El sacrificio de Óscar por Yurlady lo lleva a ponerla por encima del bienestar material y afectivo de su propia hija Alisson, quien vive con su madre en estrechez económica, pero Óscar prefiere convertirse en protector de Yurdaly al descubrir su talento poético y concentra sus esfuerzos materiales para que la muchacha pueda tener momentos holgados que le permitan dedicarse a la poesía, lo que al final resulta siendo otro de sus sueños frustrados. Así que la gesta de este antihéroe del cine es vivir la poesía como una hazaña superior a su propia vida, sacrificando los valores de su familia, aunque en lo más profundo llega a descubrir que no representa los ideales de la poesía, porque sus versos son bastante pobres, como se muestran en la película. Así, Óscar resulta siendo el sacrificado por la poesía, el gran fracasado que encuentra en Yurlady el talento que él mismo no tiene y lo hace por momentos suyo como rey en cuerpo ajeno. Pero los sueños de la adolescente están en otra orilla, ya que para ella son más importantes los proyectos materialmente vitales que los artísticos. La poesía, entonces, para citar al poeta Hölderlin, reencarna en Yurlady el más inocente de todos los bienes y, por el contrario, en Óscar, el más peligroso. Moraleja: No vale la pena sacrificarse, entregar su vida por la poesía. Si bien la poesía anda errante por el mundo, la morada de su ser está definitivamente en el lenguaje, como lo escribió Heidegger, y es allí donde hay que ir tras su encuentro; su sacrificio impone la sencillez y el silencio, solo así el poeta podrá convertirse en la casa de su ser. Por eso Óscar es más el bufón del arte que el poeta auténtico; encarna el escándalo del poeta y no el silencio de la poesía, en fin, resulta engañado por la poesía y pasa a ser un espejismo del poeta, su cascarón vacío. 

 Pues bien, esta parte de la trama de la película Un poeta nos lleva a pensar que el protagonista Óscar, es un poeta con carencia de poesía, aunque la sienta en lo profundo de su alma y la viva de una manera tragicómica. Pero si aceptamos que funge de poeta, con todo, es un poeta sincero, porque al menos reconoce no tiene talento. El anverso de Óscar en esta “sociedad de poetas” es el poeta burócrata, que al igual carece de poesía, aunque viva aplaudido y coronado de banquetes; el artista burócrata, que el ojo del espectador no ve, pero lo atisba o se le revela muy en su interior, es quien vive de las mieles del poder, sabe ocultar su fracaso y se escuda en la higiene, en los buenos modales, pasa por decente, aplica las reglas de glamour en sus relaciones sociales, es respetado y hasta admirado por los incautos. Este poeta burócrata es el rescate de Óscar al menos en su apariencia física. Generalmente es excelente para fundar Festivales y Escuelas. Encaja perfectamente en la sociedad, se le cree y además vive de la producción comercial de la poesía. Este poeta burócrata (oculto detrás de Óscar), es el que Simón Mesa Soto deja entrever y denuncia en su película a través de sus personajes secundarios que lo sugieren. Fíjese que, en la película, el protagonista los expone, pues ellos ven en el mismo Óscar la mancha de la Escuela de Poesía como institución. Esto ocurre cuando en la Fiesta del Festival de poesía, Yurdaly termina borracha por su propia cuenta, pero culpan al poeta de la embriaguez de la joven, además de ser golpeado por los mismos dueños del festival, quienes ofrecen dinero a los padres de la adolescente para no ser denunciados ante la ley. Óscar defiende su inocencia y se opone a la entrega del dinero, sometiéndose a la verdad, pues es claro que defiende la poesía, poniendo así la inocencia del poeta por encima de los peligros del poeta burócrata quien, a través de la promoción de la poesía, busca su propia riqueza económica.

 El director de Un poeta nos arrastra a reconstruir la imagen del artista en el contexto social de la gran ironía del capitalismo, esto es, el poeta instrumentalizado, mercantilizado, pese a que el verdadero artista no es un mercader. De ahí que en la película se deslicen de manera sutil, planos de personajes icónicos de la literatura colombiana convertidos en estampas de billetes: el poeta José Asunción Silva y el novelista Gabriel García Márquez, de los que Óscar es devoto, principalmente de Silva, de quien aspira ser su réplica y por eso en una escena aparece dibujándose el corazón en su pecho. Pero vuelvo a la gran ironía que es la del poeta captado por el capitalismo: Silva, suicidado por la insolvencia económica mientras agonizaba el siglo XIX, ahora puesto a circular en el mundo del mercado como un valor de cambio: el billete de $5.000; por su parte, Gabo, arruinado económicamente mientras escribía Cien años de soledad, es rescatado con su sonrisa de costeño satisfecho en el billete de $50.000, siendo estas las formas socarronas del homenaje, a través de las cuales el capitalismo explota la figura del artista, creando a su vez una plusvalía simbólica del capital. Así es como el capitalismo voraz copta el espíritu del artista sufrido y, al poner su estampa en el billete, le devuelve al arte su falsa recompensa. 

 Al haberse logrado en la película la puesta en sociedad del estereotipo del artista fracasado, con los tintes de humor y tragedia a través de un personaje que lo encarna con fuerza, como tomado directamente de la realidad, sin maquillajes, ¿es permitido preguntarse, ya en las afueras del cinema, si en la película de Simón Mesa Soto ganó el cine, pero perdió la poesía? Pues sí y no. Es indudable que la poesía del cine está presente en la película de diferentes maneras: la semiótica de planos en movimiento, piezas musicales intercaladas a la narración, el recaudo fotográfico de los primeros planos del protagonista convertidos en poesía visual que emana emociones, entre otros recursos. Más bien la ausencia de la poesía está muy a propósito en el poeta protagonista, que es otra cosa. Entonces la poesía no es el fracaso, es su liberación, y esto lo logra el cineasta Simón Mesa a través de sus personajes Óscar, el poeta, y de Yurdali, su aprendiz, que son a su vez contradicciones y complementos de la trama.

septiembre 09, 2025

La política tiene un lugar en el deporte

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

Por estos días se corre la Vuelta a España, uno de los eventos ciclísticos más importantes del año y, como aficionado que soy del deporte de las bielas, he estado al tanto de los equipos, los corredores, las etapas y el acontecer diario de las mismas. Solo que esta vez el ciclismo ha pasado a un segundo plano porque las protestas de miles de ciudadanos han desbordado el entorno mediático del ciclismo para darle un lugar a la política.

Esto se preveía, ya que las acciones barbáricas de Benjamín Netanyahu y su ejército depredador han venido generando un efecto de tsunami mediático, lo cual ha construido una gran ola de rechazo al genocidio que allí se lleva a cabo contra el pueblo de Gaza. En ese sentido, la Vuelta a España se convirtió en caja de resonancia de quienes reclaman medidas planetarias que detengan al gobierno del primer ministro israelí y sus cómplices por acción u omisión.

Desde la antesala de la Vuelta a España se avizoraba el conflicto en cuestión, especialmente debido a la inclusión del equipo Israel Premier Tech, que se encuentra activo desde el año 2015 y que desde el año 2020 hace parte de la máxima categoría en este deporte, el denominado World Tour. Por pertenecer a esta última categoría, el equipo tiene un cupo asegurado en todas las carreras del calendario bajo esa etiqueta, entre ellas la Vuelta Ciclística a España.

Ahora bien, si las protestas arreciaban en varias partes del mundo, era muy predecible que en este evento deportivo seguirían creciendo, más teniendo en cuenta que el equipo corría con la bandera israelí en su indumentaria, y agregando a ello que la península ibérica es un epicentro activo de concientización en torno a los actos bárbaros ocurridos en suelo de Palestina.

