Por:
Nelson Romero Guzmán
Profesor
Universidad del Tolima, IDEAD
El título de la película
es escueto: Un poeta, como si desde ya nos anunciara su retrato. Y
precisamente, uno de los logros del cortometraje es la verosimilitud del
protagonista Óscar Restrepo con el estereotipo del poeta fracasado en vida y
obra. Por su parte, el acierto del actor Ubeimar Ríos, pareciera coincidir de
manera física y existencial con la realidad y la fábula del personaje que
encarna. Además, el realismo de las escenas se muestra en la ambientación del
marco de la Medellín marginal de sus zonas urbanas con sus nichos de bajo
mundo. De esta manera, el director colombiano Simón Mesa Soto crea un personaje
poeta que no encaja en la familia, en la sociedad ni en la poesía misma. Con la
aparente sencillez de un poeta crudo, que se mueve en escenarios callejeros
lánguidos y una narración sarcástica punzada por el humor burlesco, Simón Mesa logra
llevarse el premio de la Sección Un Certain Regard del
Festival de Cine de Cannes.
Una de las grandes
apuestas del director de la película, fue haber optado por la construcción
precisa del prototipo del poeta visto como el artista fracasado, al que Óscar
Restrepo encarna de manera perfecta: un ser crudo, feo, grotesco, bufón,
contrahecho, pero fascinante, venido como anillo al dedo para mostrar la
imagen social desgarradora del poeta que nos heredó el siglo XIX, configurado
por Rimbaud como "el gran maldito, el que se siembra verrugas en el
rostro" o como “el Gran Criminal”, que se vale del método visionario de la
autodestrucción, pero que, en el caso de Óscar, contrario al genio de Rimbaud,
a sus 54 años vive vaciado de la Musa, proscrito de la poesía y mantenido por
su anciana madre, su único refugio de comprensión y ternura. De ahí que su
papel sea el de exponerse permanentemente al rechazo social, a la burla, a la
expulsión del cenáculo literario, a la explotación de los avivatos de los
festivales de poesía, al veto de la familia, hundido en el alcoholismo y hasta
soportando la violencia física y el señalamiento de mal poeta. Se trata de una
película donde todos los actores sufren al poeta y nadie se ríe; solo reímos
los espectadores una risa cómplice, cortada de repente por escenas truculentas
que provocan la conmiseración y la repulsión por el personaje.
Lo que por otra parte
enriquece al protagonista de Un poeta (porque la mayor fuerza
de la película es su personaje protagónico), es la atmósfera melodramática del
humor negro, la estética del grotesco y la extravagancia, acentuados estos
rasgos por el manejo del primer y primerísimo plano de las fotografías que
hacen ver el alma turbada del poeta a través de la exageración de sus más
mínimas expresiones: la mirada profunda y desencantada detrás los lentes de sus
gafas, sus gestos de frustración, su barba descuidada, sus ademanes de
aflicción, su dentadura irregular, su figura maltrecha, su indumentaria
descuidada, su caminar caricaturesco y la intemperie de cuerpo y espíritu, en
fin, su profunda soledad y rechazo, como apuesta visual de los valores más
decadentes de un poeta, tal como aparece en la representación de la sociedad
misma que lo juzga y rechaza. Los bares, el alcohol, la noche y los andenes son
sus hábitats naturales.
El hecho principal que
desencadena los componentes de la trama, ocurre cuando Óscar llega a ser
contratado en la Escuela de Poesía donde es profesor de un taller, en la
temporada en que se organiza un Festival de Poesía. Es justamente en dicha
escuela donde conoce a la adolescente Yurlady, estudiante de bachillerato que
también asiste a las secciones de los talleres. Aquí vale la pena preguntarse:
¿es un rodaje sobre el poeta sin poesía en una “sociedad de poetas”? La cinta
intriga fuertemente a este despropósito. Yurlady, la antagonista de Óscar, es
una muchacha talentosa para escribir poesía, pero a su vez manifiesta
abiertamente que sus rumbos en la vida son otros. Sin embargo, Yurlady se
convierte para Óscar en una obsesión, ya que él transfiere en ella la conquista
de sus ideales, al pretender transparentarse y verse en el talento de su
estudiante como un poeta verdadero, donde por fin cree encontrar alivio a sus
frustraciones literarias. Óscar, entonces, viene a ser el perfecto poeta sin
poesía; Yurlady, por su parte, es la otra cara: la poesía sin poeta. Al final
ella renuncia a ser la media naranja poética de Óscar. Aquí el director Simón
Mesa construye un juego cautivador y una crítica oculta demoledora, poco
perceptible, sobre el destino del poeta. El sacrificio de Óscar por Yurlady lo
lleva a ponerla por encima del bienestar material y afectivo de su propia hija
Alisson, quien vive con su madre en estrechez económica, pero Óscar prefiere
convertirse en protector de Yurdaly al descubrir su talento poético y concentra
sus esfuerzos materiales para que la muchacha pueda tener momentos holgados que
le permitan dedicarse a la poesía, lo que al final resulta siendo otro de sus
sueños frustrados. Así que la gesta de este antihéroe del cine es vivir la
poesía como una hazaña superior a su propia vida, sacrificando los valores de
su familia, aunque en lo más profundo llega a descubrir que no representa los
ideales de la poesía, porque sus versos son bastante pobres, como se muestran
en la película. Así, Óscar resulta siendo el sacrificado por la poesía, el gran
fracasado que encuentra en Yurlady el talento que él mismo no tiene y lo hace
por momentos suyo como rey en cuerpo ajeno. Pero los sueños de la adolescente
están en otra orilla, ya que para ella son más importantes los proyectos
materialmente vitales que los artísticos. La poesía, entonces, para citar al poeta
Hölderlin, reencarna en Yurlady el más inocente de todos los bienes y, por el
contrario, en Óscar, el más peligroso. Moraleja: No vale la pena sacrificarse,
entregar su vida por la poesía. Si bien la poesía anda errante por el mundo, la
morada de su ser está definitivamente en el lenguaje, como lo escribió
Heidegger, y es allí donde hay que ir tras su encuentro; su sacrificio impone
la sencillez y el silencio, solo así el poeta podrá convertirse en la casa de
su ser. Por eso Óscar es más el bufón del arte que el poeta auténtico; encarna el
escándalo del poeta y no el silencio de la poesía, en fin, resulta engañado por
la poesía y pasa a ser un espejismo del poeta, su cascarón vacío.