Inicialmente, la dirección de la Vuelta, en cabeza de su director, Javier Guillén, escudado en el reglamento de la Unión Ciclística Internacional (UCI), restó importancia a los primeros brotes de inconformismo de la ciudadanía en torno a la participación del equipo en cuestión, lo cual fue alimentando la ola de indignación. Fue así como, desde el 23 de agosto, cuando la carrera dio inicio en Torino (Italia), ya se sentía el palpitar de una protesta que crecería cuando la Vuelta llegara a territorio español, y así fue.

Carteles de solidaridad con Gaza, banderas palestinas, abucheos al equipo en los cruces de los pueblos, rechiflas en las llegadas y muchos otros actos pacíficos fueron aumentando la indignación que creció ante el silencio de la organización en general. La estrategia de «hacerse el de la vista gorda» no hizo que el problema desapareciera; al contrario, avivó el desconcierto. El director del equipo Israel Premier Tech, el canadiense y abiertamente sionista Sylvan Adams, se negó a retirar el equipo, aun sabiendo que su presencia en tierras ibéricas generaba un alto grado de confrontación y se constituía en una ofensa a las oleadas de propalestinos. Su accionar se hizo equivalente a ondear una bandera con la cruz esvástica en Tel Aviv.

Por su parte, los organizadores de la Vuelta a España siguieron escudando su actuar con la disculpa de que no podían desvincular el equipo de la carrera, lo cual no es del todo cierto, pues ya existen antecedentes con la expulsión de un equipo ruso del World Tour debido a la guerra en Ucrania. ¿Por qué no se siguió la misma ruta en este caso? Uno sospecha que es por el alto poder económico que posee la comunidad sionista en Europa y en todo el mundo. En Colombia ya vimos cómo la derecha se arrodilla ante Netanyahu, ignorando las atrocidades cometidas en la franja de Gaza, mientras clama democracia y justicia por Venezuela. La doble moral está en todo, en este caso hasta en el deporte.

Muchos alegaron infructuosamente que el deporte debe estar aislado de la geopolítica, argumentando que lo que ocurre en ciclismo no debe ser afectado por lo que pasa en Palestina, lo cual puede ser síntoma de dos cosas: una alta ignorancia de lo que implica la política o un cinismo extremo adobado con hipocresía. En primer lugar, el deporte es político, tanto así que en los grandes eventos deportivos las banderas ondean, los himnos nacionales suenan y las confrontaciones entre países alimentan la pasión de los espectadores y los competidores. Nada más político que los trasnochados nacionalismos que, bajo las banderas del deporte, se edulcoran haciéndonos creer que quienes allí compiten son asexuados políticos. Deporte, poder y política están tan imbricados que desde la antigua Grecia los Juegos Olímpicos se erigieron bajo esa primicia.

Ahora, cuando nos encontramos en la última semana de la Vuelta a España, las protestas han tomado tal fuerza que la muchedumbre es incontrolable. Ya en Bilbao, durante el desarrollo de la jornada once, la etapa fue suspendida porque en la meta programada la gente traspasó las barreras de protección y con arengas y banderas reclamaba la salida del equipo israelí y llamaba a la solidaridad con Palestina. Y el día nueve de septiembre la etapa tuvo que ser recortada porque cientos de manifestantes cerraron la carretera camino a Castro de Herville, impidiendo la culminación de la jornada como estaba programada. Faltan más etapas por correrse; hay una crono individual en Valladolid durante la cual es imposible garantizar seguridad a cada uno de los 154 corredores que siguen en la Vuelta, mucho menos a los siete (7) integrantes del equipo centro de la gran controversia.

Ya es imposible seguir argumentando que deporte y política no se mezclan; esos son mensajes en los cuales la ciudadanía del siglo XXI no cree. En este siglo todo es político porque todo determina la existencia del ser humano en el planeta; así como dijo Eisenhower, “la política es la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”. El ciclismo no puede ser ajeno a la barbarie desatada en Gaza; algunos ciclistas ya lo han enunciado entre dientes, los grandes medios deportivos lo saben y lo callan por miedo a la polarización en un mundo que ya no puede seguir siendo neutral.

Javier Guillén insiste en que la Vuelta terminará en Madrid como está programado, poniendo en riesgo la caravana ciclística y asumiendo una hipócrita neutralidad. Los aficionados estamos divididos, pero la mayoría es consciente de que la política tiene un lugar en el deporte, porque como humanos, sin importar nuestra profesión, el dolor, la barbarie y los estragos de la guerra nos deben conmover. Permanecer neutral es el peor camino; los judíos lo saben por su historia, pero hoy parecen olvidarlo cuando pasaron de víctimas a victimarios.   El silencio no puede ser la forma de contrarrestar el horrible detonar de las bombas en Gaza. 

agosto 30, 2025

Cuando se trata de educar niños, hasta los libertarios se vuelven godos

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Esta reflexión la hago a partir de un hecho noticioso. La noticia que se divulgó por redes el 21 de agosto de 2025 anunciaba lo siguiente: “El Salvador impone nuevo reglamento escolar. Saludo obligatorio, uniforme impecable y corte de cabello adecuado”. La nota parecía extraída de un viejo manual educativo digno del siglo XIX, con una visión bastante retrógrada de lo que debe ser un modelo educativo para el siglo XXI. Desconozco la reglamentación general aprobada que contiene estos elementos, por lo cual no comentaré nada al respecto; lo que sí me causó gran inquietud como educador que soy es ver la cantidad de comentarios favorables en torno a los aspectos mencionados.

Muchos usuarios de la red avalaban, casi con histeria, la acción de imponer el saludo obligatorio, el uniforme y el corte de cabello adecuado, como fundamental para la educación de una generación que, en palabras de ellos, se está perdiendo por falta de valores, lo que está destruyendo la sociedad. Y es ahí donde quiero resaltar algunos aspectos.

Primero toca recordar que “imponer” no es educar, al menos en el diccionario de una pedagogía que busca la construcción de un mejor sujeto, para un mejor mundo. Imponer implica desconocer el deseo del otro, su individualidad, su particularidad. El sujeto, sujetado por unas reglas como imperativo educativo, desconoce el yo para construir una sociedad uniforme en la cual todos piensen lo mismo y actúen igual. Es la arcaica idea de la educación como fábrica, decantada en aquella imagen que hizo famosa la agrupación Pink Floyd en su video “Another brick inthe wall”.

La escuela hace años experimentó esa idea retrógrada que acá se celebra como gran novedad. No más recordemos la advertencia que hacía Hannah Arendt en “La banalidad del mal” sobre cómo se construyeron las personalidades de los administradores de los campos de concentración nazis: Bien educados, bien peluqueados, bien hablados, bien instrumentalizados en función del mal. En el modelo que muchos celebran, se cree que un niño que saluda es mejor que uno que no lo hace, que llevar el pelo distinto al corte impuesto es una falta y que el uniforme determina al sujeto.

Más allá de la discusión pedagógica, que se puede solventar invitando a leer tantas páginas de discusión en torno al verdadero valor de educar; lo que más alerta es ver cómo la democracia sigue siendo asediada por discursos mesiánicos, totalitarios y dictatoriales. La historia nos muestra cómo restringir la educación ha sido el sueño de todo totalitarismo para imponer la “escuela del pensamiento único”, como lo devela George Orwell en su aclamada novela “1984”, en un mundo en el cual el Ministerio de la Verdad y la Policía del Pensamiento velan por ese ideal.

Pero lo que más me sorprendió en el seguimiento que hice en redes de esta noticia es que muchos educadores estaban de acuerdo con las tres sentencias: saludo respetuoso, uniforme limpio y corte adecuado. Es como si esos docentes añoraran el viejo manual de urbanidad que calificaba a los sujetos según el cumplimiento de sus líneas, sin importar su personalidad. Decía los viejos: «Lo importante es la fachada, no ser, sino aparentar». ¿Cuántos asesinos bien vestidos, bien hablados, bien educados ha visto desfilar la historia?

Ahora bien, la noticia se logra entender a profundidad cuando descubrimos que la ministra de Educación de El Salvador es una militar, quien tiene la misión de “fortalecer la disciplina y los valores cívicos”. ¿Para qué privilegiar el conocimiento en las escuelas públicas? Con que los niños se sepan comportar y obedecer, el futuro del régimen está garantizado. A los profesores obnubilados por estas medidas les recomiendo leer algunos textos como “Pedagogía del oprimido” o “La educación como práctica de la libertad” de Paulo Freire, aunque, si no se quieren sentir muy extraños leyendo libros de gente sospechosamente de izquierda, pueden leer “Lecciones de los maestros” de George Steiner, o “Mal de escuela” de Daniel Pennac.  Y si gusta poco de la lectura, al menos vean una película como “La lengua de las mariposas”, “La ola” o “El último vagón del tren”, para que logren entender que educar es todo lo contrario a encasillar en un uniforme, en un corte de cabello o en un saludo.

Por mi parte, lo que noto en esta medida de Bukele es el advenimiento de una dictadura light impuesta por un sujeto cuya melomanía y creencias religiosas ha proyectado la imagen de un país creado a su semejanza. Bukele, más allá de tener contentos a muchos habitantes de El Salvador, ahora se considera un mesías capaz de cambiar la conducta de los niños para crear la sociedad del futuro. Ojalá los adoradores de este sujeto, que por ahora abundan, se puedan ver la serie “El cuento de la criada” antes de que Bukele, mediante otro decreto, empiece a prohibir este tipo de relatos por contradecir su visión de mundo.

No olvidemos que el deseo de un dictador es que todos se parezcan a lo que él cree, empezando por su aspecto físico, de ahí la idea de limpieza del uniforme y del corte de cabello adecuado. El "otro" debe ser una prolongación de sus deseos, una copia. Si no lo logra con modelos educativos llamativos ante el amplio público, lo hará más tarde con la imposición de otras fuerzas más represivas. Y el día lejos no está; ya logró un cambio en la Constitución para perpetuarse en el poder; ahora quiere modelarlo todo a su antojo, contando con el beneplácito de muchos sujetos en cuyo espíritu no hay cabida para la libertad humana. Ver que muchos aplauden esta medida me hizo acordar del adagio que reza: “Cuando se trata de educar niños, hasta los libertarios se vuelven godos”.

agosto 27, 2025

Drogas ilícitas: guerras perdidas y excusas perfectas

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

Por estos días vuelve a los medios el discurso sobre certificación en la lucha contra las drogas, y viene acompañado de la pretensión de Trump de intervenir a Venezuela bajo la acusación de promover el narcotráfico. Es decir, las drogas ilícitas siguen estando en el centro del debate geopolítico, como ocurre desde el año 1971, cuando Richard Nixon introdujo el tema en la agenda internacional.

A estas alturas del siglo XXI, todos sabemos que las drogas ilícitas son un gran negocio y los carteles son multinacionales muy rentables. Pero lo que muchos olvidan es que estas empresas ilegales son la representación más contundente del capitalismo. Generan un producto que posee alta demanda y se comportan como una estructura transnacional. Existen, dentro del negocio, los obreros rasos que reciben la menor parte de la plusvalía, mientras que los intermediarios y, sobre todo, los dueños del macrobusiness son quienes se enriquecen de verdad. Si el tráfico de drogas ilegales se parece tanto a las empresas legales, ¿por qué están prohibidas?

Hay múltiples razones que siempre se arguyen, como que este tipo de drogas son dañinas para la salud; pero la Coca-Cola también, y los alimentos procesados, y el azúcar y mil productos más que circulan libremente por el mundo. También se suele decir que los consumidores de drogas se ponen locos, igual que hacen los defensores de caudillos religiosos o líderes políticos, y cada día estos abundan más y nadie los prohíbe.

También se afirma que las drogas ilícitas hacen que las personas caigan en un estado de enajenación, como pasa con el exagerado consumo de las redes sociales o los adoradores ciegos de guías charlatanes, sin importar la ideología que vendan. Y para enajenados tenemos millones de espectadores que siguen los más banales realities frente a las pantallas que adormecen.

Muchos, desde el punto de vista jurídico, afirman que las drogas terminan generando un entramado que multiplica los problemas legales, aunque no superior a los impactos legales de la política, esa otra droga peligrosa y adictiva. Hay quienes afirman que las drogas ilícitas bajan la productividad laboral, desconociendo que en entornos laborales como Wall Street se presentan los más altos consumos de cocaína y nadie puede decir que WS no es productivo. Y si la excusa es que el consumo de drogas produce problemas mentales, no se han detenido a ver lo angustioso y enfermizo que resulta vivir en pleno siglo XXI.

Así pues, la actitud frente a las drogas ilícitas pasa por la mayor hipocresía construida en estos siglos. Sí, hacen daño, como el alcohol y el cigarrillo. Sí, producen muertes, como las grasas saturadas. ¿Prohibiremos entonces todos estos productos? ¿Meteremos a la cárcel a alguien por atragantarse de papas fritas, hamburguesas y Coca-Cola, las causantes en gran parte de los problemas de obesidad crónica? Hay algo en esta supuesta lucha que no cuadra. ¿Qué se esconde entonces detrás de tan cacareada y poco efectiva lucha contra las drogas ilícitas?

Es muy conocida aquella afirmación de John Ehrlichman, antiguo asesor de Nixon, quien dijo sin sonrojarse, por allá por el año de 1994, que “La guerra contra las drogas en sí misma fue diseñada para atacar a los negros y a los hippies”, es decir, fue una estrategia encubierta con fines distintos a los mostrados al gran público. Esa es la razón de ser de que, después de 54 años y de un total fracaso en el balance global, la llamada lucha contra las drogas siga siendo un eje central de la geopolítica de EE. UU. contra países, especialmente de Latinoamérica. Este eslogan cubierto de una falsa moralidad sirve como escudo de guerra para intervenir en otros países, sobre todo si esos países poseen bienes materiales necesarios para alimentar la gran máquina de fabricar dinero en el Norte y pobreza en el Sur.

Hoy en día, la variedad de drogas sintéticas inunda el mercado, muchas de ellas producidas en laboratorios que funcionan en suelo estadounidense; por eso las drogas clásicas como la marihuana y la cocaína son apenas el génesis de un negocio soportado por la cultura del consumo de productos malsanos que agobia el mundo. El tabaco, por ejemplo, reportó alrededor de 8 millones de muertos en el año 2024, mientras que cerca de 11 millones de personas murieron por consumo de comida chatarra en el mundo ese mismo año. De los cerca de 300 millones de consumidores de droga que existen actualmente en el mundo, cerca de unos 3 millones mueren por causas directas como sobredosis o enfermedades concomitantes, pero incluyendo el alcohol entre las drogas causantes.

En donde sí se presentan aumentos de muertes por causas de las drogas ilícitas es en el campo directo del tráfico; es decir, en las diferentes subdivisiones de la gran empresa. La lucha entre carteles, el asesinato de policías, la muerte de cultivadores, de transportadores, de distribuidores, entre muchos actores, marca una tendencia al aumento, que claramente se corresponde con el aumento del consumo. Es un hecho real: el consumo recreativo crece de manera regulada, mientras que el consumo prohibido se dispara de manera incontrolada. Al no existir una regulación, el mercado crece a sus anchas y el neoliberalismo es feliz con estas divisas que penetran infinidad de negocios, campañas políticas, jueces y organizaciones encargadas de su control.