Pues bien, esta parte de
la trama de la película Un poeta nos lleva a pensar que el
protagonista Óscar, es un poeta con carencia de poesía, aunque la sienta en lo
profundo de su alma y la viva de una manera tragicómica. Pero si aceptamos que
funge de poeta, con todo, es un poeta sincero, porque al menos reconoce no
tiene talento. El anverso de Óscar en esta “sociedad de poetas” es el poeta
burócrata, que al igual carece de poesía, aunque viva aplaudido y coronado de
banquetes; el artista burócrata, que el ojo del espectador no ve, pero lo
atisba o se le revela muy en su interior, es quien vive de las mieles del
poder, sabe ocultar su fracaso y se escuda en la higiene, en los buenos modales,
pasa por decente, aplica las reglas de glamour en sus relaciones sociales, es
respetado y hasta admirado por los incautos. Este poeta burócrata es el rescate
de Óscar al menos en su apariencia física. Generalmente es excelente para
fundar Festivales y Escuelas. Encaja perfectamente en la sociedad, se le cree y
además vive de la producción comercial de la poesía. Este poeta burócrata
(oculto detrás de Óscar), es el que Simón Mesa Soto deja entrever y denuncia en
su película a través de sus personajes secundarios que lo sugieren. Fíjese que,
en la película, el protagonista los expone, pues ellos ven en el mismo Óscar la
mancha de la Escuela de Poesía como institución. Esto ocurre cuando en la
Fiesta del Festival de poesía, Yurdaly termina borracha por su propia cuenta,
pero culpan al poeta de la embriaguez de la joven, además de ser golpeado por
los mismos dueños del festival, quienes ofrecen dinero a los padres de la
adolescente para no ser denunciados ante la ley. Óscar defiende su inocencia y
se opone a la entrega del dinero, sometiéndose a la verdad, pues es claro que
defiende la poesía, poniendo así la inocencia del poeta por encima de los
peligros del poeta burócrata quien, a través de la promoción de la poesía,
busca su propia riqueza económica.
El director de Un
poeta nos arrastra a reconstruir la imagen del artista en el contexto
social de la gran ironía del capitalismo, esto es, el poeta instrumentalizado,
mercantilizado, pese a que el verdadero artista no es un mercader. De ahí que
en la película se deslicen de manera sutil, planos de personajes icónicos de la
literatura colombiana convertidos en estampas de billetes: el poeta José
Asunción Silva y el novelista Gabriel García Márquez, de los que Óscar es
devoto, principalmente de Silva, de quien aspira ser su réplica y por eso en
una escena aparece dibujándose el corazón en su pecho. Pero vuelvo a la gran
ironía que es la del poeta captado por el capitalismo: Silva, suicidado por la
insolvencia económica mientras agonizaba el siglo XIX, ahora puesto a circular
en el mundo del mercado como un valor de cambio: el billete de $5.000; por su
parte, Gabo, arruinado económicamente mientras escribía Cien años de
soledad, es rescatado con su sonrisa de costeño satisfecho en el billete de
$50.000, siendo estas las formas socarronas del homenaje, a través de las
cuales el capitalismo explota la figura del artista, creando a su vez una
plusvalía simbólica del capital. Así es como el capitalismo voraz copta el
espíritu del artista sufrido y, al poner su estampa en el billete, le devuelve
al arte su falsa recompensa.
Al haberse logrado en la
película la puesta en sociedad del estereotipo del artista fracasado, con los
tintes de humor y tragedia a través de un personaje que lo encarna con fuerza,
como tomado directamente de la realidad, sin maquillajes, ¿es permitido
preguntarse, ya en las afueras del cinema, si en la película de Simón Mesa Soto
ganó el cine, pero perdió la poesía? Pues sí y no. Es indudable que la poesía
del cine está presente en la película de diferentes maneras: la semiótica de planos
en movimiento, piezas musicales intercaladas a la narración, el recaudo
fotográfico de los primeros planos del protagonista convertidos en poesía
visual que emana emociones, entre otros recursos. Más bien la ausencia de la
poesía está muy a propósito en el poeta protagonista, que es otra cosa.
Entonces la poesía no es el fracaso, es su liberación, y esto lo logra el
cineasta Simón Mesa a través de sus personajes Óscar, el poeta, y de Yurdali,
su aprendiz, que son a su vez contradicciones y complementos de la trama.