En el fondo, si el Informe Mundial sobre las Drogas 2024 de las Naciones Unidas muestra un crecimiento de población consumidora y de producción de drogas ilícitas, se está ratificando lo que muchos sabemos: esta es una guerra perdida, pero que sirve como cortina para otros intereses. Solo basta ver el tablero geopolítico para entenderlo más claramente.   El futuro de las drogas en el mundo pasa por la regulación y la legalización, como ocurrió con el alcohol, el cigarrillo y, más recientemente, la marihuana en muchos lugares del planeta. Solo que mantener el eslogan de “lucha contra las drogas” sirve a otros intereses y cuenta con la falsa moralidad de quienes aún las conciben como un símbolo de maldad, no como parte de la cultura de consumo; más en un tiempo esquizoide en el cual muchos requieren estar narcotizados para soportar la realidad.

agosto 15, 2025

Cobertura de programas universitarios en los territorios, la apuesta de futuro para el Tolima

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

Recién se ha dado a conocer la noticia de un significativo avance en la ampliación de cobertura para el año 2025 de programas académicos de la Universidad del Tolima, en lo que corresponde a la oferta del Instituto de Educación a Distancia (IDEAD). La noticia no es menor teniendo en cuenta el impacto contundente de estos programas para mejorar los indicadores de acceso a la educación superior del departamento del Tolima, porque, como es conocido, los porcentajes se encuentran por debajo de la media nacional. Esto indica que los tolimenses que desean acceder a un programa de formación en educación superior tienen menos opciones que en otros departamentos, solo un poco por encima de La Guajira y El Chocó.

Durante años, la Universidad del Tolima ha procurado políticas buscando estrechar estas brechas, pero es esencialmente a través del Instituto de Educación a Distancia que se está haciendo realidad. Lo anterior se debe a que, a pesar de que actualmente el sistema público goza de gratuidad en la matrícula, muchos aspirantes aún no pueden acceder a la oferta debido a que deben desplazarse a la sede de la Universidad del Tolima en Ibagué, lo cual es costoso por temas como pagos de arriendo y manutención, la cual no puede ser cubierta por la mayoría de las familias, sobre todo por la población rural. Igualmente, la competencia de pruebas de Estado para el ingreso impide que la diáspora educativa acceda a estos programas y ocurre, como en Medicina, que los cupos se quedan en su mayoría en manos de población estudiantil procedente de otros departamentos.

Si bien el IDEAD, bajo la premisa de que no se debe esperar que el estudiante vaya a la universidad, sino que debe ser la universidad la que vaya a donde está el estudiante, ha logrado llevar programas a varios municipios del Tolima, el impacto aún no es suficiente. Esto se debe en parte al modelo de cobertura que se ha estado implementando, las exigencias del MEN para abrir programas y la falta de apoyo institucional de los territorios. Si entendemos que la educación es un derecho y, por lo tanto, un compromiso de todos, se deben aunar esfuerzos con tal propósito. A continuación vemos la nueva oferta del IDEAD:

Tabla: ampliación de cobertura IDEAD, 2025. 

Es así como, en la nueva oferta que presenta el IDEAD-UT, se encuentra la génesis de ese nuevo modelo que ayudará a reducir las brechas, yendo a los territorios en donde más se requiere la presencia de la universidad y ofreciendo programas pertinentes que impacten el desarrollo de las regiones. El caso más contundente se da en Icononzo, municipio en el que se tendrán dos programas de alto impacto: Ingeniería de Sistemas e Ingeniería en Agroecología, ambos apalancados por el programa nacional Educación Superior en Tu Colegio, con la convergencia de la alcaldía municipal, el departamento del Tolima y, por supuesto, el esfuerzo del IDEAD y la Universidad del Tolima. En ese modelo, el IDEAD garantiza la presencia de los programas con toda la logística académica y administrativa que esto demanda; el Ministerio de Educación genera una partida, distinta a las transferencias de ley, es decir, nuevos recursos que apalancan estos nuevos cupos; y el municipio, en este caso, paga la inscripción de cincuenta aspirantes de Icononzo. Con los cupos ofertados (ver tabla), la Universidad del Tolima recibe cerca de 1900 millones de pesos, que ingresan a hacer base en el presupuesto general.

En este modelo de convergencia educativa encontramos la clave para superar los índices de exclusión de formación superior de nuestro departamento, porque dejarle la tarea solamente a la universidad o al IDEAD es no comprender las variables del momento y las necesidades educativas en contexto. Si la universidad diseña y oferta programas pertinentes para el desarrollo de las regiones, bienvenidos sean los esfuerzos del gobierno nacional, departamental y municipal en esa misión. Esperamos que las alcaldías de Planadas, Purificación y Chaparral emulen el buen ejemplo de Icononzo y no dejen solo al IDEAD y sus estudiantes en estos proyectos. Las necesidades son múltiples, como interconexión, apoyo psicosocial y bienestar.

Bajo estas premisas, muchos municipios cuyos indicadores de población que ingresa a estudios superiores son muy bajos pueden articular y activar este modelo, no solo para tener un Centro de Atención Tutorial (CAT) en su municipio, sino también para preparar a sus estudiantes para acceder a los cupos en el CAT más cercano, para subsidiar transporte y alimentación, para ofrecer una línea de apoyo institucional que garantice programas con manifiesto impacto en el desarrollo social, cultural y económico para sus territorios. Además, acercando la universidad a los contextos de los estudiantes, se minimiza la fuga de talentos y de profesionales formados. Igual, la normatividad de la universidad debe pensar maneras de priorizar los cupos para personas de esos territorios; lo que implica modificar el sistema de acceso.

Por ello, siendo el Sur y el Oriente del Tolima, y en particular Icononzo, el punto de avanzada de este modelo, justo en unas zonas cuyo historial de exclusiones condujo a la proliferación de violencias y que gracias al acuerdo de paz se generaron nuevas oportunidades, el impacto de esta propuesta es más que pertinente. Solo resta felicitar al IDEAD, en cabeza de su directora Marien Gil y su equipo de trabajo, al alcalde de Icononzo, Hugo Nelson Jiménez, al programa del gobierno nacional y a la Universidad del Tolima en su conjunto, por entender el panorama actual y apostar por una cobertura distinta, con enfoque territorial y equitativa.

No lejos estará el día en que los profesores de planta de la Universidad del Tolima, replicando el ejemplo del accionar de catedráticos durante más de 40 años, desborden el encierro de la sede de Santa Helena y vayan a los territorios a contribuir a estos procesos de formación tan urgentes, como otrora lo hiciera con el programa Extramuros. Para ello es necesario actualizar las normatividades internas, casi siempre estancadas frente a los cambios de la realidad. Quizás también con apuestas innovadoras se puedan replantear algunos programas de la modalidad presencial y, avanzando con la modalidad híbrida, llevarlos a dichos territorios. Esta es una manera efectiva de darle respuesta a las necesidades del momento, del entorno y de los nuevos modelos que deben delinear la universidad del futuro, pero del futuro inmediato.


julio 31, 2025

UT-ÓXICA

 


Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

Hace un buen tiempo he venido reflexionando sobre la calidad de vida emocional de quienes hacemos parte de la Universidad del Tolima, esto debido a varias situaciones que, a mi parecer, han convertido los espacios universitarios en un escenario tóxico para la estabilidad emocional. Es cierto que no es un fenómeno nuevo, pues las universidades públicas siempre han sido territorios de disputas que, más allá de ser meramente académicas o políticas, se tornan personales y, por lo tanto, mediadas por las emociones.

No obstante, después del periodo de hacinamiento debido a la pandemia, la salud mental ha venido en picada, causando silenciosos pero agudos problemas entre los actores de la vida universitaria. Casos de estrés agudo, ansiedad, depresión y hasta suicidios hacen parte de este lamentable inventario. ¿Las causas? Muchas, y corresponde a los expertos darnos luces sobre el tema, pero se hace necesario dejar en evidencia algunas ideas en torno a este fenómeno, que de alguna manera hemos normalizado y, por lo tanto, se torna más peligroso.

La noticia más reciente al respecto sobre este tema llegó a mi correo, cuyo remitente es el profesor Robinson Ruiz Lozano, quien en una sentida carta de renuncia a la representación profesoral ante el Consejo Superior nos informa que:

(…) he decidido dar por terminada mi representación profesoral. Esta decisión responde a una necesidad personal: priorizar mi estabilidad emocional y procurar una vida tranquila, alejada de ambientes marcados por el conflicto, el odio y el rencor que, lamentablemente, se han hecho presentes en algunos espacios académicos.

Si bien en la vida universitaria, y en un país tan polarizado como el nuestro, es muy difícil conseguir una vida tranquila, es cierto que el entorno afectivo y académico en la Universidad del Tolima parece más un escenario de riesgo constante que un ethos. Y comparto con el profesor Robinson que, más allá de tramitar los problemas por la vía del diálogo, el argumento y el consenso, los actores universitarios hemos privilegiado la agresión, el grito y el irrespeto del Otro, devastando los principios de una comunidad cuya razón de ser está en la construcción del conocimiento, la solución de problemas y la apuesta por la transformación social.

Ante la incapacidad del argumento, solo queda transitar el territorio de la destrucción del Otro y para ello contamos con muchas herramientas: El viejo pasquín que atenta contra la dignidad de los actores, panfleto sin rostro que abunda en la academia, ese territorio que se jacta de construir pensamiento científico. El señalamiento sin pruebas, otra de las formas predilectas de agresión, mediante el cual pongo en duda los valores del Otro, solo basado en mi opinión sin fundamentos. Ocultarse tras un membrete para despotricar de los demás es un ejercicio vano, pero lamentablemente genera simpatías; es que el morbo vende. Las redes sociales, territorio propicio para el anonimato y la opinión irresponsable. Y últimamente los mismos medios de comunicación, que carentes de todo rigor periodístico se convierten en altoparlantes de “denuncias anónimas” cuya finalidad es la destrucción de alguien, no de informar o investigar un asunto. Algo reciente al respecto se vio con cierta “noticia” divulgada en donde enlodaban el nombre de una colega, la profesora Martha Núñez, sin aportar pruebas, solo opiniones de un juez sin rostro que ya daba por culpable a la docente.

Estas formas mercenarias de tramitar los conflictos solo generan silencio, ausencia de debate real y encaminan la vida universitaria hacia la judicialización permanente, lo cual amputa la argumentación como fuente de construcción del saber y la posibilidad del consenso como ruta para el cumplimiento de la misión universitaria y de la solución a los problemas que nos aquejan como comunidad. A este ritmo, para asistir a una asamblea, un comité o un consejo, tocará llevar abogado.

De esa forma, la salud mental también se va deteriorando, no solo la de los involucrados directos en estos hechos, sino la de toda la comunidad que se pregunta en silencio (porque expresarse sobre estos temas también se volvió un riesgo) si esta situación se corresponde con el ambiente que debe cohabitar en una universidad. ¿Y de quién es la culpa? Pues de algo estoy seguro: es que la salud mental es un bien colectivo y nos corresponde a todos velar por ella.

Estudiantes, docentes, funcionarios y, por supuesto, los directivos, todos debemos entender que la mejor manera de cuidar mi salud mental es cuidar la del Otro, evitar hacerle al Otro lo que no deseo que me hagan a mí, evitar el ambiente Twitter en donde el respeto está en vía de extinción y el insulto es el rey de la pradera. No se trata de evadir la discusión de los problemas propios de la vida universitaria o de construir un documento más que dormite en los anaqueles. Se trata de recuperar el espíritu universitario dándole cabida a la crítica con fundamento, a la discusión con pruebas y a la argumentación con rostro, como elementos para tramitar los conflictos y consensuar soluciones. No es fácil, pero debemos luchar contra esa nueva imposición cultural; al fin y al cabo, somos una universidad y de ella deben surgir propuestas transformadoras.

Postada: Al profesor Robinson Ruiz, mi solidaridad en su decisión; la vida tranquila es un alto valor.

julio 29, 2025

UNA JUSTA LECCIÓN DE JUSTICIA

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima.

 “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.

Frase atribuida a Abraham Lincoln

Más allá de la polarización que genera la condena de Álvaro Uribe Vélez, la rabia de sus seguidores o la celebración popular de sus detractores, hay un buen síntoma que debe trascender: el de la recuperación de la legitimidad de la justicia.

En un país con una larga lista de impunidades como Colombia, es bueno asistir a la experiencia real de aquella sentencia que reza: “Nadie está por encima de la justicia”. Ese enunciado siempre nos pareció una mentira, y la frase que se imponía era otra: “La justicia en Colombia es para los de ruana”.

Millones de colombianos observamos cómo, durante años, la impunidad paseaba campante por los recintos del poder. Quedaban impunes los desfalcadores del Estado, los narco gobernantes, las guerrillas que hicieron de la revolución un negocio sangriento, las estructuras paramilitares y sus motosierras, los delincuentes de cuello blanco y muchos más. Ver tanta impunidad campante generó un negativismo social y alentó a otros a delinquir. Como dice la canción: “Cuando el cajón está abierto, el más honrado pierde”.

Pero hoy, alcaldes, gobernadores, expresidentes, estafadores de oficio, congresistas, vividores de la política, evasores de impuestos, patrocinadores de la guerra y ciudadanos del común, debieron amanecer un poquito preocupados sabiendo que "El gran impune" ha recibido una pequeña dosis de justicia y ese es un mensaje que se propagará por los rincones del país como una oleada de esperanza.

Pocos creían que este caso llegaría a sentar un precedente tan importante para el país, porque en Colombia el sistema de justicia también ha estado tomado por los delincuentes de todo tipo y, como dice otro dicho: "Quien tiene el poder hace las leyes".

Pero también, con el impecable actuar de la jueza Sandra Heredia, se recupera la idea de que "La justicia cojea, pero llega", y quienes hoy delinquen deberán estar asustados sabiendo que eso puede ser real. Ojalá este suceso sirva para depurar la justicia en Colombia y que los ciudadanos volvamos a tener la certeza de que lo que desde allí se dicta se corresponde con la misión de cuidar el bien público y el accionar de los buenos, no de favorecer a los malos que tienen el poder.

Ojalá recuperemos la esperanza de que es posible tener una Institución que vele por la ética, la honra y el bien común, porque entonces millones y millones de colombianos podrán volver a sentir que no es un buen negocio delinquir y habremos aprendido la mejor lección para el futuro.

julio 25, 2025

CUATRO MIRADAS SOBRE LA NUEVA LITERATURA COLOMBIANA

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

Durante el siglo XXI, la literatura producida en el contexto colombiano ha continuado generando una multiplicidad de voces en los diferentes géneros. Más allá del Premio Nobel de Gabo, las letras colombianas han consolidado un corpus rico en nuevas temáticas, aunque la violencia sigue presente como leitmotiv en muchas obras. Pero ahora tiene cabida en la narrativa, poesía y teatro temáticas como las angustias de la posmodernidad, la ciudad, las relaciones en un siglo intercomunicado, la mirada feminista, entre muchas otras más. No obstante, falta ahondar más en el estudio y la crítica a dichas producciones, para que de esa manera se consoliden los autores y sus obras y, además, estos estudios sirvan como referentes a los lectores.

En esa línea, recientemente ha sido publicado el libro titulado “Cuatro miradas sobre la nueva literatura colombiana”, el cual se desprende de la investigación “Múltiples miradas críticas a la literatura colombiana del siglo XXI (2000-2015)”, liderado por el Grupo de Investigación Argonautas del Instituto de Educación a Distancia de la Universidad del Tolima. Este nuevo libro se constituye en un compendio de cuatro apartados, los cuales son resultantes de la construcción de textos críticos por parte de los investigadores, ejercicio previsto en la última fase de la investigación señalada. Sobre esa base, cada uno de los textos da cuenta de una problemática específica de la literatura colombiana estudiada, aspecto que justifica la unidad estructural del libro en su diversidad.

Al respecto, se debe considerar que cada texto es autónomo, toda vez que ha surgido de la reflexión y la crítica de sus autores, quienes han contado con la decisión propia para la escogencia de la temática, la estructura textual y la expresión estilística. Cada uno se convierte en un capítulo y estos son:

• Una mirada a la poesía colombiana escrita por mujeres en lo corrido del siglo XXI.

• Reflexiones en torno al devenir literario de la poesía colombiana del siglo XXI.

• El reflejo de la realidad social en la narrativa colombiana del siglo XXI.

• La literatura en la escuela y la escuela en la literatura: un diálogo posible.

El libro que fue ganador de la Convocatoria 09-2023 para publicación promovida por la Vicerrectoría de Investigación-Creación, Innovación, Extensión y Proyección Social, (UT) ya se encuentra disponible en el repositorio en línea del Sello Editorial de la Universidad del Tolima. Los invitamos a su lectura, estudio y uso pedagógico. Pueden acceder a la descarga gratuita en el siguiente link: https://repository.ut.edu.co/entities/publication/3f6d6c3d-ebdb-414a-844b-5cbce383168d

junio 21, 2025

Y DESPUÉS DE PETRO ¿QUÉ?

 


Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

La petrofobia[1] y la pretroeuforia[2] son dos extremos que emergen producto de la inmadurez política de un país que por vez primera se enfrentó a la posibilidad de ser gobernado desde una óptica distinta a las propuestas de liberales y conservadores (así bauticen sus partidos con otros nombres); que en esencia ha sido la misma: gobernar para unas élites en detrimento de las mayorías pobres. Eso lo dijo nuestro Nobel de literatura muy jocosamente: “La diferencia entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho”.[3]

Pero, si hacemos el esfuerzo en evitar esos extremos que reducen el pensamiento político, podemos decantar y valorar el resultado de este primer intento por romper la hegemonía del poder en Colombia, que no se ha roto, pero que ya presenta unas grietas que deben ser aprovechadas por un posible sucesor o sucesora en la línea del actual presidente.

Vivimos en medio de una marcada polarización entre un colectivo que está aprendiendo a ser poder y a gobernar, y otro que da tumbos experimentando cómo se hace oposición sin caer en el ridículo y la mezquindad. En medio de ese maremágnum, el país avanza en unos temas y se estanca en otros.

Ahora bien, está claro que ninguna de las seudoprofecías de quienes asustaban al electorado con el coco del comunismo, del castrochavismo, de la expropiación, de la entrega del país a la guerrilla, del dólar a 10 mil pesos y tantas otras mentiras, se hicieron realidad. El incumplimiento de estas falsas predicciones ha generado un gran detrimento político para sus anunciadores, que en esencia son la derecha y la extrema derecha que no se juntan en un solo partido, sino que están dispersos entre Conservadores, Centro Democrático, Liberales, Cambio Radical, Alianza Verde y, por supuesto, en el mismo partido del Pacto Histórico.

Con unos marcados avances en la política de distribución de tierras, la consolidación de la gratuidad educativa, el crecimiento de la economía y el repunte en sectores como el turismo y la agricultura, el aumento del salario mínimo, la disminución del desempleo, la lucha abierta y eficaz contra el narcotráfico y, recientemente, la aprobación de la reforma laboral; entre otras acciones que benefician a los menos favorecidos, el gobierno de Petro terminará por dejar una gran lección: es posible gobernar a Colombia sin mezquindad de clase y con un enfoque social. Es posible una política de Estado que desmonte los privilegios de los de siempre y le apueste por la equidad, germen de una paz real y duradera.

Así, quienes vengan después de Petro en el relevo del poder, van a recibir un país más informado, más consciente y con una base popular más preparada para hacer valer sus derechos. Deseamos que el próximo gobierno sea de corte social para que se genere el verdadero bucle del cambio, el cual no puede darse en uno o dos periodos presidenciales. El cambio es un proyecto constante, y para que se consolide la idea se requiere de una apuesta colectiva de por lo menos dos décadas seguidas en el poder.

Los problemas estructurales del país no se solucionan con discursos, sino con acciones, de ahí el bloqueo que los petrofóbicos han realizado, ya que en el fondo lo que querían era impedir que esa nueva visión de país arrojara buenos resultados. Para ellos, el fracaso total del gobierno actual era su triunfo, y ya no lo lograron. En eso la versión de Petro 2025 ha sabido apostarse entero a la idea de que el cambio es posible y eso solo se puede hacer jugándose los restos políticos, como lo hizo con la idea de la Consulta Popular y ahora con la Constituyente.

Así las cosas, le queda al presidente Petro esta cuarta parte de su periodo para seguir dejando semillas de cambio; ojalá los pretroeufóricos lo entiendan de este modo y se dediquen a trabajar con ahínco en este propósito y no derrochen la posibilidad política de unirse en la tentativa de ser un relevo responsable para el país. Querámoslo o no, lo compartamos o nos opongamos a esta idea, el país político después del gobierno de Petro será muy distinto, porque ha empezado a gestarse un giro inevitable de pasar de ser una república bananera dependiente casi en su totalidad de las disposiciones de EE.UU. a ser una república autónoma que habla y que establece relaciones con el mundo y con los principales problemas universales que lo aquejan.

Después de Petro, muchos entenderán mejor lo que este gobierno significó para la historia política de Colombia. La derecha deberá reconfigurarse y moderar su avaricia si quiere volver al poder, porque ya no le funcionarán sus viejas artimañas. Por su parte, las fuerzas alternativas deben comprender que sí se puede ser poder y que transformar un país construido bajo los designios de la desigualdad y la guerra requiere tiempo, voluntad y honestidad. Después de Petro no viene la hecatombe, como temen algunos; así como con Petro el país no se hundió, como se propagó por los medios del poder. Después de Petro queda una esperanza de seguir en la ruta de la reconstrucción; depende del pueblo y de sus líderes que esa semilla de esperanza que ya germinó crezca y dé mejores frutos.

[1] “Petrofobia” se usa como expresión para demarcar a aquellos quienes son incapaces de ver los aspectos positivos del gobierno de Gustavo Petro.

[2] “Pretroeuforia” se usa como expresión para demarcar a aquellos quienes son incapaces de ver los aspectos negativos del gobierno de Gustavo Petro.

[3] Gabriel García Márquez en “Cien años de soledad”.

junio 13, 2025

LA TIRANÍA DEL SEÑALAMIENTO Y LA AUSENCIA DEL DEBIDO PROCESO

 


Por: Carlos Arturo Gamboa B.

Docente Universidad del Tolima

 

En uno de sus apartes, el Artículo 29 de la Constitución Política de Colombia afirma tajantemente que: “Toda persona se presume inocente mientras no se la haya declarado judicialmente culpable”. Este enunciado tiene mucho sentido en un mundo moderno regido por principios democráticos que abolió la culpabilidad a priori de cualquier ciudadano, sin distingo de credo o raza. Pero una cosa dicen las leyes y otra la cultura imperante.

En la cotidianidad, ahora superinfluenciados por el impacto comunicativo de las redes sociales, parece ser que ya la presunción de inocencia ha desaparecido del panorama, siendo reemplazada por la presunción de culpabilidad. Esto equivale a decir que, como sujetos, estamos desprotegidos ante la muchedumbre y podemos ser apaleados antes de ser juzgados. De entrada, eres culpable y debes demostrar tu inocencia, si te dejan, antes del linchamiento simbólico e incluso real, como ocurre en muchos casos.[1]

Estas nuevas formas societales tienen un gran impacto en la construcción de las subjetividades actuales porque han constituido una patente de corso para que cualquier persona vocifere, ante el tribunal de las masas, que el “otro” es culpable de tal o cual delito sin allegar una evidencia, prueba o testimonio de la contravención que se le acusa. En ese sentido, la otredad es la que está puesta en mayor riesgo, pues se puede desconocer y condenar sin que ella tenga posibilidades de defensa.  

En el idioma castellano existe la expresión “¡Al ladrón, al ladrón!”, que se utiliza popularmente para alertar sobre un robo y al mismo tiempo convocar a la muchedumbre a que capture al culpable señalado. Curiosamente, esta expresión es aprovechada por ladrones reales para distraer la turba y poder huir. Mientras gritan “¡al ladrón, al ladrón!” y la gente se amotina para buscar al culpable del hurto, el verdadero ladrón huye en sentido contrario aprovechando la confusión. Este ejemplo nos permite entender la importancia del debido proceso. Primero, porque ser señalado de un delito no significa que se sea culpable del mismo, al no ser que se esté bajo el imperio de un poder tiránico y dictatorial. Segundo, porque para ser declarado culpable de un delito debe existir una secuencia de pasos y motivos que son garantes de la justicia.

En ese orden de ideas, el primer derecho es el de ser informado de unos supuestos cargos que a futuro te podrían hacer merecedor de un castigo. Si grito “¡al ladrón!” señalando a alguien que corre en medio del gentío, ya lo declaré culpable; ahora solo falta ejecutar una sentencia sobre él. Pero si primero el posible infractor es informado, él tendrá posibilidades de construir una argumentación a su favor o, en caso dado, contratar un abogado para elaborar su defensa. El posible infractor deberá ser juzgado a la luz de unas normas establecidas en torno al hecho que se plantea y quienes lo juzguen deberán poseer las competencias (conocimientos y experiencia) en el campo de acción, y, además, deberán actuar de manera imparcial frente al caso, para lo cual deben recabar pruebas y escuchar las diferentes partes en conflicto. Esto es el debido proceso.

Lo anterior es de vital importancia en la construcción democrática de cualquier entorno moderno, de cualquier institución y, por supuesto, de un Estado democrático. De no ser así, estaríamos en el escenario de un poder omnímodo que juzga con la mirada y ordena castigos de acuerdo con las subjetividades de quien abandona el terreno de la justicia para adentrarse en el mundo de la barbarie. No obstante, el debido proceso, tan fundamental para el soporte cultural de la democracia, ha venido desapareciendo de la acción cultural de una manera acelerada, amenazando con instaurar la «tiranía del señalamiento».

Basta gritar “¡Al ladrón, al ladrón!”, para que una horda, desprovista de cualquier tipo de raciocinio moderno, actúe como un enjambre de hormigas asesinas hambrientas que se lanzan sobre el “supuesto infractor” para devorarlo. Damos por hecho que, si alguien es señalado como “ladrón”, lo es; si se le tilda de “corrupto”, es porque ha corrompido una norma establecida; si es señalado, ya es culpable. Vamos por el mundo explorando las estrellas de los múltiples universos, pero en cuestiones de justicia parecemos seres de las cavernas.

No obstante, es curioso ver que el derecho al debido proceso que reposa en casi todas las Constituciones modernas y que la muchedumbre pasa por alto cuando instaura sus tribunales dictatoriales, es reclamado con urgencia cuando el supuesto infractor no es el “otro”, sino el “yo”. Entonces se acude de inmediato a todos los elementos garantes previstos en la ley para defenderse, legítimamente, de las acusaciones del caso.

En ese sentido, obviar el debido proceso y la presunción de inocencia es una marca simbólica y real de una cultura que opera bajo la tiranía del “yo”, en la cual el “otro” es de entrada culpable de ser y existir. El “otro” es culpable porque así lo determinaron unos “yoes” masificados, sin importar si el “otro” ha trasgredido o no las normas. Por ende, bien nos vale reflexionar antes de gritar “al ladrón, al ladrón”, porque quizás estamos evidenciando la fuerza enunciatoria de un tirano en potencia, y, además, mañana podremos ser nosotros los señalados, ya que en una tiranía nadie está exento de sospecha.

Hoy más que nunca, subsumidos en un mundo de mentiras que ahogan la posibilidad de la verdad, debemos reclamar y hacer uso del debido proceso, porque sin él apenas seremos, como lo dijo el poeta Vallejo, “bárbaros atilas”.

[1] Un ejemplo de ello se da cuando una turba detiene a un supuesto delincuente y procede a lincharlo sin ningún tipo de miramiento.

mayo 21, 2025

EDUCAR EN TIEMPOS AGOTADOS

 


Por: Carlos Arturo Gamboa Bobadilla[i]

Docente Universidad del Tolima

A veces tengo la impresión de que las universidades ya no requieren de líderes académicos, sino de psiquiatras, que el máximo reto de un profesor está en competir contra YouTube, Facebook, Tik Tok o Instagram, que los estudiantes están más preocupados por sus fotos de perfil que por un diploma.

Los curtidos docentes de hoy, los veteranos, nos formamos en un tiempo en el cual el conocimiento era lo más importante, sudábamos gotas de aceite para aprobar una materia y sentíamos el vértigo de la evaluación. Siempre supimos que para que existiese un escenario de aprendizaje real debían confluir, mínimo, tres actores: el conocimiento, los estudiantes y los docentes, en ese orden de importancia. Pero agobiados por los indicadores, los formatos, las reuniones y mil artilugios más, fuimos descuidando el conocimiento y los saberes, sin los cuales ni docentes ni estudiantes tienen un lugar de enunciación en el mundo educativo. Terminamos educando en un tiempo agotado.

Las instituciones que educan se han enfrentado durante décadas a las mismas preguntas, para las cuales las respuestas ya son conocidas, pero las acciones siempre van en contravía de la necesidad. El mundo educativo está sobrediagnosticado, pero como pacientes de una EPS, no recibimos los remedios indicados y seguimos curando los síntomas profundos de la enfermedad educativa a punta de acetaminofén.

En las facultades de educación, en los programas de formación docente, en las licenciaturas, en los eventos académicos y hasta en las cafeterías, citamos a Freire, a Mélich, a Posner, a Montessori, a Bruner, a Vygotsky, a Steiner, a cientos de maestros que hablan con maestría sobre las formas de enseñar, las maneras de educar y las estrategias para transformar las prácticas pedagógicas, pero cuando nos asomamos a las aulas, el paisaje parece ser el mismo y a veces más desalentador que el de hace décadas.

Los chicos no quieren estudiar, dicen los profesores a diario; los niños no quieren ir a la escuela, dicen los padres agobiados; los jóvenes no desean estar en las universidades, dicen las últimas noticias y los indicadores recientes, y todos ellos tienen la razón. ¿Se ha vuelto acaso la institución que educa un lugar poco deseable? ¿Por qué?

Ante este panorama, ser educador parece ser el oficio optimista de un pesimista consumado. ¿Qué hacemos ofreciendo manzanas a un niño que desea colombinas? Somos los testarudos de un tiempo de alertas universales, de mentiras que pululan a la velocidad de la luz, de incomunicaciones y fragilidades.

Ahora el currículo flota en las redes sociales, la lección está sintetizada en un meme y la evaluación es un reality show. En el mundo de la cibercultura, los docentes parecemos un avatar caprichoso flotando en la red infinita de los mensajes cifrados. Como el grito de auxilio atrapado en una botella que ha lanzado un náufrago, seguimos esperando que alguna vez ese mensaje tenga un receptor, y que acuda a salvarnos de ese pesimismo que se ha incrustado en nuestra diaria labor.

¿Sueno demasiado pesimista? ¿O más bien estoy siendo muy realista? La respuesta la dejo flotando por ahí como otra de esas preguntas que no se deben responder sin reflexionar. Lo cierto es que en medio de este panorama hemos decidido ser educadores y esa es nuestra responsabilidad. Los tiempos han cambiado de manera revulsiva y ahora asistimos a la profecía final contra la escuela, el apocalipsis de la educación con su anticristo encarnado en la inteligencia artificial. Terminator se pasea por los pasillos de las universidades; sus pisadas asustan y muchos se esconden detrás de sus viejos pizarrones, resguardando en el pasado sus miedos al futuro. Les alerto desde ya: esconderse no es la solución; hay que enfrentar el presente; solo así es posible construir un futuro o cambiar ese que parece inevitable.

No hay que temerles a los nuevos modelos, a las nuevas didácticas, a las herramientas que a diario se recrean; ellas nunca reemplazarán al docente auténtico, aunque los que corren riesgo son los profesores simuladores; de ellos no será el futuro. ¿En cuál de esos grupos estamos? He ahí el dilema.



[i] Palabras de apertura del Panel “Escenarios y voces del IDEAD: diálogo y reflexión sobre el rol del docente en la educación superior a distancia”, celebrado en el marco del Primer Encuentro Nacional de Profesores IDEAD – UT. (mayo 15-18, de 2025).


mayo 11, 2025

SANGRE ROJA ESCARLATA

 

Nota:

A propósito de los abusos sexuales en los entramados religiosos, los invito a leer ese cuento incluido en mi libro "Sueño imperfecto", publicado por la Editorial Universidad del Tolima en el año 2009.

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El fondo siempre es gris, pensó mientras hojeaba el libro escueto de verdades escogidas al azar. La tos no cesaba de incomodarlo, y sobre aquella almohada de algodón viejo su cabeza parecía un molino rústico. Un olor a ungüento se esparcía por cada esquina de aquel cuarto efímero. Nada comparado con el lujo de la mansión donde acostumbraba a vacacionar sus engaños. Llevaba aquí más de tres semanas, contadas largamente, desde la aparición de ciertas úlceras en sus brazos. Al principio, cuando invadieron sus testículos, las logró disimular bajo su manta apostólica, pero luego se encaminaron norte arriba. Aunque constantemente padecía de vértigos, no cesaba de predicar el santo oficio. El último sábado se incorporó a las cinco de la mañana, como de costumbre, y al revisar su barba se encontró asediado por cientos de granos rojo-amarillos que desfilaban por sus pómulos. El espejo no mentía.

Entonces escribió una nota a Jhon Eskiner dándole las respectivas instrucciones: “Encárgate del oficio. Di que partí a una misión a la Sierra Nevada de Santa Marta. Después te explico”. La brevedad pausada de su enmienda mostraba su poca preocupación por el asunto. Con algunos baños de ajenjo expirarán estas granujas, se prometió a sí mismo, como para reforzar su tesis. Pero las llagas continuaron anidando en su cara y en pocas horas eran las dueñas de su cuero cabelludo. Para no provocar rumores, pues los sacramentos así lo exigen, contactó a un cómplice amigo dedicado a la medicina; se dedicó a leer los diarios y a planear su próxima incursión nacional para expandir el evangelio. El dictamen fue severo. Reposo total y ciento de exámenes metódicos. “El virus es extraño. Cuídese mucho, reverendo”.

Fue así como apareció a mi puerta, vestido como cualquier mortal que busca desahogo. Su cara surcada por arrugas concéntricas, su cabello ajedrezado y un tufo de santo inconfundible. Llevaba más de dos años sin verlo en persona, puesto que sus milagros eran noticia obligada en los telenoticieros. Recuerdo que la última vez que se atrevió a llegar hasta mi casa fue para indagar sobre el comportamiento de las prostitutas. Según él, yo debía conocer a cabalidad el quehacer. Su inquietud se debía a cierto plan macro religioso para expandir el evangelio en las calles olvidadas por su dios. Accedí sin muchos misterios, como siempre suele suceder ante alguna de sus patrañas.

Ahora era distinto; un dejo de pesar cosquilleó en mi mente al observar aquella silueta desproporcionada. Sus brazos rozando el suelo y sus pies semejantes a dos árboles gemelos en edad. Sus ojos, entre negros y azules, ya no poseían el brillo místico que me desnudó aquella tarde frente al púlpito, en donde avasallaba con palabras retumbantes. De eso hace más de veinte años, y mi inocencia en grado subcero; hoy es una sombra. Aquel día tuve el presentimiento de estar frente a un dios personificado, porque de su lengua brotaban versos melodiosos, sustantivos mágicos y látigos verbales. “¡Hermanos!, la carne es la perdición del hombre. En el reino de los cielos el pecado no tiene lugar; por eso la lascivia debe ser combatida con ayunos…”. Los rumores de admiración se esparcían entre las grandes sillas de madera que se organizaban en filas mudas y sombrías. El centro, justo donde se ubicaba el púlpito, estaba iluminado por una extraña luz de colores combinados, y la figura esbelta del predicador daba al recinto un aire de total reverencia. Era como si Dios mismo estuviera allí postrado, increpando y tratando de salvar a los pobres feligreses. Se quedó mirándome con tanta frialdad que me hizo sudar bajo los senos.

Sus ojos penetraron en mis entrañas y llegué a pensar en estar poseída por un espíritu maligno. Su juzgadora voz ahora se escuchaba como un trueno: “Hermanos míos, den la bienvenida a una nueva alma. El reino de los cielos se regocija. Siempre hay un lugar en nuestra casa para las ovejas descarriadas”. Sus grandes ojos azules seguían devorando mi debilidad; aquel sudor de mil poros parecía mojarme. Sola como una autómata, a merced de aquel semidiós del mundo moderno, lo vi acercarse y descargar su gran mano derecha sobre mi frente durante treinta largos segundos, y sin que pudiera hacer nada, su metacarpo izquierdo sujetó mi pecho a la altura de mis senos erectos que no parecían disgustados ante tal provocación. “Hermanos, oremos por el alma de esta joven, y que Dios la reciba en sus omnipotentes brazos”.

Creo que perdí el conocimiento durante siglos, pues al recobrar la realidad estaba siendo atendida por una anciana de mirada diminuta que escondía sus cabellos tras una pañoleta negra. El salón estaba desierto y una música de piano agonizaba en mis oídos. No terminaba de huir mi perplejidad cuando apareció el reverendo Mesarín con un atuendo normal. Le hizo una señal a la anciana, que abandonó el recinto. Se acercó y sujetó levemente mi brazo derecho. Me enseñó algunos cuartos donde se hacía penitencia, un enorme piano Yamaha en donde sus manos parecían aladas al ir de Do a Do; me leyó un salmo de David del cual nada entendí, pues estaba estupefacta ante aquella aparición divina. Después de media hora gastada en discursos, me recostó en un gran sofá rojo, como la sangre del salvador que proclamaba. Con sus dedos lisos y yertos rozó mis labios y, cuando pensé reaccionar, su voz imperativa rompió mis tímpanos: “Hija, mi reino no es de este mundo; a donde yo voy tú puedes ir y encontrarás sosiego para tu abatida alma. No desperdicies tu oportunidad, no todos los días el reino de Dios llama a tu puerta...”. Una pausa recóndita y luego me atrajo bruscamente contra su pecho: “Hija, yo sé que tú sufres por tus pecados, que la lujuria ha socavado tu cuerpo inocente y de noche despiertas con pensamientos abominables. Es tu carne, hija, pero la redención es oportuna”.

Al concluir el sermón, sus manos se abrieron paso entre mis piernas y, con gran velocidad, mis senos quedaron flotando en el aire con olor a incienso. Sus dedos penetraron como agujas en mis calzoncitos de franela y mi sexo parecía una laguna de encantos musicales. Me desvistió con un ritual sagrado, inundando mi cuerpo con una saliva vivificante y erótica. Su boca se amoldó a mis senos en los que la pulcritud asemejaba un nevado en llamas. Me poseyó con una magia tal, que no sentí el momento en que el cántaro estallaba contra su sexo de piedra antigua.

Se levantó como si acabara de ganar un alma para su inventario celestial, acomodó su ropa que nunca terminó de quitarse y me brindó una sonrisa complaciente. Luego se alejó. Mientras me vestía, pensé en las consecuencias religiosas de aquel acto carnal, pero me reconfortaba la idea de haber sido desflorada por un hombre que quizás sería el mismo Dios en persona. Calcé mis sandalias y, al incorporarme del sofá, vi un hilillo de sangre que buscaba la curvatura de la caída. Sangre roja escarlata, como la sangre del salvador que proclamaba.